EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 34
El correr de los minutos mermaron la paciencia de Sheila, al sentirlas como horas y para matar el rato se puso a realizar ejercicio de lagartijas con V sentada en la espalda.
—Eso es, nena. Un poco más y podrás siquiera llegar a mi marca. —De piernas cruzas presumió la azul jalando de la oreja de la pelirroja.
—555… 556… ¿Cuánto dijiste que era tu limite? —Jadeó acalorada, derramando gotas de sudor apoyando las manos en la hierba, aguantando su peso combinado con el de la dama de cabello añil.
—Veamos…. —Se puso el dedo en la barbilla, alzando la cabeza en faz pensativa—, Quizás cinco mil sin detenerme. —V se levantó y estiró en un gran bostezo, no otorgando demasiada importancia a la competencia—. Te lo digo, bebé, admito que eres increíble… pero mientras esté yo aquí, vas a tener una muy dura competencia. En fin… espero que haya mucho que fotografiar en ese túnel, nunca he ido a un gueto de ese tipo.
—Te gusta mucho la fotografía ¿ah? —bufó en palabras chillonas ante la perdida de aliento, tomando asiento en la grava, apoyada en las propias rodillas—. Y pensar que uso mi cubo nada más para llamadas y mensajes.
—Lugar nuevo que visito, foto que tomo. Soy una cámara con cuernos. —Sacó la lengua y apuntó con los dedos a la triple cornamenta, en un acto bufonesco.
—Oye, V… tengo algo que preguntare. —Dudó unos segundos, observando a los lados instintivamente. Esa curiosidad le ha estado picando desde que confirmó que se trataba de otro dragón, más no se ha atrevido. Temía la posible verdad que se liberaría y las repercusiones que causarían en el alma—. ¿Sabes de otros dragones vivos?
—Ya estás viendo a una, cariño. No comas demasiado rápido y sin saborear o te vas a atragantar. —Esperaba cualquier cosa menos una broma. Por primera vez, esa morisqueta frívola logró pegar un ardor leve en Sheila—. Todo a su tiempo.
—¡Por favor! No jodas conmigo. —Se logró contener a duras penas, elevó la voz levemente y al contemplar el semblante incomodo de la azulada. Logró frenar unos segundos. No deseaba estropearlo. El sueño de toda una vida, por todo lo que ha estado peleando se mostraba frente a ella—. Significaría mucho para mis saberlo.
—Como te dije… —V se tornó seria, observándola por el rabillo desde arriba al estar de pie—. Debo comprobar que podemos ayudarnos en esta campaña. Pasaste el enlace… el despertar las alas es la prueba de fuego. Después de eso… consideraré compartir algo de información.
—¿Cómo tú nombre? Mejor dicho… tal vez el saber cómo pretendes desbloquear por completo al otro yo… cuando antes ninguno ha podido. —La ciega esperanza se desvanecía, recobrando el escepticismo.
—¿Y quitarle lo divertido el juego? La intriga le otorga ese sabor especial. —V se mofó en una travesura que meramente ella comprendía.
Sheila rascó la cabeza sumergida en pesadas cavilaciones, en las que llegaba un debate en ideas con las que pueda aflojar la lengua de la dama del frio y otras donde intentase adivinar el proceso al que sería sometido; uno que prometía ser demasiado efectivo como para liberarla de los limitadores.
En ojos ámbar soslayaron nueva cuenta el túnel, resguardado en firme disciplina por los cruzados, a la asfixiante espera del guía. En otro intento por mantener la atención ocupada, giró la cabeza en apreciación de los campos de cultivo de la unidad de vigilancia, y los habitantes que en breves periodos de tiempo las analizaban de reojo; soldados y cultivadores.
En los últimos Sheila detectó un patrón, en cada uno albergaba un código de barras tatuado en el cuello. El sonido de pasos en eco proveniente de la cripta, sacó a las dos dragonas de la conversación.
—Eso sí que es una sorpresa, de no verlo por mis propios ojos… no lo habría creído. —La silueta femenina surgió envuelta en sombras, en aplausos de alabanza vuelto un público extasiado al rebotar el sonido entre las paredes y finalmente la luz por fin la tocó. El rose luminoso la detuvo, por el mero placer de asimilar el nutriente de la candela—. Mi nombre es Alsajiri… las llevaré con doña Moira.
Los ropajes se conformaban por una túnica gris abierto de las piernas, mostrando unos pantalones negros y unas botas cafés. El corte de cabello era cuadrado, uniforme y sin raya con las orejas al descubierto, dividido en pequeños risos negros en broches dorados como los ojos, y una diadema dorada simple le coronaba. De piel oscura, complexión delgada en alta estatura, con un rubí rojo incrustado en la frente y un anillo dorado pegado al cuello a modo de collar.
—Tu señora te habrá dicho que me llames V… y ella es mi pequeña hermana… Sheila. —Actuó rápido al dar un paso por delante de la pelirroja.
—Puedo hablar por mí misma. —Apoyada de las rodillas se reincorporó, molesta de ser echa a un lado. No tardó en notar como la llamada Alsajiri, desentonaba completamente en el ambiente que ha estado rodeada en los últimos meses. Por juzgar los artilugios, los rasgos, el acento y las pronunciadas sombras del maquillaje en los ojos, la identificaría como una persona de Phaladis.
—Mis compañeros han iniciado los preparativos, no se preocupen. —Juntó las manos a la altura del vientre, en un fino hablar de un acento extranjero hablando perfectamente el Grishlavo y las llamó con el dedo, invitándolas a seguirla.
Las dos dragonas fueron atrás de la mujer de piel oscura, internándose bajo la cripta tras recibir el saludo de los guardias. El sonido aparatoso de las botas resonaba en eco en los escalones de piedra, y la luz del día se remplazó por focos pegados a las paredes rocosas en un sendero estrecho.
El recorrido pausó al toparse con una plataforma de recta que acaba en una cabina, vigilada por otro cruzado y manejaba un pequeño carrito pegado a unas vigas de tren que se estiraban a través de un túnel.
—Hola, Jaime. Queremos bajar ¿nos harías el favor? —Le arrojó una corona dorada, atrapada por la mano hábil del soldado.
—Nunca he estado en una de esas cosas ¡Albin sácanos una foto!
Jaló a Sheila de forma invasiva, tomándola por sorpresa y con el droide visualizándolas. Incomoda no tuvo otro remedio que acatar la petición; en un luminoso flash en efímero parpadeo, el momento quedó capturado en el disco duro de la máquina.
—Sean bienvenidas. —Abrió las puertillas de los pequeños vagones, y cada una de las mujeres treparon a uno, y se les ató un cinturón de seguridad—. Manos y pies dentro del vehículo; cualquier instancia presionen el botón de pánico bajo el asiento. Disfruten de la visita.
Dichas esas indicaciones el cruzado volvió a la cabina, jaló una de las palancas y en un sonido metálico al ser retirado el seguro, el gusano arrancó movido al frente por un programa ya establecido, soltando chispas anaranjadas en el avance. Luces blancas iluminaban el túnel de gusano, en una espera que acercaba a Sheila al límite de la paciencia.
—Antes mencionaste que tenías un cubo. —Sheila llamó la atención de V.
—Para estas alturas… ¿Quién no tiene uno? —Arrojó la retórica.
—¿Podrías pasarme tu código?
—Dentro de la línea de mi trabajo, cambio mi código constantemente al igual que no me quedó en un único lugar. —Sacó de un bolsillo de los pantalones una joya compactadora, convirtiéndola en el cubo—. Puedes darme el tuyo, y me estaré comunicando contigo.
—Me parece bien. —Sheila mostró el cubo y chocaron las caras de los dispositivos, intercambiando usuarios—. Mi vida laboral es igual de peligrosa… nunca pensé que tendría que tomar esa clase medidas.
—Eres una bebé recién salida del huevo, cariño. Me causas mucha ternura. —La jaló de la mejilla ocasionando un gesto de dolor en Sheila, quien frunció el entrecejo y la apartó de un leve manotazo—. No te ofendas… deja que tu hermana mayor se ocupe de todo.
La diestra de V revolvió los cabellos escarlatas, molestando a la guardiana y nuevamente se la quitó de encima bruscamente.
—¡No soy ninguna niña! —protestó—, he tenido mis encuentros en esta guerra y mucho antes de ella. Voy a demostrarte la clase de soldado que puedo llegar a ser.
—Comparado conmigo sí. —En soberbió alzamiento, en V no caía ninguna perturbación por lo rebeldía de Sheila.
—Bien, señoritas. Hemos llegado. —La guía se puso una capucha, y la luz les encegueció al final del túnel, entrando en un puente sostenido por pilares encima del recinto subterráneo.
—Increíble. —Sheila apoyó las manos en el respaldo del carrito, y estiró la cabeza contemplando la otra cara de la moneda de Griffia.
Enormes pilares sostienen el techo resguardando edificaciones de luces neón que iluminaban el complejo de túneles, interconectados por puentes y elevadores, que descendía en un profundo abismo en paredes tan gruesas como desgastadas.
Un conglomerado urbano habitado por mestizos, humanos e inhumanos, quienes gozaban una libertad limitada al subterráneo conectado a las rutas ferroviarias de la ciudad que llevaban a las fábricas, en donde laburaban la mayoría de los residentes.
Vigilantes cruzados armados marchaban en puntos específicos del laberinto subterráneo, monitoreando a los indeseables asegurando que ninguno escapase del recinto sin autorización.
La guardia de ese distrito vestía armaduras marrones, adornadas en pieles y cráneos de animales salvajes y monstruos que ellos ultimaron; se les permitía el uso de fuerza letal de ser necesario. Esa situación se mostraba como un caso frecuente en los guetos. Un rasgo a resaltar de ciertos guardias, mostraban una altura cercana a los tres metros.
«¿Serán mutados?», escrutó Sheila.
Puentes tapizados en vigas de tren se interconectan en altos edificios dispersos por esa ciudad subterránea, en algunos mostraban reflectores y pantallas que dictaban: sigan la palabra del viajero, la espada sagrada protege, y gloria a Lazarus.
Apoyada en el respaldo del carrito Sheila sacó parcialmente el cuerpo, quemando a fuego en la mente todo lo que veía y sus cabellos rojos revoloteaban en la fuerza centrífuga en el avance del carrito.
—Querido… échame aire. —Las oleadas de aire caliente que abochornaba a V, frenando el afán de tomar fotografías. El droide se pegó a la mujer, usando sus ventiladores para refrescarla.
—La primera regla de esta ciudad es… no socializar demasiado; hay mucha inseguridad… y la policía militar tiende a excederse demasiado, y para estándares de los cruzados es decir demasiado —explicó Alsajiri al accionar la palanca del piloto, al entrar a un cruce de tres caminos y giraron a la izquierda.
—He visto algunos en Griffia y en la capital, vigilando los edificios importantes de oficinas administrativas, residencias de nobles y las zonas industriales. —mencionó Sheila al perder de vista a los vigilantes—. No me sorprende encontrarlas en este gueto… y para ser sincera, no es como el de Nemea.
—Originalmente este gueto fue echo para ser un espacio seguro, por si las murallas llegaban a caer. —La guía entró en papel, presentado la ciudad llamada Refulgente brillo, de una arquitectura definida en metal antiguo, y firme que lo ha mantenido estable durante siglos—. Desde los tiempos en que este lugar pertenecía a los dragones, o quizás mucho más atrás. Se ha convertido en el hogar de mestizos, mal vivientes y gente desfavorecida… estos últimos por no poder pagar los impuestos de residencia en la superficie, se vienen aquí al ser más barato y cálido en invierno. Los pilares y paredes gruesas embadurnadas en glifos de protección en ciertas zonas, disminuyen la energía de los terremotos.
» Les recomendaría andar con cuidado, aun con lo visto en la entrada… la seguridad es deficiente y hasta corrupta al adentrarse más en la ciudad, por lo que se ha vuelto un nido de delincuencia.
—He de creer que hay más de una entrada… ¿no es así? —V se detuvo unos segundos del afán de capturar imágenes.
—En la zona antigua de la ciudad, las alcantarillas y los túneles del tren —contestó—, hay pasadizos en los que algunas personas se han adentrado, la mayoría pocos seguros… y puedes toparte con cosas bastante desagradables. El ambiente de este lugar puede afectar, por lo que llega a sacar lo peor de las personas, y aquí se comercia con la magia libremente. La entrada principal es por el bosque brumoso.
—¿Dónde se supone que nos encontraremos con la tal Moira? —Sheila salió del asombro, en búsqueda de información.
—Ella vive en “La casa de la abuela” es un negocio bastante particular, se los mostraré una vez que lleguemos ahí. Les diré unas cuantas reglas más, denme un minuto. —Alsajiri tomó la palanca del carrito superior, jalándola y activando el mecanismo que la detendría en la próxima parada.
La reja se abrió al ser apartada a un lado dentro de la metálica edificación gris, carente de color en un suelo de metal. Alsajiri iba al frente con una mano en la cintura, guiando el paso. Gente vestida en harapos se agazapaba en los rincones, descansando a la espera de un próximo vagón que les permita desplazarse.
—Somos todo oídas… —Sheila observó cómo había humanos mezclados con personas con rasgos tenues de bestia y elfos.
—Regla numero dos… en su estadía aquí, van a seguirme en todo momento y no se separarán de mí. —Bajaron las escalaras de un túnel en fila india, y en las paredes estaban pintarrajeadas de grafitis en runas y bramurosi—. Regla número tres harán todo lo que yo les diga… si les digo peleen van a romper cráneos… si les digo levanten las manos… más les vale que lo hagan; aquí que te asalten por quitarte unas cuantas monedas es correr suerte.
» Si lo prefieren… pueden andar con sus mutaciones al descubierto, aquí hay mucha gente con implantes mecánicos antiguos y algunos deformes por mutaciones debido al mestizaje… además de ser hogar de espers, que prefieren estar alejados de la sociedad normal, al estar aquí el mercado mágico de la ciudad. Regla número cuatro… ni le busquen, aquí no funciona la señal de los cubos a menos que compren una extensión para guetos. Regla número cinco… el tiempo no funciona como debería, ante la magia de los monolitos… un día del exterior se sienten como dos en este lugar. Regla número seis, no jodan con nadie… eviten los problemas lo mejor que puedan… hemos tenido pleitos de pandillas desde que la población se elevó ¿Lo tienen?
—Yo si —afirmó V.
—Para nada —dijo Sheila—. ¡espera! ¿Te refieres el paquete para guetos o entender lo que dijiste?
—Los dos.
—Lo primero no… y lo segundo por supuesto.
—Lo de los dos días nos viene de perlas —habló V en un ánimo contagioso, tomando a del hombro de Sheila.
—¡Oye es cierto! —El aura estoica de la guardiana se rompió de golpe, al comprender a lo que se refería—. Tendremos un poco más de tiempo para entrenar.
—Te lo dije, cariño… —Confiada reafirmo lo que ya consideraba un echo asegurado—, hoy te vamos a sacar las alas.
En el último peldaño entraron a una amplia calle iluminada por faros de luces amarillentas pegados a las paredes. El lugar se conformaba por un mercadillo repleto de personas en vestimentas sucias, y humildes bajo un techo sostenido por gruesos pilares embadurnados por textos rúnicos. Un cartel oxidado pegado en el túnel por donde bajaron dictaba una leyenda despintada, pero visible: Bienvenidos a Refulgente brillo.
—Claustrofóbico… ¿no?
Pilas de basura se acumulaban en los recovecos de los cruces de camino, y el estado deplorable de las personas los colocaban a vender en puestos sentados en el suelo frente a una sábana con artículos varios de segunda mano. Ninguna ventana o muestra del exterior se veía en los tuenes subterráneos; un mundo completamente diferente al conocido en la ciudad portuaria.
Se vendían baratijas de recuerdos, artesanías, comida rápida y viejos periódicos de la semana pasada. Adornos florales del festival de las almas se colgaban en las paredes, y multitudes portaban mascara de madera, en conmemoración de dicha festividad cargando con flores de inframundo en las manos.
Se divisaron personas a las que les faltaban extremidades, remplazadas por implantes mecánicos de baja calidad, manchadas de oxido y sonaban chirriante al mover las articulaciones. Esos se llamaban los que conservaban suerte, a diferencia de algunos que se obligaban a desplazarse en muletas y sillas de rueda en extremidades perdidas. Se divisó aun anciano agachas cubierto por una capucha, sujetando un tanque de oxígeno de mangueras conectadas a la nariz, caminando a agachas y torpemente con un bastón en medio de la multitud.
Pequeñas pandillas se paraban en las esquinas de las calles, tomando alcohol y hablando en risotadas ebrias impregnando la calurosa ambientación en el hedor del tabaco. Llevaban ropajes de cuero adornadas por pinchos, perforaciones tatuajes y cabellos teñidos en colores extravagantes; acostumbrados a la mezcolanza de olores de drenaje, tierra y oxido, fragancias que aturdían los sentidos de Sheila.
V y el droide que flotaba al lado de ella, llamaron la atención indeseable, asechándolos en ojos de depredador en espera de una oportunidad de ejecutar un movimiento. Piropos obscenos se escaparon de malvivientes, dedicados en su mayoría a en la dragona de hielo, de un semblante irrompible, seguía risueña y expectante.
Se acercaron interesados en comprar a Albin, con una gentil palabra de V cortaba todo atisbo de insistir, desconcertado al que se acercara y no tuviera otra alternativa que marcharse, sobrecogidos por esa extraña presencia que emitía la mujer; la de un depredador al asecho.
Sheila bufó molesta rodando los ojos, no podía creer como V no reaccionaba de ninguna forma, impasible a la ambientación decadente en la que se han situado; una resistencia mental dura cual hierro.
—No es lugar para nosotras… acabemos esto de una vez… ¿V? —Los bellos de la nuca se le erizaron al percatarse que la dragona azul desapareció—. ¡¿A dónde se fue?!
—¡En el nombre de…! —Alsajiri se tapó la boca golpe, al borde del pánico por el impulso que se le pudo escapar. Ladeó la cabeza no detectando cruzados cerca.
—No debió ir muy… —El avance de Sheila se frenó ante repentino tirón en el brazo, debido al agarre de Alsajiri, de contenida histeria.
—Te dije que te mantuvieses apegada a las reglas. —Un alarido se atragantó en el fondo de la garganta. Tomando un respiro se acercó a susurrar—. Es fácil que se den cuenta que no eres de aquí, lo que te convierte en un blanco.
—Y tú si ¿verdad? Que venga quien tenga que venir. —En una carencia total de miedo, desafió a la guía y tomándola de la muñeca, apretó lo suficiente que aflojó el agarre que la contenía—. Me acompañas o voy… ¡ahí está!
La silueta de una cabella azul cornada entrando a una tienda pausó la disputa. En el porche de un establecimiento colgaba un cartel en el que se dibujaba una copa de helado. A cambio de unas dos coronas dorada, las manos de V sostenían un cono de nieve napolitana; un objeto de deseo ante los ojos brillantes con la lengua relamiéndole los labios negros.
—Definitivamente mi favorito. —V notó unas presencias que la observaban, y descubrió a tres niños mugrientos en ropajes viejos.
Los infantes quedaron embelesados por la golosina, en un deseo inalcanzable para ellos y lo sabían; quedando limitados en una prudente distancia, temerosos de recibir una paliza tras darse cuenta del regreso de la mirada de V.
No hubo hostilidad alguna, todo lo contrario. En una calidad amabilidad V compró a cada uno de los niños un cono de helado que ellos quisieran, y les obsequió unas monedas para pudieran comer algo caliente.
Los niños no creían el desinterés pensando que debían pagar. Ofrecieron ropa, canicas y uno estuvo a punto de regalar la gorra agujerada que llevaba. Ese trueque se rechazó y los alentó a andar con cuidado. Agradecidos se marcharon en sonrisas a los que les faltaba dientes, sembrando calma en V.
—Se habían tardado. —Llamó a sus compañeras al filo de una esquina del túnel.
—No sabía en qué momento interrumpir. —Se excusó Alsajiri—, no debiste separarte, V. Si eres lo que mi patrona me dijo… debes ser consciente de que no eres invencible en esta época.
—¿Alguna vez lo fui? —V sonrió con complicidad, terminando de saborear el cono—, perdona por haber roto la regla… y mejor no perdamos el tiempo, Sheila.
—Si… claro.
Sheila no pudo evitar percatarse como de entre esos tres niños, dos eran completamente humanos, de piel blanca y morena. El tercero con unos ojos y facciones que recordaban a un gran canino.
Esas diferencias no generaban relevancia en la amistad de los infantes, jugaban como iguales, y se permitían reír en la miseria de la fosa llamada hogar, marcados con el código en el cuello.
—La casa de la abuela no está tan lejos. —Las dragonas siguieron la guía, adentrándose en los túneles del antiguo recinto subterráneo.
—Este lugar es aterrador. —Sheila constantemente se fijaba a sus espaldas, asegurando de que nadie mal intencionado las seguía, en los tuenes abarrotados de personas.
—De seguir llegando refugiados, esto va a reventar. No sé qué es peor… la sobrepoblación o los pobres idiotas que se quedaron a vivir en los pueblos. —Alsajiri murmuró débilmente, y apuntó a un establecimiento del colgaba un cartel que dictaba: La casa de la abuela—. Llegamos, sean bienvenidos.
La puerta se abrió dejando entrever una escalera de madera en descenso, tenuemente iluminada por un foco colgante. Al bajarlo entraron a una cámara repleta de cojines y colchones tumbados en el suelo, en donde se recostaban grupos de personas dopados en pleno éxtasis se regocijaban en jadeos disfrutando de pipas de opio, bajo luces amarillentas.
—¿Me trajiste a un bar de opio? —Sheila tosió en ojos irritados, el inhalar el hedor de la droga la aturdió y se tapó la nariz con los dedos. Los sentidos aumentados le juraron en contra.
—Tiene años que no vengo a uno de estos lugares… —V inhaló profundamente, acabando en un placentero suspiro—. Quizás de una probada después.
—Lo que nos incumbe es por aquí. —Alsajiri les llamó con la mano para que la siguieran, caminaron en zigzag en largos pasos, evitando pisar a alguno de los clientes, perdidos en viajes psicotrópicos.
—Moira no ha dejado los viejos negocios —dijo V.
—Ella creía que el consumir ciertas plantas facilita viajar a ciertos reinos del plano astral —explicó—, y conocer algunas partes de ti mismo. Claro con los debidos cuidados… no queremos volvernos adictas.
El rumbo las puso de frente de una puerta de metal sellada con llave, una que salió de la túnica de la empleada y la abrió de par en par. Al entrar Alsajiri volvió a cerrar la entrada apresuradamente, colocando el seguro, asegurando que nadie del otro lado se percatase.
Se veía un corredor sostenido por gruesos pilares, en esas luces amarillas que lastimaban la vista y en el fondo colgaba del techo una pieza de maquinaria nunca vista por la guardiana. Similar a una gigantesca araña metálica, de seis patas pegadas en las paredes, de las que sobresalían conjuntos de cableados conectados a monitores que dictaban un pulso y conjuntos de datos que analizaban la sangre, y el estado de los órganos de lo que se mantenía en una cabina circular sellada y sujetada por las extremidades de hierro.
Un siseo gaseoso se emitió en el primer paso que Sheila realizó dentro del cuarto. La esfera se abrió en dos piezas retractables que, al separarse, dejaron la maquina a la mitad y el grotesco interior visible. Lo que parecía una masa de carne arrugada y seca con cables conectados palpitó.
Aquello mostró una forma definida, al escurrir la mitad del torso del borde de la esfera en una larga exhalación de aire. Los brazos largos tatuados en runas y llenos de manchas de vejeces se estiraron casi rosando el suelo, en alargadas uñas amarillentas, se doblaron tomando el casco conectado a la máquina, retirándolo y dejando a un lado, mostrando el rostro de la anciana.
Una mujer de cara repleta de arrugadas, mejillas chupadas en rasgos helados y cadavéricos, en ojos blancos y hundidos, de los que se derramaban lágrimas de glifos rúnicos a la altura de la barbilla. Por debajo del labio inferior en el centro, caía un tercer tatuaje en línea recta de los códigos, bajo la sombra de una puntiaguda nariz alargada. Pocos cabellos blancos colgaban de la cabeza casi calva, cual telarañas.
Moira se dejó caer de cabeza con las manos amortiguando la caída, y en movimientos anormales de huesos que se movían en 360 grados. Se puso de pie en posición encorvada con una estatura que apenas llegaba a superar un metro, con una espina de huesos puntiagudos, cubierta por un vestido blanco de mangas anchas, y adornado por laminillas echas de huesos que no se distinguían a que pertenecían.
—Oh… V… no hay palabras que puedan describir lo que siento al volver a verte.
Seca como su piel y a la vez gentil, la vieja corrió en una velocidad incoherente a la edad que aparentaba. Tomó la mano pálida de la dama del frio, doblando la rodilla ante ella y besando la palma.
—Perdona que no llamase antes, Moira. —V la abrazó acariciando la cabeza de la anciana—. No habría recurrir así de no haber tenido otra alternativa.
—¿Mi querida Alsajiri fue buena con ustedes?
—Fue un gusto atenderlas —Alsajiri reverenció.
—Claro⁓ —V se resguardó los comentarios, bastó una afirmación descarada para que la morena frunciese el ceño.
—Puedo verlo… —Río en tosidos ahogados al fijar el enfoque en Sheila—. Tú eres la famosa Sheila.
—¿Cómo es esto posible? —Sheila no se creía lo que observa.
Aquel deforme no podía ser una hechicera, lucía como el estereotipo de una bruja en relatos aterradores contados a los niños, un mero mito. Conocía que no existía usuario de magia experto de horrible apariencia, y mucho menos vieja. Las mutaciones en las que se sometían, los embellecían alentando el envejecimiento por cientos de años. Nadie quedaría en ese estado demacrado, no importaba la edad que poseía.
—Será… un medio dragón, uno que corrió con suerte. A diferencia mía. —Se carcajeó la vieja. El sonido estrangulado y apagado de la voz de Moira, producía escalofríos en Sheila, incomodándola.
—¿A qué se refiere?
—Has escuchado… que los hechiceros jugamos con nuestro código genético ¿no? —Moira jugueteaba con los largos dedos—, nos mejoramos usando químicos y rituales místicos… pero existen los errores. Al intentar modificar mi cuerpo… me volví una estadística de una en mil. Mi cuerpo quedó deforme, envejezco… pero mi vida es más larga… y no es una buena vida que digamos.
Sheila tragó saliva con los labios metidos dentro de la boca. Seguía desconfiando de la extraña mujer, y esta lo notó.
—No te asustes, niña… no pienso morderte… y no tienes nada que temer… mira. —Moira se desabotonó la blusa, girándose mostrando en la huesuda espalda la marca de la hechicera, solo que, en vez de generar confianza en la guardiana, estalló en colera comprobando leves marcas de quemaduras dispersados en la tinta.
—¡¿Qué mierda es esto?! —La diestra se encendió en una esfera llamante, sobresaltando a Alsajiri y elevando las risas de la anciana. En un parpadeo la muñeca quedó atrapada ante el agarre firme de V.
—Eso debería preguntarte a ti. —V la fulminó con la mirada, reprobando ese comportamiento.
—¡Me trajiste ante una bruja!
—Cuida tus palabras… —Advirtió jalando a Sheila hacía ella, quedando frente a frente—, Moira rompió las reglas una vez… por eso su licencia quedó así, todavía tiene otras dos oportunidades. Recuerda por qué estamos aquí. La mutación de longevidad puede fallar en diferentes maneras… se supone que eres una guardiana ¿no debería saberlo y ser tolerante?
Los colores cobraron vida el rostro de Sheila, abrió la boca de la que no salió sonido alguno. No caían excusas en ella, se avergonzó profundamente por olvidar ese factor y se dejó guiar por la apariencia. Se le crío entre soldados y hechiceros, concentrando todo su esfuerzo en mejorar como guerrera en entrenamientos físicos, descuidando sus capacidades mágicas en ese entonces.
—No seas duras con la muchacha, V. No luzco… —Un repentino ataque de tos la enmudeció, aclaró la garganta y siguió—: como lo que alguna vez fui. Prefería que me recordaras como la ultima vez que nos vimos.
—Para mí siempre serás la misma, Moira. —V no mostraba repugnancia alguna en tomade la de mano a la anciana, emanaba genuino apego que terminó por convencer, y generó un mayor pesar en Sheila al ser todo lo contrario.
—A lo que vienen… entonces… no has despertado tus alas ¿no? —Moira vio de pies a cabeza a Sheila—. ¿Has intentado meditar?
—He seguido las enseñanzas de la familia Nemea Regulus y del libro Draconarius. La parte que explicaban sobre las transformaciones estaba borrosa. —Sheila no la perdía de vista. poco a poco caía en la impaciencia, denotado en un hablar apresurado que caía en el escepticismo al no saber la relevancia de Moira en su despertar—. He estado entrenando bastante… y creo estar cerca.
—O el libro… Dastan el intrépido fue uno de los escribas… si —La vieja caminó a uno de los estantes en las paredes—, tenía una copia… hace ya mucho tiempo. Perdona mi atrevimiento, pero… ¿no has llegado a pensar que por ser hibrido no tienes alas? Se han dado casos de…
—¡Jamás! —Sheila no dejó terminar ese impensable echo, nunca quiso creerlo y buscó negarlo a toda costa—: he sentido el palpitar en mi espalda desde hace unos meses. Mi entrenamiento me ha estado cercando, más no lo he logrado por completo.
—Hermana, por favor tranquilízate. —V le llamó la atención, en paciencia renovada—, no podremos ayudarte si sigues de esa manera.
—Significan mucho para mi… —No pudo contener un latente ruego, una búsqueda de consuelo en una frustración que quebraba las palabras—. Necesito estar completa.
—Si es así… espero que estés lista para pagar el precio. —La anciana talló el pulgar con dos de sus dedos.
—¿Qué es lo que quiere? —A Sheila no le extrañaría que le pidieran partes de su cuerpo.
—Quinientas coronas, me pagas cuando terminemos.
—¿Enserio? —No podía creerlo, alzó la ceja y ladeó la cabeza por si se trataba de alguna broma o algo similar.
—Por supuesto, de algo mantengo mi negocio ¿Qué esperabas? Bien… de ser así síganme… Ali, te encargo el local. Asegúrate de que no se pongan a coger esa bola de vagos drogadictos. —La vieja llevó a las dragonas a una habitación adjunta a la máquina, y recorrieron los pasillos con puertas cerradas a los lados—. Soy un shaman, me especializo en los viajes oníricos, el estudio de la mente y la espiritualidad.
» Se podría decir que más que un bar de opio, este es un “spa mágico” mi trabajo con el gobierno es aparte, y tengo a mi gente atendiendo aquí. Por lo general vienen gente adinerada del exterior y militares buscando encontrarse a sí mismo, desbloquear un recuerdo de la infancia, entrar a los mundos distintos usando la mente o simplemente alguna nueva experiencia.
Entraron a un cuarto blanco en donde estaban dos capsulas, monitoreadas por dos personas vestidas con ropas parecidas a las de la extranjera. En un corto saludo se despidieron. Un difusor estaba puesto en una mesita, en medio de las máquinas y delante un colchón de meditación grabada en glifos.
—¿Cómo esto va ayudarme? —Sheila ejecutó un leve golpecito en la puertilla agujerada de la capsula. Pegando el ojo en la abertura, únicamente descubrió pura oscuridad y al pegar el oído captó el lamento del agua.
—Van a ir a los vestidores, se pondrán unos unitardos, entrarán a la capsula, recostándose sobre agua, y tomarán una gota de la lagrima de ángel. —Moira sacó de un botiquín un frasco con un jarabe amarillento—, lo extraemos de la sabía de un árbol únicamente encontrado en Nyashta. Es un estimulante, y con los inciensos de mi difusor… facilitará un estado de trance, que nos conectará por medio de mi telepatía… sacaremos lo que te reprime.
—¿Drogas? ¿Enserio?
—Es perfectamente legal y seguro, niña ¡por favor! —aclaró la anciana—, váyanse a cambiar. Ya no tardo en morirme y me sacarán el poco pelo que me queda si sigo esperando aquí.
—Si me llegan a robar… —Sheila tomó el brazalete echo de asthartos, y un semblante espeluznante puso un ultimátum—: juro que destruiré todo.
—¿Sigues? —V le llamó la atención el umbral al vestidor.
—Me quiero asegurar.
—No pasará nada, trabajo para los Templarios, niña. —Volvió a emitir esa espeluznante risotada seca.
«Eso no acaba de tranquilizarme», pensó Sheila al cerrar el vestidor atrás de ella.
En pocos minutos tomaron los debidos puestos. Moira se sentó en una pose de meditación, y las dos dragonas tomaron la lagrima del ángel al dejar caer la gota sobre las lenguas. V lo hizo sin dudarlo, saboreando el amargo sabor que la atontada como tomar una botella entera de alcohol.
—Chroneidos… está bastante fuerte. —V se sacudió la nariz en el rostro arrugado, atontada por lo que estaba probando—. ¿Qué no querías empezar?
—Pensé que me entrenarías. —Decepcionada Sheila se le quedaba viendo a la pequeña botella.
—Eso hago… es un proceso. —Asimilando que Sheila no accedería a menos que se le de información, decide sincerarse—. Lo que pasa es que normalmente un dragón adulto apoya el despertar de un niño. En este caso… vamos a necesitar despejar tu mente y una vez echo eso… iremos por lo potente, ¿me entiendes?
—Creo que sí. —Un sabor amargo se acumuló en Sheila. Pensó en la partida de su padre, y como ese factor detonó en el atrofiamiento de sus transformaciones.
La ambición de las alas, el sueño de toda una vida y el honrar un legado de todos los dragones caídos pudo superar el titubeo; la parte más humana. La gota se derramó en la lengua y una amargura acida se esparció en las papilas gustativas, arrugando el rostro temblante de Sheila que de entre tosidos se limpió la boca.
—Todo saldrá bien, hermana. Te lo prometo. Tú déjate llevar… Moira hará el resto. —La tomó de la mano apretándola firmemente—, no me separaré de ti… haremos esto juntas.
—Me gustaría decir que rezo por que así sea, pero… hace tiempo que dejé de hacerlo.
Las dos se introdujeron en las capsulas, y las puertas se cerraron sellándolo en una oscuridad al principio apenas esparcida por la luz que se colada de los agujeros minúsculos y de pronto las sombras lo consumieron todo al apagar el foco.
Con la mitad del cuerpo afuera del agua fría, que de a poco se volvió caliente al tacto con el cuerpo de Sheila. La respiración se tornó pesada y una sensación de relajación se esparció en todo el cuerpo, adormecida por un aroma dulce que venía del exterior, entrando por los orificios, venido de un cantico inentendible producido por Moira. Los parpados pesaron abandonando toda fuerza, y finalmente los cerró entrando en la inconciencia.
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