EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 10
En la inmensidad del jardín de Paradys Harden, el brujo permaneció de pie, inmóvil a la merced de las oleadas del viento alzando la capa y los cabellos oscuros. Frente a él las tres tropas se detuvieron a una alargada distancia.
No llegaban a ser un ejército, podrían ser trecientos, quizás más o tal vez menos, no era algo de importancia, no planeaban ningún asedio, sin embargo, un mal movimiento desataría una carnicería y fulminaría la rebelión. Lo que sucediera en ese concilio marcaría un punto de inflexión en la guerra.
Zagreo era consciente de las posibilidades, tener distintas razas y tribus de pasados turbulentos reunidas por un enemigo en común no garantizaba una unidad eterna, peor si sus lideres apenas eran accesibles. Una mezcla de fuerza de voluntad, circunstancias e ingenio lo llevó a ensamblar esa armada conformada por refugiados, tribus, grupos revolucionarios y seguidores de la blasfemia alada en los que se conformaban señores de la guerra de las islas estelares y las tierras muertas.
El brujo estaba seguro que podía cumplir las expectativas, no tenía miedo, su respiración era tranquila y la faz desabrida. Hormiguearon los dedos cerrados en el agarre del báculo cuando en cada una de las facciones se enviaron segmentos de avanzadilla en forma de emisarios, dejando atrás a sus compañeros y enfocados en el punto de reunión neutral.
Instintivamente el comandante de los acólitos vio de reojo a Liliana a lo lejos, oculta en los árboles. Ya lo acompañó lo suficiente, no cometería ningún riesgo nuevamente. Ordenó telepáticamente que volviese a la torre y ella acotó en el acto.
En los enviados de armaduras negras, eran liderados por dos figuras a caballos alazanes. El primer jinete era un hombre alto y esvelto de porte vigoroso con cabello rubio atado en una cola trenzada, piel pálida similar a cenizas y profundos ojos rojos. Su rostro era delgado y alargado de rasgos suaves, mostrándolo de una apariencia delicada, pero con una sonrisa afilada como un cuchillo. Estaba perchado en una gabardina color cobalto en detalles plateados con algunas piezas de armadura ligera repartidas por el cuerpo y un sombrero de ala ancha. Recordaba a un elfo, debido a sus orejas puntiagudas, sin embargo, eran de un tamaño similar al humano, podría ser confundido por un media sangre, de no ser por esa aura inquietan que poseía, antinatural y funesto
El segundo jinete era una mujer con una piel pálida fantasmal notable en una figura curvilínea, era de una apariencia joven, similar rayando entre la adultez y la adolescencia. El pelo era de color vino bien peinado que le llegaba a la mitad del cuello, un flequillo derramado sobre la frente, y el cuero cabelludo teñido de blanco. Sus ojos eran grandes y redondos, de color rojo, con mejillas enrojecidas y una boca pequeña con una nariz respingada, en rasgos similares a las del primer jinete, denotando el parentesco. Llevaba un traje color gris marengo de dos piezas con botones negros, ajustado por una faja oscura unos guantes de cuero, cubriéndose invasivamente con una gruesa capa blanca de plumas de grifo protegiéndose contra el frio del mundo exterior y una gorra acolchonada sobre su cabeza. Era de una expresión tranquila y reservada, desprendiendo un aspecto inocente destacando enormemente en las filas de duros soldado acorazados. Una solitaria rosa en campo de rocas.
Eran los hermanos Dimitri y Griselda Von Stroker, acólitos y tenientes de la facción abismal. Tras la muerte de Alpiel, los que pertenecían a sus fuerzas de sangre demoniaca se unieron a esa facción.
Los emisarios de las bestias iban a liderados por un hombre maduro de cuerpo corpulento, de piel morena de cabello castaño, en el que caían dos mechones largos por encima del ojo izquierdo y una cola dividida en varias rastas cortas que llegaban por debajo de la nuca. Era de facciones duras y sobrias con una nariz ancha, con tatuajes tribales en los brazos. Vestía una camisa café sin mangas con unas correas cruzadas, ajustadas por una hebilla circular en el pecho, sujetando una gargantilla ancha que abarcaba los hombros y una faja reforzada en el abdomen que abarcaba la entrepierna. Poseía dos guantes con placas metálicas, que exponían los dedos de uñas afiladas. Se cubría por un faldón acolchonado de colores marrones de doble pliegues, sobre unos pantalones negros con unas botas de piel.
Lo conocían como Natch Lican, representante de todos los caminantes en el fuego oscuro. Todo aquel en cuyas venas corriera sangre de los espíritus salvajes y era parte de la armada revolucionaria, respondía a ese hombre.
—Thorken… ¿me copias? —oprimió el comunicador en la oreja, no hallando respuesta. «Thorken, responde», tampoco contestó el mensaje telepático. Dedujo el despertar de la reina, y conociendo el estado que debía estar ella, no podía contar con ninguno de los dos para esta fase del concilio. «Nyx, ¿estás en posición?», cambió un soldado por otro.
«En preparación, no puedo hablar, tengo que cortar la llamada si queremos que esta mierda no nos salga del culo», el mensaje retorno como un boomerang afilado, cortando a través del flujo mental.
«Risha… ¿me copias?».
Confirmado la presencia de su compañera, Zagreo intentó llamar a la druidesa, retornando esta vez el silencio y poco después se dio cuenta que no podía sentir su aura por ninguna parte.
«¡Por todos los dioses, Nyx! ¿Dónde carajos está Risha?», silencio espectral inundaba las conexiones psíquicas y por un segundo, el brujo sintió que una parte de su estrategia se extinguía.
Los soldados cada vez estaban más cerca de la zona neutral, el tiempo corría como el fuego para el brujo, debía actuar para lo que se venía y al no tener una de las piezas fundamentales del plan, debía adaptarse.
Antes de que los emisarios pudieran llegar a cruzarse, Natch inhaló profundamente el aire, reconociendo un aroma y en búsqueda del origen lo localizó allá en las tropas de negro, los cuales no podía distinguir con claridad al tener a los elfos en medio, tapando el campo visual. Estos últimos superaban en número a las otras dos avanzadillas, cuando se suponía que nada más eran una escolta y al mirarlos más de cerca notaba ciertos detalles.
Los elfos eran una barrera viviente altamente armada, y sus cuerpos estaban perfumados por un coctel de aromas embriagantes, usados como pantalla para los sentidos aumentados, más no pudo engañar por mucho tiempo a Natch.
Se adelantó al salir disparado hacia el frente hasta sobrepasar a los elfos, encontrándose cara a cara con la caballería. Rompió la seriedad al reconocer a uno de los jinetes de la facción de negro.
—¿Dimitri? ¿Griselda? ¡¿Qué mierda haces aquí?! —vociferó a todo pulmón.
Dimitri dio la vuelta, por un segundo quedó estupefacto, paralizado por la presencia de ese hombre. No lo esperaba, y mucho menos lo deseaba, estallando una colera en sus entrañas.
—¡Debería decir lo mismo de ti, animal! —La pálida cara de Dimitri se enrojeció a tal grado que parecía un tomate y los ojos ardieron feroces.
—¡¿Qué hace él aquí?! —reclamó Griselda alterada al ser abordada por la amarga sensación de la traición—. ¡¡Esto no era parte del trato!!
La furia dio camino al desorden en las facciones cruzadas, cuando Dimitri y Griselda se desmaterializaron en dos colmenas de mosquitos y polillas. Abandonaron los corceles al alzarse a los aires, atacando y se fueron sobre Natch, el cual fue protegido por una repentina barrera.
Los caballos atemorizados ahora sin dueño salieron huyendo pegando patadas como relinchos escandalizados, obligando a los emisarios de las tres facciones a replegarse, rompiendo por un breve instante la formación e impidiéndoles evitar la confrontación de los tres acólitos.
La colmena frenó antes de acercarse lo suficiente, por lo que se volvieron a materializar como dos cuerpos físicos esta vez en tierra a pocos metros de Natch, cuyos puños golpeaban la cúpula.
Los acólitos alzaron la cabeza, encontrándose con el brujo flotando en el aire, justo por encima de ellos. Los rayos del sol bañaban su espalda, envolviéndolo en sombras reflejando la luz en el dorado de la indumentaria, dotándolo de una presencia divina y descendió al suelo postrándose delante de los acólitos.
Esa la señal esperada para que los elfos rompieran la posición, dividiéndose en dos filas cubriendo ambos laterales, apuntando las otras facciones. Dimitri desenfundó una magnum de alto calibre, al verse rodeado de fusiles de los que creía aliados.
Los seres oscuros se colocaron en defensa de sus tenientes, empujando e insultando a los elfos para que se alejaran. Los cambia pieles hicieron lo propio en protección de su señor, y algunos trataron de reventar la prisión energética que lo retenía, sin éxito. Ninguno parecía ceder a la voluntad del otro a la vez que nadie se atrevía a apretar el gatillo.
Algo oculto se cernía en esa traición, los elfos fueron capaces de abatirlos usando a sus brujos de la primera oleada en el acto sorpresa, y no lo hicieron. Se limitaron a tenerlos quietos bajo la amenaza de los cañones de las armas. Los tres señores de la guerra lo notaron.
—¡Todos tranquilos! No hagan nada a menos que lancen la primera agresión —ordenó Griselda para mantener el orden—. ¡Exijo saber que está pasando! ¡No se suponía que Natch estuviese aquí!
—Nada personal, señorita Griselda. Por favor bajen sus armas y guarden la calma. No habrá ninguna matanza si ustedes mantienen la distancia. —contestó un elfo apuntando su rifle a todo aquel que no fuese de sus emisarios—. Son órdenes del supremo, no permitiremos una guerra interna.
—Si quieres permanecer con tu cabeza entre tus hombros, será mejor que dejes de apuntarle a mi hermana, bastardo.
Una falta a Griselda, era precedida por la sed de sangre de Dimitri y en la que los ojos brillaron cual rubies, mostrando los prominentes colmillos inhumanos en un gruñido animalístico. Estaba al filo entre un hombre y una monstruosidad asesina, contenida por un absoluto control. El miedo fue sembrando en los elfos, quienes retrocedieron y debido a su entrenamiento al ser algunos ex soldados del Libre pensamiento, no salieron huyendo despavoridos.
—¡Esto es entre la sanguijuela rubia y yo! —exigió Natch todavía tratando de romper a puño limpio la ya agrietada prisión—. Puedo manejarlo por mi cuenta.
—¡En el nombre de los antiguos dioses, les ordeno que frenen esta locura antes de que empiece! —La fulminante voluntad de Zagreo se impuso en toda la orden, muchos bajaron las armas, enfocados en prestar atención a su señor.
—¡Me engañaste, cabrón! —Natch fue el primero en hablar. No temía en confrontar al brujo, no importando la diferencia de rangos—. ¡Dijiste que esa maricona de Arcanote no aparecería en este negocio! Sabía que meter a esas sanguijuelas era una mala señal. ¿¡Acaso olvidaste lo de Valemorth?! ¡Lo que le pasó a Argos, Percy y a todos esos buenos hombres y mujeres que dieron sus vidas para darnos una oportunidad! Se suponía que debía cubrirnos y hacer sonar la alarma, pero el muy bastardo huyó con el rabo entre las patas.
—¡¿Cómo osas llamar de esa manera a mi supremo señor Zagreo?! —Estalló Griselda en colera, agresivas venas aparecieron en la prominente frente, tal cual gruesas grietas en el concreto. Liberó un quejido similar un gato, con los colmillos al aire y los ojos rebosantes de odio—. ¡Debería arrancarte las bolas y obligártelas a tragar! ¡¡Por amor al viajero!!
Los inhumanos que la acompañaban liberaron un quejido de sorpresa, soltando susurros y cuchicheos en los que reprobaban el arrebato de la vampiresa.
—¡Por amor al…! —Cortó—. ¡Fue una expresión! ¡¿okey?! Una jodida expresión. Las viejas costumbres nunca se olvidan.
Zagreo detuvo cualquier intención de Griselda por defenderlo al alzar la mano. Dimitri aprovechó el respiro para encender un cigarrillo, manteniendo la atención en Natch, por si se liberaba de la prisión.
—Tuve mis motivos para ocultarlo, Natch —protestó el brujo—, esta operación no podía realizarse sin el apoyo de todos los acólitos. Por eso reuní a toda la banda.
—¡¿Mi culpa?! ¿Crees que lo que les pasó a nuestros compañeros no me dolió? —Indignado no dudo en soltar su propia colera. Estaba preparado para disparar una vez que la barrera desapareciese —. ¡¡Tú eras el que tenía el liderazgo de ese grupo y yo tenía el mío!! Tenía heridos después de nuestra última escaramuza, tuvimos que retirarnos antes de tiempo. ¡Tú falta de control… casi nos costó la vida en Valemorth! El único culpable aquí fuiste tú, puto animal de mierda.
—¡Mi único error fue confiar en ti, sanguijuela! No eres diferente a los otros vampiros… — Contraatacó Natch, y las runas de transformación del traje titilaban—. Solo les importa ellos mismos, tuviste un momento de debilidad y nos abandonaste.
—Por tu propio bien y el de tu prole será mejor que fulmines esas runas. —Amenazó Griselda al acolito—. Si te atreves a cambiar de piel no me hago responsable de lo que pueda ser capaz de hacer.
—Típico… —Natch se burló con descaro—. Necesitas de tu hermana para protegerte. No importa puedo contra los dos a la vez.
Ese reto sobresaltó a los emisarios de cada facción, que sacó un quejido angustiante a cada uno de los inhumanos, y prepararon las armas al ver como tranquilamente Dimitri acortó la distancia frente a Natch encerrado en la esfera, quien ordenó a todos sus soldados que lo dejaran pasar.
Ambos hombres quedaron a menos de un metro de distancia, podían sentir sus respiraciones. Dimitri debía alzar la cabeza para poder ver al opositor y con una mueca burlona exhaló una humareda de mal oliente tabaco a la cara de Natch, dejando atónitos a los presentes.
Todo elemento gaseoso podía pasar a través de la barrera, permitiendo a su cautivo respirar normalmente, por lo que pudo recibir el insulto del vampiro. Aspiró ese asqueroso olor del tabaco, causando una rabia homicida contenida a duras penas a punto de explotar y cuando estaba por arrojar un golpe tan fuerte que traspasaría la cúpula y con suerte impactar en la cara de su enfoque de odio, alguien se interpuso.
—¿Terminaron de discutir o van a comenzar a destruir todo lo que hemos construido a base de sacrificios? —Zagreo, quien estuvo observando en silencio de brazos cruzados observando el desahogo de los acólitos, por fin intervino de tal forma que rompió el aura asesina de los tres contendientes, extrañados ante ese comentario.
—¿Perdona? —preguntó Dimitri.
—Venga, empiecen. Una vez que arrojen el primer golpe, todos sus soldados lo harán y me veré obligado a defender mi hogar, de esa forma nuestros enemigos que nos rodean por todos los flancos habrán ganado. —Carente de toda duda, los desafió en sangre fría—. Nuestros hermanos caídos, la caída de Drakonis, la pérdida del Tridente, la muerte de Frenyr, la de Alpiel, lo de Valemorth y todo por lo que alguna vez luchamos morirá por su pleito.
Bastó ese pequeño discurso como para retornar la razón a los tres acólitos, dejándolos callados y pensando sobre la severidad de sus actos.
—¿Mi señor? —Griselda fue la primera en recuperar la compostura, ella podía llegar a ser menos errática que su hermano dada su lealtad al soberano—. Podría por favor explicarse. Mi hermano y yo juramos seguirlo hasta el mismo infierno, y para eso requerimos que se nos cuente absolutamente todo sobre nuestra misión de recuperar Drakonis.
—Como lo dije antes, iba a necesitar a todos nuestros miembros. —Zagreo se sinceró completamente—. Esta operación no iba a ser fácil, no podía prescindir de todos los aliados que podía conseguir. Para encender la chispa de la rebelión de inhumanos, necesitaba leales tenientes que fuesen de esas razas.
—¿Por eso me mantuviste asaltando campos de concentración? —Para Natch todo tenía sentido ahora, por qué estuvo fuera de la batalla del Tridente, lo enviaron a seguir liberando a los esclavos, avivando la flama de la revolución. Llevó a niños y ancianos a refugios, y a todo los que pudieran pelear los enlistó en la horda, lejos de las principales batallas—. Con razón nunca vi a Dimitri o a Griselda o a sus soldados, enviaste a las sanguijuelas a la vanguardia.
—Sigue llamándonos así y te desgarro la yugular. —Dimitri no toleraba esa etiqueta, considerándola una bajeza imperdonable.
—Los abismales son una fuerza virtualmente imparable, equiparada a los cambia pieles, Natch —explicó Zagreo—. Los hermanos Stroker tienen seguidores, y junto con Alpiel me ayudaron a reclutar a seres oscuros de distintos lugares, amasando poder bruto a nuestro ejército. Si los mantuve separados fue para que este evento no sucediera, y aun cuando logré estabilidad, a la larga lo pagaría… lo sucedido en el Tridente es la prueba de eso.
—¿Qué quiere que hagamos? —Dimitri no imaginaba un escenario en el que pudiese luchar codo a codo con Natch otra vez—. ¿Darnos la mano con una sonrisa y olvidar lo de Valemorth? Estoy considerando juntar a mis abanderados y dar marcha atrás en búsqueda de algún Gueto o volvernos mercenarios para alguno de los credos. No tolero este tipo de secretos.
—¡Hermano, piensa en lo que estás diciendo! —Griselda intervino, poniéndose del lado diplomático del supremo, al comprender aquel mal necesario—. Seremos cazados como animales al intentar salir de Lazarus, no nos queda otro lugar a donde ir, no para seres como nosotros. Si huimos, realmente le estaremos dando la razón a Natch.
Dimitri maldijo entre dientes, invadido por ese sentimiento funesto y pesado al ser consciente de lo atrapado que estaba. Ganaban la guerra o perdían todo, era una apuesta de la que era imposible retractarse.
—Todo lo contrario, de los errores se aprende y en memoria de todos los caídos terminar lo que hemos empezado, nuestra propia nación en el que los inhumanos seamos libres, recuperar lo perdido. —Zagreo seguía impávido—. Nunca olvido mis promesas, como espero que tampoco los conflictos personales nublen el sentido de lealtad. Quiero saberlo de ustedes y ahora mismo ¿siguen dentro?
Los hermanos se avizoraron mutuamente, tomándose de las manos buscando el apoyo y concejo del otro. Quedaron en silencio, no hubo ninguna palabra para objetar a sabiendas de lo que necesitaba como ansiaban.
—Estamos dentro… —Griselda habló por los dos.
—¿Y tú, Natch Lican? —Zagreo iba por el orgulloso teniente—. ¿Cuál es tu elección?
—¿Hay avances? —interrogó severamente, en duda de si seguir por ese camino o no—. Y no hablo de la guerra, sabes perfectamente a que me refiero.
—Tú eres el que puede leer mi pulso cardiaco. Sabes que no miento. —En toda confianza Zagreo puso la mano en el brazo del acolito—. Confía en mí. Sigo trabajando en una manera de curarlo, voy a un ritmo lento al dirigir a mis ejércitos. Podrías facilitarme el trabajo si accedes a colaborar de una manera. Comprendo tu sentir. Daríamos la vida por aquello que amamos, lo que nació de nosotros. Nadie más debería sentir el dolor de verlos irse primero.
Esa afirmación tomó por sorpresa a los dos vampiros, al tener a Zagreo como una figura eminente, todo lo contrario, como podrían clasificar a Lican, aun cuando era un formidable guerrero, cuya prisión colapsó en miles de pedazos cual vidrios en una lluvia tenue que al tocar ya sea al cambia pieles o el suelo, desaparecían. Al ver esto, tanto vampiros como bestias se pusieron alzaron las armas, preparados para lo que se avecinaba.
—Si es así… —El semblante serio de Natch se ablandó, las palabras del supremo atravesaron la piel y tocaron el alma. Cabizbajo guardó silencio, tomándose unos segundos para pensar su próxima acción—. Te seguiré por el momento, siempre y cuando Dimitri se mantenga al margen.
La aceptación dio paso a la calma en la zona neutral, el conflicto de los emisarios fue evitado.
—¿El salvaje hablándole a un caballero sobre lealtad y orden? Debo estar desesperado para acceder a esta locura. —pronunció sarcástico y a la vez ofreció la mano enguantada—. Lo que más debe impórtanos ahora… es evitar que ejecuten a Risha.
—Por un enemigo en común e intereses compartidos se hacen alianzas extrañas… —Natch aceptó el trato en suma cautela—. Después de eso, veremos que sigue. Este juicio es primordial, estoy de acuerdo en proteger a Risha, ella hizo su mayor esfuerzo y aun cuando falló supo cuando retirarse. Sigue siendo nuestra amiga, no pienso abandonarla en su momento de mayor necesidad.
—No llegaremos los extremos con respecto al juicio, ¿Verdad mi señor? —Griselda esperaba tener al brujo del lado de la druidesa, tal como los tres acólitos lo estaban a pesar de las diferencias.
—No puedo prometer nada todavía, necesito saber primero donde se encuentra Risha. —Ese era el misterio que ha tenido al brujo consternado, si podía saber de alguien que podría conocer la ubicación de la druidesa son los acólitos—. No pude sentir su presencia por ningún lado, si falta al juicio no podré protegerla de la ira de Mahou y los elfos.
Un belicoso escándalo llamó la atención del brujo, descubriendo como la cólera y la frustración acumulada en las tropas dejadas atrás, se acercaba a punto de quiebre. Contagiados por el arrebato de sus lideres, abismales, y cambia pieles se gritaban insultos racistas y amenazas de muerte. Se echaban la culpa por la pérdida del titan, la caída del Tridente y sucesos de épocas pasada venidas desde la edad de los héroes.
Faltaba poco para que el jardín se tiñese de sangre, querían un culpable y destrozar al objeto de odio. Los elfos fungieron de mediadores al ser colocados entre ambas tropas, los brujos proyectaron campos de fuerza, deteniéndolos tal como Zagreo previó.
—¡No vamos a cambiar un amo por otro! —Vociferó una mujer de características felinas—. Antes de los humanos nuestra gente era subyugada por los vampiros, drogándonos y manipulando nuestra mente para volvernos monstruos irracionales haciéndonos pelear entre nosotros para su propia diversión o usarnos como armas. ¡¡No regresaremos a esa época!!
—No tenemos problema con trabajar con otro tipo de abismales, pero los vampiros se pueden ir a joder —se le unió un segundo bárbaro con una capa de piel de oso.
—¡Ustedes atacaban nuestros recintos, robando nuestra comida! —gritó iracundo un vampiro—. Saqueaban nuestros hogares, violaban a nuestras mujeres, no eran otra cosa que bárbaros cuando tenían libertad. Solo nos juntamos y los sometimos como los animales que necesitan ser controlados.
—¿Me estás jodiendo? Ustedes los vampiros son lo peor de los abismales. Lo único que los hace especiales son lo cucarachas que son —clamó colérico uno de los cambia pieles—. Son carne de cañón… el resultado de un experimento fallido que se expandió como una asquerosa enfermedad venérea.
Una clasificación que englobaba a los abismales, bestias y otros seres capaces de transformarse, eran cambiantes y la primera fila de seres pegados a los muros de energía tomaron formas monstruosas, golpeando y rasgando esas barreras, era cuestión de tiempo para que se rompieran.
En el lado de las cambia pieles eran gigantescos animales cuadrúpedos o híbridos a dos patas. De los abismales tomaban la forma de grotescas monstruosidades quiméricas, similares a entes carroñeros u otro tipo de seres amorfos, de enormes fauces repletas de colmillos y extremidades colosales que podrían partir en pedazos a un ser humano como si fuese un muñeco de trapo.
La situación se acercaba al filo de lo insostenible, los fieles a Zagreo no retendrían por mucho tiempo a los vampiros y a las bestias. De un momento para otro, de entre los elfos fueron disparadas al aire múltiples objetos oscurecidos, arrojados desde puntos no visibles para ninguno de los presentes.
Pudieron distinguir lo que eran esas cosas cuando se quedaron suspendidas a cinco metros del suelo, eran cabezas decapitadas de marionetas de bebés humanos, de piel azulada de aspecto deplorable, no tenían ojos, las cuencas eran dos profundos orificios negros y temblaban cascabeleando, como si tuvieran algo en el interior cual huevo a punto de eclosionar.
Aun cuando carecían de visión, el semblante inanimado y sombrío de aquellos artilugios se enfocaba en las dos divisiones, de las que algunos se vieron extrañados por tal estrategia de los elfos, y esa sensación se elevó cuando varios de sus compañeros emitieron gritos de terror ya que muchos de los soldados presentes, participaron en la incursión del Valle crepúsculo.
Entonces la vieron, los elfos abrieron el paso a una mujer muy alta, tanto que el mismo brujo llegaría a apenas a la mitad de su torso. Su piel era muy pálida, casi blanco cual algodón, pero no mostraba desnutrición alguna, sino todo lo contrario, poseía un cuerpo digno de una diosa de la fertilidad.
Cada rincón de su figura despertaba la lujuria de muchos de los seres masculinos que la rodeaban: elfos, abismales y bestias. Su indumentaria era un vestido oscuro con una abertura grande correspondiente a la pierna izquierda, exponiendo hasta el muslo. Llevaba unos guantes y botas negras con símbolos rúnicos. El rostro era tapado por un yelmo plateado que dejaba ver unos labios negros, no parecía algo que se usase para el combate y mucho menos se veía equipada para una batalla.
—Caballeros, les sugiero que bajen las garras y las armas si quieren permanecer en una pieza… —La amabilidad enmascaraba resonaba en una burla maliciosa—. Por mi fuerza resístanse, me muero por probar alguno de mis nuevos juguetes. Eliminar a unos cinco o diez alborotadores para dar un ejemplo sería hasta beneficioso para nuestra organización.
—¿Quién es esta golfa? —intervino un abismal en forma de reptil cuadrúpedo—. Nunca la vi antes y tampoco escuché de otra bruja aparte de Risha entre los acólitos. ¿Al menos se toma enserio este trabajo? Mírenla, se viste como una ramera en una guerra.
—¡¡Todos retrocedan!! —Impuso una bestia a sus compañeros—. ¡La vi en el Valle Crepúsculo! Esa bruja lideraba a las semillas negras, despedazó a todos los Templarios que se le vinieron encima y derribó varias fragatas en pleno vuelo.
—Es porque no soy una acolita… —Reveló la bruja al borde una carcajada—. Pueden llamarme Nyx, formaba parte del aquelarre de la luna sangrienta. Creo que ustedes lo conocían, era el gremio que servía a la blasfemia alada y claro… Mahou y Zagreo eran parte del grupo.
Los inhumanos que rodeaban la zona quedaron consternados, no podían creer que esa bruja se dirigiera a los dos señores de la guerra del fuego oscuro por sus nombres, considerándolos iguales a ella.
Comments for chapter "10"
QUE TE PARECIÓ?