El peón que cruza el tablero - 11
Luego de la turbulenta cena, todos los presentes nos retiramos a dormir. En mi habitación me encontré con la ramita de ukuphila que conocí más temprano y ella pasó la noche conmigo, aferrada a mi mano.
Dormí mejor que nunca gracias al arrullo de las hojas. Aquella noche había soñado con un recuerdo de mi vida pasada, con la última vez que toda la familia almorzó junta y en paz. Fue en un domingo a mediodía, incluso aún puedo evocar con claridad, el aroma de la comida y la brisa fresca que recorría la campiña.
Como aún era muy joven me habían sentado en la mesa de los pequeños, junto a mi hermanito y primos. Me encontraba curioseando los alrededores, rememorando, a penas, los rostros frente a mí, hasta que escuché la voz de mis papás. Me tomó menos de un segundo encontrarlos. Pero, aunque lo que más quería hacer en ese momento, era correr a sus brazos, ni siquiera me atreví a decir una palabra. Temía que, el alejarme del curso del recuerdo, acabara por despertarme… y eso era lo último que deseaba.
Me quedé quieta, con la mirada fija en ellos. Por primera vez en años, pude verlos sonreír. No pude evitar preguntarme ¿qué fue de ellos después de mi muerte? Después de llorarme y enterrarme ¿pudieron volver a sonreír así? Sabía que mi mala decisión de aquella noche, probablemente, les habría dejado una herida que jamás sanarían del todo. Quería disculparme, pero, ahora, era imposible. Quería decirles que me encontraba bien, que cuando me fui no me dolió, que no sufrí, que los amaba y los extrañaba. Quería hacer tantas cosas, decir tantas cosas, que la impotencia y frustración me desgarraban el alma.
Las lágrimas comenzaron a caer y traté de limpiarlas tan pronto se deslizaban por mis mejillas. Pensé que seguiría con esa amarga experiencia hasta despertar, mas el sueño tomó un giro inesperado.
De repente, un gato saltó sobre la mesa, pausando el recuerdo ni bien sus patas tocaron el mantel. Él miró alrededor y olfateó varios de los platillos mientras lo seguía con la mirada. Cuando se cansó de husmear, se bajó de la mesa y enfiló hacia el interior de la casa. Dudé si seguirlo o no, pero, considerando que el recuerdo se había congelado en el tiempo, me convencí de que saciar mi curiosidad no podría ocasionar graves repercusiones. Después de una última mirada a mi familia, me levanté de la mesa, para buscar a aquel gato ajeno a mis recuerdos. El camino a la casa no era tan largo, pero me costó llegar a ella, debido a que mi cuerpo se sentía pesado y lento.
Al tocar el marcó de la puerta, el gato volteó hacia mí y lucía muy molesto. Su cola no dejaba de moverse de un lado a otro y sus orejitas se inclinaron hacia atrás. Me acunclillé para no lucir tan intimidante y le ofrecí el dorso de mi mano.
—Hola… panterita —dije tras mucho esfuerzo.
La cola del gato se detuvo y luego de unos instantes se me acercó. Olfateó mi mano y luego posó sus patitas delanteras en mis rodillas. Acercó su rostro al mío y no pude resistir la tentación de tocar su naricita con la mía.
—Boop —dije, y el gato se alejó varios metros, para limpiarse el rostro con su patita.
—Apreciaría que no me tocaras ¿tus padres no te enseñaron a respetar el espacio personal de los demás?
Sabía que todo era un sueño, pero escucharlo hablar con una voz tan profunda me dejó pasmada.
—Lo siento —dije.
—Así que tú eres la nueva Idylla.
—¿Idylla? ¿qué es eso?
—No es un qué, es un quién, —dijo el felino. Cuando terminó de acicalarse, volteó a verme y agregó:—Tienes el mismo brillo que tenía en sus ojos… no me extraña que la ukuphila esté tan alborotada. Pero, es un desperdicio que eso sea lo único que compartas con ella.
—Disculpe, pero no entiendo de qué está hablando.
—Descuida, estaba pensando en voz alta. De cualquier manera, no recordarás nada de esto al despertar.
Dicho eso, el gato se derritió y se desparramó por el suelo, dando como resultado un vórtice de lo que parecía estar hecho de tinta negra. Aquel remolino se expandió y de este emergió una figura encapuchada, que pronto se me acercó. El líquido negro del vórtice aún goteaba de su capa, dejando un rastro a su paso.
—Qué extraño, ¿acaso no tienes miedo? Tus instintos de supervivencia parecieran ser nulos.
Me puse de pie e intenté buscar un rostro o un par de ojos a los cuales dirigirme, pero me era imposible encontrar algo que se le pareciera.
De aquel manto negro emergió una mano humana y la extendió hacia mi. Parecía tener la intención de tocar mi cabeza, pero se detuvo en cuanto un estruendo de cristales rompiéndose y un chirrido agudo, se hizo presente. Supe de inmediato, que aquel ruido provenía de la ukuphila.
—¿Por qué estará tan enfadada? —Pensé en voz alta.
—Si supieras lo que te iba a hacer, tú también lo estarías —dijo con solemnidad.
—¿Ibas a lastimarme?
—No, solo iba a jugar contigo un rato.
La frase en sí era inofensiva, mas, la forma en la que lo dijo, me erizó la piel.
—Vuelve a la mesa, pequeña. De lo contrario, no podrás despertar, y, si no despiertas, la ukuphila se pondrá muy violenta. No tienes idea de lo aterradora que es cuando se enfada —dijo y luego rió con mofa.
Aunque sabía que no planeaba lastimarme, no pude evitar tener un mal presentimiento. Pese a ello, asentí a sus palabras y me encaminé a la mesa.
Podía escuchar sus pasos tras de mí. ¿Me seguía para asegurarse de que cumpliera con su orden? Parecía ser el caso. Antes de sentarme volteé a verlo y me horroricé al notar lo que estaba haciendo a mis espaldas. La casa y el breve camino hasta la mesa, había sido engullido por la oscuridad que se arremolinaba bajo sus pies.
—¿¡Qué está haciendo!?
—Le dije que no recordaría nada al despertar, ¿no es así?
—¡No! ¡aléjese de mis recuerdos! ¡No los engulla, por favor!
—¿Por qué?
—Porque son muy preciados para mí, se lo ruego, deténgase.
Con un leve movimiento de su mano, consiguió que mi cuerpo dejara de responder a mis órdenes, al punto de no poder articular una sola palabra. El hombre de negro levantó su dedo índice y, como si se tratase de un hechizo, me obligó a sentarme.
—No entiendo por qué razón haces tanto alboroto. Las memorias de los humanos siempre han sido muy frágiles. Este recuerdo, que tanto quieres proteger, ya estaba llenó de grietas y a punto de romperse de todos modos. —Colocó sus manos en mis hombros y siguió con su discurso:— Mira: los rostros frente a ti, se ven borrosos ¿verdad?. Ni siquiera puedes recordar correctamente los alrededores, los sonidos o las conversaciones que se dieron en este lugar. Incluso antes de que yo interviniera, el olvido ya había reclamado este recuerdo, y ya estaba destinado a perderse. Así que… no me culpes —me dijo al oído y luego de darme unas palmaditas en la cabeza, la oscuridad terminó de tragarse todo a mi alrededor.
***
Desperté cerca de las 4 de la mañana, con lágrimas en los ojos y un sentimiento de pérdida que no podía explicar. Traté de incorporarme, pero las ukuphilas, quienes habían formado una especie de capullo a mi alrededor, me lo impidieron.
—Disculpen, quiero levantarme —susurré en un sollozo.
Las ukuphilas se retiraron, pero, mi pequeña amiga estaba aferrada a mi brazo, y no me permitía salir de la cama.
—Solo tuve una pesadilla, no necesitas preocuparte tanto. Dame unos minutos y estaré como si nada —le dije, y acaricié con mi mejilla las hojas y tallos que estaban aferrados a mi hombro.
Luego de que me soltara, me dispuse a caminar alrededor del cuarto. Respiraba hondo y exhalaba lentamente, buscando ponerle fin a ese sentimiento de ansiedad y soledad que me estremecía el alma. Me encantaría decir que logré calmarme rápidamente, pero no fue así. Aún seguía inquieta cuando el reloj dio las 5. Seguía caminando de un lado a otro de la habitación, tratando de convencer a la ukuphila, y a mi misma, de que ya me encontraba bien.
Finalmente, decidí ponerme a trabajar, con la esperanza de que al poner la mente en otra cosa, lograría relajarme. Después de todo, aún debía terminar el plan de renovación que le prometí a su majestad y dejarlo en su despacho antes de volver a la mansión Moore.
Los sirvientes ya me habían dejado preparados en el escritorio: tinta, pluma y papel. Este trabajo fue fácil de hacer, después de todo, ya había pasado la etapa de prueba y error en las tierras de los Moore. Las condiciones climáticas y el tipo de suelo no variaban demasiado en un país tan pequeño como Enfys, así que, los papeles que me había traído Ewan el día anterior, me habían servido para acortar tiempos. Eso, junto con la experiencia que gané al trabajar en los terrenos de los Moore, me ayudó a diseñar un buen proyecto en tiempo récord. Luego de haber visto el estado de las instalaciones y la falta de capacitación del personal, tuve una idea aproximada de todo lo que había que cambiar, renovar y mejorar en cuanto a la producción ganadera del rey, y, aunque pulir los detalles me llevaría más tiempo del que actualmente tenía, contaba con un excelente punto de partida.
Después de un baño relajante y un desayuno ligero, me dispuse a salir del cuarto con el trabajo en mano. Ni bien abrí la puerta me topé con Sir Asher, quien venía acompañado de Cedric.
—Buenos días —les dije.
—La escoltaré hasta la mansión del duque, son órdenes del Rey —dijo el rubio amargado.
—Me encuentro bien, gracias ¿y usted? —Dije con cierta enfado en la voz.
—¿Podríamos saltar las formalidades? Tengo muchas cosas que hacer y, escoltarla, retrasa mis planes del día.
—Está bien, Sir. Disculpe los inconvenientes que le he ocasionado sin siquiera haber tenido ni voz ni voto en ellos.
Asher se limitó a apartar la mirada y, luego de una gran bocanada de aire, sonrió con falsedad.
—Disculpe, usted, mi falta de cortesía.
—Por favor, Sir, no hace falta disculparse —le sonreí, colocándome yo también mi máscara de falsa amabilidad—. Después de todo, solo está siguiendo órdenes.
Él extendió su mano, ofreciéndola para pedir permiso de escoltarme —una práctica bastante anticuada para su edad—.
—Sir Asher, como usted ha solicitado, dejemos las formalidades de lado. De todos modos, las ceremonias y protocolos, solo mermarían su preciado tiempo.
Él apretó su puño y retiró su mano. A pesar de mi leve ofensa, no se quejó y se limitó a mostrarme el camino.
Antes de irnos, le pedí a Cedric que le entregara mi trabajo al rey. Él asintió tomando los papeles y luego de hojearlos se despidió con cortesía.
***
Una vez en el carruaje, Asher y yo, nos sentamos frente a frente. El silencio estaba a la orden del día, sin embargo, él tenía algo que decir y no planeaba guardárselo.
—Julia… mejor dicho, el rey, realmente cree que usted puede ayudar a su yegua. Le sugiero darse por vencida y rechazar formalmente esa petición mientras pueda.
«Así que es una hembra», pensé.
—No sabía que se preocupaba tanto por mí, Sir Asher —le dije, y este esbozó una mueca de disgusto que se me robó una sonrisa—. Gracias por la advertencia, lo tendré en mente, pero no puedo darme por vencida sin ver al paciente primero. Descuide, en caso de no poder tratar su malestar, lo delegaré a alguien que sí pueda. Si mi ego es lo que le preocupa, le aseguro que no será un inconveniente. La salud del animal está primero.
—Como guste —dijo, apoyando su codo en la ventana y mirando hacia afuera.
Después de unos minutos, lucía más relajado. Dada su relación aparentemente cercana al rey, decidí probar mi suerte y tratar de conversar un poco más con él, con la esperanza de obtener algo de información útil.
—Sir Asher, disculpe mi curiosidad, pero ¿de qué familia noble procede?
—De ninguna ¿por qué pregunta? —Dijo, volteando a verme.
—Bueno, es que… todo en usted me indica que viene de noble cuna —dije, y él ladeó la cabeza mirándome con cierta incredulidad.
—¿A qué se refiere con “todo”?
—Desde la forma en la se arregla y viste, hasta su forma de caminar y actuar. Sus modales están pulidos a la perfección. No he conocido muchos nobles, pero su educación supera, por lejos, incluso a mis hermanos.
—Su argumento deja mucho que desear. Los sirvientes también son bien instruidos en modales y protocolos, sobre todo aquellos que son cercanos a sus amos. No debería dejarse llevar por las apariencias y prejuicios, muchas veces la llevaran a una mala conjetura.
—Si, lo sé, pero… usted tiene la arrogancia de los nobles incrustada en el alma —dije, y automáticamente me mordí la lengua.
«Que gran sincericidio acabo de cometer».
Su mirada se clavó en la mía. No podía adivinar si se había ofendido por mi comentario o no. Lo que sí tenía claro, era que tenía que arreglar mi desliz.
—Perdone, me expresé de la peor manera posible. Verá, me llama la atención que tenga mejores modales que el mismísimo rey, y que estos nazcan de usted de una forma tan natural. Incluso, en mi caso, aún después de años de intensa educación, todavía debo pensar cada paso que doy para no quedar en evidencia… por eso preguntaba —ya no sabía que más decir, así que solté una risa nerviosa.
—Prestas mucha atención al detalle, es admirable —hizo una pequeña pausa, para empapar con la dosis justa de veneno sus siguientes palabras—, es una lástima que esa virtud se vea opacada por la falta de moderación de su lengua. Debería pensar antes de hablar o un día de estos podría acabar decapitada.
Mientras la incomodidad entre nosotros crecía, rehuí de su mirada con vergüenza. Permanecí en silencio hasta que él carraspeó, llamando mi atención.
—En todo caso, ¿qué podría ofrecer como compensación?
—¿Disculpe? ¿compensación de qué?
—Pues, las horas que perderíamos con su fatuo intento de ayuda, podrían ser vitales para la supervivencia del animal y me gustaría saber si, al menos, podría ofrecer algo a cambio de ese tiempo perdido.
Pude sentir como mi presión arterial se disparaba, después de escucharlo insinuar que era una embustera. Parte de mí sabía que solo me estaba provocando y que no debía darle importancia, mas mi parte profesional, que se sentía enormemente agraviada, tomó las riendas de la situación. Al final, Asher había conseguido lo que buscaba: que yo actuara en caliente y acabara por cavar mi propia tumba.
—Sé que mi juventud podría sugerir falta de experiencia, pero creame, estoy muy bien preparada. No dispongo de dinero para reponer el caballo en caso de que muera. Pero, puedo proponerle algo que sé que desea: de verme incapaz de hacer algo por el paciente, le daré la autoridad de exiliarme del palacio de las flores.
Asher meditó en silencio por un rato y sonrió triunfante.
—Está bien, acepto esa compensación.
—Perfecto, entonces, ¿cuál sería mi premio?
—¿Premio?
—¿Qué recibiré a cambio de hacer un buen trabajo? No sería nada justo que solo usted consiguiera algo.
—Si realmente logra curar a la yegua, yo le daré lo que sea que me pida.
—La ingenuidad de sus palabras es preocupante.
—¿Disculpe? —dijo, escuchándose bastante enfadado.
—Lo que ofrece es demasiado ambiguo. Podría pedirle que hiciera algo malo o humillante. Incluso, podría atreverme a pedirle que traicionara al rey.
—No me equivocaba al decir que su lengua indiscreta la metería en problemas más temprano que tarde —dijo en tono severo.
—Ni yo me equivoco al remarcar que su ingenuidad es alarmante. Más aún considerando su cercanía al rey.
Ambos sostuvimos la mirada, ninguno planeaba retractarse de sus palabras. Nuestros egos se declararon la guerra en silencio, así que no quedaba otra opción más que afilar las espadas y preparar los cañones.
—Convengamos que: siempre que mi petición no sobrepase ninguno de sus límites y no le pida imposibles, la cumplirá sin chistar —le dije sonriendo.
—Está bien, acepto esos términos. Espero que no se retracte cuando pierda.
—Lo mismo digo.
Cuando llegamos a la mansión, él bajó primero del carruaje y me tendió la mano para ayudarme a descender. Al despedirse, besó el dorso de ésta, tomándome desprevenida.
Desde hacía un par de décadas atrás, besar la mano de una señorita empezó a considerarse como una señal de cortejo y dudaba enormemente que esa fuera su intención. Me extrañaba que, siendo tan joven, hubiera sido instruido con esos modales tan añejos y más aún, que pareciera no estar al tanto de las nuevas normas y modas de la sociedad.
—Mi Lady, vendré por usted a las tres de la tarde y la escoltaré nuevamente al palacio. Por favor, sea puntual.
—Muchas gracias, Sir Asher. Descuide me ha dejado más que claro cuanto le disgusta perder su preciado tiempo. —Me limité a inclinarme para despedirlo.
—Lady Janet —dijo, volviendo la vista hacia mí antes de subir al carruaje—. Sin importar cuanto me ruegue, no le ayudaré con Tejú.
—Y yo no le pediría ayuda sin importar cuanto me insistiera, Sr Asher.
Él ya había decidido creer que que yo no era más que una charlatana. Por mi parte, había decidido hacer añicos su arrogancia y vanagloriarme cuando él debiera retractarse de su incorrecta asunción.
Cuando subió al carruaje y se marchó, maldije en silencio mi impulsividad. Después de todo, había aceptado su propuesta sin detenerme a considerar sus pros y contras. Fue irresponsable de mi parte, pero me tenía confianza e iba a ser muy satisfactorio ver ese rostro impasible con una expresión de derrota.
Sin más dilación me dirigí hasta el despacho del duque. Como siempre, me detuve frente a su puerta para prepararme mentalmente antes de entrar. «¿Qué tocará hoy? ¿un regaño? ¿una felicitación, tal vez? Aunque eso es demasiado pedir», pensé. Pero, antes de que pudiera tocar la puerta, Ewan tomó mi brazo con fuerza.
—¿Quién era ese caballero? —dijo, con obvia molestia.
—Suéltame —dije frunciendo el ceño.
Su sonrisa se desvaneció y me soltó.
—No uses la fuerza bruta conmigo. Ya me haz decepcionado suficiente el día de ayer, deja de darme más motivos para resentirte.
—Lo siento, no debí ser tan brusco contigo y lamento haberte decepcionado, pero… solo contesta a mi pregunta, por favor —dijo apaciguando sus emociones.
—El caballero que me escoltó es Sir Asher, le sirve al rey, y este le ordenó que me trajera sana y salva.
—No lo conozco, ¿es un noble extranjero? ¿de qué familia proviene?
—No lo sé, nos conocimos esta mañana y casi no hablamos durante el viaje —mentí para que me dejara en paz.
—¿De qué hablaron?
—Nada importante, me dijo su nombre, hablamos un poco del clima y luego estuvimos en silencio el resto del viaje.
—Que extraño, parecían muy cercanos. Incluso se atrevió a besar tu mano.
—Te equivocas. El beso en el dorso de la mano es parte del protocolo de los escoltas, lo estudiamos hace ya bastantes años ¿verdad?
—Sí. Pero hoy en día ese gesto tiene otro significado. No actúes como si no lo supieras.
—Con todo respeto, no tiene nada que ver contigo.
—¿Nada que ver conmigo? —Dijo de repente, bajando el tono de su voz de forma amenazante.
—Ewan, no empieces con desplantes.
Me sujetó el rostro con con sus manos, obligándome a mirarlo.
—No es un desplante. Simplemente no me gusta que extraños toquen lo que me pertenece.
De inmediato lo abofeteé con fuerza, pero él solo sonrió con amargura.
—Espero, querida Janet, que te vayas haciendo la idea de que te casarás conmigo, te guste o no.
La mano con la cual lo abofeteé aún me picaba, pero me dolía más que todos mis recuerdos de Ewan y nuestra infancia juntos, se contaminaran con mi creciente repulsión hacia él.
No sabría decir si fue buena o mala suerte, pero el duque abrió la puerta de su estudio para recibirnos.
—Los estaba esperando —dijo Moore con seriedad.
Pasamos al despacho y ambos nos quedamos de pie mientras el duque se sentaba tras su escritorio. Cuando Ewan y él cruzaron miradas, pude sentir su mutua hostilidad.
—Me sorprende lo desobediente que te has vuelto, Ewan. Creí haberte dicho que no te acercaras a Janet —le dijo, pero Ewan chasqueó la lengua y le apartó la mirada de forma altanera—. ¡Qué descaro! ¿Cómo puedes comportarte de esa forma frente a tu padre? A estas alturas deberías saber que harás lo que yo te ordene, no lo que tú quieras. Así que no me culpes por tomar medidas drásticas —me dirigió la mirada y sentenció:— Janet te mudarás a la mansión del sur hoy mismo.
—Sí, padre —dije.
—En cuanto a ti, Ewan. Prepara tus maletas, volverás a Ríocht na Gréine. Veremos si aprendes de una vez cómo comportarte frente a tus mayores.
Ewan golpeó el escritorio del duque sin poder contener su frustración.
—¿¡Por qué me haces esto!? ¡siempre he sido tu orgullo! ¡tu hijo prodigio! solo te pido que me dejes casarme con la persona que amo, así como tú te casaste con mi madre.
—¡No te atrevas a poner a tu madre y a esa niña al mismo nivel!
Ahora que el duque también había levantado la voz, la situación no hacía más que escalar y llenar el aire de discordia.
—Eres mi hijo y te convertirás en el heredero de la casa Moore, por eso debo intervenir antes de que arruines tu futuro —el duque se puso de pie y dijo con toda mala intención—. Incluso Janet cree que es mejor que te cases con la hija del marqués Meier.
Ewan me dirigió la mirada. El duque me estaba obligando a ejercer el papel de catalizador y sabía que no me negaría por temor a las repercusiones.
—Ewan, nuestro padre tiene razón, él solo piensa en lo que es lo mejor para ti —le sonreí intentando convencerlo.
—Pero… yo te amo.
—Cuando eres un noble, casarte por amor no es algo que puedas elegir libremente. Nos lo han enseñado desde pequeños, hay que seguir las reglas —Insistí.
—¿No me quieres? ¿ni siquiera un poco? —dijo mientras apoyaba sus manos en mis hombros.
—No —Mentí.
A pesar de todo lo que me había hecho, aún no conseguía odiarlo del todo.
—Pues no te creo absolutamente nada. No hay ni una pizca de verdad en lo que dices, te conozco ¡sé que no es así!
—¿Aún no te lo ha dicho? —dijo el duque, interviniendo en la conversación—. Ella ya está comprometida con alguien más y se casará el año que viene con él.
Dicho eso, Ewan volteó a verlo con incredulidad. Su mirada se sostuvo el tiempo suficiente como para recomponerme luego de semejante declaración de parte del duque.
—¿Qué? —Ewan estaba impactado, al igual que yo.
—Janet se casará con Sr Asher durante el solsticio del Oorun del año que viene.
—No mientas, ese bastardo es solo un sirviente y apenas se conocieron hoy. Ella misma me lo contó hace unos minutos —dijo Ewan.
La mentira del duque estaba llegando demasiado lejos, pero no podía hacer otra cosa que doblar la apuesta. Con Ewan esperando una explicación, seguí mintiendo descaradamente.
—Lamento haberlo ocultado y haberte mentido, pero no quería que lo supieras hasta que fuera irrevocable. Soy consciente de tus sentimientos hacia mi y creí que ocultarlo era lo mejor para que así no interfirieras en el compromiso… Lo siento, Ewan.
—Y-yo —Ewan parecía desesperado— … aún me falta escuchar a Sr Asher ¡no me creeré nada de esto hasta oírlo de su boca! —Dicho eso, salió del despacho hecho una furia.
Cuando la puerta se cerró, tuve que aferrarme al respaldo de un sillón cercano, ya que mis piernas no dejaban de temblar. Todo lo ocurrido era mucho para asimilar. Mantener una mentira así era imposible. Hacer que Asher mintiera por mi era imposible. Mientras intentaba ordenar mi mente, el duque acarició mi cabeza y mi sangre se heló por completo.
—Buen trabajo, lo hiciste bien —dijo y luego sonrió con malicia—. Sr Asher trabaja para el rey ¿verdad?
—Parece ser parte de los hombres de confianza del rey.
—¿Volverá por la tarde? —Le asentí—. Bien. Esto es perfecto. Llama al mensajero cuando salgas. Le enviaré una carta a su majestad… no podrá negarme este favor.
—Padre ¿Es realmente necesario llegar tan lejos? Forzar un matrimonio apresurado con Sr Asher ¿no es un poco… excesivo? —dije y el duque rió suavemente.
—El fin justifica los medios, pero descuida, prometo que te dejaré divorciarte de él una vez Ewan siente cabeza y tenga su primer hijo. Cambiando el tema. Pensaba castigarte por mostrarle una imagen inadecuada de ti al rey, sin embargo, por tu colaboración de recién, lo dejaré pasar.
Ese hombre frente a mi era realmente aterrador. Nunca dejaba de sorprenderme lo lejos que podía llegar para conseguir lo que deseaba.
—Ahora dime, durante tu estadía en el palacio ¿fuiste capaz de ganarte el favor del Rey como te lo ordené?
—No estoy completamente segura de que así sea, pero me ha pedido que hiciera otro trabajo para él. Sin embargo, la mala noticia es que deberemos reponer las cabezas perdidas. Ese fue el mejor acuerdo que pude obtener, lo siento.
—Es mejor que perder nuestras cabezas —su tono de voz era de completa decepción, no estaba tan contento como quería hacerme creer.
—En mi próximo viaje a palacio, trataré de hacer un mejor trabajo consiguiendo la simpatía del rey, se lo prometo, padre.
—No, querida, no tratarás, lo conseguirás esta vez. Así que aprovecha bien esta oportunidad y no me defraudes —Se sentó tras su escritorio y empezó a hojear unos papeles mientras seguía con sus críticas hacia mí—. Siempre das problemas, pero tus resultados satisfactorios hacen que valga la pena seguir cuidando de ti. Espero que estés al tanto de lo que pasará si esos buenos resultados dejan de aparecer.
—Seré descartada si no soy de utilidad, lo sé, jamás lo olvidaría —dije, para luego morder mi lengua, apaciguando mi malestar.
—Ya puedes retirarte y no te preocupes, Sr Asher colaborará con nosotros y nuestro pequeño teatro.
Asentí, le di una reverencia y me retiré tan rápido como pude.
Me asqueaba vivir así. Complacer al imbécil del duque era complicado y una constante tortura a mi moralidad y paz mental, pero le tenía más miedo a lo que podría hacerme si lo desobedecía. Solía preguntarme si seguir con todo eso era lo correcto, si las comodidades que me ofrecía Moore, eran suficientes como para dejar de sentir repulsión por la persona en la que me estaba convirtiendo.
Fui directo al baño y me convencí una vez más de que solo necesitaba una ducha, solo una ducha, para ya no pensar en nada ni reprocharme por mis acciones. Dentro de la cálida tina, me consolaba pensando que algún día podría escapar del duque, que, algún día, podría vivir en lugar dónde no debiera herir ni mentir a nadie para poder sobrevivir.
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