EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 32
Liliana se despertó en la mañana muy temprano al juzgar el reloj de manecilla de la pared, resaltando la eficiencia del despertador biológico. Las seis de la mañana relataba, un contador holográfico de cubo frecuencia le vendría mejor. Carecía de ese objeto, según sus padres no lo necesitaba y ella siempre los escuchaba.
Sacó el brazo de las sábanas amarillas en estampados de flores, y apagó la pequeña lampara que fungía como luz nocturna, le aterraba vivir en total oscuridad. Una vez sentada en la cama se estiró tronando los huesos, en un bostezo que le hizo abrir la boca, alcanzando el límite de las comisuras de los labios; llegando a resentir leve dolor en la mandíbula.
Vestida con un camisón blanco se relamió los dientes, y la boca, lavando la saliva seca, y se paró de la cómoda. En ojos entrecerrados atascados de lagañas en el umbral del sueño y la conciencia, caminó tambaleante sin rumbo aparente dentro de la lujosa habitación de un tamaño pequeño, y acogedor en paredes color crema con contextura fibrosa, que de un tallón desgarraría la piel.
Una cama matrimonial pegada a la pared, en medio de dos buros con dos cajones; en uno guardaba prendas intimas y en las otras carpetas con notas de los experimentos que ha hecho en la creación de pociones. Toda la pared izquierda constituía un armario dividido en dos secciones con dos pares de puertas; en una colgaba camisas, pantalones, faldas y vestidos de todo. Indumentarias por cada estación ordenados para su rápido acceso; prendas echas a mano por costureros, y empresas de moda, costeadas por el bolso opulento y abundante de los Krowler.
En la pared derecha tenían anaqueles repletos por peluches de animales caricaturescos. Frente a la cama un tocador con un espejo, al lado de una doble puerta en la que guardaba artículos de cuidado personal y un segundo espejo, solo que este reflejaba el cuerpo completo, en el que justamente Liliana detuvo el paso.
Se relamió la mano una vez más y la deslizó encima de la cara, aguadando las lagañas y permitiéndole recobrar conciencia sin tener que ir al baño. Resentía cólicos en el vientre que le causaban quejidos a los primeros pasos fuera de la cama, un dolor punzante en la cabeza digna de una cruda en el que cualquier sonido la atosigaba.
—Prepárenme un baño caliente, por favor. —Ordenó al comunicador de la pulsera, acoplado a los brazaletes ajustados a los guantes. Al juzgar el protocolo esperaría quince minutos. De reojo vio las sábanas, alcanzando a ver unas gotas de sangre—. Se vienen los mejores días del mes… ¿verdad, chicos?
En una leve risa compasiva habló a sus peluches, todos animales vestidos en prendas de oficios laborales. Una colección que, desde el uso de razón, ha estado recolectando. El primero adquirió un oso de peluche vestido de leñador: camisa a cuadros, el overol, la gorra y el hacha. La euforia que sacó por ese obsequio una mañana de invierno durante la festividad de «La llegada del viajero» sacó a relucir el lado consentidor de Thorken y Zagreo.
De entre todos los peluches uno resaltaba totalmente. Una versión miniaturizada de ojos de botón y boca cocida de Liliana, echa de trapo y algodón. El mismo corte de pelo rubio, la falda negra, la camisa azul y las botas.
La rubia de carne y hueso se quedó embelesada observando a su yo pequeña. Recordando que tuvo sueños acerca de ella. Veía a la muñeca correr por los pasillos, y huía de un fuego fatuo, una monstruosidad luminosa de colores blanco y azul; no podía describirla, debido al enceguecedor fulgor que emanaba, tal criatura la perseguía de forma implacable. Al estar por ser atrapada por aquel ser al tenerla acorralada en una pared, temblando se colocó en una posición fetal con manos en los ojos de botón esperando el inminente final, aquel que nunca llegó.
Al descubrirse el rostro encontró a una fila de peluches parados delante de ella, cual caballeros protegiéndola de la aberración. Al tratar de reconocer cuales juguetes se trataban o el número exacto, despertaba. No se trataba ni lejos el sueño más raro que le dejaba en la incógnita en los últimos meses. Este lo marcaría como el único que no la ha dejado pensando demasiado, y por pura costumbre lo anotará en el diario.
—Es como mirarme al espejo. —Aclaró la garganta y aguantó las arcadas. Comenzó a sacar sus cosas que iba ocupar.
La blusa blanca con broches ajustada por un moño rojo en el cuello, la ropa interior limpia, la ancha falda aguamarina con volantes; todo doblado encima del tocador, al lado de las botas marrones con agujetas y punta de casquillo.
Sacó de un cajón pastillero del cual tomó una pequeña capsula de color negro y blanco, tomándola con un vaso de agua recién servido de una jarra de agua que ya había llenado desde un día anterior. Debía tomar esa medicina que controlaría la degeneración de la maldición, y mermaría los efectos de sus episodios de desvanecimiento. Una en la mañana y otra en la noche.
Al terminar vio de reojo el espejo, acabando por robarle la atención y anulando todo lo que estaba realizando. Observó a detalle el reflejo perdiendo la noción del tiempo, en puro instinto retiró el camisón quedando en calzones color crema y siguió analizando la visión.
No por vanidad, claramente ella se visualiza tal cual una doncella hermosa. El abdomen plano y lizo, piel pálida como porcelana, los cabellos rubios de miel con un corte sencillo que le llegaba a la altura de las mejillas. Lo que llegaba a robarle la atención fueron los cambios físicos en los últimos años, los pechos llegaron a crecer bastante por lo que ha sufrido dolores de espalda; agarró anchas caderas y tuvo que aprender a depilarse las piernas como el área genital. De baja estatura, no dudaba que le faltaba crecimiento. Veía a su madre como lo que llegaría a ser al alcanzar la adultes.
Todo cambiaba, los años han sembrado semillas en ella que han empezado a germinar, y en todo ese tiempo no ha conocido nada fuera de los recintos, en los que ha sido retenida. Lo poco que sabía del mundo fue a través de libros, y los viajes por senderos de puro verde desolados, escoltada por soldados en las caravanas mecánicas.
—Pronto cumpliré dieciocho años… —dijo al presionar las manos en el basto busto cubierto por el corpiño, en donde se sostenía un colgante con un rubí.
Doblemente adulta. Fue adulta al cumplir los dieciséis años para los Templarios y caminantes. En pocos días lo sería para el imperio y Trisary. En tres años una tercera vez en el Libre pensamiento y el resto del mundo conocido o por conocer.
Adulta y toda la vida encerrada, nunca interactuando fuera del círculo de los padres, de un trato a distancia. Nunca tuvo amigos verdaderos, jamás ha conocido el amor de una pareja o más de una como su madre. De llegar a salir se preguntaba si albergaría una vida normal. En esa cuestión llegaba otra cuestión mayor relevancia ¿Qué era normal para el mundo exterior? ¿siquiera saldrá algún día? Le atemorizaba el solo pensarlo.
Al acariciar el torso se detuvo en el vientre, juntando las manos enguantadas. Arrugó el rostro en desagrado, fijando en la cobertura de las extremidades. Dos guantes hechos de su propio cabello, ajustados por unas muñequeras de cuero que le cubría parte del brazo.
Símbolos rúnicos marcaban los guantes dentro de un círculo por debajo de los nudillos y casi rosando las muñecas. En los dos sellos se encontraban el símbolo de un ojo dentro de un espiral y en el iris dos palabras en Bramurosi. En la derecha decía vida y en la izquierda muerte. Dos toquidos en la puerta sobresaltaron a Liliana, y por instinto se tapó con el camisón, sacudida en escalofríos.
—¿Quién es? —preguntó en un tono de voz elevado, mezclando molestia y pena.
—Venimos a asistirla, señorita. Su baño está listo. —La voz serena de Melody, y apostaba que le acompañaba Luxyana.
—Adelante… —Retiró seguro, y las dos doncellas entraron en reverencias frías como estatuas de hielo.
—Buenos días, su majestad. Será un placer asistirla el día de hoy. —Reverenció Luxyana, a lo que Melody tomó las prendas una por una.
—El placer es todo mío.
Liliana giró el rostro a un cuadro al lado opuesto de la montaña de juguetes. Un retrato de la familia Krowler. No recordaba el nombre del pintor. Lo que si reconocía era el enorme talento en cada pincelada al plasmar a los cuatro integrantes en extremo realismo, casi como una fotografía.
Una genuinamente feliz Mahou vestida en un ancho vestido azul y blanco, sentada en una silla acolchada sujetando a Liliana de apenas tres añas, con un elegante vestido blanco con dos coletas atadas por moños en mejillas rosadas, y atrás de las chicas los dos hombres de la familia. Zagreo y Thorken apoyaban las manos de las sillas en trajes elegantes de saco y corbata con colores cálidos, en rostros que derrochaban belleza masculina y orgullo.
Una imagen que mostraba el inmenso amor que se tenía la familia, justo al lado de una fotografía de Liliana a los ocho años en un jardín, al lado de Thorken sentados en la hierba jugando a la casa de muñecas y tomando te. Envuelto en la pesada armadura vulcanica de negro metal, se vio perpetrado por una corona de flores a la par de la hija, y con el guantelete sujetaba una pequeña tasita.
Liliana se carcajeó internamente por semejante humillación que le hizo pasar al papá, todo por generar en ella una sonrisa. Esas dos imágenes la han acompañado a todos lados, de todos los escondites a donde ha llegado a parar, los llevaba consigo y dentro del corazón.
—¿Princesa? —llamó Melody.
—Vamos.
La guiaron a una recamara blanca en la que le esperaba una tina caliente, de bordes iluminados en velas perfumadas olor a canela y manzana. Le colocaron unas galletas de jengibre glaseados en una mesita, y un vaso con leche cálida.
—Montaremos guardia, si nos necesita, toque la campana. —En un frio porte educado, Luxyana señaló el objeto en el tocador, en donde colocaron los artículos de belleza, higiene personal y la muda de ropa.
—Lo tendré presente, gracias.
En una reverencia compartida, Liliana quedó asolas y al escuchar el asegurar la puerta, se retiró el camisón, seguido del sostén y los calzones dejándolos atrás en su caminata al sumergirse en las cálidas aguas. Únicamente se dejó las manos enguantadas, con las que se apoyó en los bordes. No le molestaba mojarlos, en el armario guardaba réplicas de los guantes, hechos por sus padres y en el pasar de los años, ella fue aprendiendo a como construirlos. Necesitaría a alguien versado en la magia para activar el encantamiento protector, reforzando el sello.
Nunca debía permanecer demasiado tiempo con las manos expuestas. Una de la larga lista de reglas que le colocaron sus progenitores, posicionada entre las que nunca debía ser rota, sin importar las circunstancias.
Hacía tiempo que lo aceptó, no podría sentir algo con las manos, sin el temor de destruirlo, debido a su estigma, la maldición que portaba se materializaba en un efecto permanente en las manos. Ningún poder mágico logró cambiar ese efecto.
Los poros se le abrieron, la carne blanca se le enrojeció y la respiración se aceleró. El cuarto de baño no tardó en ser consumido por la bruma. Liliana bajó los hombros relajando las carnes al dejar caer la espalda en el respaldo, y por instinto rascó la costra que le salió en la mejilla, debido al corte hecho por Nyx al rosarle con el dedo al darle una caricia.
Un nudo se torció en el corazón, arrojándola a una sensación helada en ese encuentro, no por tener cerca a la atemorizante bruja invidente, guiada por esos droides en forma de cabezas de marionetas.
…
En primera instancia le saludó amablemente tras la reverencia, e hizo una morisqueta sobre la ceguera, al decirle que ella se veía bastante grande desde la última vez que la vio de bebé cuando realmente nunca la ha visto. Lo que sacó de sintonía a Liliana, no fue meramente que alguien le hablase con esa confianza o la apariencia de la bruja.
Nyx estiró la mano tomándole el rostro, Liliana pensó que ella necesitaba usar el tacto, por lo que no hizo movimiento alguno, hasta que un punzón le sobresaltó. En el dedo del guante negro, sobresalía una aguja delgada, casi invisible, la cual salía de forma retráctil del dedo y le pinchó, sacándole unas gotas de sangre.
En la disculpa la bruja sacó desde el interior del escote una gema compactadora, materializando una muñeca rellena de trapo y ojos de botón. Le untó la sangre en la frente, y esta se deformó, desconociéndose y sacando hilos que no tenía, formando una apariencia idéntica a la que sería próximamente la dueña.
Un obsequito que aceptó en recelo y al tomarlo entre las manos, sucedió un nuevo acto que ha mantenido a Liliana pensando en los últimos días. Nyx la tomó de las muñecas, la acercó a ella y le susurró:
—Desde que llegaste aquí… tus episodios de pesadillas y desvanecimientos debieron incrementar. Conozco la causa… y créeme no es para nada bueno. Tus padres te están mintiendo.
Al acabar esa oración, Nyx se apartó y le señaló que no diga nada. Poco después, bajaron Zagreo y Risha del cielo.
…
Desde el concilio un aluvión de preguntas bañó el alma de Liliana, cavando profundamente en la sique, imborrable e insaciable de respuestas. No ocurrió un nuevo cruce delante de Nyx, y mucho menos podía buscarla.
Le permitían únicamente la primera planta de la ciudadela, específicamente el área principal de laboratorio, el jardín y el observatorio en la punta de la torre; siempre escoltada. No podía bajar a las zonas subterráneas que abarcaban el resto y gran parte de la edificación.
—¿Qué se supone que debo hacer? —Hundió el rostro en el agua.
Acabado el baño permitió la entrada de las dos sirvientas, meramente se dejó envolver por toallas tibias y prendas, que acabaron en ser maquillada sin que tuviese que mover un solo dedo.
La escoltaron al laboratorio en donde pasaría el resto del día estudiando de forma autodidacta, y en la tarde pensaba salir a dar un paseo en los jardines; como todos los días desde que llegó a la ciudadela. Conocía que el personal entero; acólitos, bramurosi, las armadas e inclusive las cabezas de la armada, la reina de corazones, se encontraban absortos en los preparativos del juicio. Debido a eso, Liliana aceptó que no vería nuevamente a sus padres por el resto del día.
Liliana se hundió en la silla frente al escritorio, y comenzó a leer algo de historia. Se trataba de Arnold Trisary. Pocos hombres han vivido como aquel llamado como el traidor, el paladín oscuro, forjador y asesino de reyes, y el primer maldito.
—Que datos más falsos. —En completo desagrado, Liliana tachó con una cruz roja como la Espada Templaria, el título de ese caballero.
Dudaba que siquiera fuese cierta esa parte de la historia, conocía que la simbiosis ocurría desde tiempos inmemoriales. Arnold ganó una fama que le alzó por encima de muchas de las figuras históricas.
En los tiempos anárquicos posteriores a la edad de los dioses, reyes y reinas caían como se alzaban en listados de nombres que acabaron por esfumarse en el tiempo. El día en que Munraimund fue nombrado monarca, el hermano menor proclamó que mantendría a su hermano en el trono hasta que los cabellos se le tiñeran de blanco. Todo enemigo del orden guardián conocería el filo de la hoja de ébano.
Munraimund se le conocía como un coleccionista, enemigo que derrotaba tomaba sus armas y las acoplaba en el arsenal, ganando un estilo de combate que lo volvía versátil. No se limitaba en recolectar, las mejoraba y creaba nuevas. Los dos hermanos versados en la magia, manipularon el estigma en un taller en las criptas del hoy conocido como El palacio de platino.
Cuando el Dios de los héroes manejaba múltiples herramientas, dándole capacidad de manejar múltiples hechizos debido a un talento en asimilar toda disciplina que se propusiese. La supremacía en las artes arcanas, antes de siquiera se separasen en títulos de hechicero y brujos, únicamente magos. Munraimund estaba entre los mejores de la época; se contaba que poseía un ojo rojo y uno azul, una mutación que proclamaba una señal de ser alguien bendito. Arnold se limitó a una única arma.
El Trisary menor acopló una simbiosis con un ente desconocido. Forjó una armadura grisácea de un yelmo coronado por alas de murciélago y una guadaña gigantesca que se cobraba la vida de enemigos. Se decía que devoraba las almas, y toda herida propinada por dicha arma, se agrava de repente generando un rápido de sangre. La creación de dicha herramienta unida en cuerpo y alma, llamó la atención de aquelarres de magos, de diversas intenciones. Unos le juraron lealtad por el conocimiento, y otros quisieron ultimarlo con tal de estudiar el cuerpo.
La orden de arcanos acabó por aplastar toda oposición, potenciando la fuerza de Trisary, creando a un cuerpo de alquimistas, encargados en la creación de guardianes modificados genéticamente, a través del ritual de los cristales.
Liliana observa maravillada las ilustraciones de ese caballero. En una se encontraba con la armadura bañada en sangre y tripas, estando encima de una montaña de cuerpos de barbaros envestidos por pieles e implantes mecánicos; dados por algún tecnomante cuya cabeza se encontraba sujetada de los cabellos de la mano gris del guerrero.
Volteó la página del libró, encontrando otro texto que narraba como los hermanos enfrentaron la invasión de diluviantes y cualquiera que le ha jurado lealtad a un dragón alzado como señor de la guerra llamado Nautilus, proclamado como dios del océano, gobernante de islas del norte, y pretendía extender el reinado al continente de Grishland, proclamando a Trisary como nueva provincia. En esos tiempos anárquicos, no existía la unificación, todo se regía por las leyes de señores de la guerra, conformados por dragones, magos y abismales.
El dragón hundía ciudades en sunamis invocados por su propia magia, los supervivientes se les reduciría a servidumbre. La criatura se le describía como un hibrido de ballena y serpiente marina, de cientos de metros de largo en una coraza de escamas casi impenetrable.
En la crisis por primera vez el viajero decidió reunir a una armada, reclutando a los que llamaría como apóstoles y los hermanos estaban entre ellos. Se contaba que la lucha fue frenética y visceral, la guía del profeta llevó a la victoria a la primera alianza. Arnold secuestró a la amante del señor de la guerra, una joven maga de la raza de los elfos; amenazándolo con decapitarla de no aparecer en forma humana y tocara tierra en un cañón montañoso, cercano a la costa al sur de Trisary. Debía ordenar a los suyos que se retiraran.
La entrega del rehén nunca se llevó a cabo, una bomba se le fue atada a la sedada mujer y le explotó en pedazos justo en la cara del señor del señor de los mares. Bañada en los intestinos y restos de la mujer que amaba, liberó todo el poder que albergaba en un terreno en el que carecía de domino, bajo la absoluta colera y un dolor demencial.
La alianza le tendió una trampa en la que usaron antiguos golems mecanizados para inmovilizarlo, apoyados por el apóstol Galagon, un dragón fiel al viajero y otros guerreros. La estrategia lo mantenía lejos del agua, de tocar de nuevo la costa esa contienda reiniciaría y no contarían con otra oportunidad.
Al final de la contienda, en el puerto del archipiélago a medio inundar, el caballero oscuro sometió una lluvia de puñetazo destrozándole el cráneo al ser, aun cuando los puños le quedaron fracturados en semejante frenesí y Munraimund terminó por arrancar a su hermano de semejante carnicería. En la violencia acabó por golpear al hermano menor, cosa que acabó por despertar a Arnold del acto y como todos los aliados le observaban horrorizados. Desde ese día llamaron el lugar como «Los puños».
—El inicio fue el comienzo del final. —Liliana rascó el cuello en semblante preocupante, los ojos esmeraldas reflejaron pena por un futuro incierto—. Acaso… ¿los portadores estamos destinados a perder la cabeza?
Con tal de no sucumbir a un ataque de ansiedad, ojeó los capítulos del libro que iban atrás en sucesos de las dos Titanomaquias, cargados de detalles al ser un hecho de poco más de cien años. La concentración de Liliana mermaba, las palabras de Nyx resonaba en eco dentro del cráneo y los estudios en lugar de calmarla, lograban enviarla a otro poso de oscuro ataque de pánico.
—Esto no me llevará a ningún lado. —Jaló la cabeza, justo por encima del respaldo, observando del techo.
Desganada se levantó y ordenó a las dos sirvientas que le dieran un segundo a solas. Ellas aceptaron abandonado la habitación, mencionando que permanecerían en la entrada por cualquier situación. Liliana caminó por los pasillos del laboratorio, como una pequeña ratoncita en un laberinto de estantes llenos de libros, y tubos de ensayo. Nada captaba la atención, todo lo permitido lo leyó en el pasado, repasándolos por mero entretenimiento. Poco podía realizar en dicha estancia.
Sacó libros tras libro en búsqueda de un nuevo tema de interés, y en la última revisión los ojos verdes se toparon por un largo pasillo, en donde se alzaba una puerta de hierro sellada por un círculo de hechizos.
—La sección prohibida. —El corazón le dio un vuelco, y la diabólica tentación la llamaba a romper las reglas—. Si tomo un rompe hechizos de la armería o si me quito los guantes podría… ¿Qué estoy diciendo?
Se pegó una doble palmada en las mejillas y negó con la cabeza, apenada por pensamientos impuros. De nuevo la sensación de estar en ese sueño perseguida por aquello desconocido caló en las entrañas, y de nuevo la costra le punzaba en un ardor leve.
Ilustración echa por Kiro Artworks
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