EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 9
—Mi valiente señor oscuro, camina solitario en un sendero ya escrito. —Cantaba Liliana al pasear en los campos. En una voz armoniosa y calmada recitaba las notas embellecidas por una suavidad comparable a la piel de un recién nacido—. En brumosas tinieblas que cubren el destino, cargando aquel poder maldito sobre el hielo quebradizo, alimentado por tu fuego interno de coraje que te aviva, haciéndote invencible contra cada reto imposible.
Un infinito campo de orquídeas y arbustos de peonias se elevaban a las pantorrillas, apartándolas al avanzar sin rumbo, al rosar las yemas de los dedos en los pétalos de las flores. Las plantas tronaban, quebradas ante el pesado paso de las botas.
Perdida en sus pensamientos cantaba al cielo, regocijando el corazón. Los gentiles vientos frescos agitaban los pliegues de la falda. Los mechones dorados se revolvían acariciando la tez blanquecina. En lugar de ser un impedimento, la reconfortaba.
—Derribando los muros con tu espada en mano, en sus palmas las almas que se lamentan por sus pecados, estando en la morada de reyes de ébano, quienes acechan en abismales penumbras manchadas de secretos y misterios. —Ascendía y descendía los pequeños cerros del interminable jardín hasta donde alcanzaba la vista, los árboles se esparcían en los alrededores, acomodados de tal forma que el sendero estuviese abierto de amplias dimensiones—. Guerra y locura se expanden en cual letal plaga imparable, ahí es de donde proviene el mal. Oh, mi amado señor oscuro, ha llegado tu momento… camina solitario en un sendero ya trazado que no tiene fin.
Alzando la cabeza centró la atención al antinatural firmamento, un infinito cielo estrellado como ningún otro. Una noche iluminada de estrellas salpicadas y esparcidas en el gran velo azul oscuro gobernada por la luna en medio menguante de un amarillento resplandor fantasmal, tan grande que pareciese que el cuerpo celeste estuviese a pocos metros por encima de los campos, movidos ante el soplar de la briza.
—Una letra agresiva… —Resonó una voz tan áspera como afilada, tal cual una roca tallada y convertida en punta de lanza—. Sorprendentemente tú la vuelves hermosa.
—Deprimente sería lo correcto…. quizás eso la hace bella. —Liliana inclinó levemente la cabeza por encima del hombro, hallando a su amado padre, Zagreo—. La encontré escrita en uno de los viejos libros del laboratorio, me pareció muy bonita y se me ha pegado.
En el corto tiempo de vida, Liliana se ha visto interesada en las notas musicales e historias de corte trágico. De cierta forma, en ese sentimiento de tristeza trasmutado en las oraciones la atraían al sentirse identificada.
—Podrías aprender a cantar a la vez que tocas el piano, patito… —El brujo se acercó a su hija, colocando la mano en la espalda de su hija, abrazándola y ambos mirando el cielo—. Eso alegraría mucho a tu madre.
—Algún día tal vez… —Liliana tragó saliva al imaginar las horas de practica que debería invertir. No era capaz de negarle nada a sus padres, era una tarea imposible para ella, más podía aplazarlo lo más posible, a sabiendas que tarde o temprano cederá. Desviando el tema toma la mano del brujo, entrelazando los dedos—: estoy muy feliz que me dejaras acompañarte… ni con el telescopio he visto un cielo parecido… es… hermoso.
Tardó en buscar la palabra que pudiese describir lo que su alma atestiguaba. Los ojos esmeraldas se iluminaban al contemplar el firmamento nocturno, brillante y majestuoso del que caían estrellas fugaces.
—Qué bueno que te guste… —Afirmó orgulloso—. Era un proyecto que realicé hace muchos años, y tenía tiempo de no usarlo.
—¡Creo que puedo reconocer las constelaciones! —expresó animada, deseosa por ganarse las adulaciones de su padre—. ¡Allá se encuentra el dragón blanco y esa de ahí es el fénix!
—No escatimé en detalles… —Zagreo revolvió los cabellos de la chica y alzó sus manos, mostrando unos guantes recubiertos por un exoesqueleto en el que se unían en unas joyas purpura justo por debajo de los nudillos—. ¿Quieres ver un truco?
—¡Claro!
Zagreo hizo un ademán con ambas manos, como si apartase unas cortinas y tal movimiento hizo que el tiempo en el ambiente se moviera a una velocidad acelerada, la noche y la luna sucumbieron abruptamente, trayendo la luz de un amanecer soleado repleto de blancas nubes. Lo que debieron ser ocho horas, se redujeron a pocos segundos.
Liliana estalló en asombro en un grito retenido por sus manos, emocionada y maravillada ante el poder aparentemente ilimitado de su padre.
—¡De nuevo, por favor! —rogó ansiosamente—, ¡Quiero verlo de nuevo!
—Puedo hacer algo mejor… —Zagreo chasqueó los dedos y el cielo volvió a estremecerse ante su capricho.
No hubo día o noche, las estaciones fueron remplazadas por la encarnación viva del océano. Era como si el jardín estuviese en las profundidades del mundo marino, peces de distintos tamaños y colores nadaban como si fuesen aves. Torrentes burbujeantes se elevaban y el firmamento era iluminado por los rayos traslucidos de un sol que traspasa las pacificas aguas.
La ambientación no borró el oxígeno, y la gravedad se mantuvo intacta. Seres terrestre y marinos coexistían en armonía en esa realidad abstracta.
Liliana no se contuvo, corrió con los brazos extendido como si jugase a los aviones, riendo de felicidad intentando alcanzar los peces. Mencionaba cada uno de ellos, identificándolos para su padre, quien tranquilamente asentía con la cabeza, hasta se hacía el ignorante meramente por complacer a su hija y elevar su ego. Era una niña muy inteligente, culta al formarse por las interminables horas de estudios, Zagreo no esperaba menos de ella, era su hija.
«Te debo tu infancia, Liliana… espero que con este espectáculo pueda darte un poco de alegría y consuelo», razonaba Zagreo al verla jugar. Conocía que ella quería salir al mundo exterior, y este escenario era lo más cercano a cumplir ese anhelo.
El brujo se aseguró de que esas aguas fuesen el lado pacifico del mundo profundo, de criaturas marinas de apariencias hermosas y dóciles de tamaños pequeños. Dejó pocos ejemplares de gran tamaño que no sea un espanto para la joven, quien alzó las manos al ver como una ballena azul pasaba por encima de ella, cubriéndola son la sombra.
Era un escenario antinatural, el mero rose de los dedos con uno de los defines era atravesado como si estuviese hecho de agua, un fantasma. Los seres marinos no sufrían ningún daño, seguían su camino sin ninguna emoción nadando de un lugar a otro ignorando a los seres terrestres, y tampoco interactuaban mucho entre sí, eran una ilusión.
Zagreo volvió a materializar un nuevo ambiente, trayendo una nevada serena. Los campos de flores se tiñeron de blanco. Liliana se dejó caer de espaldas en el campo, y abrió su boca para probar los copos de nieve. La temperatura descendió pertinentemente a poco de que la joven necesitase abrigarse, un efecto inconsistente a ese invierno.
Todo era falso, más no el amor de Liliana y por eso seguía apegada a pasar ese ameno rato al lado de su padre.
—¡Me encanta este lugar! Es mucho mejor de lo que llegué a recordar —vociferó emocionada al mirar el cielo—. ¿Por qué no me habías traído aquí de nuevo?
—Eras una nenita en ese tiempo, Liliana… —sonrió el brujo sentándose en la hierba—, debido a nuestros viajes teníamos que movernos constantemente.
—Si pudiera escoger un lugar definitivo para quedarme, sería este. —No lo dudó ni un segundo y un aire de nostalgia la recorrió repentinamente. Se sentó en la nieve, cruzando sus piernas—. Eso si… no puedo evitar extrañar un poco mi antiguo hogar en la herradura, ya había pasado casi un año ahí y me estaba acostumbrado.
—Si… fue complicado… —El semblante de Zagreo se tornó serio, hasta el punto en que llegó a inquietar a la muchacha al notar fiereza en los ojos jade de su padre—. Quería que te quedaras ahí hasta que acabase la guerra… no era mi deseo exponerte a una emboscada en el transcurso del viaje. Maldigo que no haya podido romper los Geas de la ecuación de teletransportación para ir más de una persona.
El brujo apartó la atención, enfocándose a la aparente nada del mundo invernal. Los puños se endurecieron marcados por gruesas venas ardientes como la furia de no haber podido evitar inmiscuir a Liliana en la batalla por la libertad de Lazarus.
No podía borrar ese incidente de la mente, aun cuando han pasado meses. Cuando las caravanas fueron emboscadas por una horda de monstruos en el traslado de la princesa. Aquel suceso fue una espina envenenada clavada en las cienes de Zagreo.
Debía llevarla desde la herradura al otro lado de las tierras del fénix, lejos de la guerra hasta la residencia en la que se encontraban. Una decisión de pensarla le retorcía las entrañas por semejante locura a la que estuvo obligado a recurrir.
Zagreo se caracterizaba por ser alguien meticuloso. Disminuía la aparición de desperfectos en las operaciones, al grado de ser eliminadas. Planeaba cada evento, escogía a los involucrados, pronosticaba los posibles resultados y giros en los acontecimientos, asegurándose de que sus cálculos fuesen correctos.
Se aseguró de lanzar pequeñas incursiones a diferentes campos de concentración y campamentos militares a lo largo del Tridente, Valle Crepúsculo, Los páramos fantasmas y tierras aledañas a Griffia para desviar la atención de Vado viejo, en el que un batallón de soldados, liderados por él llevarían a su hija hasta la mejor residencia que podían tener.
Liliana era escoltada por su propia tropa de inhumanos, entre ellos aquella que hablaba con los dioses, Risha Spriggan. Era un trayecto de dos días, y al estar a las cinco horas de llegar al lugar prometido, el terror se hizo carne en las ciénegas pestilentes.
Lo que ejecutó a escuadrones de elite de inhumanos bien entrenado, no fueron hombres, eran grupos de monstruosidades cantando a la luna al despedazar a sus objetivos. La incursión, aunque breve, causaron grandes cantidades de bajas de la infantería y por poco perdían a Liliana.
—Eso significaría que no te vería a ti, ni a papá y tampoco a mamá en mucho tiempo. —Liliana ya se imaginaba asomándose al exterior desde la ventana de la planta más alta de la torre, un mundo que ella desconocía. Era algo que la enervaba—. Me quedaría sola con papá y Risha… a esta última tampoco le gustaba esa idea.
Zagreo era consciente de que Liliana y Risha tenían una relación tensa, ninguna de las dos se llevaba bien. Por lo que una vez que llegaron al recinto, la druidesa fue alejada de ese puesto, colocándola como protectora del Tridente. La pérdida del territorio y del titan, han hecho cuestionar al brujo si esa estrategia fue la mejor decisión que pudo tomar.
—Risha… —Se botó la larga cabellera negra hacía atrás con la mano, aspirando oxigeno profundamente—. Esa mujer sí que me ha causado muchos problemas.
—¿Ella estará bien? Escuché lo que sucedió, esos malditos Templarios… —Dudó, la conclusión del Tridente era inconcebible.
—Risha decidió tomar la responsabilidad, apostando todo. —Zagreo no le agradaba profundizar de temas políticos y guerra delante de Liliana. Al tratase de la antigua niñera de su hija, optó por ser cortante al dar una síntesis escueta—. Por lo que será juzgada y veremos qué haremos con ella.
—El juicio será hoy… ¿Verdad?
—En un par de horas —afirmó ásperamente—. Llegarán en cualquier momento.
—Quisiera saber si… —Liliana se cortó por un breve instante, reconsiderando su accionar y en un todo o nada se atrevió—. ¿Crees que pueda quedarme a ver el juicio?
—Es una reunión de viejos aburridos —Zagreo trató de apartar el interés de su hija—, no es un lugar para niños.
—¡No soy una simple niña, padre! —El tacharla como un infante fue lo que mantuvo la determinación de la rubia—. Si algún día heredaré tus conocimientos, será mejor que aprenda todo lo que pueda.
—Habrá de todo tipo de gente en el juicio… —Zagreo no lo iba a aceptar a sabiendas de lo impredecible una asamblea de seres sobrehumanos—. Puede que las cosas se tornen violentas, no es lugar para ti, hija.
—Risha era mi escolta, papá…
Liliana intentó manipular a su padre, no sentía mucho apego por la druidesa a pesar de todo el tiempo que han estado juntas. Ella podía estar tranquila que intentó acercarse, formar una relación de amistad, la cual lamentablemente nació muerta. Risha mantuvo la distancia en un aura de frialdad inexplicable para la hija de sus señores.
—Con más razón no quiero que veas si el resultado es nefasto… —En Zagreo no caló esa artimaña—. Liliana, no vas a ir y punto y final. No me hagas decírtelo por segunda vez.
—C-comprendo… —La severidad del brujo hizo estremecer los huesos de Liliana, fulminando la terquedad y agachando la cabeza aceptando la orden.
—Hay limites que no puedes sobrepasar… —Habló en un tono calmo.
—Si… —asintió afirmativamente e inclino la cabeza por encima del hombro—. ¿Crees que…?
—No va a suceder lo de la herradura, tienes mi palabra —interrumpió tajantemente—. Deja que los mayores nos ocupemos.
—Eso significa… una vez que acabe la guerra… —Liliana abrazó sus piernas, pegando el rostro a las rodillas, dejando media cara expuesta—. ¿Pueda salir?
Liliana esperaba la típica respuesta de «el mundo es asqueroso y horrible», era siempre un solo resultado, ya no sabía sus razones de seguir intentando buscando algún cambio. Seguía atrapada en una jaula de oro, de la que pareciese nunca poder escapar.
Al querer medir palabra, un pitido zumbó en las amatistas de color cambiante a un rojo palpitante perteneciente a los guantes de Zagreo, frenando la conversación y todo el enfoque se concentró en el significado de esa señal.
—Es la hora… —Murmuró presionando las joyas, apagando los dispositivos—, Liliana dame espacio, por favor.
Acatada la orden, el brujo abrió su camisa con ambas manos revelando un arnés atado por correas en el pecho cuyo centro se almacenaba una joya azul neutro. El cristal emitió una luz cegadora, de la que se desprendieron unos brillantes látigos dorados y negros, a la par que la ropa enardecía por ecuaciones de transformación convirtiéndose en neblina. revestimiento del brujo. Una combinación de las runas de transformación las joyas compactadoras.
Liliana cubrió los ojos de semejante espectáculo, hasta que la bruma de a poco se volvió un ente dorado y de a poco se dispersó, tomando forma al nuevo.
Los ropajes de Zagreo eran la representación de la supremacía en la magia en su máximo esplendor de colores negros y un dorado opaco. Portaba una capa negra de cuello alto de interior color rojo carmesí.
El torso era recubierto por una placa pectoral ligera y pegada al cuerpo con blasones, similares a rayos en el pecho, en el que yacía la joya azul en forma de rombo, parcialmente tapada por la capa oscura. En el cuello llevaba una gargantilla, junto a unas hombreras de las que se derramaba pliegues hasta la mitad de los antebrazos resguardados por una fibra segmentada. Portaba unos guanteletes con un par de pequeñas piedras similares a la de la coraza. Llevaba un cinturón con un faldón de dos piezas que llegaba hasta las rodillas. El primero abarcaba desde los lados de la hebilla y el segundo era un taparrabos largo que acababa en punta y en el mismo se grababa el símbolo del fuego oscuro a juego con las botas con rodilleras. En sus manos sujetaba un báculo adornado por un rubí carmesí con unas alas negras en la punta, parecido a una lanza. La joya desprendía un fulgor quemante, como una roca volcánica.
La capa ondeaba mecida por el viento a la par que el brujo flotaba a pocos metros del suelo, imbuido por descargas eléctricas de colores dorado, negro y blanco. Los ojos brillaban en un resplandor amarillento, dotándolo de una apariencia eminente, digna de una entidad celestial a ojos de su hija.
El clima nevado fue fulminado por el amanecer de un cielo soleado segmentado por unas figuras hexagonales en un rango de cincuenta hectáreas en forma de un vasto domo, revelando la barrera que protegía el recinto
El clima nevado fue fulminado por el amanecer de un cielo soleado segmentado por unas figuras hexagonales en un rango de cincuenta hectáreas en forma de un vasto domo, revelando la barrera que protegía el recinto.
En el centro del jardín, cortado por un largo sendero de duro ladrillo oscuros monolitos marcados por ecuaciones, se encontraba una alargada torre que parecía tocar el cielo, sobre una estructura fortificada con largos escalones de ascenso y una puerta doble puerta negra.
En la planta más alta de la educación se veía una especie de corona desprendiendo unos haces de tenue y efímera luz corriendo por la cúpula del domo: Eran disparados en un corto tiempo y desaparecían a los pocos metros de separarse del coloso y fundirse en el domo.
A los lados de la ciudadela, se alzaban dos mesetas gemelas cuyas formas recordaban a garras de cuyas zarpas se estiraban como si intentasen tomar el edificio, tal cual el asedio de un gigante que nunca pudo llegar. De los dedos se derramaban cascadas de aguas cristalinas, derramadas en una presa en la parte trasera del jardín, abasteciendo de agua el recinto.
Ondas de distorsión aparecieron en la envergadura de la cúpula, similares a las del océano al instante que un cuerpo emergiese a la superficie. Tres grupos de seres provenientes del exterior atravesaron la barrera desde distintos puntos del jardín. Se contaban en amplios números que entre todos podrían llegar a poco más de cien personas, divididos en veinticinco y treinta.
Filas de hombres y mujeres envestidos en armaduras negras completas alzando rifles de asalto. Parte de las tropas de la primera fila iban a caballo, la segunda a pie. Los yelmos de estos seres representaban distintas cabezas de bestias, dándole características personalizables a las armaduras, sin descuidar que pertenecían a un mismo bando.
El segundo grupo era una caravana de vehículos motorizados y jinetes tanto a caballo como de megatauros. Eran guerreros de la raza de las bestias, vestidos en pieles de animales como parte de sus armaduras. Los que iban al frente eran los seres con mayores características animalísticas, como garras, apéndices y extremidades extra, dejando a los más humanos en la retaguardia.
El tercer grupo era una armada de elfos a pie, en armaduras platinadas de apariencia cristalina y cargando lanzas relámpago capaces de disparar rayos. Sobre la cabeza de los soldados flotaban brujos en túnicas y corazas con máscaras de símbolos rúnicos con grabados matemáticos en las placas.
—Aquí vamos de nuevo… paso sobre espinas ir preparado con botas y como alma que lleva Chroneidos —murmuró Zagreo desabridamente. Movió la cabeza a los lados en plena atención a la llegada de los visitantes, asegurando que los elfos estaban entre los tres conjuntos—. Patito, quédate aquí y no salgas hasta que yo te llame.
—¿Qué vas a hacer? —Lanzó una pregunta cual flecha perdida, al no recibir respuesta en palabras, meramente el padre se movió al frente en un paso calmo—. ¡H-hey! ¡Espera!
Liliana lo siguió impacientemente, sujetando los pliegues de su falda acelerando el paso ultimando la posibilidad de caer y darse de boca. Zagreo alzó la mano deteniéndola, bastó ese gesto para que ella se marcha, acatando la orden.
El brujo siguió adelante, altivo y orgulloso apretando firmemente el báculo. Todo iniciaba, el concilio para determinar el destino de la druidesa pronto se llevará acabo. El plan que ha trazado desde días atrás, estaba por ponerse en marcha.
…
Dentro de una cámara de paredes de un lúgubre corte industrial mezclado con una mazmorra de amarillentas paredes, se encontraba Thorken observando el exterior del recinto por medio de unas pantallas sujetadas por unos estantes y gruesos cables.
—Los visitantes cruzaron las fronteras del “Gueto” aparentemente sin ser detectados, ya han llegado al jardín —comunicó Thorken en esa distorsionada voz helada e inanimada enfocado en lo que mostraban las cámaras, ubicadas en distintas partes del territorio.
En el fondo, justo lado contrario del centro de mando, en un camino protegido por las estatuas de gárgolas en posición de ruego, estaba lo que parecía ser un ataúd de hierro características tecnológicas y en la parte superior lo adornaba una estatuilla en forma de la cabeza de una mujer coronada por una diadema, una dama de hierro recostada en el suelo. No era el instrumento de tortura, era algo distinto, algo siniestro.
Cables de distintos colores se conectaban desde la base del sarcófago, dando energía al soporte vital de un monitor que vibraba mostrando pulso en un zumbido pulsante, algo estaba adentro.
Thorken se acercó teniendo cuidado en donde pisa, subió las escaleras de piedra alcanzando la plataforma, enfocando la atención en el ramo de pesadas mangueras provenientes de las paredes en los que se veía contendores llenos de un líquido rojo vertido al interior del féretro, en el que se veían códigos grabados, blasones y detalles de porte elegante en la envergadura, cuidadosamente tallados por un maestro escultor.
En los muros se veían monitores en los que se veían datos sobre el estado de un cuerpo, y análisis médicos. Registraban datos de solidez en los huesos, niveles de distintos elementos en el torrente sanguíneo, el estado de órganos internos. Torretas de energía vibraban en luces incandescentes, usando el poder de cristales procesados y electricidad para de las maquinas.
El acorazado gigante posó la mano en la tapa, deslizando los dedos al panel de control presionando un código en secuencia y al tocar la última tecla el crujir de engranajes pesados resonó desde la capsula, justo abajo del rostro helado de la dama de hierro, dos puertas se entreabrieron liberando esteles vaporosas a sus lados.
Tras una breve pausa terminó de separar las dos piezas de forma automática mostrando una tina llena del espeso líquido marrón rojizo de una contextura lodosa, desbordándolo del artefacto, en delgados hilos escurriendo a los lados, formando espesos charcos en un lamento de acuoso. Pequeños agujeros se abrieron, filtrándolo, vaciando de a poco el interior del artefacto de arcaica tecnología dejando ver el contenido.
Se trataba de una mujer adulta, de figura voluptuosa y curvilínea, aparentemente la doncella más hermosa que allá pisado Lazarus, de no ser por los dos pares de cuernos en forma de media luna a los lados de la cabeza.
Cables con succión se conectaban en distintas partes de la piel enrojecida por el néctar de la capsula, y un respirador pegado a su boca entre abierta. Ella estaba en un estado de animación suspendida, su pulso era pausado, ajeno a la situación en la que se encontraba.
El líquido dejaba entrever su cabeza y parte del busto al estar todavía en el lento proceso de filtraje. El escurrir de los líquidos se esparcía en la cripta, bajo la atenta vigilancia del acorazado de una espera que pronto moriría al intensificarse el pulso en el monitor.
El vibrante zumbido demencial fue el heraldo del despertar, la dama abrió los ojos de golpe, y dio una profunda bocanada de aire. Temblorosa alzó la mano de alargadas uñas mirándola por uno segundos de lado a lado, asegurando que era real, podía sentir la extremidad y el intenso calor que desprendía todo su cuerpo, era como si ella fuese una caldera hirviente.
Retiró la mascarilla, jaló los cables que la retenían, se apoyó en los bordes de la capsula y se levantó jalando la cabeza hacia atrás derramando la húmeda cabellera bermellón sobre la espalda, liberando vapores blancos de la tina y el cuerpo desnudo, mostrando la mitad del torso.
Los brazos, la punta de los dedos, el pelo, los pechos goteaban en gruesas gotas el líquido retornándolo a la capsula y fuera de la misma. En una faz de pleno éxtasis se dejó llevar por un sentimiento reconfortante del despertar de un largo sueño, era más que eso, pareciese que resucitó del mundo de los muertos. Era todo lo contrario a un normal escape del mundo onírico. Se sentía llena de energía, una mezcla entre un orgasmo y un baño caliente.
Abrió la boca tenuemente soltando un suspiro de cálido aliento visible, lo suficiente como para que se vean sus largos colmillos. Los ojos se entreabrieron y se impulsó hacia adelante quedando de cuclillas, soltando una leve risa maliciosa entre dientes. Thorken se arrodillo cual caballero frente a su reina, se retiró el casco y ofreció la mano.
—La máquina la ha alimentado, y en consecuencia todo daño propinado por la amante en el último intento de fuga ha sido regenerado, purgando toda sustancia nociva del torrente sanguíneo, su majestad…. le doy la bienvenida —dijo Thorken—. Sus huestes la esperan.
Los labios de la monarca rompieron en una pequeña sonrisa respirando agitadamente, la piel palpitaba, se marcaban las purpuras venas por todo el cuerpo enrojecido, comparable a una mujer desollada carente de todo dolor.
Estiró la mano abierta posándola delicadamente encima del guantelete, actuando como una reina a su fiel campeón. Regocijada terminó de salir la cámara de éxtasis, totalmente desnuda y al poner los pies en el suelo el charco bermellón creció.
La enmarañada cabellera roja le estorba, al estar erizada y tapándole parte de la cara. Se acomodó el cabello en un nudo, mostrando en la espalda una versión carnosa de la marca de la hechicera.
No era el glorioso tatuaje oscuro de los dragón y grifo siameses. Lo negro se volvió carne machucada y lacera, las runas en cicatrices, y las bestias rugían en ira y agonía, tal cual el fierro al rojo blanco se marcado en una vaca recién reclamada por el dueño. Lo que cargaba la reina de corazones era el estigma de la blasfemia, el símbolo de la bajeza en el mundo de la magia, y en toda institución industrial de las ecuaciones y la ciencia en el estudio del poder capaz de distorsionar la realidad, la marca de la bruja.
—Thorken… —pronunció en voz ronca, casi afónica la doncella—. Te he dicho que me llames por mi nombre cuando estamos solos…. mi verdadero nombre.
Ella bajó a cabeza alcanzando el pómulo de la oreja del amante, mordisqueándola y soltando un suspiro susurró:
—Recuerda que me perteneces… en cuerpo y alma, mi amor. —Susurro suevamente acariciando el reactor de la armadura Vulcanica—. Dilo.
—Te pertenezco para siempre… Beatriz.
—¡Di más! ¡¡Quiero confirmarlo, necesito escucharlo, mi amor!! ¡Hazme sentir viva de nuevo!
Lo tomó de ambas mejillas, con ojos demasiado abiertos y una sonrisa de dientes brillantemente blancos, en un aire demencial. Exigía en demasía, excitada y deseosa por escucharlo del hombre,
—Te amó más que cualquier cosa en el mundo y en cualquier otro mundo —Un brillo se iluminó en los ojos del hombre, hablando rápido sin despegar la mirada fija del rostro de la reina de los rebeldes—. Mi vida te pertenece, mi poder es tuyo para lo que quieras, mi cuerpo únicamente sirve ppara complacerte. Todo aquel que se oponga a tu mandato, será aplastado por mi puño. Mi razón de seguir en este mundo es por tu causa, mi dicha, mi dolor… mi razón de existir es causa tuya.
La bruja no lo dudó y le plantó un beso hambriento, correspondido por su amante, dejándole el rostro manchado de ese brebaje. Se dejó llevar por la emoción, dejando leves marcas de laceraciones en las mejillas de Thorken a causa de las afiladas uñas negras. Quería sentirlo, la armadura se veía estorbosa, por lo que susurró una invitación a la oreja del acolito.
—Zagreo va a tardar un poco en organizar a nuestros hombres, mi amor… podemos jugar un poco. —Aun roto el beso de la reina de corazones, no rompió el contacto visual—. Después de todo eres mi favorito… dime… ¿te arrepientes?
—Cualquier paraíso sin ti es el infierno. —afirmó Thorken, entrelazando los dedos en la mano de su amante, pegándola en el reactor, complaciendo a la reina de corazones.
Arte de Pedro Acevedo
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