EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 14
La maquinaria recorría la agrietada carretera, en medio de bastos descampados en los que se veían montañas y mesetas en los alrededores. Los postes de luz y las antenas empezaron a desaparecer al distanciarse cada vez más de la ciudad. Pasaba de medio día, faltando un amplio trayecto para llegar al próximo destino.
Tonatiuh permanecía concentrado en el volante, acompañado de una sonriente Valkiria, al leer los mapas. En la parte trasera estaba María, aun verificando detalles del contrato, realizando notas que se organizarían en un reporte para ser enviadas al gremio en resguarda tormentas en Trisary, la sede del gremio de las águilas de acero.
—¿Sabes lo bueno de tener este pequeño bebé? —Tonatiuh dio unos golpes al panel de control juguetonamente—. Si el contrato sale mal, voy a hacer volar en pedazos el lugar con todo y la aberración. Luego podremos huir en esta cosa en menos de lo que chilla una puerca al parir.
—¡Eso no es divertido! —vociferó María levemente irritada por las escandalizadas carcajadas de su pareja—. No habrá ninguna necesidad de hacer tal cosa. Cumpliremos el contrato eficientemente y volveremos a Griffia.
—No estaría tan segura… —increpó Valkiria—, de no tratarse de una enfermedad mental y ser algo genuino, los exorcismos son contratos difíciles, no sabemos exactamente a lo que nos vamos a enfrentar. Puede ser cualquier cosa… en el peor de los casos podría ser una unión estigmatización, brujería, o algún tipo abismal.
—Por eso me he estado preparando analizando el caso… —bufó María frotándose las sienes, no podía concentrarse del todo en la lectura y comenzaba realizar notas de poco sentido. El movimiento del vehículo la mareaba, mermando la productividad—. Voy a tomar una siesta, necesito relajarme y cargar energía. Si para cuando despierte todavía no llegamos voy a darle otra repasada.
—Descansa, querida… —indicó Tonatiuh—, llegaremos en algunas horas, por lo que puedes dormir tranquila.
María guardó los documentos en una guantera bajo el asiento. Con cuidado se levantó tomando equilibro apoyándose en la pared, al caminar a la cabina del vehículo en donde estaban las literas.
Morfía estaba a todo volumen, contagiando las desenfrenadas sinfonías de letras románticas y bélicas a Valkiria, un caso similar a lo sucedido en Tonatiuh en los entrenamientos acompañados por Drake y Lance. Ninguno de los dos midió platica, se perdían en la música y mantenían la atención en la carretera.
Tonatiuh esperaba pronto reunirse de nuevo en presencia del resto de los Einharts. Los echaba de menos. Lo primero que haría era beberse unas cervezas con Lance, y arrastrar consigo a Drake, impulsándolo a tomarse unas copas nuevamente, aunque el rojizo odie el alcohol porque según lo pondría a dormir.
Aquello ha dejado pensando a Tonatiuh. Debido al metabolismo acelerado de los sobre humanos era muy difícil embriagarse, por lo que suponía que lo de Drake era más algo psicológico. Alice no escapaba de la lista de compañeros de bebida, ella tomaba bastante, portándose muy animosa, y confianzuda, pidiendo la bebida más fuerte y deliciosa que pudiesen pagar. Por lo general cuando Tonatiuh quería embriagarse, compraba una bebida alcohólica llamada “la delicia”, era extremadamente fuerte, capaz tumbar seres con un metabolismo acelerado.
No lo ha podido conseguir por estos lares, en los bares que ha visitado desde que salió de Griffía. María lo acompañaba en cada una de estas salidas, y por lo genera ella pedía “frio nacarino” un tipo de vino muy fino de toque dulce, gusto compartido por Sheila. Esa bebida, de solicitarlo en una cantina de la mala muerte, era una invitación a que se burlaran llamándolo una “un trago de niñas”.
Al pensar en cerveza secaba la garganta de Tonatiuh, se le antojaba un buen trago y no podía beber al volante. Si Valkiria llegaba a olfatear un leve hedor a alcohol, aun si traba de sobornarla con un trago de agua miel, automáticamente lo delataría desatando una hecatombe.
Con tal de mitigar esos deseos pensó en volver a retomar conversación con Valkiria, al voltearse la encontró tumbada en el respaldo del asiento, sucumbida en un profundo sueño, roncando en un relinchido de mula. El mapa yacía pegado a la cara con la cabeza jalada hacia atrás, derramando la larga melena atrás del mueble.
No pudo evitar soltar una leve risotada, no quedándole de otra que seguir conduciendo en silencio dejándose llevar por las canciones de Morfia. Procuraba que, al terminar el disco, encendería la radio para saber las noticias actuales de la guerra y los hechos internacionales.
Concentrado en los boscosos páramos a los lados de la carretera, arrojó a Tonatiuh a una vorágine de pensamientos. El verde le traía recuerdos. En los campos cercanos al camino se veían ruinosas edificaciones de antiguas épocas demolidas por el tiempo, consumidas por maleza y capas de musgos.
Era común encontrar ruinas cercanas a las pistas o lugares lejos de las zonas habitables. Los barones no medían tiempo en restablecer o poblar algunas tierras abandonadas, debido a las monstruosidades que asechaban en la oscuridad y las incursiones de grupos guerrilleros.
El mundo permanecía en constante estado de crisis por plagas de criaturas y las guerras que iban y venían. Aun cuando se presumía que estaban en la civilización, Tonatiuh podía reconocer la verdad tras esa ostentosa pantalla.
Las ciudades y poblados medianamente avanzados eran resguardadas por murallas, un detalle común y casi obligatorio. Protecciones de lo que hay allá afuera, a la espera en la vegetación inexplorada donde naturaleza gobernaba en un espectro esmeralda.
El verde, ese concepto anidaba constante en la sique del guardián, lo llevaba en cicatrices cernidas en la piel morena. Una lluvia de flechas cargadas de memorias acribilló a Tonatiuh durante la conducción, despojando su cuerpo de la mente, dejándolo en un piloto automático, movido por los afilados instintos pulidos a lo largo de los veintisiete años de vida.
Los recuerdos tempranos eran las densas floras de la jungla en las islas solares y las flechas de obsidiana enterradas en un jaguar. Formaba parte de los Bannek, una tribu adoradora del sol y la luna que vivía en alianza de otras comunidades indígenas adeptos a la cacería dispersos alrededor del territorio circundante de una ciudad oculta, en la que se levantaba un alto muro y en el centro una pirámide iluminada por los rayos solares. Este recinto libre gobernaba el gran brahamur, el jefe de esa alianza y al que le respondían todos los brahamur menores.
Cada uno de los integrantes de la tribu era llamado “de Bannek” o simplemente el único nombre como apellido. Era un símbolo de fraternidad, reflejando que todos formaban parte de una basta familia. Costumbre típica e imitada por las otras tribus a lo largo del mundo conocido.
Tan pronto Tonatiuh pudo caminar, su abuelo comenzó a enseñarle a cómo sobrevivir a una vida dura en las junglas del sur. Un área tan peligrosa y remota, requería una preparación excepcional.
Tonatiuh se la vivió portando un arco con flechas o un hacha de obsidiana, entrenando para unirse a la caza junto a los hombres de piel morena curtida, embestidos por pieles y huesos de bestias. No importaba si carecía de capacidades cambiantes, poseía los sentidos agudizados de una bestia y si podía blandir un arma, se uniría a las campañas.
Tonatiuh albergaba pocos y borrosos recuerdos de su progenitor biológico, supo que los abandonó al huir con otra mujer y nunca volvió a la aldea. La madre, una ama de casa llamada Darlana, quien se vio obligada a pedir ayuda a su padre para la crianza, un viudo tras perder a su esposa por culpa de la peste décadas atrás y era el shaman del recinto.
Tecubor era un hombre de amplia sabiduría, de carácter estricto pero afable y confiable, se mantenía en plena forma en una musculatura de un joven con piel morena en alargada cabellera platinada. Era de un rostro poblado por una espesa barba en rasgos maduros y semblante tranquilo, siempre con un concejo proveniente de amplia sabiduría forjada en un envejecimiento ralentizado, para una longeva vida superior a la humana. Era un habido guerrero aun cuando perdió el ojo y parte de la oreja durante un conflicto frente a una secta de vampiros. A Tonatiuh no le hizo falta tener un padre. La presencia del abuelo le fue suficiente imagen paterna, formando parte de los ritos.
Los Bannek practicaban una filosofía en la que el mayor debía proteger a los más jóvenes, inclusive a costa de ofrecer la vida por las generaciones futuras. Dado ese pensamiento, los ancianos eran respetados por todas las comunidades. Años después Tonatiuh seguiría aplicando esa idea en sus acciones, forjando una parte esencial en su personalidad.
Rendían culto al sol y a la luna, adorándolos como deidades protectoras a las cuales realizaban sacrificios de sangre. Esa práctica era compartida en rituales de contratos frente a entidades sobrenaturales, ganando su protección ya sea en la salud, apoyo en combate o para bendecir las cosechas. El símbolo a ese culto se simbolizaba en un tatuaje en el brazo hábil, un sol marrón en los hombros y una luna pálida en las mujeres.
Tonatiuh llegó a presenciar algunos sacrificios. Lo llenaba de pánico como el sacerdote abría el pecho de alguna hermosa virgen o un ya cansado guerrero, aun estando vivos para ofrecer el corazón latente a seres que no se podían comprender al abrir puertas que los dejaban entrar.
Algunas de esas hendiduras eran invisibles para las personas comunes, Tonatiuh no estaba entre esos afortunados que meramente se aterrorizaron por la salpicadura de sangre y las vísceras expuestas. En algunas ocasiones era testigo de las minúsculas quebraduras en el espacio de las que se veía pura oscuridad o luces siniestras, en colores desconocidos para los del plano terrenal. Se escuchaban lamentos, voces inhumanas de ecos fantasmales, eran preparaciones para la llegada de otra cosa distinta.
Al materializarse la entidad del pacto a plena presencia de las masas, Tonatiuh al ser apenas un niño no estaba curtido mentalmente. Esas experiencias llegaron a los sueños, veía símbolos extraños códigos inentendibles de una lengua extraña. Nunca dijo nada, temeroso por recibir un regaño al faltarle el respeto a los sacerdotes.
Un día, a la edad de diez años Tonatiuh se preparaba para salir de viaje junto al abuelo y otros de la tribu. Eran altas horas de la mañana, el sol no ha salido por completo, empacaban flechas en los morrales, se alcanzó a ver fusiles traídos desde la ciudad libre.
Esperaban a los otros hombres en el punto de reunión, el cual era frente a las puertas de una barrera de bloques cocidos, en donde se resguardaba la aldea. Eran los primeros, nada más lo acompañaba el nieto y su hija, por lo que se pusieron a realizar un chequeo del inventario.
—Sabes, Tonatiuh… cuando tenía tu edad y salía de incursión con mi hermano, Holenek, me sorprendía sus capacidades para hacer que los animales lo obedecieran —dictó en Bramurosi, una antigua lengua perteneciente a las tribus y sus ciudades libres—. Lograba atraer una manada de lobos y sin haberlos entrenado los coordinaba para ayudarnos a cazar, sin ningún tipo de gesto… era como si fuesen extensiones de su propio cuerpo. Lo sorprendente era que no nació con la marca cambiante… por lo que nunca pudo cambiar de piel. Tal cosa no le impedía ponerse a la altura, además de controlar esos lobos aprendió a usar fuego con sus manos… una vez por poco quemó casi toda la casa.
Tecubor rememoraba nostálgico los días de juventud, los años no mermaron la mente y Tonatiuh lo escuchaba atentamente, con sus manos entrelazadas en las flechas de obsidiana.
—¿Sabes porque nos dicen caminantes, Tonatiuh? —Cuestionaba.
—Realmente nunca me puse a pensar mucho en eso —dijo Tonatiuh—. Creía que era porque nuestros ancestros acostumbraban a ser nómadas.
—Que el sol ilumine de la ignorancia… —Se carcajeó burlonamente, mostrando como le faltaban algunos dientes y los que tenía estaban chuecos de un color levemente amarillento—. Los Templarios piensan exactamente eso, cuando la realidad es distinta. Los que nacemos con el don “caminamos” a lugares más allá de los límites de nuestra mente buscando sabiduría con pertinencia. Nosotros invocamos seres de otros planos, abrimos grietas por nuestros rituales y les entregamos sacrificios a cambio de protección.
—Ve directo al grano, papá… —Darlana los acompañaba para despedirlos, volteaba constantemente buscando a los otros integrantes de la expedición. Despedir a su familia era sumamente desgarrador, rezaba a los espíritus más que por una buena caza o cosecha era por la seguridad de su padre e hijo—. Tienen un día muy pesado y no tardan en llegar los otros cazadores.
—A eso voy… verás… algunos de nosotros tenemos un don, Tonatiuh… unos más otros y de diferentes características. La mayoría son completamente humanos, envejecen a un ritmo normal y mueren… pero otros, los que nacen con capacidades de bestia ya sea si se pueden transformar o no… pueden vivir el doble de una persona normal. —El viejo su puso la mano en el hombro del niño—. Podemos percibir cosas que otros no, y cuando otros lo tienen, pero al ser tan verdes como la hierba no pueden ocultarlo… así como tú.
Tonatiuh se quedó callado completamente paralizado, no sabía que contestar. Escapó del trance al sentir el abrazo de su madre pudo reaccionar, tomándola de la mano, reconfortado por su calor.
—Tal vez no eres un cambia pieles, Tonatiuh… pero hay un don en ti y no me refiero a los sentidos aumentados que ya te garantizaban una vida larga. Hablo de algo más… uno muy especial, algo que vale incluso más que eso. Lo tuvo mi padre, y su padre antes de él, que se nos transmitió a mi hermano y a mí —explicó el anciano—. Por lo general se manifiesta en la pubertad, y pude sentirlo en ti, por lo que para evitar que quemes la casa como el tarado de mi hermano… voy a enseñarte una que otra cosa que podrían ser útiles.
Para compensar la incapacidad de cambiar de forma, Tecubor transmitió sus enseñanzas en magia piromántica en el nieto, dándole capacidades básicas de arrojar bolas de fuego o fogonazos de las manos. Nada impresionante para estándares de espers.
Un día barcos de piratas desembarcaron en las playas de las islas, asaltando las villas pertenecientes a los Bannek, robando mujeres y niños para ser traficados como esclavos. El brahamur no iba a permitir semejante ofensa, por lo que en alianza con otras tribus armaron un pequeño ejército y localizaron la nave antes de que se alejaran del mar de la sal esmeralda, tras seguir el rastro de los extranjeros.
Para ese entonces Tonatiuh alcanzó los doce años de edad, permitiéndole unirse a esa cruzada. Esos navíos jamás volvieron a tocar tierra. No se alejaron mucho de la costa, subestimaron a los Bannek, pensaron que podrían ultimarlos al superarlos en armamento e incrementarían la cantidad de esclavos a comerciar. Un grave error pagado en sangre.
Bajo el oscuro manto de la noche, el barco se prendió fuego en plena agua, teñida de rojo proveniente de los cadáveres de los piratas y caminantes flotantes boca abajo servidos como festín para los entes marinos. Balsas navegaban transportando cazadores y refugiados devuelta a tierra firme, iluminados por las hambrientas hogueras alzadas en un torrente ígneo y una ascendente humareda sombría, movida por una briza de lamento fantasmal.
Ese día cambió la vida de Tonatiuh para siempre y lo recordaba vívidamente en memoria fotográfica. A la horilla de la playa, yacía el niño de pie con el arco en la diestra y un caraj vacío en la espalda. Observaba en un estado de transe hipnótico del barco prendido en fuego, sumergiéndolo en emociones que no podía describir fácilmente.
Una mezcolanza de ceniza, arena y agua salada embarraba el cuerpo de Tonatiuh. No albergaba ninguna herida. Fue la primera vez que mató a un ser humano, o eso creía, no estaba seguro si alguna de sus flechas logró dar en un punto vital en la emboscada que en minutos se convirtió en abordaje.
La incursión fue una carnicería caótica, no supo en qué momento las flamas aparecieron o cuando se dio la orden de abandonar la nave. Creyó haber realizado ataques a lo loco, disparando flechas a todo aquel que no fuese de la tribu.
La posición de Tonatiuh era permanecer en la retaguardia, asistiendo a sus compañeros. En la confrontación de la playa, alcanzó a pegar una estocada penetrante del hacha en el muslo un pirata, y este fue rematado por Tecubor. El abuelo permaneció escoltando al nieto, protegiéndolo en todo momento.
El fuego devoraba el navío. Poco a poco se hundía en las sombrías aguas. Como una jugada del destino, el sol surgió del horizonte, alumbrando el barco flamígero: vida y muerte ungían en la ignición. Del rostro manchado cenizas, corrieron las lágrimas. No de tristeza o felicidad; era algo diferente. Lo quebró y lo hizo renacer en ese bautizo de fuego.
En los meses posteriores una paz enervante se vivió en las islas, desconfiaban de que un conflicto a esa escala no le predeciría otro desastre. En horrida profecía, una plaga de la peste invadió a los nativos de esas tierras. La llamaban “la yegua blanca” los cuerpos eran mermados por fiebre, vomito y diarrea en cuerpos llenos de ulceras debilitándolos hasta la muerte.
Los que sobrevivieron se vieron a la merced de una segunda plaga, el asedio de conquistadores Templarios. Atravesaron los bosques escoltados por otras tribus. Los que alguna vez fueron aliados, llamados hasta hermanos se unieron a la conquista, tumbando puertas de la ciudad libre, invadiéndola robando, violando y saqueando todo lo que pudiesen conseguir. Una aeronave sobrevoló los campos, descendiendo tropas como ángeles de la muerte, entregando la palabra del omnipotente en ráfagas de balas y poder mágico embrutecido.
Aun el basto poder de los espers de la ciudad libre, debilitados por la peste pudieron contrarrestarlo, invocando familiares prestando asistencia. La ventaja de los caminantes eran los brujos sacerdotes, albergaban una maestría en las artes místicas superior a los conquistadores, lo que les permitió resistir días de asedio empoderados por la protección de la cultura y la propia vida. Al final, lo inevitable sucedió.
En una línea de fuego llegaron a la pirámide saqueando todos tesoros y materiales preciosos resguardados en el interior: oro, bronce, plata, obsidiana, asthartos y sobre todo los cristales. Al terminar la incendiaron junto a todos los sacerdotes, en un exterminio a toda la cultura de “ídolos paganos” como ellos llamaban.
Los Templarios justificaban la conquista proclamando que los sacrificios a esa escala y en ese contexto religioso eran actos de salvajismo, rayando en índole demoniaco. Ya sea a los astros como los caminantes proclamaban como supremos dioses o a las entidades protectoras. Aun cuando en las leyes de la magia se ha hecho pactos con familiares, veían esos actos como crímenes repugnantes dignos de salvajes al no tener registros legales en el Archivo.
Ese factor otorgaba a los conquistadores apoyos por parte de algunas de las instituciones, de regulación de la magia y cristales. Los Templarios consideraban herejía el realizar el contrato a modo de un ritual religioso. Una cosa era forjar un contrato con seres que fungirán como sirvientes, y otra era adorar a esas criaturas como entidades de adoración. A los supervivientes se los inculcaba en la fe de la santa espada y las normas eclesiásticas basadas en la palabra del viajero.
Los opositores les cortaron las cabezas, arrojándolas a los pies de la pirámide, entre ellos las cabezas de los negados a rendirse, entre ellos estaba el gran brahamur. Cuerpos mutilados fueron colgados de las lianas, en los caminos a los poblados por parte de los grupos aliados a los conquistadores, en un despliegue de poder y terror.
El jefe de los Bannek al ver como los superaban en todo aspecto bélico, no tuvo de otra que doblar la rodilla, evitando el exterminio o esclavización total de la gente. Los Templarios solicitaron un tributo, que un puñado de jóvenes que no tengan capacidades cambiantes serán embarcados y preparados para fungir como servidumbre, el resto seguirá en libertad manteniéndose en esas convertidas colonias, adoctrinándose en la espada sagrada.
Tecubor conocía que él, su hija y su nieto se verían implicados, por lo que en lugar de ir por una lucha perdida o levantar protesta huyó con su familia lejos de los Bannek, internándose en las junglas pobladas de indomables monstruosidades que sembraban el miedo en los conquistadores y en las tribus aledañas.
En el correr de los años, el niño se convirtió en hombre y luego en guerrero. Lucía como un adulto joven de bien definida musculatura a una edad de plena adolescencia, ajena a esa apariencia vigorosa y atlética.
Tonatiuh fue forjado en una crianza brutal y violenta. Aprendió a pelear y a cazar a sus presas; ya sea por alimento, la protección de sus tierras o la emoción ardiente de enfrentar retos. Tecubor le enseñó a ocultar el aroma, esconderse en la flora, el tomar la primera oportunidad de encestar un golpe letal y por sobre todo a adaptarse a cada predicamento, aun cuando al testarudo joven prefería el combate directo.
Luchaban con lanzas de punta de obsidiana, arcos y flechas hechos a mano. Vestían ropajes confeccionados de las pieles de bestias derrotadas; era la ley del fuerte en la selva. Los templarios exploradores que tenían el infortunio de toparse con esos dos cazadores no les esperaba otra cosa que la aniquilación.
A medida que crecía, Tonatiuh pasó de ser un cazador a convertirse en el depredador dominante, incluso para las presas que se valían por poder volar o se resguardaban a grandes distancias. Con paciencia y precisión, se volvió experto en el uso del hacha y la lanza con una puntería milimétrica. No solo los sentidos se le agudizaron, desarrolló la piromancia combinándola con sus tácticas.
Abandonados por dos mundos, ese niñato creció, enterró el sufrimiento, y desprecio cambiando página. Convirtió los hechizos simples en su verdadera hacha flamante, bajo la tutela del brujo.
Cada presa era un sacrificio al sol y a la luna, orando por la protección de esos cuerpos celestes, esparcían la oscuridad alejando a los terrores acechantes, devolviéndolos a las sombras.
Con el tiempo ampliaron el territorio, viviendo de las cacerías. Tonatiuh se abrió camino entre ardillas, bisontes, libres y zorros, pasando a niveles más peligrosos como lobos, osos, y jaguares, siempre manteniendo la distancia de los monstruos. Al no tener una tribu que prestara asistencia, el ir contra criaturas abominables no era una alternativa viable siempre y cuando pudiesen evitarla.
Algunas noches alumbrados por la luz de una fogata, el viejo le relataba al joven Tonatiuh las historias de algo que llamaba “El primer gran amanecer” para los caminantes o “El primer Armagedón” para los Templarios, “La convergencia” para El libre pensamiento y “La puerta blanca” en el imperio.
Esas leyendas explican que, en ese suceso cósmico, una puerta que debía permanecer cerrada fue abierta, permitiéndole la entrada a seres sobrenaturales ajenos a este mundo. Incomprensibles y por sobre todo poderosos. Arrasaron una civilización más antigua que los días de dragones sobrevolando las pirámides en las islas caminantes, mucho antes de los tiempos de Munraimund y el viajero.
Fue en la primera gran edad que poco o nada se sabe de los sucesos acontecidos en dicho tiempo, la llamada edad de los dioses, la edad en la que surgió el primer señor oscuro. La poca información pone en duda la veracidad de la existencia de esta primera sociedad. Es tomado como un mito de la antigua cultura.
—El mundo cambió para siempre en el cataclismo, deparándole un destino incierto en el que cada individuo tiene un papel a desempeñar. Esa civilización desapareció y quedaron sus ascuas… ya sea enterradas bajo tierra o en el hielo. La mayoría cree que fueron los primeros elfos, los templarios decían que eran sus celestiales y otros los llamaban constructores… no se sabe. De lo que estoy seguro, es que todo pasa por una razón y que la puerta volverá a abrirse, trayéndonos el caos a nuestro mundo. Te concedieron este don por alguna razón, Tonatiuh. Tu destino va más allá de pasar el resto de tu vida en estas islas.
El brujo siempre acababa el relatado utilizando dichas palabras, insistía que Tonatiuh tenía un futuro en tierras extranjeras. En cambio, el joven no veía hogar en otro lugar que no fuese la jungla, recalcando que no se sentía cómodo en el mundo civilizado, no encajaba. Le preguntaba por qué esta tan seguro que ese es su destino.
—Reconozco el sol cada vez que hay un nuevo amanecer, mocoso. — Ese viejo reía de forma escalofriante y arrojaba una única respuesta criptica—. Cuando sea la hora de irse, ya lo sabrás, solo tendrás que saber reconocer la señal.
En los años posteriores el anciano empezó a desaparecer de la casa construida por sus propias manos. Después de una campaña, el abuelo tomaba un equipaje y se marchaba en soledad a intentarse en la bruma de los valles pantanosos, a veces desaparecía por días.
Al regresar el viejo se veía cansado, de ropajes rotos, con algunas quemaduras en el cuerpo y hasta perdió algunos dedos, excusándose de un encuentro con una manada de lobos gigantes.
Esa práctica lo desgastaba física, y mentalmente por ningún beneficio desconocido en ese entonces y continuó empleando ese pasa tiempo, ignorando las protestas de la familia. Pareciese que el abuelo envejecía a un ritmo acelerado, a pesar de nunca haber parecido un anciano real, siempre era vivaz y energético, los años parecían por fin pesarle. Negado a delegar los deberes de recolección de suministros al nieto, aun continuó acompañándolo en las campañas en ese estado.
Tonatiuh preguntaba al abuelo la razón, y en la veracidad relataba la creación de un nuevo hechizo volátil, potencialmente inestable. De cometer un error expondría a la familia a un peligro de muerte, por lo que debía irse lejos en la tarea de completarlo, recalcando que no deseaba ser seguido de lo contrario nunca le enseñaría esa técnica y ninguna otra.
Entre los cambios notorios además de la extrema fatiga, era que la piromancia de Tecubor se tornó negra, flamas que consumían todo lo que alcanzaban en una voracidad de agujero negro.
Un día, Tonatiuh y su abuelo estaban asechando a un gran oso lanudo por el bosque, sabían que era una presa peligrosa. El hambre en ese invierno intensamente frio superaba al miedo a cualquier criatura de la fauna y los envalentonaba, eclipsando al uso de la razón.
Sin previo aviso, la criatura los detectó y enfureció cargó contra ellos. El abuelo se interpuso empujando al nieto, salvándole la vida. La encarnizada pelea duró poco, Tonatiuh fue el ultimo en pie, saboreando una amarga victoria, al sentarse al lado del cuerpo destrozado de Tecubor recostado en el claro donde había caído.
Los gritos de la bestia moribunda resonaban en la vegetación, asustando a todo animal cercano, más no a Tonatiuh, no significaban nada para él. Toda a atención se cernía en tratar las heridas del abuelo, sus viseras se salían del torso y no importaba cuanto tratara de volverlas a meter, ya era demasiado tarde.
—En mi cuarto… dentro el cofre de piel… está … ecuación en la que he estado trabajando… es tuya… es mi herencia a ti… —suspiró agonizante, aun sosteniendo forma temblorosa el hacha y con la otra mano sostenía la de Tonatiuh—. Como lo hice con mi hermano… concédeme… el honor…
En llanto desconsolado, plagado de un dolor devorador, tomó un cuchillo y apuñaló al abuelo en el corazón, librándolo de todo sufrimiento. Quemó el cadáver de Tecubor orando por él en presencia del atardecer, en un funeral improvisado. Partió de regreso cargando los restos del oso, usados para abastecer y calentar el hogar en esas temporadas heladas en las que la nieve descendía. El sacrificio no fue en vano.
La noticia de la muerte devastó a Darlana, apegándose más a su hijo, al quedarle nada más él y velaba por el regreso en cada incursión. Tras un tiempo de luto, Tonatiuh cumplió la voluntad de Tecubor al sacar del escondite un cumulo de pergaminos de escrituras de mezcla de glifos, números y runas, relatando notas de la creación de una variante a la piromancia, era llamada “Dios solar”.
Al estudiarla bajo el apoyo de la madre, descubrieron que la ecuación era extremadamente poderosa y difícil de controlar, dejando taches sobre versiones imperfectas del hechizo que dieron como resultado la versión final.
Tonatiuh teorizó que el estado endeble de Tecubor, se debía a esos prototipos descartados. Para no asustar a Darlana, no le reveló esa conjetura, por lo que puso como motivo de vida el dominio de esa magia. Era el legado del abuelo, no podía negarse a ese destino conferido.
Se trataba de absorber la energía irradiada del sol durante el día, almacenándola y causando mutaciones en el cuerpo. Las capacidades físicas incrementaban en sobremanera, el torrente sanguino en las venas se encendía en un dorado de machas negras, resplandeciendo a través de la piel y llegaban a los ojos en fulgurantes flamas ardientes. Como efecto secundario, la piromancia normal se tornó en oscura como las sombras dejadas por la luz solar.
A la orilla del rio Tonatiuh se sometió a un estricto entrenamiento, aprendiendo a transmitir esa energía a objetos convirtiéndolos en explosivos. Las rocas era pirotecnia, y las flechas en punzadas incendiarias. Aprendió a encender la hoja del hacha al rojo vivo arrojando un corte definitivo ya sea rayadura o herida se inflamaría en un estallido.
La ecuación poseía dos debilidades en las geas de seguridad: no podía cargar a una persona para volverla una bomba viviente. Lo cercano a ese factor era que podía cargar sus puños en dicha energía y al soltar un golpe emitía un estallido que no lo lastimaría al provenir de su propia magia.
El segundo geas era que por cada explosión las capacidades físicas de Tonatiuh bajarían, por lo que no podía crear explosiones a diestra y siniestra, tampoco a tan corta distancia. Aun cuando no se viera afectado por el impacto, tal como la magia elemental, podría seleccionar que objetos como personas no se verían afectados por la misma, el estruendo del estallido podría aturdirlo, mermando los sentidos a la larga. Por lo que concentró esa magia en las flechas, y en un corte rápido del hacha siempre y cuando pueda alejarse al instante.
En cada combustión estallaban las risas en el peliblanco, una emoción fulgurante nacida por ese poder. Era como si hubiese venido al mundo para cargar el poder del sol. Le recordaba al incendio de los barcos piratas, dotándolo de una manía piromaníaca preparada para ser desatada en peligrosas presas.
Tonatiuh completó y perfeccionó la ecuación del dios solar. En el transcurso de los años plasmaría otras variantes de ese hechizo, volviéndolo completamente suyo, era una de las ecuaciones del caos de extremo poderío y existía un único usuario en el planeta.
Comments for chapter "14"
QUE TE PARECIÓ?