EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 30
Sheila regresó a las barracas, tomó del casillero la túnica que usaba para ocultar su apariencia, agregando un gorro y unas gafas oscuras. Ganó energía tras devorar cuatro cortes de carne ensalza, puré de papa y frijoles acompañados por una jarra de agua helada en el comedor.
Al terminar la cena salió del recinto y caminó por la plaza, en dirección a las puertas de la ciudad. Pensaba salir de la misma, internándose en bosque en donde pensaba obtener la mayor calma posible, ayudando en su meditación.
Como de costumbre las calles estaban abarrotadas de gente, la mayoría refugiados. En la multitud andaban personas portando implantes mecánicos, piezas de calidad estándar de los clásicos colores grises y negro. La gente se ha visto acostumbrada a los implantes, y el uso de medios para ocultarlos como las prendas largas.
A Sheila no le extrañaba no encontrar gente que usase versiones color carne o piel sintética. Esos artículos se caracterizaban por un alto costo, y en el segundo se mostraban posibles alergias.
En la mayoría de casos, la situación económica mermaba y no se consideraba comúnmente un gasto indispensable el método para volverlo cercano a lo biológico. El vacío inquietante no desaparecerá, algo resaltará y finalmente se notará el metal actuando de carne.
Sheila observó de reojo a un vagabundo alzando un cartel de cartón, en el que se pintarrajeaba «el final se acerca” escrita con pintura azul. Gritaba improperios de una persona alcalizada, hablando de que la aparición del titan fue una señal. La gente lo ignoraba, seguían el camino que les correspondía centrados en sus asuntos.
—Debería comprar unas provisiones por si me da hambre.
Sheila conocía el metabolismo acelerado, el que tenía se caracterizaba por ser mayor a lo normal en sobrehumanos. En los entrenamientos debido al esfuerzo físico, le rugía la tripa y no tardaría en caer en antojos.
Se detuvo en un puesto de recuerdos, vendían chucherías en su mayoría, cosa que no caía en el interés de Sheila, se enfocó en pedir unas botellas de agua, unas tiras de carne seca y plátanos fritos, además de una botella de salsa picante.
Se le pelaron los ojos al chocar de frente con el casco de Clint, al menos con un peluche que simulaba una versión caricaturesca del Templario, bajo una fila de pequeños zealots colgados en el puesto y miniaturas de cruzados.
—Para su hijo y hermanito, señorita. Apoye a la santa cruzada comprando la mercancía. —Ofreció el tendero.
—¿Me ve cara de tener hijos? —Frunció el entrecejo.
En la cercanía explotó un alarido escandalizado, el cual penetró los tímpanos de Sheila y al buscar el origen, captó un robo en proceso. Al otro lado de calle, en una tienda de abarrotes salió disparado un hombre enmascarado con una bolsa llena de coronadas doradas, dejando atrás al angustiado encargado.
No lo dudo dos veces, se impulsó a una velocidad sobre humana y alcanzó al delincuente en cuestión de segundos; lo tomó de la muñeca en donde sostenía la pistola, mientras lo alzaba de la nuca con el otro brazo. En un tronido de huesos ahogado por el grito del hombre, el arma se resbaló de los dedos para caer contundente en el adoquín.
—Los psíquicos están fallando —murmuró Sheila,
Dos guardias no tardaron en llegar, vestidos en gabardinas grises, gorras, placas pectorales y pistolas. Sheila se apartó, dejando que los oficiales terminaran de ponerle las esposas al hombre. Cerca de interrogarla, se limitó en mostrar el medallón y bastó para que la dejaran marchar, sonriente por la proeza. Al estar por atravesar un callejón que fungiría como atajo, una mujer en sombrero recargada en la pared de ladrillo donde vio todo la detuvo.
—Nada mal, dragón… me gusta tu estilo.
Sheila frenó en seco, las piernas se le entumecieron y las manos le palpitaron. Tragó saliva, sacudida en una descarga de escalofríos que le erizaron los cabellos de cuerpo. Ya de por si poseía mucho bello, un equivalente de escamas. De reojo visualizó a esa mujer, pensando que tal vez la conocía. Nada, no había nada en ella que pudiera concretar como algo familiar.
Se trataba de una mujer esbelta de tez blanquecina cual nieve, de facciones suaves y cálidas pintadas en un maquillaje lúgubre denotando un aire gótico. De largo cabello celeste grisáceo que alcanzaba la cadera, y ojos rasgados de color añil.
A los lados de la mejilla se pintaban seis franjas negras en forma de flecha, tres en cada lado. La indumentaria se conformaba por un abril azul marino, entre abierto dejando ver un suéter negro segmentado de cuello alto. Por debajo del faldón llevaba unos pantalones oscuros pegados en las piernas largas y anchas, con botas grises. Un droide esférico color azul y gris flotaba al lado de ella, en cuyos oídos sostenía un par de pequeños dispositivos en los que escuchaba música.
—¿Disculpa?
No tuvo que decir lo que era a viva voz. Pensó en la fama ganada en los contratos, dando la posibilidad de que su disfraz se tornase inútil o una coincidencia burlesca del destino.
—Me gustó tu actuar “rápido y no me quedo a los créditos” buen trabajo. —Estaba de brazos cruzados con una pierna doblada y cuyo pie se apoyaba en la pared. Le sonreía juguetonamente con esos labios negro azabache, guiñándole un ojo en señal de complicidad. Se retiró los audífonos dando seguimiento—: pero el ladrón pudo disparar el arma en tu agarre, lastimando civiles. Nunca es imposible que fuese algún esper, y eso causase caos en las calles. Tuviste suerte, debes pensarlo todo el camino hasta el final, chica dragón.
—¿Puedo ayudarla en algo?
Ignoró la crítica, el cómo pudo captar lo que es ella le asaltó de repente, tanto como un extraño aroma que desprendía. No podía describirlo en palabras, le resultaba conocido, le enervaba y le agitaba. La desconfianza se transformó en asombro, por fin reconoció esa extraña esencia, algo que no ha sentido desde tiempo atrás, provenientes de una única persona. Feromonas, las únicas que podrían salir de otro dragón al comunicarse y reconocerse entre mutuamente.
—Donde otros terminan… —Se quitó los transmisores de los audífonos guardándolo en la bolsa interna del trajín y le invitó a terminar la frase.
—Nosotros seguimos, evolucionamos y…
—Conquistamos.
Culminó en visible aliento. Se bajó las gafas y la esclerótica blanca se tornó oscura, mostrando unos ojos de reptil, de un azul profundo, de una mirada congelante y por segundo la temperatura descendió de golpe.
—Ese era el lema de los Albionix… ¿Quién eres? —preguntó, por dentro sabía lo que era, más no se atrevía a creerlo.
Demasiado bueno para ser cierto, su corazón palpitaba, su sueño, lo que tanto ha deseado se mostraba delante de ella. Anhelaba que el contrato de Lazarus la lanzara a la fama, sacando a los otros dragones de la clandestinidad. No pensó siquiera que ocurriría tan pronto.
—Una amiga tan perdida como tú… —Amigable le tomó de la mano y le apuntó con el pulgar a una cafetería en una amabilidad de alta cortesía—. Te invito a tomar algo, aquí hace demasiado calor.
En el local se sentaron lo más lejano de la enorme cafetera donde está el mostrador, y la mayoría de la gente se ha acumulado, expuesto de las oleadas de calor emitidas por la maquinaria.
Ya satisfecha Sheila pidió un café cargado, en cuanto a la mujer ordenó un jarabe de fresa abarrotada hielos. Una frente a la otra, en donde pudieran conversar, lo suficientemente lejos de las otras personas. La dragona roja ya había comido, por lo que no ordenó nada, nada da más ver el menú se encontró que ofrecían un descuento en ensalada de betabeles, cosa que ella odiaba.
—N-no sé por dónde empezar, tengo tantas preguntas que hacerte… Me llamo Sheila Aldiban, hija de Ardrak, él fue uno de los fieles a los Albionix. Me desempeño como guardiana de rango plata, aun no tengo estrellas, pero pronto las tendré. Pretendo subir hasta el rango más alto, aunque la idea de la política no me atrae en lo absoluto. —Inconscientemente trataba de impresionarla en el hablar apresurado, las manos de Sheila temblaban en plena euforia, no dándose cuenta de que su visitante se veía ya atosigada—. ¿Cómo te llamas?
—Por ahora puedes llamarme solamente V… ¿Qué tanto lo dominas? —Tajante se fue directo al punto. El droide poseía pequeños ventiladores y se colocó sobre una silla, muy cerca de la dueña, en cuyas manos llevaba un abanico azulado.
—Creo que no estoy en la misma sintonía…
«Tu forma dragón… si es que la tienes», le habló por telepatía—, dame un resumen rápido.
—Estoy… con algunas dificultades… —Se sinceró, los instintos le indicaban que estuviese cuidado. No la conocía, y ya comenzaba a soltarse, solo por el hecho de que podría ser un dragón.
—Lo supuse… —Bebió el jarabe, sin despegar la atención de Sheila—. Los mestizos con humanos que alcanzan a sobrevivir tienen esa debilidad… eso si bien te va. Nuestro código genético no se mezcla bien con otras razas, los humanos son los únicos que tenemos algo de compatibilidad… y a duras penas. En otros casos, se volverían abominaciones.
—He estado trabajando en eso… —Se tornó cabizbaja, avergonzada de su poco avance—. Tengo buenos mentores.
—Te detecté por las feromonas que despiden los nuestros al usar nuestros poderes, y nada más nosotros podemos detectarlas. —V se acomodó los lentes al dar la explicación tras dar un sorbo a la bebida—. Debido a tantas mutaciones y mestizos, es bastante difícil localizarnos. Escuché rumores de que los Templarios tenían un… ya sabes… aquí en Lazarus, por lo que estuve buscando y lo relacioné al que se habla de Trisary. Tienes suerte de que no te hayas metido en problemas, eres un tesoro en genética.
—Me las he arreglado bien… —Se vanaglorió, ocultando cierta punzada en el interior. «Aun si soy hibrida».
—Como ya debes saberlo… los rebeldes son ascuas de lo Dragnnis, los que causaron nuestro descenso… —V la observó con seriedad, juntando las dos manos en la tasa medio vacía—. Estoy aquí por respuestas… y cargarme a esos bastardos, por lo que puedo deducir tenemos los mismos enemigos. Así que podemos ayudarnos, aunque claro… me gusta mantener cierta distancia, mientras nos estemos conociendo.
—Creo que sé a qué te refieres.
—Dime… —En sumo interés apoyó la barbilla entre las manos entrelazadas, y los brazos encima de la mesa. Lucía más como una entrevista de trabajo, que una conversación casual y a la vez llena de gentileza en el hablar afable de la dragona mayor—. ¿Qué emoción es la que despierta tus poderes?
—Es la ira… —Tajante es el comentario a sabiendas de lo que la llevaba al alto poderío, igualmente le ciega y la consume—. Si expulso suficiente coraje puedo despertar… pero…
—Pierdes el control, te consume la carne de la bestia, tu conciencia se hunde en tu propio elemento y te pierdes en la negrura… —V describía lo que ha vivido Sheila en carne propia, a un lujo de detalle que escandalizaba—. La prisión de tu propia mente, lo sientes todo, pero no vez nada. Golpeas y golpeas, hasta que vez una grieta… lograras abrirla… donde ocurren dos casos… controlas a tu otro yo… o regresas a esta forma… tan solo para ver el daño que hiciste.
—Si… eso me pasa… yo… carajo… —Exhaló, la voz se le iba perdiendo el aliento por lo acelerada que estaba. Le atormentaba a cada segundo, no poder ser el dragón que ella soñaba con ser. Apenas conocía a esa mujer de su raza, y se veía incapaz de blindar el corazón acobijada en orgullo y negación, con tal de escudar las falencias.—. He logrado manejar algo… me estoy acercando, gracias a la meditación… pronto podré despertar las alas.
—¿No las tienes? —El semblante sereno de V se rompió, casi se le resbaló el bazo de las manos.
—¡H-ha sido un grave problema para mí! —Se sentía como una niña regañada por su madre, las excusas se asomaban débilmente—. No he conseguido descubrir el secreto, mi papá falleció antes de que pudiera enseñármelo… y tengo un libro que habla al respecto, el Draconarius. Lamentablemente donde habla de las transformaciones… están dañadas las páginas.
—Muy bien… si esas tenemos, venga. —V la invitó a levantarse de la silla.
—¿A dónde?
—Tú sígueme.
Sheila pensó que la llevaría a afuera de la ciudad o a los barrios bajos, de ser eso, no dudaba de que todo fuese mentira y sea una trampa. De ser ese el caso, se preparó para retroceder. En lugar de llevarla a esos lugares, la invitó a un callejón al lado del restaurante. Estaba solitario, más, sin embargo, de ocurrir algo no le sería complicado correr hacia la multitud.
V se detuvo a mitad del camino, sobre ellas ondeaban banderillas y ropa sucia de los cuartos alquilados. Sheila igualmente frenó el paso, preparada para el próximo movimiento, sea cual sea. Pasaron unos segundos en los que únicamente le vio la espalda, hasta que la peli azul se dio la vuelta, encarándola.
—Antes que nada… ¿Estás preparada? —Le pregunto en completa seriedad—. Pase lo que pase… veas lo que veas… no deberás rendirte. Si quieres despertar tu poder interno… tendrás que estar dispuesta a todo. Necesito aliados poderosos para lo que está por venir… esta guerra… ese titán que por poco destruye el Tridente, no sabemos que más pueden tener estos nuevos Dragnnis.
—He estado lista desde hace mucho tiempo para esto… no tienes ni idea… —Sheila estaba decidida y dio un paso hacia adelante en señal de desafío—. Pruébame.
—Bien… que así sea… —Pronunció satisfecha, y antes de dar el siguiente paso, Sheila volvió a hablar:
—Espera, una cosa. No me digas que vas a entrenarme peleando conmigo y hacerme enojar apropósito. —La ironía sacó de sintonía a V, haciéndola pestañear y se detuvo unos segundos que culminaron en una carcajada al terminar de asimilarlo.
—¡Por los dioses! ¡No! sería hacer lo mismo y no llegaríamos a nada. —Se sujetaba el estómago entre risas, ahogando las palabras, en Sheila le corrió un escalofrío de incomodidad, al entender que estaba infravalorando la mayoría de sus rutinas. V levantó la mano para que le diera unos segundos, al lograr recuperar la compostura, aclaró la garganta y acomodó las ideas—: Tengo otro truco en mente.
—¿Qué cosa?
—Iremos al gueto de Griffia. —Sonrió con complicidad—. Te vamos a sacar esas alas antes de que siquiera te des cuenta.
Sheila siguió a V a la zona antigua de la ciudad, en donde la vegetación sobresalía de entre las grietas del adoquín. El paso frenó delante de un elevado portón de hierro de cara a un cementerio. Ante la carencia de vigilancia lograron entrar.
En la guardiana no se borraban las dudas. Iba en alertar por si todo fuese un engaño, se fijaba a los lados por si aparecía un atacante, alcanzaría a reaccionar. En el fondo de la mente, los instintos le susurraban que todo lucía demasiado bueno para ser cierto, pero estaba tan desesperada por aferrarse a la idea de encontrar otro de los suyos, que se atrevería a correr el riesgo.
Caminaron por un sendero justo en medio del bosque de lapidas. Giraron curvas, bajaron pendientes, todo el tiempo sin bajar de la grisácea vereda. Sheila ladeaba la cabeza soslayando los alrededores, no encontrando nada más que pura tumba y una que otra persona que venía a dejar flores.
—Las tradiciones Templarias son depresivas… —murmuró.
—Deja de hablar y observa… —Se detuvo justo en una zona desolada del mausoleo, exhortando a que la aprendiz a imitarla—. Vida y muerte. Como debe saber, nuestra gente ha estado en crisis en dos ocasiones. La plaga del virus ultimátum, y las titanomaquias. Nos ha dejado al filo de extinción… debes saber que no importa lo longevos y poderoso que seamos, terminaremos igual que todos los de aquí, de alguna u otra manera. ¿Eres consciente de eso?
—¡Claro que lo soy! —Mintió, nunca antes se ha imaginado la idea del final de su camino—. No veo que tiene que ver con las alas.
—Todo, lo que harás… en lo que te convertirás. —V realizó un amplio escrute al panorama, y en un aire misterioso se volvió—. Debes saber que no te volverás invencible. Los últimos que quedamos debemos ser los más fuertes, tú fuiste una niña del milagro. Desconozco a tu padre, tal vez no era tan viejo… pero estoy segura que ya era bastante longevo cuando te tuvo… esquivó la lacra de la nula fertilidad. Así que… vamos a comprobar que tienes lo necesario para volver más fuerte a nuestra estirpe.
—He soñado con tener esas alas durante toda mi vida, estoy preparada. —En ese temple de hierro, se mostró firme en la convicción.
—Entonces… una pequeña prueba diagnóstica y de enlace. —V retrocedió abarcando una distancia considerable, y se retiró las gafas, colocándolas dentro de un estuche dentro de la chaqueta, y lo regreso de nuevo a la bolsa de la prenda.—. ¿Qué eres? Un dragón… o una linda humanita.
Sheila al alzar la cabeza pudo ver el aura que emanaba de V. La visión de las fauces de una monstruosidad apenas difuminada, no le cabía duda de lo que atestiguaba. Estaba frente a un dragón, uno verdadero.
Una ráfaga de helado viento emanó del cuerpo de V, bajo las botas se esparcía una plaga de escarcha que tomaba dominio en el adoquinado. Las oleadas de viento alzaron los cortinajes y los cabellos de Sheila, mandando a volar el gorro, se quitó los lentes apartándolos junto a la capa; no se molestó en ver siquiera a donde se fueron. Quedó al descubierto el traje de fibra blindada en piezas de Asthartos.
Se quitó el abrigo y el sombrero, arrojándolos sobre el droide que la seguía, usándolo como perchero. Bajó el cuello del suéter y descubrió un collar con una gema compactadora azulada. Sheila retrocedió, todavía aturdida por presencia, todos los sentidos de supervivencia no le gritaban que peleara, sino que huyera. Un enorme instinto asesino emanaba de esa mujer, aplastante, poderoso, frio y temible, el invierno personificado.
Las piernas temblaban, con todo su poder se mantuvo de pie. Destrabó el broche del manto, arrancándolo con una mano, la arrojó aun lado junto con las
La piedra compactadora titiló activando el efecto, a la par que los ropajes desmabraron runas de transformación. Un fuego azul desde los pies y la cabeza cubrieron en un latir de corazón agonizante. La ropa de civil se consumió, mostrando una ligera y delgada coraza negra con un faldón azulado, en la cabeza se coronaba seis cuernos, tres en cada lado de la cabeza. Una cola jurásica se dejó caer por debajo de la tela, enredándose en la pierna.
Sheila hizo lo propio, materializando los cuernos sin pudor alguno, lo que hizo fruncir el rostro a V.
—Eso sí que debió doler… —Cerró un ojo en señal de dolor.
—Cállate…. —Gruñó en furia retenida, jalada por las cadenas del miedo, acumulando coraje.
—Dime… ¿Qué vas a hacer? —Le retó. Vapor blanco destilaba del aliento y de los puños pálidos, completamente desnudos—. ¿Vas a huir?
—¡¡Yo nunca huyo de una pelea!! —Rugió fuertemente a todo pulmón, mostrando colmillos y un aliento de hedor a azufre, emanando chispeantes ascuas
En un parpadeo V se abalanzó un único puñetazo, cargado en la ferocidad de una estampida de toros. Sheila acoplando valor usó toda la fuerza de voluntad que poseía, superó el miedo y se apartó a un costado. En un microsegundo vio por el rabillo del ojo como ese puño pasaba al lado de ella, liberando ese gélido aire en una onda expansiva que la sacudió.
Sheila se dio la vuelta y por pura reacción lanzó una patada alta, nada más para ser bloqueada ante el brazalete sombrío. V lucía satisfecha del resultado de la confrontación, aun con el puño levantado de venas marcadas.
—¿Qué eres? —V le volvió a preguntar, en afán de retórica y entusiasmo.
—Dragón… —Se apartó tomando distancia, prepara para un nuevo choque.
—Bien… pasaste — Se tronó los dedos uno por uno con el dedo pulgar, alzando las largas uñas negras. En confianza apoyó el brazo en el hombro, jalándola hacía ella acortando la distancia. El tacto de piel con piel sacaba un ceceo vaporoso, el efecto del rose del fuego y hielo—. Vamos a sacarte esas alas, cariño.
«V… ¿Quién eres?», se preguntaba la dragona en los puros adentros.
Retomaron el paso en la espesura de un bosque moribundo, de ramas tan largas y enrevesadas que se pegaban las unas a la otra. Un montón de garras nacarinas que se peleaban por ver quien capturaba a los que se atrevían a penetrar en los dominios del gueto.
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