El peón que cruza el tablero - 10
Desde que había abierto los ojos tenía la sensación de haber olvidado algo importante. Sin embargo, tenía otras cosas de las cuales preocuparme.
El duque me había enviado uno de los vestidos de Wendy, con zapatos y adornos incluidos. Por supuesto, estos ropajes trajeron consigo una pequeña carta escondida para mí.
«Asegúrate de ganarte la simpatía del rey. Si logras hacer que este incidente pase desapercibido, tendrás tu recompensa, en caso contrario, ya te imaginarás las posibles consecuencias».
Esa capacidad que tenía el duque para intimidar a otros con tan poco esfuerzo me daba escalofríos. Pero lo más oportuno era seguirle el juego. De todas formas, lo que me proponía hacer también me convenía.
Luego de quemar la carta, y darme un merecido baño caliente, me dispuse a arreglarme, o mejor dicho, unas criadas me ayudaron con esa titánica tarea. Aquel vestido tan bello resultó ser una trampa asfixiante hecha de mil capas de telas y artilugios incómodos. No llevaba ni cinco minutos con toda la ropa puesta y ya estaba deseando arrancármela.
Después del último retoque, me llevaron al comedor. Me costaba dar crédito a lo que veían mis ojos. Los pasillos del palacio lucían como un laberinto de espejos bastante macabro. Las varias versiones de mi reflejo se extendían hasta el infinito, y no solo eso, muchas de ellas no representaban fielmente la realidad. Había imágenes de mí misma mirándome con curiosidad y acercándose a mí sonriendo; otras muchas desplegaban todo un abanico de expresiones que no traía puestas y se movían como si tuvieran vida propia. De no ser por el guía, no solo estaría completamente desorientada, sino también paranoica y asustada.
Llegué a la conclusión de que, toda esa gran exhibición de espejismos, debía formar parte de un mecanismo de defensa, y uno muy efectivo. Cualquiera podría acabar enloqueciendo en un lugar así.
Durante la mayor parte del trayecto solo pude oír mis pasos, cosa que cambió cuando un tintineo conocido se hizo presente. Alcé la mirada buscando su origen y fue entonces que, desde el techo del pasillo, comenzaron a brotar delgadas ramas cristalinas. Todas mantuvieron su distancia, recelosas de mi presencia. Mas, de reojo, pude ver como una tímida ramita se acercaba a mi mano. Le extendí el meñique con suavidad, tratando de no asustarla. Parecía dudar entre si tocarme o no, pero acabó haciéndolo. Luego de abrazar la punta de mi dedo, no tardó en apoderarse de mi brazo a una velocidad abrumadora. Su toque se sentía frío y extraño, pero no parecía que tuviese malas intenciones. Las demás ramas siguieron su ejemplo y empezaron a enredarse en mi cabello, pies y cintura. Fue entonces que el guía vino a mi rescate.
—Basta ya, muchachas. Sé que tienen curiosidad, pero están incomodando a nuestra invitada —dijo, y con un par de aplausos logró que la mayoría se retirara. Sin embargo, la ramita del principio seguía aferrada a mi meñique—. Vamos, chiquita, ya suéltala. No necesita que la cuides, yo la estoy escoltando.
Aunque la sensación al tacto no era la misma, me recordó a la forma en la que mi hermanito solía pedirme que pasara tiempo con él. Ese nostálgico recuerdo me impulsó a desear que ese agarre se mantenga por unos minutos más.
—Señor, a mí no me molesta su compañía, así que, si no es mucho pedir, permítale que nos acompañe hasta el comedor.
El sirviente suspiró y, luego de mirarme con cierta pena, acabó por ceder a mi petición. Le regalé una sonrisa cómplice a la ramita y esta emitió haces de luz blanca. «¿Es eso una demostración de felicidad?», me pregunté.
Esa nueva acompañante me regaló un espectáculo inesperado. Creí que crecería desde el punto de su nacimiento a medida que avanzáramos, no obstante, comenzó a navegar por la pared, adelantándose a nosotros y dejando una estela a su paso. Los espejos que atravesaba, poco a poco, dejaron de reflejar mi imagen y se convirtieron en un mar oscuro. Las ukuphilas que salían a curiosear, generaban pequeñas olas que pronto ocasionaron un efecto de marea en el techo y paredes.
Como si toda aquella exhibición fuera poco, todas las ukuphilas, incluso aquellas que parecían encontrarse en la profundidad de aquel mar, desplegaron sus flores y comenzaron a brillar con hermosos colores.
Permanecí cautivada por aquella imagen surrealista hasta que llegamos a las puertas del comedor.
Tras cruzar el umbral, todo aquel show terminó. El interior de la habitación era normal y no pude evitar voltear para corroborar que, lo que acababa de ver, no había sido el producto de una alucinación. Antes de que se cerrara la puerta, alcancé a mirar por última vez ese paisaje. Cuando quedaba apenas un espacio de no más de cinco centímetros para que se cerraran las puertas, mi pequeña acompañante soltó mi dedo y se apresuró a salir del lugar. Me entristeció no poder despedirme, sin embargo, albergaba la esperanza de volver a verla cuando saliera.
Volvía a tener la oportunidad de charlar a solas con el rey, una suerte de la que no cualquiera podía presumir. Nuestro monarca era muy reservado y no solía participar de eventos sociales. Se sabía muy poco de él. Por eso decidí que, si no lograba cumplir con el encargo de Moore, al menos podría llevarme un poco de información exclusiva que me ayudara a apaciguar su enojo.
—Janet Moore saluda a la Flor del imperio.
Intuía que al rey no le gustaban las formalidades, pero no por eso iba a dejar mis modales de lado.
—No hace falta que seas tan formal, pequeña. —Me sonrió con dulzura—. Ven, siéntate, la cena se servirá pronto.
Miré a la gran mesa en toda su longitud y al par de sillas a la izquierda y derecha del rey, que estaba sentado en la cabecera. Aquella disposición me desconsertó. Según mi jerarquía, debía sentarme lejos del rey, pero no había más espacios libres que esos a su lado. Al parecer, mi incertidumbre quedó en evidencia, porque el rey me señaló la silla a su derecha.
—Este es tu lugar —dijo—. Sería difícil entablar una conversación si estás muy lejos, así que no hace falta que te apegues a los protocolos.
Asentí y me acomodé donde me indicó. Había varios platos de entremeses sobre la mesa y no me resistí a probarlos. El rey también comía en silencio y parecía estar de muy buen humor. Mastiqué despacio para así tener tiempo de elegir bien mis palabras. «¿Debería empezar con preguntas inocentes y luego guiar la conversación a donde más me convenga? El mayor problema sería lograr hacerlo con sutileza y sin caer en sitios peligrosos. Además, tengo que evitar mencionar nuestro altercado en el viaje hasta aquí, no quiero que el ambiente vuelva a ponerse incómodo», pensé.
—¿Por qué los pasillos son tan diferentes de las habitaciones?
—¿Diferentes?
—Los… ¿espejos?
—No son espejos, es la ukuphila quien crea esas imágenes. Es la manera en la que mantiene alejadas a las alimañas.
—Supuse que sería algún tipo de defensa, por lo visto no me equivoqué. —Sonreí y él me devolvió la sonrisa.
—¿Descansaste bien?
—Sí, su majestad, hasta tuve un sueño bastante extraño.
—¿A sí? ¿Y qué soñaste?
Antes de poder responder, dos extraños entraron en la habitación. Uno de ellos era un muchacho que traía puesto el uniforme de los mayordomos y usaba una máscara blanca que solo dejaba al descubierto su boca.
El otro muchacho, que apareció detrás del de máscara, me robó el aliento con una sola mirada. Sus ojos eran de un color morado que, creía, solo tendría el cielo en un atardecer estival. Él cerró los ojos y acomodó su cabello rubio mientras se acercaba a la mesa. Su ropa me sugirió que sería de noble cuna, pero no recordaba haber visto ningún retrato suyo en el libro de registro de nobles que tenía en la mansión.
Para cuando volvimos a cruzar miradas, el color de sus ojos había cambiado, ahora tenían un color miel claro, y por un momento quedé muy confundida. Podía jurar que eran morados hasta hacía dos segundos. Sin embargo, solo me convencí de que había visto mal desde un principio, y no le di más vueltas al asunto.
Él me sostuvo la mirada, lo cual me incomodó bastante. Era difícil saber qué pensaba; su cara inexpresiva no daba pistas de nada.
—Llegan justo a tiempo, traerán el platillo principal enseguida —dijo el rey con una sonrisa.
Ambos se sentaron frente a mí, pero ¿Quiénes eran ellos? Parecían ser cercanos al rey y eso picó mi curiosidad.
—¿Cómo estuvo la cacería? —preguntó el rey, y el chico de la máscara negó con la cabeza—. Mmm, ya veo. No se preocupen, ya encontrarán a ese escurridizo. Por cierto, ¿ya acabaron el encargo de Esdras?
Ambos asintieron y eso me hizo abrir los ojos de par en par. ¿Esdras? ¿El Brenin Hynaf? ¿Existe? ¿No era un mito? Mi mente se llenó de preguntas, pero no pude verbalizar ninguna. Si realmente estaban hablando de él, eso explicaba un par de cosas, como el por qué la magia seguía estrictamente regulada y la desaparición in situ de algunas civilizaciones no tan antiguas.
En todo caso, si el mismísimo rey les confiaba a esos chicos una tarea relacionada con el Brenin Hynaf, eso solo podía significar que eran parte de la élite del país o de algún tipo de servicio secreto del rey. No obstante, a mi parecer eran demasiado jóvenes como para que mi hipótesis fuera del todo correcta.
—¡Oh! ¿Dónde están mis modales? —dijo el rey—. Ella es Janet Moore. Querida, ellos son Asher y Cedric —dijo señalando al chico rubio y al enmascarado, respectivamente.
—Es un placer conocerlos. —Me incliné y les sonreí, no obstante, solo obtuve un pequeño gesto en respuesta.
«¿Serán mudos o algo?», pensé.
Luego de que el plato principal se pusiera sobre la mesa, los sirvientes se marcharon, hecho que me resultó extraño, ya que por lo general debían permanecer en la sala para estar al pendiente de su amo.
El rey continuaba su conversación unilateral con aquellos muchachos mientras yo me concentraba en la comida y los observaba con disimulo. Me percaté de algo muy curioso: el rey tenía modales muy básicos, equiparables a los de un niño. Además, era bastante selectivo con la comida. Ese comportamiento infantil no cuadraba para nada con su calidad de rey, pero en cierta forma me agradaba que fuera así.
Luego de que el último plato fuera retirado de la mesa, comenzaron los pleitos y Asher lanzó la primera piedra:
—¿Qué hace ella aquí? —dijo con una voz blanca bastante dulce en comparación a sus palabras.
—Es mi invitada de honor. El día de hoy fue ella quien salvó al ganado.
Ambos jóvenes me miraron y sonreí nerviosa.
—Fue un error de los Moore desde un principio, era obvio que debían asumir la responsabilidad de ese problema. Además, y arriesgándome a pecar de indiscreto, me parece que resolviste el problema demasiado rápido… como si ya hubieras sabido de antemano que era lo que debías hacer.
No me agradaba en absoluto que esa lengua afilada estuviera tan dispuesta a cortarme. Pero, para ser justa, no había dicho nada que no fuera cierto.
—Asher, no seas descortés con la señorita.
El regaño del rey no apaciguó la hostilidad del joven.
—Solo digo que… conociendo a su padre, no me sorprendería que todo este problema fuera parte de algún plan para obtener beneficios de la corona.
No me gustaba para nada hacia donde llevaba la conversación. El descarado no se había molestado en disimular la cizaña que escupía, estaba claro que buscaba pleito, pero yo no tenía intenciones de caer en su juego.
—Asher —Cedric alzó su voz y el chico pareció moderarse.
—Discúlpeme, señorita. Sé que mi franqueza suele incomodar, pero como verá, no soy de los que callan para complacer.
No me podía creer la arrogancia de ese mocoso ni la pasividad del rey ante sus palabras.
—Disculpas aceptadas. —Le sonreí.
Después de tantos años soportando a los Moore, me había vuelto una experta en el arte de mantener la serenidad frente a la soberbia insidiosa.
—Pero… —dije—, y con todo respeto Sir Asher, suena como si no conociera a mi padre. —Apoyé los codos en la mesa y entrelacé mis dedos—. En primer lugar, de haber sido el fruto de un plan del duque, no les habríamos proporcionado la solución tan rápido; y en segundo lugar, pero no menos importante, él es un hombre muy meticuloso y astuto. Por ende, jamás se dejaría salpicar por la mugre de sus jugadas sucias, ya que valora la pulcritud de su apellido más que cualquier otro noble del país. Lo sucedido no encaja con su forma de hacer las cosas, ¿verdad?
—¿Qué clase de hija habla tan mal de su padre? —dijo Asher, levantando una ceja.
—Los roces entre la corona y los Moore son de larga data y prácticamente un secreto a voces. No tendré el descaro de fingir ignorancia sobre este asunto. Sé que mi padre no es ningún santo, pero debo insistir en que lo ocurrido solo es un desafortunado accidente.
—Bueno, pequeña, es cierto que tienes un buen punto. Sin embargo, yo también comparto la inquietud de Asher. Así que, para disipar las dudas, ¿podrías explicarme cómo es que supiste exactamente qué hacer para resolver el problema? —dijo el rey.
Pensé en cómo podría explicarlo sin tener que recurrir a tecnicismos. Aún no había desarrollado del todo la habilidad de comunicar de forma simple mis conocimientos. Por eso intenté empezar desde otro ángulo.
—Es muy común subestimar el trabajo ajeno. Cuando mi padre le propuso utilizar mis métodos para mejorar su producción, no lo hizo con malas intenciones… creo. El problema fue que relacionó el cambio de dieta con el aumento de las ganancias y ese fue su error. La dieta es solo una de las tantas cosas que tuve que cambiar y mejorar para lograr esos resultados sobresalientes.
—¿Solo una parte? —preguntó el rey.
—Sí, solo una pequeña parte. Verá; la producción animal es una mesa de cuatro patas compuesta por: la sanidad, la nutrición, el manejo y la gen…, la sangre de los padres. Si una de esas falla, la producción decae, y en este caso la pata que se rompió fue la del manejo. Por desgracia, condenaron a esos animales a la muerte, cuando les permitieron el ingreso al potrero con leguminosas jóvenes.
—¿No eran esas plantas parte de la dieta? —preguntó el rey.
—Sí, majestad. Sin embargo, debían esperar a que estuvieran en floración para permitir que el ganado las consumiera. De otra forma, los animales mueren asfixiados.
—¿Qué tiene que ver la comida con la respiración?
—Verá, majestad. En el rumen de las vacas se produce mucho gas, y ese gas, normalmente, se elimina a través de eructos. El consumo de esa leguminosa joven, provoca espuma, y eso impide que el gas pueda eliminarse. Por eso su abdomen estaba tan hinchado. El rumen se llena de tanto gas, que comprime los pulmones y por eso les cuesta respirar.
—Parece que sabes de lo que hablas, pero aún no has explicado cómo es que supiste lo que tenías que hacer —dijo el rubio antipático.
—Estoy llegando a eso, Sir Asher. —Hice un gesto para invitarlo a callarse y escuchar—. Lo que los animales tenían se llama timpanismo espumoso, es una enfermedad bastante común en animales de pastoreo. Los síntomas son muy obvios y los cadáveres también me dieron las pistas necesarias para llegar pronto al diagnóstico e implementar un tratamiento exitoso.
Su alteza parecía satisfecho con mi respuesta, después de todo me había visto en acción y podía dar fe de que seguí esos pasos. Por otro lado, Sir Asher aún no estaba dispuesto a ponerle punto final al asunto.
—Ya que parece muy buena atando cabos, en su opinión, ¿a quién deberíamos castigar por esto?
—¿Quiere culpables? Bueno, se los daré: mi padre es culpable por sugerir el proyecto, el rey es culpable por aprobar un proyecto sin el asesoramiento adecuado, los cuidadores son culpables por su mal manejo, y para terminar yo también soy culpable por no haber instruido correctamente a mi padre sobre mis métodos de ganadería. Como puede ver, hay bastantes cabezas que puede cortar.
Por primera vez en toda la noche vi a un Asher sorprendido y contrariado. Pero no podía dejar las cosas como estaban, primero, porque mi padre iba a matarme; y segundo, porque no deseaba que inocentes tuvieran que pagar por el desliz del duque.
—Sin embargo, Sir Asher, si lo que está buscando es a alguien que pague los platos rotos, entonces tomaré la responsabilidad de lo ocurrido. —Mordí mis labios y suspiré—. Cargo la mayor parte de la culpa por haber sido incapaz de explicar correctamente cómo funciona mi proceder. Así que, como primera medida, y con la ayuda de mi padre, repondré la cantidad de animales perdidos. Además, pagaré el tratamiento de los animales afectados con mi dinero. Como segunda medida, mañana por la mañana dejaré en el escritorio del rey un plan de producción con todo lo que necesita saber. ¿Esta solución le parece acertada, majestad? —dije con seriedad, y luego le dediqué una sonrisa a Asher.
Me sentí satisfecha al escuchar a Asher chasquear su lengua.
La repentina carcajada del rey hizo que diera un pequeño salto en el lugar.
—Es la primera vez en mucho tiempo que alguien logra dejar sin palabras a Sir Asher. Es impresionante, señorita Moore… Y sí, su propuesta me parece más que apropiada.
El rey continuó riendo por un buen rato, también parecía que a Cedric le había hecho gracia el silencio de Asher.
La buena noticia era que me había ganado la simpatía del rey, la mala era que todo el dinero para mi huída se había esfumado en un instante. Estaba muy resentida con el duque, si al menos me hubiera informado sobre lo que iba a hacer, todo este desastre se habría evitado.
—¿Puedes tratar a cualquier animal? —preguntó Cedric, sacándome de mis pensamientos.
—Podría decirse que sí, sobre todos los de granja, pero aún así todavía tengo mucho que aprender.
—En ese caso, ¿puedo pedirle un favor? —dijo el rey.
—Claro, majestad.
—¿Podrías atender a mi caballo?
Antes de que pudiera darle una respuesta, Sir Asher se puso de pie, dejando caer la silla tras él, y golpeó la mesa con sus manos.
—¡Julia! ¡No te atrevas! —dijo, muy enojado, pero el rey lo ignoró completamente.
—¿Entonces? ¿Puedes? —insistió.
—P-por supuesto, majestad.
—¡Excelente! Entonces necesito que lo examines cuanto antes.
—Si no tiene inconvenientes, mañana por la tarde vendré a revisarlo.
El rey me tomó de las manos y me dio las gracias de una forma muy efusiva. Fue entonces que me arrepentí de aceptar la petición, ahora solo podía rezar porque su mascota no tuviera nada que no pudiera solucionar.
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