EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 17
Nada era real aun cuando deseara lo contrario, no podía negar los instintos de temple bélicos vibrantes en la sangre. Drake se desplazaba a paso alerta, al bajar una vereda pedregosa de terracería amasada ante el paso de vehículos y el trotar de los cascos de los animales. Bastos forrajes de medio metro color esmeralda que alcanzaban hasta donde llegaba la vista, subían y bajaban tal cual dunas en un reflejo del trigo en el invierno.
La mano del hombre tomó conquista en esas tierras, pocos arboles cubrían con su sombra el campo, evitando la formación de bosques, permitiendo el correcto pastoreo. Cercas de alambres de púas alzados por palo rosa, “el muro viviente” creaban divisiones en la finca, gestionando el ganado separándolos en tamaños.
La pangola regía en ese mundo sobre cualquier otro tipo de vegetación, fulminando la maleza. Había otros como la estrella, paran y guinea, más sin embargo ninguno podía compararse a ese pasto, uno que Drake conocía muy bien.
—Era el favorito de papá… —Observaba a los lados en acelerado corazón latente, presa de una marejada de sentimientos contrarios en colisión.
En las ocasiones que alcanzó a escuchar las conversaciones de Clayton con sus clientes, detectaba que siempre alababa la pangola como el mejor pasto de engorda. Tales afirmaciones fueron comprobadas por Drake, al proponerlo como el factor principal en la finca “la doncella” gobernada por Anabel Blair.
Estaba en la finca del padre, “los potros salvajes” después de tantos años, pareciese que ha vuelto de alguna manera a esa tierra, o tal vez a una materialización copiada de la misma. Drake temía haber caído en la trampa de un enemigo, por lo que buscaba cualquier indicio de algo fuera de lugar y logre escapar. Intentó pellizcare, pero no salía del sueño, podía sentir leve dolor, algo lo mantenía dentro de la ilusión capaz de engañar los cinco sentidos.
Se alejó de la vereda al llegar al final de la pendiente, alcanzó el límite de la cerca al internarse en los campos que llegaban hasta la cintura. Para Drake ningún otro rancho se comparaba al lugar donde estaba. Era hermoso y gestionado en eficacia digna de un profesional, incluso despertaría la envidia de las costosas fincas de los barones.
Constantemente el padre criticaba el trato que daban los otros granjeros a sus tierras, negándose a invertir en meter subsuelo cada cuatro años para que la tierra respirase, matar las plagas de maleza al momento de ver manchones en el potrero. Decía que lo primero era el mantenimiento del terreno, antes de meter animales de forma seguida sin dejar descansar la división. El trato que daba a los campos, se reflejaría en el resultado de la engorda en los animales.
El caminó lo llevó al límite del alambre de púas, en donde se detuvo a escrutar el entorno. Al indagar en el páramo sombrío del pensamiento, recordó que la última acción fue irse a dormir tras un día de vigilancia y entrenamiento, por lo que debía estar en un sueño, uno de carácter vivido.
Tomó dos alambres y los juntó con la mano presionándolos. Envestido por la imponente indumentaria carmesí, el guantelete protegía del daño, más no lo volvía insensible y mucho menos invencible. Todo lo que sucedía era real, aun cuando no podía serlo. Atrás de la cerca se encontró una enorme presa de la que bebían becerros rojizos.
Algo raro estaba sucediendo en ese lugar, y al tratar de encontrar la clave del despertar, una idea le perforó el cráneo, sobresaltándolo. La imagen de la mujer de alas negras llegó a la cabeza, teorizando de que toda esta simulación era causa de ella.
Aun cuando no estaba del todo seguro si la entidad fue real o no, el sueño sería una oportunidad para averiguarlo. Se sentía como si estuviese en el mundo físico, sobrecogiéndolo la incertidumbre, estaba en pleno control y si el cuervo se encontraba aquí, podría obtener unas respuestas.
El mugido de un ternero lo sacó de la inmersión, al girarse encontró a la cría al lado de un becerro mucho más grande. Podría ser el padre o tal vez no, pero daban esa extraña imagen.
Un haz de recuerdo vino a la visión: se veía de niño en un andar cansado y torpe, a duras penas seguía al padre. El viejo acostumbraba el explorar la finca a caballo o a pie al lado de los trabajadores, asegurando la permanencia del orden.
Constantemente en las prolongadas caminatas en los cerros bajo el inclemente sol, el pequeño Drake caía de rodillas rendido, derramando cantaros de sudor consumido por taquicardia y un fuego en los pulmones.
Al alzar la cabeza buscando ayuda o gemir en protesta, la voz sonaba afónica, y encontraba a su padre a lo lejos. Al no poder seguirle el paso a Clayton, quien de vez en cuando se detenía por medio segundo. Tan solo para mirarlo por encima del hombro en un gesto de frio desdén y murmurando una bajeza retomaba el paso dejando atrás a su hijo, no importándole si lo alcanzaba o no.
Era inconcebible, Clayton fue marcado por heridas de batallas pasadas. Llevaba un implante mecánico por pierna y parte del brazo. A veces se quejaba por dolores de espalda si acumulaba mucho trabajo y en estos paseos nunca se notó cansado, era un ser sobrehumano.
Pasaba algo similar a caballo, Drake le tocaba usar los corceles viejos y cansados, bajo el pretexto de que era mejor ir por un animal tranquilo. Si debían mover ganado lo mejor era que el niño se mantuviera en la línea trasera, dejando a los corceles vigorosos al padre y a los trabajadores.
Aun cuando intentase protestar, recibiría gritos fúricos por parte de Clayton, al ser de carácter fiero no dudaba en regañar duramente al hijo por cosas mínimas, inclusive si la gente los observaba. Era un hombre duro, carente de escrúpulos o delicadeza, más no era una mala persona.
Tuvo un padre reservado, poco afectivo, mujeriego y alcohólico, pero no llegó a ser un desgraciado. A Drake nunca le faltó comida, un lugar caliente o concejo y era alguien a quien podía admirar.
Drake veía a su padre como un héroe de guerra y un gran empresario. Aun cuando se tornaba cansado, era implacable en sus acciones y lo único que tenía al no tener otro familiar conocido o vivo.
Clayton era un maestro en el uso de fusiles, y los revólveres eran sus armas predilectas, las llamó Conrad y Uruk, escritos en los cañones. El tirador no excluía el acero punzo cortante en la armería, agregando una enorme guadaña de alargada hoja con una cadena a modo de gancho, usándolo como látigo.
El joven Réquiem deseaba enorgullecerlo, tener su aprobación y sentir que era digno de llevar el apellido. Más nunca pudo hacerlo cuando Clayton estaba vivo, un peso que ha cargado en la espalda por años, tal como se aparecía en sus sueños: lo veía a lo lejos, dándole la espalda en medio de una tormenta de arena, personificando lo inalcanzable.
Los que conocieron a Clayton en vida, al ver a Drake lo primero que resaltaban era la viva imagen del progenitor, con la gabardina ondeante en una visión imponente del hombre fuerte, inquebrantable, el guerrero nato al que nada le temía. En el fondo, una astilla de frustración caía en el rojizo, corrigiendo mentalmente: era la sombra del pistolero.
En sus adentros el modelo del padre era una división de dos factores, características que ha querido imitar y otras desechar. Deseaba ser igual de valiente, seguro y centrado, poseedor de fama como talento en los negocios, sabiduría y en la lucha.
En ese impulso de pura idolatría asechaba el otro lado de la moneda, un reflejo quebrado de aquello no deseado por el Drake, radicando en como terminó: un solitario borracho de carácter amargoso, adicto al cigarro y a las prostitutas. Desapegado emocionalmente de las personas, en especial de su hijo.
En expresión de pesaroso cansancio, Clayton se sentaba en una mecedora al finalizar la jornada, inmerso en una especie de transe apagado, era la viva imagen del hombre que esperaba a la muerte.
Sucumbido en las abismales memorias cargadas de sentimientos en conflicto, Drake prosiguió el avance, subió otra pendiente en cuya cima se veía el viejo establo con embarcadero, justo al lado de un granero en donde se guardaba alimento para ganado. Tenía la puerta abierta, en el que se llegaba a ver un tractor azul corroído por el óxido y atrás remolcaba una cortadora. Inconscientemente dejó escapar una risotada entre dientes, en un aire de nostalgia que le recorrió todo el cuerpo.
—Esas porquerías sí que nos causó problemas… —Apostaba que las dos máquinas era de una antigüedad superior de a la de Clayton y Drake juntos.
Supo que Clayton la adquirió usada, con tal de abaratar los costos. Las partes mecánicas se tornaban obsoletas debido al desgaste y constantemente debían repararlo. De niño, Drake llegó a bromear que terminarían comprando un tractor nuevo hecho de todas las piezas nuevas que le metían. Se le volaban los baleros, la tapa del aceite se reventaba, los fusiles no duraban más de un día, la marcha fallaba y tuvieron que cambiar la pila constantemente.
Cada vez que el tractor se descomponía, enrojecía el rostro de Clayton y soltaba improperios a diestra y siniestra, ahuyentando al hijo temeroso de que podría desquitarse con él. En esas memorias llegó una anécdota amarga en Drake. Quiso usar el tractor para cortar el pasto y ganar unas coronas extras.
Tras mucha insistencia, Clayton lo dejó y debido a la emoción, Drake se distrajo no colocando correctamente la tapa del aceite. La máquina se apagó de pronto debido a la perdida de líquido.
Encolerizado, el padre descaró una marejada de reprimendas en el hijo, quien no pudo hacer otra cosa que aguantar y bajar la cabeza, que hasta los ojos enrojecieron llenos de lágrimas.
—¡¡Eres un pendejo inútil!! —No se guardó nada al descargar el veneno furibundo. Clayton nunca pudo controlarse al estallar en ira. Si una chispa venía a él, explotaba flamígero bañado en material inflamable y se llevaría a cualquiera que tuviese cerca—. ¡¡Toda la vida has sido un pendejo!! ¡¡Nunca puedes hacer nada bien!!
Tuvieron que reparar algunas piezas del motor, y esa oportunidad de conducir el tractor nunca volvió a ser presentada. Lance tuvo que apoyarlo para que intentase manejar la maquina en la Doncella, ganando algo de confianza. En los ataques de ansiedad, se sentía acosado por esas palabras del padre, mermándolo y costándole aprender a realizar esa actividad.
Todavía podía escucharlo en su cabeza, cada vez que algo se le dificultaba la voz de Clayton resonaba degradándolo, recalcando los errores y alimentando esas inseguridades. En otras ocasiones se veía a sí mismo como una versión monstruosa, la cual lo hostigaba personificando todo el odio que ha encapsulado.
Abatido por ese fracaso Drake siguió caminando a través de la vereda. Se topó con cinco troncos talados parados en línea horizontal. Era la zona de tiro, cada fin de semana Clayton acostumbraba a practicar el desenfunde veloz de una pistola y fulminar unas botellas de vidrio vacías. Tomado o sobrio, era una vista de águila, gatillo fácil, la mano rápida y en un parpadeo desfundaba.
Drake nunca pudo ver el instante en el que sacaba el arma de la funda, cambiaba en un instante y en tiempos en los que se convirtió en algo superior al físico humano, dudaba si lograría seguir esa velocidad en un hipotético combate.
Hasta donde sabía, nunca ha escuchado de alguien que haya visto al pistolero desenfundar los revólveres. En las historias contadas por Rhazaik, se decía que Clayton solo se lo veía que estaba parado, y de un momento al otro tenía las armas en las manos y disparaba.
Clayton quiso inculcar al hijo en ese arte, lamentablemente la pericia del pistolero no fue heredada en Drake, incapaz de acertar en más de un blanco de diez en innumerables asaltos. Las fallas constantes no frenaron, era la puntería o se le resbalaba la pistola de las manos temblorosas, a causa de los nervios de inseguridades convertidas en carbón ígneas, avivadas por los fulminantes gritos de Clayton.
En donde se mostró un avance fue en la lucha cuerpo a cuerpo y el uso de armas blancas. A Drake le frustraba no destacar en el fusil, y tampoco haber nacido con el don. La dura guía de Clayton fue diezmada en resignación, indicándole unas palabras que aun continuaban latente en la psique.
—Si sabes una sola cosa, niño… enfócate en esa y domínala, vuélvela tu propio poder.
Esa mentada frase terminó por acabar las clases de tiro. Era como lo del tractor, nunca se le volvió a dar otra chance, no importase las suplicas cargadas de llanto por una oportunidad, Clayton eran inclemente en sus decisiones.
La mediocridad dio paso a la tenacidad, por lo que se empeñó a entrenar de manera autodidactica, basándose en las enseñanzas previas de lucha mano a mano. El padre no le prestó ninguna de las armas, por lo que se tuvo que conformar con palos de escoba.
Anhelaba convertirse en un guerrero justiciero, inspirado en los relatos de héroes contados por el padre en las noches y en las epopeyas épicas relatadas de experiencias de los guardianes. Derrotar monstruos, salvar doncellas, ganarse la admiración de las personas dadas grandes hazañas, descubrir tesoros ancestrales, visitar lugares inexplorados y conocer gente de todas las razas al viajar por el mundo. No iba a lograr todo eso confinado en una finca, cercano a un poblado pequeño.
Ser un guardián fue el sueño de Drake, uno que conservó durante años y cerca de los trece, la edad para entrar a la academia militar, dejó en claro al padre el objetivo. Pensando que recibiría una mano en el hombro, como un discurso motivacional resaltando lo orgulloso que estaba por esa decisión de seguir sus pasos, fue abatido por una fría negativa.
No podía comprenderlo, en una risa nerviosa preguntó si bromeaba, de lo contrario nada tenía sentido. Clayton era firme, no le iba a permitir abandonar Arnold e irse a Roca negra para convertirse en un guardián.
En un estallido de furia demandó saber la razón del entrenamiento, porqué le contó todas esas historias si no le iba a permitir unirse a la cacería de monstruos. La rabia arrancaba las palabras de la boca, derramando lágrimas de ojos enrojecidos.
Clayton lo hizo callar de un fuerte grito, y tras tomar un respiro, lo tomó de los hombros fuertemente al punto que sintió algo de dolor. Se encararon fijamente, franqueza genuina emanaba del padre, y en una sombría seriedad contestó:
—Te entrené para que aprendieras a defenderte, no para que vayas a tirar tu vida en vano. No vas a seguir ese horrible sendero que me vi obligado a seguir. No tuve alternativa… tú si la tienes, y quiero que tus manos se dediquen al campo. Este lugar será tuyo algún día, por lo que debes aprender a manejarlo.
La conversación acabó en esa sentencia a la par de las historias, Clayton dejó contar las anécdotas y la de otros guardianes a su hijo, también en las visitas de Rhaizak le pedía que se abstuviera de indagar en detalles de los contratos que ha estado realizando.
No lo comprendió en ese tiempo, una semilla de rebeldía se sembró en el corazón de Drake. En la adolescencia no tuvo reparos en explotar todo ese rencor encapsulado, no pretendía aguantar las bajezas o los regaños constantes, dejó de bajar la cabeza sumisamente y comenzó a defenderse. Frustrado por recibir trato duro y poco afectivo, comenzó a contestarle al padre a la mínima provocación.
Si el viejo era dinamita, el hijo era la chispa en el mechero. No hubo día en el que no pelearan, por trivialidades que se olvidarían al día siguiente, discutían de forma violenta, se dijeron cosas que no sentían presa de la furia.
Drake recordó una ocasión en la que se escapó a Arnold por una bebida que era un espumoso jarabe de frutos rojos, después de un pesado día de trabajo, y de monedero obeso en coronas doradas y en la emoción no avisó, pensando que llegaría antes de que Clayton se ahogaría de borracho en la cantina o saldría a algún prostíbulo, por lo que no le molestaría.
…
No había muchos jóvenes de su edad, y debido a las jornadas de trabajo Drake no socializaba demasiado en ese tiempo. A fuera de la tienda tomaba el dulce néctar, encontrándose de improvisto con Clayton, quien lo ha estado buscando y se veía completamente sobrio.
—¿Que haces aquí? —El joven Drake lo interrogó ásperamente, pensando que tenía la razón y autoridad para igualarse al viejo, parándose delante de él mirándolo alzando la cabeza.
—Dejaste un portón abierto en la segunda división. No terminaste de arreglarlo, y terminó cayéndose. —Clayton lo vio por debajo, los puños estaban cerrados y hablaba—. Parte del ganado se mezcló con el del potrero vecino. Tendremos que gastar todo un día de trabajo mañana para arreglar tu cagada.
—Un “hola, hijo ¿Cómo estás? Veo que la estás pasando bien, mejor me voy a beber y buscar mujeres” pudo ser suficiente. —Bromeó fingiendo seguridad, Clayton no contestó de inmediato, seguía esperando una autentica explicación—. ¿Porqué estás seguro que fui yo? Pudo ser Sultán o Tristán los que dejaron el portón mal puesto al pasar por ahí. Siempre quieres culparme por cualquier cosa que pasa.
Drake no estaba seguro, llegó a pensar que el amarre que puso fue endeble, debido a las prisas por querer el jarabe. El objetivo de salvarse de un castigo, no se comparaba a querer seguirle la contraria a Clayton. La tensión surgía en cascadas en la confrontación de los dos Réquiem, el ambiente era pesado y pareciese que cualquiera soltaría un golpe.
—Tú estabas arreglando la cerca en ese lugar, solamente fuiste tú. Y eso no es lo que realmente me jode, mocoso. —La gente del local los observa intrigados, conocían la fama de los Réquiem debido a sus peleas, era un espectáculo de pena ajena—. Tiene dos horas que anocheció, niño. No tienes permitido salir de la finca después del atardecer. Hay demasiados peligros allá afuera, y no te puedes exponer así, como si no lo supieses. Y tampoco deberías tomar bebidas azucaradas a altas horas de la noche, es malo para tu salud.
—¡Tranquilo! ¡Quise salir un rato a comprar un jarabe! ¡¿de acuerdo?! Ya iba a regresar a casa. —Elevó la voz, fastidiado de ser tratado como un niño y no pensó en sus palabras—. Nadie te niega tu wiski barato cuando sales de madrugada.
—¡Escucha, niño estúpido! —No iba a tolerar la impertinencia de su hijo—. Estoy harto de tus niñeras. Mientras vivas en mi propiedad, vas a tener que respetarme.
—¿Así como te respetas a ti mismo? —se arrojó osado—. No quieres que me convierta en guardián y me quede aquí para siempre tan solo… tan solo ¡Para convertirme en un viejo borracho enojado con la vida, que desquita su mierda con los otros!
Una oscuridad mórbida se ciñó en Clayton, amasando una pesada presencia resentida por Drake, cuya soberbia fue aplastada ante una desbordante colera venida en ráfagas. Instintivamente retrocedió y alzó las manos, protegiéndose de un posible golpe hasta que un temeroso mesero se acercó.
—Se- señor, creo que voy a pedirles que se vayan o voy a tener que llamar a la guardia… —solicitó esforzándose para que la voz no le sonase quebrada—. Están incomodando a la clientela
—De acuerdo… —Clayton no tuvo otra alternativa que aceptar, soltando un gruñido áspero se dio la vuelta y al estar por irse inclinó la cabeza para encontrarse con su hijo asustado—. Que maldita decepción resultaste. Si tienes algo de cerebro vas a tener que disculparte… no con palabras…si no con acciones o vas a ser un mediocre por toda la vida y no cabrás en ningún lado.
Domado y diezmado, fueron los nombres de las balas que penetraron en el pecho de Drake. En todo el camino de regreso a casa se disculpó, hizo promesas de no volver a contestar y que iba a ser un mejor hijo, igualmente trató de negociar para no se le tratase de forma tan tosca, nada de eso fue contestado.
Clayton se la pasó ignorándolo, en días posteriores apenas le dirigió la palabra y le recordaba la escena cada vez que quería molestarlo, con tal de que no se negara a sus peticiones.
Por querer enmendar las cosas, Drake se dispuso a realizar el doble de trabajo en la finca, limpió la casa y agarró practica en la cocina, con tal de apoyar un poco más de lo habitual. Compensar por una falencia era el credo, el primer estigma en Réquiem y en años posteriores a seguido esa senda cometiendo fallas de las que exigían redención.
El distanciamiento del padre fue en ascenso al marcharse por viajes de trabajo, dejando meses completos a Drake a cargo de la casa, no de la finca ya que estaba en manos de los trabajadores, no le tenía confianza para esa responsabilidad.
En años posteriores se preguntaba que, de no haberle contestado de esa manera, quizás él y su padre no se hubiesen distanciado. Tal vez Clayton no se hubiese marchado, dejando atrás a un niño necesitado de afectado, y no lo hubiese ido a buscar en la extranjera.
…
—Era un vil pedazo de mierda… —Se puso la mano en el rostro, abatido por la vergüenza bebió de ese trago irónico—. Probablemente piense lo mismo de mi ahora en unos años.
Una carcajada cínica sonaba a través de la dentadura. El objetivo de ser guardián, lejos de ser una ilusión tomada por propia elección, se tornó en el único medio para sobrevivir. La vida dedicada a una finca, criando animales para su engorda, lo que era el mundo del que quería alejarse, se volvió un anhelo.
Debía sobrepasar una década de servicio al pretender conseguir una pensión, y evitar la ejecución por deserción. Le gustaba su trabajo como guardián, lo convirtió en el medio para conseguir la redención, sobrevivir a cada contrato aferrándose a la esperanza, se decía constantemente “tan solo una batalla más”.
Esa idea lo ha mantenido tenaz, avivando la flama de vida. Si lograse superar los obstáculos, albergaría cierta paz por enmendar los pecados pasados, y ser merecedor de una vida tranquila al final y tal vez ser merecedor de una familia.
De algo se caracterizaba Drake era una fuerte terquedad y tenacidad envenenada a causa del deseo desmedido por la aprobación del padre. Pensó que, si lograba dominar su estilo, lograría impresionarlo y tras su muerte, cambió el paradigma en un intento por honrarlo.
Siguió intentando en la academia, quería ganarse el manto de Clayton. La deficiencia en el uso de las armas de fuego continuó, no importase el esfuerzo empleado, no lograba destacar en esa práctica.
Para compensar esa falencia, lo combinó con el domino en acero y la lucha cuerpo a cuerpo. Si en algo Drake sobresalió, fue en el domino de una amplia gama de armas blancas, desde del tipo filoso hasta las contundentes.
Finalmente, para el día que obtuvo el rango de bronce, logró un dominio rosando lo decente. En ese puesto era de un escudero, iba en grupos de novatos en contratos de baja peligrosidad liderados por un guardián de rango plata u oro.
Conseguir las diez estrellas en ese nivel carecía de complejidad. La supervivencia en las misiones, el pago puntal de las cuotas y las recomendaciones promovieron a Drake para escalar en la carrera, alcanzando el rango plata.
En esa condecoración se quedaban la mayoría, debido a la zona de confort representante por tener pocas responsabilidades en documentaciones, dar un porcentaje mensual del diez porciento de todos los contratos en el que se debía realizar uno mínimo para no recibir una multa. El escalar en estrellas en ese puesto era complejo, se necesitaba una gran cantidad de contratos, como estudios para subir al oro.
Al estar los tres guardianes de los lobos alzados en plata, se decidieron en tomar una misión individual, tal cual una prueba de valor. Esa fue la ultima ocasión en la que Drake siguió en su afán de emular al padre y la experiencia continuaba atormentándolo en los sueños.
Cruzó una cerca y llegó al centro de la propiedad en el que se veía una enorme presa cercada que podría ser confundida por un lago. La vereda culminaba en el porche de una rustica casa con dos pisos de colores crema, de una alzada torre de la que escapaba humo de una chimenea y techo de anaranjada teja.
El hogar era rodeado de árboles frutales de mangos y plátanos, la primera era la favorita de Clayton y la segunda era para el hijo. Ningún animal se encontraba en esa división, dando a entender que esa estaba trancada.
Al parpadear, la simulación de un pacifico hogar en un ambiente rural en un día primaveral fue bastardeada en una visión de una versión corrupta. Distorsionada en sonido de estática mostrando la visión de la casa devorada por las flamas, bajo un cielo nocturno y los campos fueron forrados por los cadáveres de cada uno de los trabajadores de la finca. Fueron hechos pedazos en entrañas esparcidas y una cacofonía de lamentos explotaban en eco, unidos a la metralla y al crepitar de las flamas.
—¡M-mierda! —maldijo en un hilo de voz, al sostener la cabeza con ambas manos y al despabilar el hogar volvía a estar normal.
Tomó un profundo respiro calmar el aflijo corazón y cuidadoso se acercó al porche, encontrándose la vieja silla mecedora. En tiempos nocturnos, Drake se quedaba a escuchar como el padre tocaba el laúd salía fumar un cigarro, en cada ocasión yacía sentado en ese mueble. Clayton nunca se dejaba ver fumando, el niño apenas podía contar unas pocas ocasiones en las que logró verlo degustar un puro, al creer que estaba solo.
Si era descubierto, la regañada que le impartían al hijo era descomunal. Clayton se adjudicaba un estado adicto, no lo podía soltar y prefería no inmiscuir a su progenie en esas prácticas. De todas maneras, a Drake no le agradaba tras probarlo una vez en una de las escapadas nocturnas en la academia militar junto a Alice y Lance.
Le bastó una única experiencia como para no volverlo a tocar nunca, toleraba el hedor y a los que lo practicaban. Nunca quiso intentarlo otra vez por el desagradable sabor.
Acarició el respaldo usando ambas manos. La empujó tan solo para escuchar el rechinido, despertando una sensación de alivio y llegó a imaginar que su padre lo estaría esperando dentro de la casa, lo vería de nuevo con esa faz cansada, le preguntaría porqué llegó tarde a la cena y si se aseguró de darle agua a los caballos.
Tan solo por un breve instante, se olvidó que todo esto era un sueño. La puerta no tenía seguro, por lo que la abrió sin cuidados y al asomar la cabeza adentro de la vivienda se respiraba un ambiente de cerrado.
—¿Papá? —preguntó por reflejo, no esperaba que le respondieran.
Al cruzar el umbral y sentir el rechinido de la madera al dar el primer paso, explotó un sentimiento híbrido entre el pesar y la alegría en el pecho, tornando los ojos anegados. Aun cuando era una mentira, una simple ilusión, volvió a casa.
Atravesó el recibidor cruzando por un corredor dividido en tres zonas: la izquierda llevaba a la cocina, conformada por una estufa, una nevera, un lavamanos y una mesa con cuatro sillas, aun cuando nada más vivián dos personas en ese lugar. No hubo una madre y no existía un hermano, ideas que siempre llegaron a entrar en la mente del infante.
Los lugares extras llegaban a ser ocupados por los trabajadores, quienes llegaron a acompañar a la pequeña familia Réquiem en las tres comidas del día. Clayton le enseñó al hijo que no importaba la procedencia, debía respetar y tratar honrosamente al prójimo, independientemente del estatus social.
En el invierno un asiento le pertenecía a Rhaizak, el fiel compañero de antiguas aventuras del patriarca de la finca. Prácticamente Drake fue criado por esos dos guardianes, y eran sus modelos a seguir, admirándolos profundamente.
«¿Dónde estará Rhaizak ahora? Supuestamente estaba en el sur en una misión cazando quien sabe que cosa. Debería enviarle un mensaje a lo mejor no me contesta mil años después. Mierda… espero que esté bien», reflexionó en una presión en el pecho, temeroso por el estado del padrino.
Rhaizak era para Drake la definición de lo que debía ser el epitome un hombre: alto, fuerte, de voz profunda con facciones masculinas, carismático con una personalidad segura y dominante portando un arma imponte.
Rememorando esas características, el caminante y el pistolero lo influenciaron, colocando las piezas de acero que forjarían la personalidad como el estilo de lucha, diferenciándose por la carmesí armadura diseñada en base a los deseos del portador por medio del estigma. Un capullo carmesí protector, ocultando las inseguridades y miedos en una agresiva apariencia.
Drake vio el horno por unos instantes, recobrando otra memoria. Pensó en Karen, la cocinera que el viejo contrataba para prepárale sus pescados, ella igualmente era hábil en la repostería, una excusa para que el niño ayudase en la cocina. Era una mujer entrada en años, fue la nana en la tierna infancia, era como una abuela cariñosa de la que pasó un tiempo efímero, ella falleció en un accidente de coche.
Esa noticia desgarró el corazón de Drake, y las lágrimas corrieron, buscando consuelo en el padre, quien no dudó en abrazarlo.
—La vida es cruel y dura, hijo… —Drake podía escuchar al padre en su cabeza, de nuevo era un niño de diez años, pegando el rostro en el pecho de Clayton, mientras le limpiaba las lágrimas—. Personas mueren a diario, incluso los que amamos. Nadie está exento de esa ley de la naturaleza. Lo importante es que queden en nuestros recuerdos, su amor, enseñanzas y pensamientos y tenerlos con nosotros, de manera vivirán por siempre con nosotros para luego transmitirlo a la próxima generación.
Drake retiró el guantelete de la armadura para limpiar las tramposas lágrimas, negando con la cabeza. La sobrecarga de sentimientos era demasiada, no cabía en su ser por lo que impaciente no pudo aguantar y gritó.
—¡Anisha! ¡¡Se que estás ahí!! ¡será mejor que te muestres y acabes con este juego! —nadie respondió, el juego continuaba y no podía despertar hasta completarlo, tal como lo hizo con la armadura, listo para un combate.
En la sala se veía un sillón, y el viejo televisor que sintonizaba la frecuencia local, al lado de la radio. Todo en un estricto orden, dada a la disciplina militar impartida en el hogar. Drake vio la imagen de la festividad de la llegada del viajero durante el invierno, en la que los padres daban a sus hijos un regalo sorpresa oculto bajo una túnica dejada en la sala.
Un muñeco de un caballero y un peluche de tela en forma de dragón fueron los regalos. Lleno de felicidad pasó horas de diversión durante esa mañana, bajo la vista de Clayton, sentado en el sillón con una tasa de café humeante.
En los estantes de las paredes se topó con algunas fotos, la mayoría eran de Drake a una edad temprana. En una de las imágenes se veía a Clayton jalando un poni y su hijo risueño se agarraba las riendas.
Drake no pudo evitar en soltar una quebrada risa, esbozando una genuina sonrisa. Se veían ambos muy felices, era de las pocas veces en las que vio a su padre con una expresión distinta a la amargura constante. Tomó la fotografía y la colocó en el pecho, presionándola en un esfuerzo por resguardarla con él, aun cuando todo esto era una simple recreación. Hubo buenos momentos como malos, era innegable para el corazón del guardián, por lo que siguió explorando.
Otra de las imágenes captó la atención, era de Clayton junto algunos de los supervivientes de la guerra civil de los guardianes. En ella estaba un blindado acorazado de asedio, un viejo modelo de rompe infiernos en el que estaban algunos soldados notables de la época, posando para la imagen. Fue un día antes de la batalla final en la capital.
Ese conflicto era poco revivido en las anécdotas de los dos guardianes, no era algo que deseaban compartir ante los ojos de un niño aun inocente. Drake nació por esos años, lo que llevó a teorizar que, durante la campaña, Clayton tuvo algún encuentro casual con una mujer de mala suerte, terminó embarazada y el hijo nacido fue legitimado por razones que desconocía.
Devolvió las fotografías en los estantes, y escuchó el chirrido de una silla al ser arrastrada hacia atrás, proveniente de una habitación cercana a la sala. Drake dejó escapar un leve suspiro, la piel se le erizo en un retumbar acelerado de corazón. No estaba en soledad en ese mundo onírico.
El sendero que dividía ambas zonas, llevaba a unas escaleras que deban a los dormitorios y al lado en al final de un pasillo de paredes color crema estaba la oficina de Clayton, de donde vino el rayón en la madera.
Tragó saliva, se decía que era una ilusión, que todo esto era falso. El padre no iba a estar trabajando el escritorio, no lo iba a regañar por molestarlo en su jornada de cuentas, quejándose de la muerte repentina de un animal por alguna serpiente. No, nada de eso, aun cuando lo desease, no pasaría.
En pauso cauteloso se acercó, únicamente escuchaba el chillido de la madera combinando al mecánico resonar de la armadura, en un dueto enervante que le sacudió el alma. Con el alma hasta los pies, a cada paso que daba una sensación de nerviosismo hormigueaba en la espina y se regó por la piel en oleadas.
Giró el pomo, abrió la puerta y las sospechas reclamaron veracidad. Dentro se encontraba un amplio corredor de paredes tapizadas por estantes repletos de libros, y en el fondo atrás de un escritorio cubierto de papeles, permanecía sentada la burlona cuervo iluminada por las luces del sol al traspasar el cristal del amplio ventanal abarrotado a sus espaldas. Frente a la anfitriona y sobre el mueble estaban dos tasas de té servidas al tope humeaban, al lado de una tetera.
—¡Oh, Drake! Te he estado esperando… —sentada de piernas cruzadas, con un chal de negro en los hombros en lugar de alas, Anisha ofreció una tasa a su visitante—. ¿gustas un poquito? Es de arándano
—¿Te estás burlando de mí al traerme aquí? —Retó sombríamente. La ilusión, las viejas memorias y desembocar en un despreocupado recibimiento, acabó por apretar un torniquete entre las sienes. La cabeza estaba en alto en un rostro furibundo, y siguió caminando frenando justo en el borde del escritorio, al lado opuesto de la albina—. Me entrenaron para lidiar con enemigos mentales, tu transe no me va a contener por mucho tiempo. Si me trajiste aquí será mejor que sea para algo importante… quiero respuestas y será mejor que las entregues o vamos a tener un problema.
—Igualito a tu padre… siempre queriendo imponerse como el chico rudo. —Dejó la taza en el platito, soltando una tenue y cantarina risa de despreocupación absoluta. Apoyó los codos en el mueble y juntó las manos como un pequeño respaldo para barbilla, y de esa forma escrutar de pies a cabeza al visitante—. No, niño. Esto no es ningún ataque psíquico o algo parecido, no se me permite hacerte daño… según lo estipulado en el contrato. Y seleccioné un lugar agradable sacado de tus recuerdos, para que no se repita todo el tiempo tu visión del “desierto salino” era un lugar muy deprimente. ¿Quieres respuestas? Hoy me siento de muy buen humor para contarte algunas cosas y ¿por qué no? ponerte un pequeño reto.
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