EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 0
Uno de los cruceros aéreos del ejercito Rhodantiano había caído en medio de una llanura nevada, a causa de una emboscada de un ejército de abismales voladores y antiaéreos rebeldes. Los daños sufridos en la embarcación fueron catastróficos, no volvería a volar nunca y el estado de sus tripulantes era incierto.
Cientos de tropas rodeaban la nave humeante estrellada a medio enterrar en la nieve, entre escombros de piedra y humaredas en los trozos gigantescos esparcidos en el desierto blanco, en el que caía una tenue ventisca invernal.
Los elfos apuntaban con rifles y lanzas bajo las barricadas rocosas, acompañados por enormes colosos mecánicos en el frente. En la segunda fila permanecían los guerreros bestia impacientes, y a la vez preparados para atacar a lo que restara de la tripulación.
En el rango de cincuenta metros alrededor de la nave, yacían los cuerpos quemados y despedazados de soldados tanto rebeldes como Templarios de una confrontación pasada, inclusive restos de los autómatas regados por todas partes tal cual fuesen vidrios rotos.
Por el amplio número de cadáveres, no se podía dar fe de cual grupo se alzó como el ganador, todos tuvieron bajas, fue una masacre sin precedentes. Los cuerpos eran enterrados poco a poco bajo el manto helado de la blanca nieve, a medida que los copos descendían. Todos eran igual ante la madre tierra, quien vino a llevárselos de regreso a sus entrañas.
No muy lejos del campo de destrucción, un rompe infierno estaba volcado con rastros de metralla y destilaba un torrente de humo tan negro como el alquitrán. La pesada maquinaria fue fulminada por los cañonazos de un mego tauro ya muerto, al sucumbir a las heridas de múltiples lanzas y espadas clavadas en su carne, usadas por los autómatas angelicales en la incursión.
En el lado contrario a ese vehículo terrestre, marcas de neumático yacían en la nieve en dirección al este, y dejaron un rastro en la nieve. Un segundo rompe infiernos pudo escapar. Los elfos comunicaron por radio que mandaran exploradores a esa área, la orden del acolito fue sin cuartel y sin piedad a las soldados que no se rindieran.
—Grupo piedra rampante a flechas negras, por favor respondan. —Llamó el líder de los elfos por medio de la radio al grupo que se adelantó a la campaña. Su voz sonaba temblante debido a los aires gélidos—. Necesitamos confirmación de su estado y un permiso para entrar.
—¡Deberíamos atacar ya! Llevamos casi una hora aquí esperando —exclamó un bárbaro con ansias de sangre—. Bajamos esa nave en la madrugada y ya casi es medio día. Las flechas negras llevan varias horas sin responder a la radio.
—La orden fue muy clara, no podemos avanzar a menos que dejemos de escuchar el estruendo del interior de la nave —contestó el elfo superior mientras apuntaba a cualquier punto de salida de la aeronave, la cual todavía se sacudía por el caos de una feroz batalla en su interior.
—Las flechas negras es liderada por uno de los acólitos, tienen alterados, brujos y abismales en sus filas —dijo un segundo elfo agazapado buscando señales de vida en las afueras de la nave, desde la mirilla de su francotirador—. Hubo mucha interferencia por radio, no sabemos cómo estuvo el estado de las flechas negras cuando la nave les cayó encima de su posición, antes de que nosotros llegáramos.
—No estaría muy seguro… la que lidera a las flechas negras no es precisamente un acolito. —El hombre bestia continuaba escéptico—. Según me dijeron que llegó hace poco, era una bruja que pertenecía al mismo gremio de su majestad. Aun cuando la tengan como un acolito no lo es.
—Si los Templarios enviaron esa nave debieron tener a esos guardianes o una fuerza equiparable. —El líder seguía aferrado a sus órdenes, más por miedo que por lealtad a sabiendas de lo que sucedió en el colosal—. Si han podido resistir y continúan peleando, entonces está fuera de nuestra liga. Lo que nos queda es esperar a que todo se calme y cualquier cosa que salga que no sea de los nuestros lo vamos a acribillar. Por orden del acolito y por nuestro honor de guerreros no podemos intervenir en esa contienda.
Aunque se escucharon gruñidos de insatisfacción por parte de los soldados, ellos obedecieron al ser puesto en duda su honor; un código de respeto y comportamiento basado en las creencias, que debía seguir un guerrero si pretendía ser digno de ascender al palacio de los héroes tras morir en batalla.
En las entrañas del cadáver de la enorme maquinaria, Kairos Ikaros esprintaba en búsqueda de abarcar territorio y alejar el peligro de sus compatriotas heridos, aparentemente el enemigo lo estaba cazando solamente a él. En sus manos cargaba un hacha de guerra con doble filo imbuida en una luz blanca que cambiaba por tonalidades oscuras como si fuese la prueba Rorschach y en su centro lo adornaba la cabeza de un dragón, desentonando en la indumentaria del fénix que componía la armadura blanca.
El caballero rezaba en silencio a su Dios, para que ninguno de sus compañeros muriese hasta la llegada del equipo de rescate, también dedicó una oración para aquellos que ayudó a escapar en el rompe infiernos, antes de que la incursión los obligara a retroceder a las entrañas de la nave. Y por sobre todo con sumo pesar Kairos rogó por las almas de aquellos que no pudieron lograrlo.
Golpeado, abrumado por una batalla interminable, con muchas de sus cartas de triunfo en proceso de enfriamiento y consciente de los refuerzos enemigos a la espera para acribillarlo, el Nephilim no tardó en aceptar que su caída se acercaba, lo sentía en sus tripas.
Kairos era dolorosamente honorable y fatídicamente creyente sin llegar al fanatismo ciego, aquello era su mayor cualidad como su peor debilidad. Podía usar su poder, y tele transportarse en su capa, al ser algo propio de su ente y no la prohibida ecuación mágica; tecnicismo legal. No obstante, no iba a abandonar a los soldados que quedaron heridos, tampoco iba a correr el riesgo que cualquier contrincante lo emboscara durante el proceso dejándolo vulnerable y débil por el desgaste de energía por el uso de esa habilidad.
A medida que corría podía ver los vapores blancos de su aliento jadeante, nublando por segundos levemente su vista, tal efecto era lo único familiar en las entrañas de ese helado laberinto ruinoso de escombros metálicos, y nieve, en la que se respiraba un olor a muerte. La ambientación era irreconocible para el caballero, no podía hacer un plan de acuerdo a su conocimiento de los alrededores.
Kairos no huía de la pelea, intentaba llegar a la armería en búsqueda de equipamiento, y con suerte tomar un respiro por unos segundos. Tiempo, era todo lo que necesitaba, solo era cuestión de tiempo para que su perseguidor lo encontrara.
De repente al lado de Kairos fluyó una fila creciente de pilares de hielo a una velocidad alarmante hasta lograr rebasarlo, y girar a la izquierda formando un denso muro congelado que obstruía el avance del caballero, obligándolo a frenar de golpe hasta derrapar en la nieve alzada por las botas hecha de estigma.
Resignado que no podría conseguir armamento, el Ikaros se dio media vuelta y su corazón por poco se detuvo al divisar a la mujer de la armadura negra, moverse como el líquido a través de la nieve alzándola a cada paso que daba prepara para matar a una velocidad sobrehumana que rompía el aire en su avance.
Kairos esquivó una patada giratoria de la doncella, la cual culminó en el muro cristalino partiéndolo a la mitad. Tal efecto fue visto en cámara lenta ante los ojos del caballero, inclusive su colgante de la santa espada ondeaba en su cuello. Aunque el resultado parecía ya estaba escrito, algunas almas se negaban a caer tan fácilmente, si este va a ser su final, el Templario no lo aceptaría tranquilamente.
La mujer procedió a girar en su propio eje, y regresó a su punto de enfoque, solo para ver cómo venia hacia ella un hachazo horizontal dirigido a partida en dos, pero lo eludió al saltar con las piernas levantadas en una voltereta hacia atrás.
El casco del hombre se iluminó por el aura similar al de su arma, como si fuese una antorcha viviente, que pasó a transmutar cambios en el rostro nublado por sombras convirtiéndolo en un grotesco ser demoniaco de fauces afiladas y ojos brillantes. Y por un instante el yelmo mutó al ser abierto en diferentes piezas, como la cresta de un clamidosaurio al emitir un sobrenatural rugido belicoso mostrándolo como algo inhumano, era como ver al mismísimo diablo, vestido de ángel, un fénix embravecido.
Aquello era una visión intimidante e imponente, usada para amedrentar a cualquier enemigo por la mera apariencia. Esa táctica cayó en saco roto, en los azules ojos y de esclerótica negra, no albergaba ningún ápice de miedo, meramente un sentimiento de pena dirigida al caballero.
El casco volvió a armar sus piezas, aun con el aura que destilaba espíritu peleador. Sin dudarlo Kairos volvió a la carga en un hachazo esquivado nuevamente por su veloz oponente, al moverse a un costado y contraatacó con un gancho izquierdo a la cara, que cubrió el yelmo de escarcha, seguido de tomarlo de la capa para alzarlo del suelo arrojándolo contra una pared cuarteándola a una alargada distancia.
Aquel golpe se sintió como si cerebro chocara contra la parte trasera del cráneo, a la par que se congelaba por dentro. El caballero temblaba en sus propias botas, envuelto por el frio y la escarcha en la armadura desquebrajada. Estornudaba y castañeaba los dientes, necesitaba calor. Era imposible. Se suponía que las armaduras estigma poseían resistencia elemental, apenas y lo protegía del poder de esa abismal. De ser un humano normal, ya hace ratos hubiese muerto.
La mujer hizo un gesto en su mano y se materializó múltiples estacas de hielo las cuales salieron disparadas en dirección al caballero. Anticipando este giro, la capa de Kairos se volvió un par dos alas que, al batirse, y lo elevaron por los aires para evitar ser empalado por los proyectiles.
Kairos se arrojó en picada con un hachazo, pero la mujer retrocedió de un salto. Ambos oponentes se detuvieron unos segundos en posición de guardia, planeando su próxima estrategia y a la espera de que alguno haga un movimiento.
—Esto terminará rápido… lo prometo, lamento que hayas tenido que llegar a estas alturas. Fue mi error —dijo la mujer seriamente, por cada palabra despedía un espeso vapor blanco—. Esto no es nada personal.
—¡Los lamentos son para los muertos, abismal! —rugió.
De la boca del dragón que portaba el hacha, se liberó un rayo fulgurante que impactó contra los brazos cruzados de la mujer, quien llegó a reaccionar y fue empujada hasta impactar de espaldas contra una pared derrumbándola en una nube de polvo.
Los brazaletes al rojo vivo de pronto se tornaron devuelta al negro ébano, tal cual nunca hubiesen recibido ningún daño, y se reincorporó. Kairos se abalanzó para dar el golpe de gracia.
El descenso del hacha golpeó un muro de hielo recién materializado que emitió un sonido seco en el choque, y pudo ver por el rabillo del ojo como la doncella salió el lateral izquierdo.
Sin darle tiempo de lanzar una respuesta, Kairos se abalanzó sobre ella con una ametralladora de tajos arrojados uno tras otro, sin embargo, cortaban nada más el aire al ser esquivados por los movimientos de la doncella, tal cual una elegante danza; llenos de la gracia de una ninfa y la fuerza de cien guerreros.
Ningún corte llegaba a siquiera rosarla, ni su largo cabello lapislázuli, tampoco a su faldón oscuro o esos seis cuernos negros que la coronaban. Danzaba descalza en la nieve como si fuese algo natural.
Kairos luchó contra lo que él creía un demonio, algo que hizo cientos de veces en el pasado, demasiadas para lo que pudo contar en la emboscada. Pero rápidamente se dio cuenta de que esa mujer era de alguna manera diferente.
Un puñetazo de la doncella pasó al lado de la cabeza del caballero, ya que la ladeó para evitar el golpe. La mujer hizo un movimiento con el dedo que alarmó al caballero y por ende rodó en el piso, evitando ser empalado por unas estacas de hielo materializadas del suelo. Al alzarse de nuevo de un salto, vio venir a la mujer de nuevo.
—¡Aléjate! —La pateó en el estómago empujándola hacia atrás y lanzó un hachazo descendente directo a la cara.
La doncella se apartó a un lado del último tajo, con la destreza de un maestro matador contra un toro furioso cercano a la ejecución. Una larga copa recubierta de pelaje y escamas azules salió por debajo del faldón de la mujer y lo tomó de la muñeca del brazo arma, inmovilizándolo por un segundo y vulnerable a un gancho en la cara seguido, de en rodillazo en el estómago que sacó el aire al caballero, desarmándolo.
De nuevo Kairos se vio envuelto en ese frio de muerte en su pecho, tratando de llegar a su corazón, y desquebrajarlo como el cristal, aun cuando para el caballero su alma ya estaba condenada y su vida perdida. Por un instinto de supervivencia las alas blancas se abrieron de golpe, dando lleno en la cara de la atacante, alejándolo.
Los segundos ganados fueron aprovechados, Kairos se puso de pie, se alejó de su contrincante con el objetivo de recobrar el aliento. Con una mano en el abdomen quiso ir por su arma, pero una fila de estacas de hielo recién materializadas cortó su camino.
Del sonido del hielo al ser desquebrajado precedió un chirrido metálico similar al descenso de una palanca, luego el de la carne al ser estirada y de golpe emergieron en un par de alas de murciélago en la espalda de la mujer, levantándola al terreno alto.
Antes de que el caballero se uniera a ella en el cielo, con una expresión desafiante la doncella alzó su brazo con un dedo apuntando al firmamento y se materializaron alargadas lanzas de hielo, las cuales descendieron movidas por una fuerza telepática.
Kairos emprendió la huida al correr en zigzag, cada una de los proyectiles congela y forman cúmulos de pinchos congelados, cual explosiones de bombarderos. De un salto el caballero se alzó con sus alas, aun perseguido por los misiles y aires congelantes creados por esa bruja.
El espacio no era tan grande, pronto el caballero se vería acorralado por las estructuras de hielo, por lo que debía acabar la pelea en ese instante con su mejor carta. Kairos dejó de lado la acción evasiva, y se detuvo justo en frente de una lanza que estaba por empalarlo en la cara.
En lugar de escapar, Kairos alzó su mano para recibir la punzada. Por primera vez en toda la pelea, el rostro seguro de la mujer cambió a uno de congelada sorpresa, ya que el proyectil se detuvo, y después creció el doble de tamaño y por ende en poder.
La ahora jabalina retornó a su dueña a una velocidad muchísimo mayor y al estar por empalarla en una ataúd de hielo, ella logró escapar de su asombro al girar como un trompo, para hacerse a un lado fuera de la trayectoria del misil que su explosión en la pared proyectó un enorme tempano de picos congelados, mayores de los creados anteriormente.
—Imposible… —espetó dubitativo en su actual determinación—, este chico tal vez…
La frase se vio cortada cuando pudo resentir algo de calor en el clima y se fijó en el caballero. El símbolo del fénix se iluminó en la armadura, sus alas se extendieron a su límite y el aura incrementó en potencia.
De un salto Kairos ya estaba en las alturas, sus alas al batirse liberaron plumas blancas, que al girar por los aires se unieron y formaron múltiples aves fénix hechas pura luz quemante: golems elementales.
La orden fue dada por el guerrero, las aves descendieron en pos de la doncella, quien ahora emprendió la huida a una velocidad inhumana dejando atrás estelas de viento, pero aquellos luceros tenían vida propia y la perseguían como misiles teledirigidos.
Kairos volvió a la tierra apoyado en uno de los fríos muros metálicos, no dudó en aprovechar el momento para tomar un respiro. Usando sus poderes psíquicos, empezó a rastrear algún serafín que pudo quedar desactivado en la caída de la nave y también buscaba con la mirada su hacha.
En el tablero de ese juego de ajedrez llamado guerra santa, la diferencia entre los caballeros, y los autómatas, es que uno era el caballo, y el otro un peón. Ambos fueron algo distinto antes, ambos nacieron de la misma cuna, bajo el mismo amo, y la misma misión, lo único que los separa es el rango. Tal vez no tenía la pieza del rey, lo cual no evitaba que por tener un rango mayor pudiese vincularse a ellos.
Aquella de alas azules se detuvo en el aire, justo para recibir de frente los fénix tal como lo hizo el caballero, solo que ella lo haría a su manera. De un aplauso una enorme estructura de hielo se hizo interpuso en la misión de los fénix, los cuales se vieron en un acumulación de explosiones que crearon una densa niebla y el tempano cayó derrumbado.
Cuando creía que había ganado vio como varias aves salieron por lados de la humareda, tras sacrificar a algunos de los suyos en pos de hacer que su objetivo bajara la guardia y no darle tiempo de escapar.
Múltiples estallidos comparables a granadas ocurrieron en las alturas, pedazos de frialdad y restos de la nave se derrumbaban cual avalancha. Un debilitado Kairos sabía que eso no la iba a detener por mucho tiempo.
Su mejor técnica necesitaba tiempo para volver a estar recargada, ya había mostrado todas sus cartas de triunfo, al menos lo que podía controlar. Tenía que improvisar, y esperaba que eso fuese suficiente, porque de lo contrario lo que se venía no podría detenerlo.
De entre los escombros se levantó la mujer furiosa, no estaban sus alas ni su cola activas, habían desaparecido como si nunca las hubiese tenido. El cuerpo de la guerrera estaba lleno de suciedad además albergar leves rasguños.
—¡Ahora sí que te voy a lastimar! —dijo mientras se pasaba el antebrazo por debajo de la boca.
Estaba furibunda y despedía un enervante instinto asesino transmutado en un aura blanquecina, como el vapor de los colosos congelados que la rodeaban.
Cerca de ella una pared cayó hecha pedazos por la embestida de un serafín de alas rotas, armado con un rifle de asalto. Cuando los dos cruzaron miradas, el autómata abrió fuego a pesar de que las balas rebotan al contacto con la piel pálida de la guerrera, quien como respuesta acortó la distancia en un instante, para acabar a la maquina perforando de lado a lado el pecho de un puñetazo, cubierto en un espeso liquido negro; había destruido el núcleo y las alas reventaron cual vidrio.
La mano salió del cuerpo que cayó inerte, y la doncella vio una imagen de no creer: otros cuatro Zealots llegaron de diferentes partes y colocados como una pared defensiva para el caballero, cuya mano izquierda materializaba un blanco círculo mágico, mientras que con la otra sostenía el hacha.
Murmurando unas groserías y un temple de acero, la mujer de negro fue a la carga sin dudarlo, subía, y bajaba las colinas de restos de la nave y nieve que se habían formado, pasando entre los rayos de luz disparados de las lanzas de los dos autómatas. Kairos se preparó para su próximo movimiento, necesitaba tiempo.
Las dos máquinas de la línea, y ver como el objetivo se acercaba de manera implacable, la confrontaron. El primero no tuvo tiempo de lanzar un golpe, al ser mandando a volar de una patada, después la mujer fue por el segundo y con un gesto lo empaló con un pilar de hielo que salió de la tierra y lo remató pateando su cabeza explotándola en pedazos.
La segunda fila no fue un problema, ella tomó una de las lanzas y la arrojó contra la cabeza de uno de los autómatas destrozándola, mandándolo al suelo. A los pocos segundos el ultimo autómata fue reducido a una triste estatua de hielo, al ser envuelto por un rayo congelante creado por la mano pálida de la mujer de negro, y de un golpe lo hizo miles de pedazos.
Con todos los autómatas eliminados, la guerrera desplegó sus alas y al tomar altura vio como Kairos estaba todavía en su misma posición, observándola desde tierra, no pensaba huir.
Los dos guerreros se miraron por unos segundos, sin medir palabra supieron que la pelea estaba por llegar a su punto culminante. Con los puños al frente imbuidos de un frio vapor, la dama alada arremetió en picada contra una presa preparada para usar su hacha, o eso quiso pretender ya que en realidad alistaba su mano para regresar cualquier ráfaga fría o golpe físico con el doble del poder, pero estaba bastante lejos de lograrlo.
La mano diestra de la mujer lo tomó del rostro, como su mano arma fue tomada de la muñeca, quedando sometido, su cuerpo fue llevado a ser estampado contra la nieve alzada por el azote de ambos cuerpos y todo se tornó blanco.
Kairos fue incapaz reaccionar para arrojar un tajo, se confió demasiado en su magia que no vio venir que sería apresado por una llave lucha tan básica, algo que no era posible reflejar al no ser un ataque directo.
Golpe tras golpe su vista se tornaba borrosa, la blanca nieve se tornaba roja por relámpagos de sangre salpicada, el brazo del hacha fue abierta por un pisotón en el brazo. Kairos pudo sentir el crujir de la armadura y el hueso, el frio dolor inundaba su cuerpo entumecido como la escarcha en la coraza.
El caballero fracasó al liderar a sus hombres, y la nave fue abatida. Los compatriotas se mostrarían incrédulos por verlo caído. Los guerreros que enfrentó y venció en esta campaña en el Paso, serían meros insectos al lado de su actual enemigo, el cual se estaba por volver su verdugo.
No se arrepentía de haber servido a Dios a y su patria, vivió de la mejor forma que pudo. Esperaba que otros soldados cumplieran la misión de salvar su país, y den fin a la guerra. En el umbral de la inconciencia, el caballero vio en su mente el flashazo de una mujer de cabellos dorados posada en la ventana de una torre en la capital.
—Esmeralda… —susurró doliente. El colgante se mecía estrepitosamente aferrado al cuello por cada golpe conectado.
Cuando los golpes dejaron de venir, Kairos se apoyó en su brazo sano y un camino de sangre escurrió de su boca. Al alzar la vista contempló como su enemigo sostenía su hacha y se preparaba para decapitarlo. Lo miraba como si dudara y eso molestó al caballero.
—¡¿A qué esperas, abismal?! ¡Acaba conmigo! —Quería morir con el honor de un guerrero.
—Se terminó… —contestó.
Aceptado su destino bajó la cabeza, para ver como el hacha cayó justo a su lado. Confundido regresó la mirada a la mujer, cuya mano se posaba en su cintura con una sonrisa ladina y sus ojos llenos de malicia.
—¿Qué? —alcanzó a decir.
«¿Acaso se burla de mí?», pensó Kairos.
—Soy muchísimo más que un abismal y tú más que un simple Nephilim —dijo al ofrecer su mano para ayudarlo a ponerse de pie, durante el pasar de un feroz viento gélido que hacía tanto sus ropajes como su cabello, en un porte de soberana del frio, portadora de una belleza sobrenatural y espectral—. He cambiado de parecer, esa habilidad de regresar ataques con el doble de poder, facilitaría el cumplimiento de mi misión y la tuya también. Podríamos colaborar, tan solo escucha lo que tengo que proponer.
—¡Primero muerto antes que traicionar a mi patria y no pienso escuchar nada de un abismal de la reina de corazones! ¡Mucho menos de uno que se mantiene oculto en las sombras, sin importarle la vida de sus aliados, y ataca cuando sus enemigos ya están debilitados! —El Nephilim no dudó en desprestigiar las estrategias de la dama del frio—. Un guerrero sin honor no tiene lugar aquí y mucho menos merece que sea escuchado.
Tomó su hacha del suelo con su mano sana y se vio tentado a atacar, hasta que sabiamente declinó de hacerlo, por la vigilancia atenta de la ejecutora.
Aun cuando en los entrenamientos los incitaban a ser ambidiestros, una práctica impuesta en todos los ejércitos del mundo; si perdías una mano en media batalla, podías usar la otra. Kairos apenas pasó esas pruebas, no era tan hábil con la zurda. Sabía que su enemiga no le devolvería el arma, a menos que ella sepa que puede volvérsela a quitar. El caballero se puso de pie con mucha dificultad, apoyado de su hacha.
—¡Que tierno! Se decía que eras un patriota pomposo, esos rumores no hacían justicia a lo que estoy viendo. En algo de te equivocas, querido —se burló esbozando una sonrisa ladina con una mano puesta en la mejilla—. No trabajo para esa meretriz chupa sangre, todo lo contrario, estoy aquí para asesinarla a ella y a sus perros falderos.
—¿De que estas hablando? —Esa revelación tomó por sorpresa al Lazariano—, intentabas matarme a mí y a mis aliados, ¿luego dices que no eres un fuego oscuro y estas de nuestro lado? No tiene sentido.
Escuchaba la explosión de la metralla en las paredes. Habían llegado los refuerzos, por lo que debía ganar tiempo y aun cuando no le daba confianza, algo en sus entrañas lo impulsaban a descubrir la agenda de esa peli azul. De ser realmente un acolito o cualquier rango rebelde, probablemente ya lo hubiese matado.
—Fue en defensa propia, humanito. Estaba cazando a mis propios objetivos y tus autómatas me atacaron primero por un descuido, tuve que eliminarlos —explicaba con una naturalidad y ternura que asustaba al caballero, parecía que lo veía como un niño—. En el proceso perdí mi mascara y coincidentemente tuviste le infortunio de cruzar camino conmigo en el momento y lugar equivocados, eso no debía pasar.
» Me encantaría explicarte a detalle… pero creo que más de tus compañeros vinieron a interrumpir la fiesta.
La guerra del exterior se intensificaba, pronto el ganador tomaría la nave y Kairos debía estar preparado para cualquier resultado posible. Se preguntaba si esta persona no es un rebelde, sería un umbra por sus trajines oscuros si es que alguien del Elysium o la capital de Lazarus la contrató o vino por un objetivo personal
—La pregunta aquí sería ¿quiénes son nuestros enemigos y aliados? —preguntó retóricamente—. No soy de fiarme fácilmente de seres del averno.
—Creo que la mejor forma para que lo pienses es que te muestre un poco de lo que soy realmente y solo así vas a darte una idea de cuál es mi agenda —dijo ya algo molesta por el sarcasmo, por lo que con las manos en la cintura jugó su última carta—. Mírame… mírame a los ojos, humanito.
La mujer lo tomó de la parte baja del casco, y antes de que Kairos pudiera espetar en protesta, acató la orden de la dominante. Vio en aquellos ojos tan azules como fuego fatuo, la naturaleza del aura y lo que vio congeló su sangre.
Repentinamente Kairos se tambaleó en retroceso como si le hubiesen disparado. Su pecho se contrajo al tiempo que su respiración se volvió poco profunda. Lo que vio lo aterrorizó, apenas podía respirar por la impresión y confirmó que esa entidad frente a él no podía ser un abismal.
—¡¿Quién eres?! —demandó.
—Alguien que puede ser tu peor enemigo o tu mayor aliado. Tú escoges. —Se alejó unos pasos dando la espalda a un conmocionado Kairos—. Cuando nos volvamos a ver espero tu respuesta y ¡ah! una cosa más… no digas nada a nadie sobre mí, de hacerlo tú y yo vamos a terminar… de discutir… y perderás la última oportunidad verdadera de acabar con esta guerra sin sacrificar inútilmente las vidas de inocentes por daño colateral.
Un círculo mágico aguamarina de bordes iluminados por una aurora boreal, se materializó bajo los pies descalzos de la guerrera.
—¿Cómo puedes estar tan segura? —Preguntó—, de ser cierto lo que eres, cabría la posibilidad de que los rebeldes tengan gente como tú entre sus filas. Nos lanzaron un titán y ahora un ejército de abismales. El pensar que uno solo puede hacer la gran diferencia, sin importar su procedencia es sinónimo de arrogancia y eso conduce a la muerte. Eso le pasó a Kaiser el dragón negro y mira cómo acabó.
—No es arrogancia, es confianza. Lo que me ha permitido sobrevivir mucho más tiempo de lo que tienes en este mundo. He pelado esta guerra antes de que siquiera nacieras… —finalizó la mujer—: esta vez voy a terminarla.
En un destello de luz, el cuerpo de esa mujer se destruyó a nivel molecular por la ecuación de teletransportación. Kairos no hizo ningún esfuerzo para detenerla, aun cuando esa magia estaba prohibida, quedó con muchas dudas respecto a lo que quería decir y sobre cuáles son sus objetivos.
Soldados Templarios armados hasta los dientes llegaron a rescatar a Kairos y al resto de los heridos. Afuera de la ruina se desataba el infierno, hechiceros daban cobertura a unas pequeñas naves y grifos, en el nublado cielo los esperaba un crucero de batalla. El rompe infiernos que escapó llegó con refuerzos.
Al estar todos abordo detonaron unas bombas que habían arrojado previamente entre líneas enemigas, al iniciar el rescate. Explosiones fueron desatadas y dejadas atrás por los supervivientes al ascender de regreso al barco volador que los esperaba.
—¡¿Cómo pudiste ser tan débil?! ¡Por tu estupidez casi la mitad de los miembros de tu tripulación perdieron la vida! —Nada más verlo, Clint tomó a Kairos del cuello y lo puso contra la pared—. Ser los elegidos del creador nos absuelve de pecado, y en la muerte nos llevará a la infinita gloria de su paraíso. Debemos mostrarnos dignos de este título al esparcir su voluntad y aplastar la herejía. Tu falta de liderazgo llevó a muchos buenos cruzados a la muerte y al retraso de nuestra importante tarea.
—Nos emboscaron… no pude… —Una mezcla entre heridas mentales y físicas evitaba que pudiese hablar con claridad.
—¡Nada de excusas! Toda la invasión al Paso fue un fracaso. Tu aeronave fue las pocas que sufrieron una pérdida total en material. De dos mil unidades, recuperaste mil cuatrocientas…—Clint expulsaba rabia en cada una de sus palabras—. Que el creador te salve de mi furia, si la mitad de nuestros hermanos no mueren por sus heridas o la hipotermia. Ellos confiaron en ti para que los dirigieras, lo que hiciste fue lamentable. ¡Somos Nephilim, estamos por encima de la elite Templaría y para expandir su fe! Si no vas a luchar por eso… ¡Entonces tu vida no significa nada!
Había instinto asesino en el aura de Clint, deseaba matarlo justamente ahí mismo. Kairos lo sabía, no pudo organizar a sus hombres como era debido cuando estaba bajo asedio. Ser un súper soldado, no lo hacía automáticamente un líder nato, seguía atado a su humanidad no importara las mejoras en su código genético y alma.
Cruzados ya se acercaban cuidadosamente para intentar detener el conflicto. Bastó una mirada desafiante del caballero de la tormenta, para que nadie interfiriera, ya que ni un centenar de ellos podrían frenar al mejor guerrero de la inquisidora de Rhodantis.
—Lo sé… viviré con eso por el resto de mi vida…una que será gustosamente sacrificada por nuestra causa en manos enemigas, no en las de un aliado. —Tomó la muñeca de su supuesto hermano en armas, lo miró con fiereza y se contuvo de cometer el craso error de perder el control—. Nuestra patrona no vería con buenos ojos que mi muerte sea por la tormenta y no en nombre de nuestra causa, si tenemos en cuenta tu historial y tus pretensiones a ser de nuevo un portador de la antorcha.
Por un segundo Kairos estuvo preparado para atacar, no importaba que tuviese un brazo colgado en una tela por las fisura en el hueso, o que apenas allá salido del tratamiento médico, odiaba a los tipos como Clint, aquellos que hacían ver a los creyentes como bastardos sin alma.
No era como ellos, siempre se repetía Kairos. No era un racista, tampoco le agradaba la idea de obligar una conversión a otros. Lo único que él quería era evitar un genocidio a gran escala y salvaguardar la tierra que lo vio crecer, junto a todos sus habitantes bajo el estandarte de su Dios, mostrando a los otros sus ideales de amor y justicia, de esa manera la gente aceptaría su palabra.
—Tienes una lengua muy afilada… —Clint lo soltó bruscamente—, espero que tu hacha sea igual para la próxima campaña. Recupérate pronto, Kairos.
Sin esperar una contestación, el caballero de la tormenta se retiró a paso pesado con los puños cerrados, bajo la mirada de todos en el pasillo.
«Siempre pago mis deudas, Clint… tenlo por seguro que te pagaré lo que nos ha quedado pendiente», pensó furibundo al ponerse de pie.
En transcurso del viaje de regreso, Kairos pidió informe de todo los acontecimientos importantes de la invasión. Supo desde lo abominable hasta lo repugnante, y el tema de los asaltos a las minas del Paso llamado recinto invernal, tomado por los rebeldes, tuvo una noticia inesperada.
—Localizamos a uno de los caballeros que desaparecieron en la primera incursión —dijo el soldado—, su nombre es Sir Clara Lichwood.
—¿La asesina de dragones? ¡¿Sigue viva?! —preguntó incrédulo y a la vez emocionado—, ¿y qué pasó con los demás soldados? ¿Alguna notica? Ella puede saber algo, estuvo entre líneas enemigas durante meses.
El soldado negó con la cabeza, en faz decaída.
—Ella no nos ha podido decir nada… ha estado en shock… lo que haya visto, la ha dejado muy tocada. No ha soltado el arma que le dimos y murmura cosas en voz baja para ella misma. —dijo—. Es comprensible. Ella fue la única superviviente… perdió a su padre y el resto de los hombres… la verdad no sé cómo explicarlo… podrá ver lo que hicieron con ellos en unos minutos. Mis más sinceras disculpas.
La aeronave sobrevoló un escenario de pesadilla, cubierto bajo las ventiscas invernales. El cantar de los cuervos resonaba en un campo de muerte en el que se situaba en un descampado en donde alguna vez hubo un bosque, se había vuelto una necrópolis de más de 10,000 prisioneros empalados, y por el frio se conservaban.
Ese bosque de muerte se había partido una vereda rodeada por extremidades destrozadas clavadas en estacas; brazos, piernas, torsos abiertos con algunos restos de miembros unidos pero nunca el cuerpo completo y tampoco ninguna cabeza.
A los pies de las altas estacas, se apilaban montañas de huesos humanos cubiertos por una mescolanza de escarcha y sangre seca. Algunos estaban completamente triturados, ninguno armaba el cuerpo entero. Faltaba material óseo. También había ropas y restos de armaduras desgarradas por algo que poseía una fuerza monstruosa.
El incremento de monstruos en el ejército ha impuesto una demanda en suministros, un problema considerable, sumado al querer mandar un mensaje a los Templarios y el excedente de prisioneros de soldados y civiles que no quisieron rendirse para pagar tributo en sus aldeas, con tal de permanecer con vida.
Dadas esas problemáticas, los acólitos pensaron en matar tres pájaros de un tiro. Las sobras de los abismales serían puestas en esa exhibición macabra, sin poner ninguna cabeza, con el objetivo de que nadie pudiese reconocer a ninguno de esos pobres diablos muertos en absoluto olvido. Todos los inhumanos aullaban por venganza tras la derrota en Tridente. La muerte de un dios antiguo y la de su gente se pagaría. El siguiente capítulo de la rebelión se escribiría con sangre.
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Está súper emocionarme