EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 12
De un magnífico aplauso, muchos otros le siguieron. Los gritos de puños alzados cargando acero y fusil resonaron en una sinfónica oda a la moral elevada a las nubes, unidos en una sola voz, bajo el estandarte del fuego oscuro proclamado por el poder del parlamento de un único hombre.
La división de los rencores pasados fue diezmada de momento, inspirados por la palabra del brujo de ojos dorados. Zagreo podía escuchar los ecos, rodeado de hombres y mujeres que lo han seguido hasta la muerte. Ambición, amor, venganza y libertad, eran las flamas absolutas que avivaban la rebelión en contra de un enemigo en común.
Las ovaciones de las aglomeradas masas envueltas en llanto, reconfortaron al estoico Zagreo, por un segundo la complacencia lo tentó por dejarse llevar, no percatándose al momento del zumbido parpadeante en los guantes. El juicio lo zambulló en retorno al helado océano de la mente, recordando el objetivo del concilio.
Los guantes detectores fueron enviados a una micro dimensión de bolsillo en el cambio de ropa. A sabiendas de esa posible debilidad, adaptó una expansión en la indumentaria dorada.
Al segundo de ser consciente de la alarma, avizoró en la lejanía como una caravana de vehículos motorizados liderados por un rompe infiernos se adentraron al jardín, frenando delante de las tribus.
Los camiones dejaban atrás negras humaredas de destellos azul eléctrico. Levantaban nubes de polvo proveniente de la tierra removida por la fuerza de las pesadas llantas y de las bandas de entes blindados. Tales gigantes motorizados fueron recolectados a través de traficantes y saqueos en fábricas de Lazarus durante el inicio del levantamiento.
Los acólitos organizaron a la gente para dar la bienvenida, dando fe de que eran aliados. El rugir de los motores resonaba en eco y un hedor al extracto de cristales procesado se respiraba en el aire, una cruza de azufre, huevos podridos y alcohol.
Era una pequeña aglomeración de vehículos híbridos, fabricados en partes de antiguas piezas de la ingeniería con algunas nuevas. Al estacionarse junto a las otras máquinas traídas por las tribus dirigidas por Natch, se mezclaron como si formasen un único regimiento.
La caravana era liderada por un pesado rompe infiernos de carrocería adornada por pedazos de armaduras Templarias y restos de huesos humanos en su mayoría cráneos, amarrados en gruesas enredaderas de cadenas corroídas en oxido.
—Algunas tribus se quedaron atrás, y mis semillas negras se encargaron de traerlos aquí. —Nyx se acercó a Zagreo. Activó un comunicador del casco—. ¿Traen el paquete? Bien… ¿presentó resistencia? enterado. Permiso concedido.
—Hubiese sido más practico que me avisases.
Zagreo se limitó a analizar a la armada mecanizada, y como de estos bajaban hordas de inhumanos. Se conformaban por elfos y bestias ornamentados en material bélico, eran quimeras entre tecnológicas armaduras adornadas en material óseo y pieles de monstruosidades, dignas de cazadores de alta estirpe.
Los acólitos siguieron al brujo al caminar en fila a través de los visitantes, apenas midiendo saludos al tener claro el objetivo de llegar a la maquinaria líder, la cual abrió una pesada puerta corrediza y desplegó una rampa retráctil que llegó a tocar el prado.
Del umbral de la cabina, las sombras se esparcieron y la luz reflectante dejó ver dos soldados elfos protegidos por armaduras brillantes, blancas como el vidrio lechoso y pegadas al cuerpo de un material ligero parecido al cuarzo sobre una fibra que lucía como tejido vivo. Cargaban lanzas relámpago en estoicas posición de firme, en una pureza digna de fríos centinelas vigilantes de una privilegiada prisionera, llamada Risha Spriggan.
La médium de los elfos, reconocida como un intermediario con los elementales. El cuello era apresado por grillete de Maleficarium, anulando todo poder mágico en ella. El brazo derecho, aquel que perdió en la batalla por el Tridente, y fue remplazado por un implante de madera y roca, ha dejado de existir.
Era una manga colgante sujetada por el muñón en el que sobresalía un agujero de la punta del hueso, por donde se introdujo la semilla para germinar el repuesto. Al ser colocado el absorbedor de energía, Risha anuló la extremidad hasta volverla a su estado primario, de lo contrario sería absorbido hasta sobre cargar el collar llevando a explotar.
El semblante era cabizbajo, los mechones de cabello verde ébano ensombrecían parte de una faz decaída, digna de alguien que perdió la fe y fue abandonada por los Dioses.
En un pérfido silencio descendía sumisamente, escoltada por unos soldados quienes no se atrevían a mirarla. De no ser por los cascos, verían la desaprobación y la piedad a la par, una lástima que Risha no podía digerir.
A pesar de sus diferencias y de que estuvieron a punto de matarse, una empatía genuina se esparcía en los acólitos dirigida a la druidesa, más que su compañera, era una amiga, una hermana de armas, una confidente, una amante. Pasaron mucho con ella, el imaginar lo que se avecinaba y lo sucedido en el Tridente, sacudió el alma a cada uno de ellos.
Dimitri dio un paso al frente, queriendo acercarse a reconfortar a la mujer, solo para ser detenido por un ademan de mano de Zagreo, sin que este siquiera se voltease o inmutara fuera de esa pétrea frialdad, marcada casi permanente en el rostro. Una leve pestilencia a mofeta estaba impregnada en los ropajes de Risha, en una mescolanza de papel y cenizas.
Tal hedor hizo retroceder a los acólitos, en especial a Natch al ser este ultimo de sentidos agudizados, una fortaleza convertida en debilidad al resentir fuego en sus fosas nasales, al punto en el que retuvo arcadas.
Risha se percató de la armadura de su señor, lo había visto muchas veces y en todas no podía evitar maravillarse ante semejante obra de arte, Zagreo la vestía muy bien.
—Asthartos… —Susurró Risha, reconocía el material.
Era un mineral sumamente resistente y adaptable a los elementos ya sean de carácter mágicos o en estado ambiental, ligero como pluma y difícil de derretir como de forjar. Su característica principal era la capacidad de absorber energía, si recibía un golpe o una descarga ionizante, la coraza protegería a su portador al asimilar el poder de la agresión, disminuyendo su porcentaje de daño hasta llegar al límite de durabilidad, quebrandose.
Aquel material era difícil de conseguir, se han hecho copias del mismo que no eran capaces de igualarlo del todo. De los pocos elementos que conocía capaces de acercarse, eran algunas pieles de monstruos, el Magnamis, y el estigma. Este último debido a sus capacidades camaleónicas, los guerreros que invocaban una armadura imitaban las habilidades del Asthartos, tal cual fuese ese mismo metal especializado en la defensa.
El pensar en la armadura dorada, hizo recordar que, en la caída del Tridente, se perdió el hacha de Frenyr, una gigantesca arma hecha de una aleación de Magnamis y Asthartos, además de las enormes herraduras de Alpiel, compuesta de este último material, proporcionado por la reina de corazones y sus contactos.
Un malestar en el estómago caló en Risha, a sabiendas de que sería otro punto a destacar en el juicio, posiblemente usado en su contra, por lo que tendría que ajustar la defensa que ha estado preparando.
—Lamento mi tardanza.
Seca sus palabras, árida su presencia y fría su voz. Era la viva representación de la sequía en el invierno. Mantenía una prudente distancia al notar los rostros arrugados en desagrados de sus compañeros.
—¿Tienes algo más que decir? —interrogó Zagreo en palabras hechas de témpanos de hielo.
Risha inclinó la cabeza levemente a la diestra. Esa acción fue imitada por el brujo, descubriendo como mucho de los inhumanos, en especial los elfos, se mostraban cual gélido jurado, mucho antes de que iniciase el juicio, una sentencia segura. Incomodos por la llegada de la druidesa.
—Comprendo… —Zagreo asimiló el silencio de Risha, la conocía perfectamente y podía predecir lo que ella quería—. Hablemos en un lugar apartado por un rato.
—¿Mi señor? —Griselda intentó protestar.
—Vamos a postergar el evento, ya que necesitaremos organizarnos a detalle al tener demasiados visitantes, y se necesita ponernos al día de todos los sucesos en los distintos frentes. El juicio se celebrará en una semana. —Zagreo siguió tal cual una flecha disparada en línea recta: de forma contundente y concreta directo al corazón—. Díganles a las tribus que se armen el campamento en mi jardín o en los terrenos dentro del gueto, y recuperen sus fuerzas. Es una orden.
—Como desee su supremacía —Griselda reverenció y fue seguida por los otros acólitos.
—Libérenla… —La demanda resonó contundente, encarando a los inexpresivos centinelas, quienes acataron y abrieron el grillete del cuello Risha.
En un suspiro de alivio fue precedido por un quejido contenido por una barrera de dientes, al emerger una serie de raíces desde el interior del agujero de lo que quedaba del muñón en un sonido de madera al estirarse y raspar el material ocio, causando una dolencia cortante en la Druidesa, haciéndola derramar sudor en un rostro enrojecido en el que no se emitió ningún grito. Tal cual fuesen los tejidos y nervios de un brazo, las plantas se entrelazaron dando forma a un brazo que fue forrado por un revestimiento grisácea brillante.
Risha sudaba a mares levemente inclinada, sujetando el aprendice sustituto fabricado por una mutación que ha desarrollado en los últimos meses. Al ser reconstruido por completo la extremidad, no podía hacer otra cosa que respirar a un ritmo lento, aliviada de poder descansar.
La única que no estaba presente era Nyx, al estar hablando con el bramahur de las semillas negras. Confirmado y controlado el estatus calmo de los alrededores, Zagreo asintió satisfecho y entonces se fue volando acompañado por Risha, en dirección a las colinas atrás de la ciudadela.
Los dos brujos ignoraron como se volvieron protagonistas de las conversaciones de los soldados al verlos surcar los cielos. Los campos se vieron envueltos en rumores y curiosidad por el destino del concilio.
—Es una pena que ninguno se me opusiera… —Nyx regresó a unirse a los acólitos, un aire de decepción se escapaba de sus oscuros labios al relatar—: tendré que esperar por usar mis juguetes nuevos hasta el juicio.
—No va a pasar… —Natch fue directo en una sentencia que ya daba por escrita en piedra.
—Claro como digas, tengo algunos que atender… ¿podrían echarle un ojo a mi gente unos minutos? Bueno, no es como si pudiese. —Nyx zarandeó la mano frente al visor de su casco.
—¿A dónde se supone que vas? —Griselda no le parecía confiable dejar a sus anchas a esa bruja, no era la única que pensaba así.
—Digamos que tengo necesidades fisiológicas que atender… —No esperando un permiso, se marchó en dirección a la ciudadela, bajo la guía de las cabezas de muñecas.
Dimitri le dio un rápido vistazo a Nyx al ver como se alejaba, despertando en él la lujuria. No pudo evitar quedar embobado al verla de espaldas, enfocado en cómo se contoneaban las caderas al caminar, el movimiento de las redondas posaderas y los carnosos muslos de liza tez blanquecina parcialmente al aire.
«Increíble…», surgió esa palabra en los adentros, reinando en una proyección de visiones lascivas protagonizadas por la mujer del traje de cuero.
Esos pensamientos impuros se esfumaron al sentir la pesada aura de su hermana, justo a su lado, observándolo a través del rabillo del ojo en una desaprobación venenosa.
—Delante de nuestras tropas… en un evento importante que decidirá el destino de nuestra amiga, y en mi presencia… —El alarido fue frenado por los dientes, al cortar esas frases.
—Fue algo de un segundo… —La excusa chocó contra un muro de silenciosa frialdad de Griselda, indicándole tanto a su hermano como a Natch que la siguieran para la organización de las tropas.
…
En un tenue descenso de hojas otoñales empujados por el viento, los dos brujos se reunieron en una de las colinas atrás de la ciudadela, lejos de los oídos u ojos curiosos. Tomaron unos segundos antes de empezar, Risha sacó de una sus bolsas un tajo de hierba enrollado y usando un encendedor empezó a fumarlo.
—En los asedios a los campos de concentración, mis soldados se metían frutos berserker o fumaban hojas diabólicas entre otras sustancias —explicó Risha en voz afónica, casi sin aire al dar un profundo suspiro soltando una nube de humo lejos de la cara de su señor—. Así ganábamos todas nuestras batallas y controlábamos el estrés post traumático.
—Conozco esas costumbres… —Zagreo cortó la explicación en una sombría sonrisa—. En lo personal no las comparto y mucho menos las apruebo. ¿Por qué vienes fumada a tu juicio? Pensé que lo tenías controlado o que lo habías dejado, no es sano aun para los brujos y espers.
—Usted lo dijo… será en una semana, hasta donde yo sabía mi posible muerte iba a ser mañana. Estaré sobria para entonces. —Risha continuó y de pronto su voz agarró un tono de risa—. ¿Qué esperaba que hiciera? Todo por lo que trabajé y he sacrificado fue destruido por unos imbéciles que subestimé, exponiéndome a una extrema posibilidad de ser ejecutada por la propia gente que juré proteger. Apestaba saber… que una parte de mí reconoce que lo merezco y otra quiere seguir viviendo. Necesitaba calarme y digo… mi magia se basa en manipular las plantas… ¿Qué podría hacer para mitigar el dolor o un intento de escape? Si moriré ya sea mañana, pasado o en una semana, hoy es el día perfecto para darle un poco de color a mi vida.
Zagreo hizo un ademán de mano para que le entregase el cigarro. Risha dio una última fumada, antes de entregarlo y cuando estiró el brazo su muñeca fue tomada de golpe, remangando el guante mostrando signos de cortes en la piel blanca.
El alma de la druidesa se escapaba de su boca, sus piernas se volvieron espaguetis y su único ojo bueno ya enrojecido se irritó como si se hubiese llenado de legía. Zagreo guardó la compostura en un semblante acusante y de profunda decepción.
—¿Este fue tu intento de escape? —Contuvo la voz en la reprimenda—. De no tener mis guanteletes te abofetearía.
—¡Fue un momento de debilidad! —se apartó, y se acomodó la camisa rápidamente, tal cual el tacto del brujo la quemase—. No se preocupe… Falaris ya me abofeteó y me dio un sermón cuando me descubrió. No volverá a pasar.
—¿Cómo lo está sobrellevando la familia?
—Me apoyan… ellos y algunos miembros que todavía me son fieles. —Risha asentía al hablar, se limpió la nariz pasándose la manga del antebrazo y tiró el cigarro apagándolo en el suelo con la bota—. No quisiera involucrarlos, he estado lidiando con bastante mierda y decidí que iba tomar la responsabilidad de haber usado a Frenyr. Sea cual sea mi castigo aun así voy a pelear hasta mi último aliento, no quiero morir lejos del campo de batalla. De llegar a perder… mi único lamento será no haber matado a esos siete mal paridos… en especial a esa perra mestiza de María.
—Ten en mente ese pensamiento durante todo el concilio —inquirió Zagreo—, haré todo de mi parte para que salgamos de esta, nuestra gente quiere sangre y nos aseguraremos de que la única que deseen sea la de los Templarios y esos guardianes. Te necesitamos, Risha… no lo dudes… te pido que no te hagas daño.
—Estaré preparada y el proyecto en el que he trabajado… —La lucides seguía en la sangre de la druidesa, guardando una última tarjeta en la manga—. Pueda que sea de interés de su majestad.
—Así será… será mejor que vayas a dormir y te prepares, tuviste un largo viaje —Zagreo señaló para regresar de vuelta al punto de reunión.
Los dos brujos se alzaron a la par, llevados por el viento al contralar su propia gravedad usando la magia de vuelo. Al desplazarse en el aire, Zagreo frenó de golpe al distinguir como Nyx hablaba confiablemente con Liliana en la entrada.
Ese encuentro remplazó el enfoque del acolito, y fue a las puertas de la ciudadela, sin importar los reclamos de Risha por saber que estaba pasando. En una ferocidad de una bomba desatada, Zagreo cayó a una prudente distancia de las escaleras.
—¿Se puede saber que estás haciendo? —exigió Zagreo. La aparición repentina del padre sobresaltó a Liliana, dejándola sin aliento.
—Estoy conociendo a la niña de tus ojos. —Nyx se excusó despreocupada—. Nos estamos haciendo amigas y le di un pequeño presente… se ve que es muy lista para tener doce años.
—Tengo diecisiete… —Liliana mantenía la distancia. Le parecía la personificación de la libertad y al tenerla tan de cerca llegaba a ponerla nerviosa por las reveladoras ropas que portaba la bruja.
—Si, como sea —contestó sin mucho interés—, en algún momento agradecerás de que te disminuyan la edad.
En las manos de Liliana sostenía una muñeca de felpa con botones en los ojos, que tenía una apariencia muy similar a la jovencita. Aquel objeto captó la atención de Zagreo, transmutando una faceta sombría al contemplar aquel objeto, provocando un sentimiento de desasosiego y temor en Liliana.
—Es un pequeño obsequio, tranquilo —Nyx dejó escapar una risita entre dientes—. Hechicé una marioneta para que tuviese la forma de tu hija. Ella es una princesa, no podía presentármele sin mostrar algún respeto… podrás inspeccionarla después.
Zagreo lucía calmo en un mortal silencio digno de un depredador al asecho.
—¡¿Que está sucediendo?! —Risha se arrojó precipitadamente, irrumpiendo las puertas de la ciudadela. Pensaba que ocurrió algún incidente y al encontrarse con Liliana, su faz se tornó pétrea—. Es un placer volverla a ver, princesa Liliana.
—Risha… el gusto es mío. —El desagrado era compartido, apenas lo disimulaban.
En la vereda se encaminaban el resto de los acólitos, tras ver como los brujos cambiaron la ruta de vuelo en dirección a la ciudadela, se decidieron a averiguar la naturaleza de ese cambio.
Risha se volvió hacia ellos, reuniéndose para que Natch la abrazara y los otros la llenaran de promesas de lealtad como de consuelo, aguantando el hedor de la indumentaria. Liliana observaba ese acto que para ella era algo fuera de su mundo, de la pequeña jaula dorada a la que estaba confinada.
Los acólitos al percatarse de la presencia de Liliana, la saludaron realizando reverencias forzadas, y después se retiraron por orden de Zagreo para preparar el campamento, Nyx los siguió.
El brujo tomó a su hija del hombro, indicándole que recogiera sus cosas y se fueran de regreso al interior de la estructura. Liliana apenas murmuraba, asintiendo la cabeza positivamente y al marcharse, no pudo evitar inclinar la cabeza por encima del hombro viendo como Risha se alejaba.
Una sensación fantasmal caló en el pecho de Liliana. Los acólitos la evitaban, apenas la observaban desde lejos, como si esperaran algo, quizás a la expectativa de la llegada de Mahou o cualquier indicación de Zagreo.
No recodaba el nombre de la mayoría de ellos, se aprendió el de Griselda, Dimitri y el ultimo no está segura si se llamaba Noche o Lycan. No había visto a Risha desde el incidente en Vado viejo y por un breve tiempo estuvo preocupada debido al juicio.
Al encontrarse de nuevo con ella, reunida de forma tan amistosa con los acólitos, mostrándolos como algo más que asesinos, llegaba a Liliana una picazón punzante en la mejilla en donde Nyx le pinchó para el hechizo. Por reflejo procedió a rascar con un dedo la hinchazón rojiza, un dolor leve y a siempre presente, la envidia de algo que no podía tener.
…
Mahou se veía reflejada en el espejo de la recamara, colocándose maquillaje al compás de una sinfonía de piano proveniente de un tocadiscos. Colocaba el lápiz labial y echaba rubor en las mejillas. En todo ese proceso no parpadeó, admirando la belleza sobrenatural del rostro, en una vanidad hipnótica, glorificando cada parte de su cuerpo recién purificado de la cámara de renacimiento.
La piel pálida era suave como el algodón, las sombras en los ojos resaltaban la dualidad del diferente color de las ventanas del alma. Deslizó las yemas de los dedos sobre el cuello cubierto por la gargantilla negra, recorriéndolo cuesta abajo culminando en la curvatura de los prominentes senos alzados por el escote del elegante vestido rojo, brillante adornados por un rubí en el pecho y un cuello de pelaje marrón de oso que alcanzaba los hombros.
Era una reina, vestida en elegancia magnánima tal cual escupida por las manos hábiles de un maestro artista. Algo que caracterizaba a la bruja era su amor hacia los vestidos, luciendo siempre elegante aun cuando era la cabecilla de una rebelión, la traía de nuevo a otra época en su vida, una llena de gracias y encantos que se veían tenuemente nublados.
En la fila de herramientas usadas para arreglarse, había una lima especial usada para los cuernos, los cuales había recortado y decorado con anillos. No le gustaban del todo la cornamenta, los sentía pesados, volviéndola propensas a dolores de cabeza.
No podía desaparecer los cuernos, no por las próximas veinticuatro horas. Era un efecto secundario del tratamiento, estaba tan cargada que esas protuberancias permanecerían ahí por un largo periodo. De todas maneras, las iba a necesitar, tendría que ser el juez en el concilio de la rebelión, querían a una bruja, a una reina, a la poderosa monarca devoradora de corazones de los enemigos de la rebelión en el nombre de los Dragnnis.
De entre los artículos de belleza recogió de la mesa una diadema negra como la noche de tres puntas. Adornada por ocho rubies y adentro del artículo se veían ecuaciones matemáticas como líneas de circuitos, era algo más que una simple corona. Al colocarla en su cabeza, Mahou se acomodó el pelo y dio un último vistazo en el espejo, llenando sus expectativas. Escuchó el toquido de la puerta, junto a una voz conocida.
—Mahou… se le requiere para armar los preparativos del juicio —Era Zagreo, hablando desde el otro lado de la puerta.
—Enseguida salgo… —Mahou se acercó a un armario donde guardaba las ultimas piezas del traje.
Comments for chapter "12"
QUE TE PARECIÓ?