EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 01
En un taller dentro de los barrios bajos pertenecientes a Griffia, la dragona conocida como Sheila Aldibán bajaba las escaleras de piedra en un recinto de estructura arcaica, y era seguida apresuradamente por una mujer con una vestimenta que recordaba al vestido oscuro de una mucama de mangas anchas protegido por un delantal. Llevaba unas gafas de lentes rectangulares, que le daban cierto aire refinado a su pálida cara blanca, de nariz pequeña y unos labios tan oscuros como su larga cabellera de la que sobresalían un par de cuernos similares a alas de acero a los lados de la cabeza.
—Ama Sheila, le suplico que espere afuera, todavía no me ha indicado que es la hora de usted entre —dijo la pelinegra sin romper el paso con las manos entrelazada y en una posición erguida—. Mi muñequita quedó de avisarme cuando se le requiera en la fragua y yo la llamaría usted.
—He esperado suficiente, Valkiria. Mis instintos me gritan que mi turno está por llegar —dijo sin mirar atrás.
—Posiblemente mi muñequita está meritando y trazando los encantamientos en los materiales. —Valkiria seguía reacia a dejar que la dragona haga lo que quisiera—. Si usted llega de golpe así de la nada, podría interrumpirla y mermar el proceso. Cualquier distracción podría malograr su trabajo.
Sheila frenó en el último escalón para dar media vuelta, para encarar a su amable perseguidora. A pesar de la diferencia de tamaño, al igual que la posición de cada una en las escaleras, pareciese que la joven dragona por su expresión dura como la roca y ojos amarillentos que desprendían unas flamas infernales, poseía la posición dominante.
—Val, con el debido respeto… conozco perfectamente de las capacidades de María. Creo que la conoces igual o mejor que yo —expuso Sheila.
—Efectivamente —dijo acomodándose las gafas—, no tuve el placer de conocerla en su infancia como la ama Priscila. Fuera de ese hecho, conozco sus fortalecías y debilidades.
—De ser ese el caso, entonces sabrás que mi presencia ni una distracción podría afectarla, ella es impecable. —Nada parecía detener a la pelirroja—. Confío en las capacidades de mi amiga. No solo voy a hacer mi parte del trabajo, también quiero ver a María trabajar y contemplar el resultado de primera mano.
Esas simples palabras han dejado a la mucama en silencio, de ahí en adelante no podría detener la voluntad de la guardiana escarlata. Valkiria hizo una referencia y dio la bienvenida a la dragona a pasar al taller en donde el calor era plausible, no sin antes equiparla con unos lentes protectores.
El estar dos minutos en sus adentros, era suficiente como para derramar una gota de sudor; tal hecho no significaba ningún impedimento para el avanzar de Sheila.
Los ropajes de la dragona eran un top que iniciaba con un cuello y terminaba por encima del abdomen, careciendo de mangas; la parte superior de color negro oscuro hasta llegar sobre los pechos, quedando el resto de la parte del frente de color azul. Unos pantalones grises pegados, una falda azulada conformada por dos pliegues, al estar abierta a los dos lados y llegaba a la altura de las rodillas. Llevaba un par de botas color negro y dos bandas a juego para cada brazo. Este atuendo era llamado el traje de luchadora.
Paredes de ladrillos estaban abarrotadas de herramientas, alumbradas por el fuego de la forja como una hoguera en las que se reunían los otros dos miembros de las águilas de acero, junto al maestro forjador, le cual era un hombre corpulento, piel bronceada curtida por años de esfuerzo físico, calvo y una espesa barba negra de la que se asoman unas cuantas canas.
—Lo digo enserio, niños, reconozco calidad cuando la veo. Estas piezas son magníficas. —dijo el herrero llamado Brock inspeccionando las herramientas mágicas con las que va a trabajar, antes de preparar la fragua. Sus ropas eran cómodas, una camiseta sin mangas y un pantalón incorporado a un delantal de soldadura—. Hace tiempo que no trabajaba un material así de raro… esto es una oportunidad única. Puedo ofrecerles una buena pasta si me dicen donde lo encontraron.
El herrero estaba fascinado por los materiales empleados en esa hacha y en las cuatro herraduras. Cuando las vio por primera vez no pudo evitar decir “por las bolas de mi abuelo” y aceptó el trabajo de inmediato.
Brock se relamía los labios pensando en la clase de técnicas de forjado fueron empleadas, y la naturaleza de los encantamientos imbuidos en esas armas. Sabía que no podría pagarlas si ofreciera comprarlas, por lo que al menos le gustaría saciar su curiosidad sobre cómo fue que esos guardianes consiguieron semejante botín.
Las ropas de las otras dos águilas eran similares al del herrero.
—Se lo quitamos a unos monstruos que obedecían a una bruja durante la batalla del Tridente. Dejémoslo de esa manera, sin detalles. —María fue cortante cual navaja, disimulando los nervios que trae encima.
Los Einharts lo debatieron durante semanas, hasta llegar al mes. Al final decidieron que fundirían las armas de Alpiel y Frenyr, para reutilizarlas en equipamiento nuevo, por lo menos para los que pudieron invertir algo de dinero y estuvieron de acuerdo, porque este trabajo va a ser costoso.
Drake y María estuvieron especialmente nerviosos de que los Templarios no se enteraran y les quitaran sus lotes, por lo que buscaron a un forjador fuera del ejército. Las águilas de acero dieron con Brock. Tras una corta entrevista, comisionaron al herrero ya que tenía mucha experiencia con las herramientas sobrenaturales.
—Una misión secreta ¿eh? —El viejo liberó una carcajada, no era la primera vez que realizaba este tipo de comisiones, por lo que sabía a qué se enfrentaba. No iba a hacer quedar mal a su hija—. Claro, comprendo.
—Nos haces el equipo nuevo y te quedas con un poco del material, además de tu pago. —Tonatiuh reafirmo las condiciones del trabajo.
—Mantendré la boca cerrada una vez que salgan de este cuarto —dijo Brock—, no es la primera vez que trabajo con guardianes niños enredados en conflictos con sus patrones. Tengo tus diseños listos, niña. Espero que puedas seguirme el ritmo.
—Estoy más que lista… —pronunció la guardiana al colocarse una careta protectora, la cual la hacía ver como un duendecillo por su baja estatura.
La creación de herramientas encantas, requería la asistencia de un hábil hechicero. María junto a sus compañeros dieron las especificaciones de los pedidos, las cuales fueron pulidas por la experiencia el maestro forjador.
—Espero que no hayan iniciado sin mí… Ya me había impacientado, por lo que no podía seguir aguantando hasta que me llamaran. —Sheila entró en escena junto a Valkiria. En la dragona se veía un aura confiada, en una expresión arrogante como si dijera que ella es lo más importante para este trabajo—. No hay mejor acero que aquel forjado por el fuego de un dragón.
Al decir estas últimas palabras, enseñó sus manos de las que despedían unas leves flamas de calor considerable.
—Claro que no. Ya sabía que ibas a entrar en el momento oportuno —contestó María al aceptar de buen agrado el apoyo de su amiga.
La fragua se encendió, el acero se derritió en un líquido calcinante similar al magma, el cual fue vertido en los moldes. El fuego ardía abrazadoramente. Cada rincón de la habitación de piedra se iluminaba por ese resplandor anaranjado del que volaban las ascuas, por cada martillazo empleado por Brock y Tonatiuh al trabajar el acero, bendecido por los encantamientos de la mediana de ojos purpura.
Valkiria fungía como ayudante, al pasar herramientas y traer agua para los involucrados. Las flamas se alimentaban paulatinamente al recibir el aliento ardiente de Sheila, no iba a aceptar una coraza nueva que no fuese bendecido por el poder de un dragón.
Como una especie de ritual, la pelirroja vertió unas pocas gotas de su sangre en la fragua. Existían rumores sobre que el líquido vital de un dragón poseía propiedades mágicas. Había mitos sobre que los asesinos de dragones experimentaban con la sangre de esas bestias en combinación con los cristales, y renacían imbuidos por una fuerza imparable, curaban sus heridas o terminaban malditos a causa de mutaciones que los convertían en bestias.
Debido a su lado humano, Sheila no sabía si realmente provocaría un gran efecto en los materiales. Con miedo a la respuesta lo hizo, ella sabía que era mucho más dragón que cualquier otra cosa, no tenía por qué tener miedo y tampoco lo iba admitir, eso se repetía en su propia mente. Necesitaba las mejoras en su indumentaria, quería volver afuera a recibir la cátedra de Valkiria y estar preparada para lo que se venía.
La pelirroja estaba ansiosa por volver a cruzar los puños en contra de los acólitos, esta vez en mejores términos, no volvería a caer nuevamente en la derrota.
La atención de la dragona repentinamente fue robada por el revoloteo de las ascuas que danzaban airosamente como luciérnagas por la habitación, nacidas del caldero ardiente y los martillazos contra el acero.
De alguna manera, la joven se identificaba con esos luceros. Una pequeña solitaria ascua de lo que fue alguna vez una poderosa flama revoloteaban sin rumbo por el firmamento en búsqueda de otros como ella.
Esas chispas nacidas desde el núcleo de la fragua tenían una vida efímera, y se apagaban antes de tocar el techo. Por un segundo la joven escarlata temió un destino similar, perder y defraudar a sus ancestros. Aquello hizo estremecer el corazón de Sheila, aun con su larga longevidad temía no cumplir ese sueño.
En un intento de alejar esa negatividad, a la mente de Sheila vino un recuerdo pintado de nostalgia en donde recordó el juramento que hizo antes de embarcarse en esta cruzada.
…
La emoción por su primer contrato volvió las manos de Sheila torpes al preparar su equipaje, aun cuando faltaba una semana para el inicio del viaje al país del fénix.
Probablemente era el contrato más importante de su vida. No se trataba del típico contrato de baja categoría, como una escudera de rango bronce metida a la fuerza en un grupo del mismo grado bajo la supervisión de alguno de los guardianes de rango plata u oro. Tampoco se trataba de la prueba para ser una guardiana, no, nada de eso. Esta vez, iría a la guerra en compañía de otros cinco guardianes de rango planta tal como ella, al lugar donde su raza pasó sus tiempos más oscuros.
Cuando la dragona supo acerca de la misión y la asignaron para unirse a un equipo de elite por los altos mandos de Trisary, no dudó en aceptarla como su primer contrato. Sabía que el destino la invocaba, llamándola a hacer acto de presencia en esa batalla, y mostrar, con su poder extraordinario que los dragones vivían.
A pesar de la negativa inicial de su padrino, decidió dejar que su protegida vaya al ser una asignación de los altos mandos, ni siquiera él, quien era el maestro del gremio de las águilas de acero podía interceder para sacar a Sheila de esa misión, peor si ella era la que quería unirse a esa cruzada.
La dragona era advertida constantemente de que guardara silencio sobre su raza; sin embargo, la joven jamás acataba esa orden de no ser estrictamente necesario, y si algún brujo venía por ella, lo reduciría a cenizas.
Por lo general ocultaba sus cuernos durante sus viajes para no causar histeria en los poblados, no obstante, sus orejas, el color de su piel y ojos, nunca cambiaban. De todas formas, ganaba miradas muy variadas a donde sea que vaya. Ella estaba confiada en su poder, la protección de Trisary y ser acompañada por otros guardianes la ponían en un alto estatus.
Dada su naturaleza híbrida, Sheila era siempre confundida por un medio demonio o alguna alterada con delirios de grandeza; en consecuencia, no ha presentado aún ningún problema con los brujos en tiempos contemporáneos.
Sheila contemplaba su reflejo en el espejo de su tocador y en su rostro estoico, fue impresa una tenue sonrisa llena de un gran ánimo y carente de toda duda posible, orgullosa de sí misma.
Desde que fue tomada como una niña destinada, ha vivido en una casa de alta estirpe perteneciente a su padrino, muy cerca de la sede del clan en el lienzo del cielo, en el que no había día que no escuchase el rugir del despegue de las aeronaves. Comúnmente, Rafael nunca estaba en casa por sus deberes como cabeza del gremio.
El cuarto estaba amueblado con un decorativo lujoso, confeccionado para que viviera alguna dama de alta cuna, una de cuestionables modales al estar cubierta por un océano de ropa tirada en todos lados, tal cual un campo minado.
Aquella recámara en algún momento estuvo llena de peluches obsequiados por Rafael en sus viajes, ahora siendo reemplazados por algunas cabezas disecadas de diferentes bestias salvajes y huesos colgados en la pared color lila, recuerdos de la isla prueba de los hijos de la sangre.
La joven en su carrera como guardiana, iba a recolectar partes de los monstruos que derrotaba como muestras de sus victorias y colgarlas en su pared después de embalsamarlos hasta llenar los cuatro muros de su habitación.
Sheila desvió la atención al estante de madera bajo el espejo, en donde estaban amontonadas montañas de libros y viejos papiros sobre varios relatos de Terra revueltos con manuscritos de magia básica; específicamente ilustrados en la creación de runas de transformación. Algunas páginas han quedado manchadas con restos de tinta, dificultando la apreciación de su contenido.
La dragona no se consideraba a ella misma como una maga en todo el sentido de la regla, no era como María, Priscila o Rafael, quienes son conocidos como grandes hechiceros en el clan al ser graduados con altos honores en la escuela de magia en Idoniea.
La dragona meramente conocía lo esencial y lo que, según ella era lo único que requiere. No era de su interés forjarse como una hechicera u obtener una licencia para tener prestigio. La especialidad de la dama escarlata se regía por el combate cuerpo a cuerpo, usando magia de fuego mezclado con su poder nato.
Hay guerreros que creaban sus propias ecuaciones; no obstante, no por dominar una o dos magias ese individuo podía ser llamado hechicero o un brujo ya que no llevan el conocimiento de las cuatro grandes magias a sus abismos más profundos. Esa clase de individuos eran conocidos como espers.
Un hechicero era aquel mago con licencia, graduado de la escuela de magia y por ende, con acceso a recursos que una persona normal no tendría. En contraposición estaban los brujos, quienes practicaban las artes prohibidas. Son considerados como entes extremadamente poderosos y parias en la sociedad, mucho peor que inhumanos en las tierras civilizadas.
Sheila ha estado marcando con runas de transformación la indumentaria bélica seleccionadas por Rafael específicamente para ella, las cuales se volvían invisibles al realizarse el encantamiento.
Las runas de transformación fueron un invento del archivo, en la antigüedad los cambiantes perdían sus ropajes al mutar, algunas mutaciones llegaban a ser grotescas para la vista. Este encantamiento mandaba las ropas a una dimensión de bolsillo, como creaba un efecto tipo ilusión fuera de cómo es realmente una transformación y algunas lograban acelerar la mutación.
En el caso de Sheila, ella nunca ha cambiado el efecto de sus runas desde que tenía uso de razón.
La dragona tomó algunos documentos de la misión, repasando de nueva cuenta, analizando los puntos claves del contrato, específicamente sobre la persona que lideraba el culto, una poderosa bruja apodada la reina de corazones.
Como una serpiente ponzoñosa, un veneno fue acumulado en la boca de la dragona cada vez que pensaba en los brujos. No podía olvidar como uno de estos usuarios de las artes oscuras ultimó la vida de su propio padre, quien murió abrazándola, encomendándola a Rafael.
El imperio, nigromantes, el dragón negro esos cuatro factores llevaron a la gloriosa raza de los dragones, al filo de la extinción. Aquella antorcha no se ha extinguido, Sheila lo sabía, lo sentía en lo profundo y vivía con un fuerte deseo de encontrar a los suyos para su glorioso resurgir en el mundo.
De repente el cuerpo de la fémina fue abordado por un escalofrío e instintivamente alzó la cabeza inhalando profundamente, y al parpadear. Un gesto de sorpresa fue impreso en su cara al reconocer aquel aroma inconfundible: olía a una fragancia a vainilla.
El golpeteo leve e intermitente de un puño sobre la puerta entreabierta llamó la atención de la dragona, quien giró la cabeza por encima del hombro pensando que podría ser la sirvienta llamándola a almorzar, siendo su predicción un completo error.
De pie en el umbral se encontraba una mujer con el hombro apoyado en el marco de la puerta, y en sus manos cargaba una caja envuelta en papel azul y un moño rojo. Una inesperada observadora de sonrisa altiva desbordante de confianza absoluta, portadora de una belleza salvaje, hizo acto de presencia.
—¡Sarah! ¡¿Qué haces aquí?! No te esperaba —vociferó Sheila con el rostro iluminado.
—¿Así recibes a tu maestra, cachorra? Pensé que te había enseñado modales —dijo haciendo un puchero, escapándose una risita armoniosa entre dientes—. No iba a perderme el inicio de tu primera misión. Vine con toda la familia a visitar al Lienzo blanco. Carpoforo se llevó a mis niñas a ver las aeronaves, ya sabes, les emociona la idea de ver subirse a una. En fin ¿Lista para tu gran batalla?
La mujer era de piel morena, con una constitución atlética con brazos, y piernas musculosas esculpidos en arduos entrenamientos diarios, con una figura llamativa y escultural. Es de una estatura que se acercaba a los dos metros. De ojos color ámbar inclinados ligeramente hacia adentro que deslumbraban seguridad y amplia energía. Sus facciones que eran felinas mezcladas con las de un humano, al pertenecer a la raza de los inhumanos bestias de la estirpe más pura. Poseía dos cicatrices una en cada mejilla. Una larga caballera, color amarillo opaco, la cual se derramaba hasta la cintura. Poseía un par de orejas puntiagudas similares a las de un gran felino, adornados por dos pares de pendientes. Una cola larga y fina de pelaje dorado con motas oscuras, la cual salía por un orificio en la parte baja de la espalda. En sus labios esbozaba una arrolladora sonrisa de blanca dentadura, en la que destacaban prominentes colmillos, esa expresión risueña parecía permanente marcada en su faz.
Sus ropajes se conformaban por un semi vestido color bronce ajustado por un cinturón de cuero, con una chaqueta verde decorados en negro, que está algo abierta para relevar una camisa blanca de cuello con un escote que dejaba entrever sus exuberantes atributos. En las piernas, usaba un pantalón oscuro, metido en un par de botas largas a juego con la chaqueta. En sus manos portaba unos guantes que exponían unos enormes dedos en los que se veían largas uñas negras tan afiladas como cuchillos.
Ella y sus descendientes recibieron los títulos de nobleza, gobernando una ciudad y tierras cercanas. Como es tradición, rebautizaron esos lares con los apellidos de los señores, en este caso usaron los de la pareja: Nemeas Regulus.
La mujer guiñó el ojo sin borrar su sonrisa, al arrojar la retórica pregunta en voz campante a sabiendas de la venidera respuesta.
—He nacido lista, estoy preparada para lo que sea —contestó Sheila decidida.
—Me gusta esa actitud, niña. Eres mi aprendiz después de todo, mantente a la altura —dijo orgullosa la noble pasando a la habitación.
La cambia pieles la miró, percatándose de que llevaba el traje de lucha color azul. Un aire de orgullo deslumbraba sus ojos, invadidos por la nostalgia. Ese se lo dio hace unos años, era parecido al que ella usó en la rebelión de los príncipes. Es una versión nueva y acondicionada para la dragona.
«Le queda mejor ese traje que a mí…», pensó Sarah.
—¿Qué es eso? —Sheila fue picada por la curiosidad, fijando su vista en aquel paquete cargado por la mujer
—¡Es una bomba que va a explotar a menos que me dejes decorar tus cuernos!
—¡Sarah! Bien sabes que mis cuernos no se tocan, los decoraré si quiero o no. —Los cuernos son el orgullo de muchos inhumanos, considerándolos como un atractivo físico.
—¡Tienes unos cuernos hermosos! Podrías ponerles anillos o algunos grabados, mira que en una de mis orejas tengo un pendiente. ¡Los chicos se morirán por ti! Amenos que sean Templarios, ellos querrán quemarte en una hoguera… y creo que muchos en el imperio tampoco… ahí los nobles organizan orgías que no incluyen mujeres.
—Sarah… —pronunció su nombre en advertencia para no jugar con su paciencia.
—¡Venga está bien! Algún día te interesará. Es un regalo para ti, no seré exactamente tu madrina, pero eso no evita que te quiera dar un pequeño obsequio. —A la expectativa de la reacción de su aprendiz, Sarah estiró ambos brazos, ofreciendo los empaques.
—No sé qué decirte… muchas gracias, Sarah —Sheila los tomó de buen agrado, con dedos temblorosos, presa de las ansias.
Sheila siempre había tratado de permanecer seria ante cualquier cuestión como un buen soldado, fallando abruptamente cuando recibía un regalo proveniente de personas especiales para ella.
Al no contener el impulso, la dragona destapó la caja y esa modesta sonrisa en su cara, fue borrada por completo, remplazada por un gesto de sorpresa con los ojos petrificados sobre aquel presente revelado.
—¡Felicidades por tu primer contrato, cachorrita! Por poco se me escapa un “feliz cumpleaños”—dijo entre risas de enardecida emoción—. ¡En el nombre de todos los dioses! ahora la emocionada soy yo… parece fue ayer cuando eras una carajita y hoy mírate… eres toda una mujer. —Sarah parecía estar disfrutando del momento a cada segundo.
—Sarah… esto se parece a… —Sheila se dejó caer en la silla frente a su tocador sin parar de mirar estupefacta el libro, no podía ni pestañear—. ¿Esto es lo que creo que es?
Era un gran libro con tapas de hierro, con el título de “Draconarius”.
—Es una enciclopedia que habla de la historia y tradiciones de los dragones, desde lo poco que se sabe de la edad del declive cuando tenían su imperio y la edad de los héroes… —explicó satisfecha—. Es un volumen recopilatorio, escrito con puño y letra por historiadores de esas épocas. Las hojas están un poco gastadas por el tiempo, algunas partes están ilegibles, pero es auténtico. Quiero que leas más…mucha de esa información solo se podría encontrar en la santa biblioteca de Idonia en papiros podridos y amarillentos entre medio millón de información suelta.
Ante la pelirroja se ha manifestado una llave a un nuevo lado de sus raíces originales, todo en sus manos. Las manos le temblaban con duda, no puede expresar con palabras simples la cantidad de emociones que la han invadido.
Dudosa, la joven tomó el pesado manuscrito con ambas manos con todo el cuidado del mundo. Temía que en un momento a otro lo quemase por la emoción y adiós a cualquier nueva conexión con los de su raza.
La dragona observó extrañada el libro en sus manos, deslizando lentamente su dedo a través de la portada, releyendo varias veces el título queriendo estar segura de lo que estaba viendo era totalmente real.
Todavía incrédula, Sheila abrió el libro y dio una rápida hojeada. Se detenía en páginas al azar, encontrando tópicos de cosas que ya conocía y otros que no.
Sheila encontró un par de cosas que Ocelot alguna vez hizo o intentó de enseñarle, retornándola a lejanos recuerdos de antaño. Todo encajaba y daba veracidad a los antiguos textos de historias o datos que nunca antes había encontrado. Entre los textos encontró poemas que narraban las Titanomaquia, la caída del imperio dragón, y la guerra civil.
Ese libro era una jungla de paisajes hermosos y recónditos, caminos a lugares tanto desconocidos como conocidos, los últimos le hacían sentir segura pero los primeros le ensanchaban el corazón estando extasiada.
Era una carta de amor completa a los dragones, páginas de ese mundo misterioso que solo su padre le había contado con sus propias palabras. La dragona acarició las hojas pasando las yemas de los dedos en los escritos, creyó ver en ellas a su padre, “¿Qué diría él si viera este libro?” no lo sabía con exactitud.
En su razonamiento, la dragona pudo visualizar un mundo de posibilidades con aquel libro y la esperanza de “debe haber más como yo allá fuera” volvía a encenderse por la existencia de este libro, puede que todavía la historia no se acabe al concluir este manuscrito, ella todavía seguía con vida dando la posibilidad que todavía haya otros. Ese libro solo era un punto y aparte porque la historia de los dragones estaba por resucitar.
—Entonces… ¿Te ha gustado? —cuestionó Sarah con una actitud animosa al poner su mano sobre la espalda de su pupila.
—Esto es…perfecto se queda corto… muchísimas gracias —Asintió tranquilamente, con los ojos levemente enrojecidos genuinamente feliz.
—¡Tu carita, por el dios dragón! —Conmovida, la veterana se puso las manos en las mejillas hablando en un tono agudo—. ¡Tú carita! eres tan adorable, Sheila.
Sarah la abrazó de manera invasiva por el cuello.
—¡Suelta, suelta! —La dragona se molestó bastante rompiendo el ambiente e intentó soltarse, entre forcejeos hasta que por fin lo logró. Tras recuperar la compostura continuó—: por cierto, ¿cómo lo conseguiste?
—¿Recuerdas a Priscila? ella habrá dejado de ser guardiana para trabajar como profesora en Idonia. Eso no rompió nuestro contacto, hace un tiempo le pedí que me diera toda la información sobre los dragones para que pudiese entrenarte. Recientemente consiguió este libro.
Una fuerte carga de cansancio cayó en a Sarah de imaginar todo lo que tuvo que hacer su amiga para conseguir el libro, cosa que solo era eclipsada de la titánica cantidad de dinero que tuvo que pagar por esa comisión. La sonrisa de su estoica alumna hizo que valiera la pena.
Sheila hojeó el libro hasta frenar en una página al azar; era un apartado que explicaba algunas armaduras que usaban los dragones en forma humana. La dragona no era partidaria de las corazas, considerándolas en su mayoría peso muerto debido a su regeneración y resistencia sobre humana a menos que sea protección muy ligera.
En una de las páginas se mostraba un protector de espalda, el cual bajaba y subía de forma automática para dejar una abertura a la altura de la escápula. Según la descripción, esa placa se guiaba por medio de una runa que funcionaba como sensor, la cual se activaba cuando un dragón manifestaba la suficiente energía para realizar cambios en su cuerpo, respectivamente en dicha área y manteniendo una forma humanoide.
—Para mis alas… —murmuró la dragona, en un aire pesaroso, observando aquel libro causó un sinnúmero de emociones en ella—. Si tan solo las tuviese…
Esa sentencia, cayó como un rayo en la veterana.
—¡Es para cuando las tengas! Quiero decir, va a ser pronto. Estoy segura que obtendrás tus alas, tengo fe en ello. —La faz vivías y extrovertida de Sarah cayó por la borda, forzando una sonrisa nerviosa al creer que hirió los sentimientos de Sheila—… Espero que no me lo tomes a mal.
Suspiró derrotada.
—Para nada, es genial. No puedo esperar al día en que pueda usar esa placa y activarla —respondió Sheila al instante, mostrando un buen ánimo, llegando a calmar a la guardiana veterana—. Algún día, voy a desplegar mis alas y te llevaré a volar conmigo. Ese día…. sabrás que me he convertido en una dragona completa.
Sheila hablaba segura de su convicción, auto imponiéndose aquella meta.
—Estaré ansiosa para que llegue ese día… sé que pronto vendrá, tenlo por seguro.
Sarah fue invadida por una calidez sin igual, sonriendo satisfecha por el coraje y voluntad de la joven escarlata. Las orejas felinas dieron una sacudida, a la par de que la cola se meneaba; un gesto reconocido por Sheila, el cual indica que algo planeaba la veterana.
—Hace tiempo que no te peino… ¿me permites? —preguntó Sarah, con la faz juguetona de un gato.
—No creo que sea necesario, puedo peinarme yo sola —inquirió Sheila, tajante.
—¡Oh, vamos cachorra! Yo te arreglaba el cabello de niña. Ya que te vas fuera del nido, deja que lo haga por ti esta vez al menos, por los viejos tiempos. —Guiñó el ojo y un aire maléfico se encendió en sus ojos—. Y es más… si me permites agregar, aún necesitas aprender algunas cosas sobre el orden… parece que pasó un tornado aquí… Sería una tragedia si Rafael o las sirvientas se enteraran.
Las mejillas de Sheila enrojecieron; estuvo tan ocupada trabajando en las runas para la indumentaria que le dio Rafael, que pospuso por demasiado tiempo el arreglar su cuarto.
—Está bien… solo por esta vez —murmuró derrotada, dándose la vuelta, encarando al espejo frente a ella.
—Dudo que sea la última, cariño —sonrió Sarah, desbordando es chispa que la caracterizaba. Entonces se dispuso a peinar cuidadosamente la sedosa cabellera escarlata, con suma calma.
Sheila cerró los ojos, embriagada por aquella sensación cálida, atrayéndola a la tranquilidad, olvidando por un segundo su contrato. Sarah se fijó en las ropas que se encontraban en el escritorio, no con muy buenos ojos.
—Si me permites el atrevimiento, esa indumentaria que te dio Rafael no parece ser muy de tu estilo. —Sarah expuso sin tapujos aquella afirmación, sin descuidar el suave roce de los dientes del peine sobre el mar de cabellos escarlata.
—No hay nada que se te escape ¿verdad? —Las palabras de Sheila lo afirmaron todo—. Rafael quería que fuera bien protegida a pesar de mi regeneración instantánea. Quiero decir, necesito estar ligera para poder moverme con agilidad y este traje es un horno.
—Es algo sobreprotector contigo, siempre lo ha sido.
Sheila puso una mueca de bochorno, al siquiera pensar que usará ese traje y lo miró con desdén.
—No quería rechazar un obsequio de Rafael, ya sabes, se pone sentimental con esta clase de cosas —dijo Sheila, con desfachatez—. Por su deseo, llevaría una pesada armadura hasta parecer un jodido golem robusto.
—Tiene que entender que tu cuerpo expulsa mucho calor —explicó Sarah—, incluso asumo que, en algún momento, cuando tengas tus alas, te harás más resistente al tener más control de tus transformaciones y tal vez tu temperatura corporal aumente… vas a tener que aprender a controlarlo.
—Y adiós a las estúpidas armaduras pesadas —contestó con sátira, la dragona.
—Deberías usar protección ligera —dijo Sarah—, nunca está de más llevar algo de defensa. Existen materiales como el Maleficarium que pueden herir gravemente a seres sobrehumano como nosotros. Tal como los humanos, existen las armas de fuego, pero eso no borra la importancia de las armas blancas, ya que muchos seres solo mueren si les cortas la cabeza.
—Sí, claro —rodó los ojos.
—¡Listo, cachorra! ¿Qué te parece? —exclamó Sarah orgullosa de su obra. El cabello fue recogido como una gorda cebolla, cuyas patillas llegaban casi hasta los hombros.
—Es perfecto… —musitó Sheila al contemplarse en el espejo, tocándose la mejilla, ladeando la cara a ambos extremos, encantada por el resultado—. No has perdido tu toque.
—Antes de iniciar tu viaje… quisiera mostrarte algo… —dijo Sarah en dirección a la salida y al pie del umbral mientras mantenía una sonrisa desafiante—. Claro… si te crees capaz de seguirme el ritmo.
—Sabes que nunca rechazo un desafío —respondió Sheila, eufórica, despegándose de la silla.
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