EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 35
Múltiples luces anaranjadas se elevaban al cielo en distintos puntos de Griffia, alumbrando el espacio nocturno. Globos del deseo, una tradición del Festival de las almas es dar un mensaje a los seres queridos y formular una petición que sería intercedida por ellos ante el altísimo omnipotente en el paraíso, el final de todo; un mundo de absoluta paz en la que solamente justos y creyentes podían existir.
Los anaranjados faros de lento ascenso creaban una visión divina, resonando los canticos de las bocinas en orquetas y bailes de las personas disfrazadas. Un desfile de carros alegóricos se conducía por la plaza; simpáticos bufones realizaban malabares, acróbatas se subían los unos sobre los otros en edificaciones humanas. Grupos musicales tocaban canciones alegres que despertaban el espíritu fiestero, y en los carros flotaban globos en forma de los nephilim tipo zealot.
En un trono yacía un actor vestido en una armadura blanca, emulando a Félix Lazarus el fénix blanco, fundador de la nación que emprendió la campaña en la segunda titanomaquia, el freno de la conquista de los Dragnnis. Arrojaba dulces a los niños que se peleaban en el suelo por atrapar las golosinas.
De los carros un enorme fénix echo de papel y madera estiraba las alas, en la promesa de ser quemado al final del recorrido bajo la vista de los espectadores. En los días de infancia Drake pasó visitando tumbas de los viejos amigos del padre. Iban a la Dendroestencia plantando flores, orando por las almas ascendidas al llamado más allá. Las pocas ocasiones en las que pudo ir al festival, iba disfrazado de caballero en una armadura de cajas y en una ocasión cambió la formula.
Llevó un traje similar al que usaba Clayton en su época de mercenario; una gabardina y unas pistolas de juguetes, faltando el sombrero. En ese día se plantó al padre gritando que era él, sacándole una risotada que le hizo estremecer, la compararía con el estereotipo de una vieja bruja llena de malicia.
De las pocas ocasiones en las que pudo descubrir la alegría del padre, este le prestó su sombrero y lo acompaño al desfile. No había muchos niños de su edad con los que pudiese jugar, la escuela de ese entonces albergaba clases mixtas en las que atendían infantes de distintas edades, muchos a los que recordaba con rostro oscurecidos y nombres inexistentes.
El trabajo del campo no le dejaba mucho espacio de la vida social. Se suponía que al llegar a la adolescencia se acababan los días de lecciones, y el oficio se debía escoger, uno ya predilecto para él. El ser un magnate de finca, un futuro que al principio pretendía escapar por el camino del guerrero, para que al conseguirlo anhelase el volver a trabajar el campo con las manos, en lugar sostener el falso acero carmesí.
—La llegada del viajero mis pelotas, esto sí que es un día para celebrar. —Drake cargaba una bolsa de golosinas, y en su otra mano degustaba uno cono de helado sabor menta con chocolate, su favorito.
—Concuerdo con tu infantil opinión. —Lance ya se había devorado una nieve de banana con chocolate—. Guardarme unas galletas de malvavisco si es que tiene tu envoltorio.
—Claro⁓ —farfulló burlón.
Trish llamó a sus amigos pasando de puesto en puesto, deteniéndose de vez en cuando admirar las artesanías y aplaudirles a los artistas del desfile. El auto lo estacionaron cerca del Dulce durazno, no entraron al principio por dar una vuelta al mercado.
Reconocieron el local al final de un callejón rodeado de luces cambiantes de azul y rojo, provenientes de los ventanales, deslumbrando la fila de jóvenes que pretendían entrar, frenados por el guardia.
—Entonces, Philip… ¿la has puesto? —Lance apoyó el brazo en el hombro de Philip, y la piel de este se erizó por la declaración.
—No creo que sea algo que te incumba, Lance —desvió Philip completamente apenado, forzando en vano un actuar fuerte.
—No lo molestes, Lance. —La intervención de Drake no pudo importarle menos a Lance.
—¡Claro que sí! —No tomando enserio la negativa, arrastró al soldado a formarse al final de la fila—. Me ayudaste bastante en las apuestas de Sheila, lo menos que puedo hacer amiguito… es invitarte a que te estrenen.
Los colores cobraron vida en el rostro pálido del muchacho, no afirmando que nunca ha estado con una doncella. Creció con una madre sobre protectora, desarrollando una personalidad introvertida y de carácter amable, cosa que le ha impedido acercarse demasiado a las chicas de donde vivía.
—Tú hazlo… te pueden matar mañana, carajillo. —Trish agitó la mano, y con unos ánimos que sembraron una leve ansiedad en el soldado.
—Creo que podría probar. —Aceptó temeroso y en respuesta Lance lo pegó a su pecho en un invasivo abrazo y frotó el puño sobre la cabeza rubia, como si quisiera encender un fosforo.
—¡Ese es mi colega!
—Otro que vamos a corromper. —Drake estalló en carcajadas, obligado a aguantar el nerviosismo de estar rodeado por demasiadas personas. Se mantenía a una distancia prudente de los que desconocía.
La multitud se acumulaba un largo puente del que se alzaba la estatua del fénix en alas abiertas, encima de un altar en el que se colocaban dulces para los que ya no estaban. Bajo la plataforma corría el agua encaminada al océano, de la que flotaban flores amarillas y blancas.
—Creo que sería un pecado no cumplir la tradición.
Trish compró la flor blanca y la arrojó bajo al puente, en un acto imitado por muchos que se detenían a dar una ofrenda al fénix y un honor a sus seres queridos. Una flor amarilla representaba a una persona y una blanca a muchas.
—Bien ¿Quién dijo miedo? —Lance golpeó con el codo el hombro de Drake, y todos compraron flores por una moneda. El único que compro más de una fue el mismo Drake, quien pidió cinco ejemplares.
—Pudiste comprar una blanca… ¿Por qué tantas? —Philip no se aguantó la incógnita.
—Son pocas personas… y quisiera dedicarle a cada uno un ritual individual —Drake fijó la mirada en las plantas—, dos cuestan una moneda… y creo que no es mucho gasto. Ayudo al vendedor de flores y doy un mejor tributo.
—Creo que entiendo. —Philip asintió con la cabeza.
—Todos tienen su forma de llevar el luto —comprendió Lance.
—Me parece un desperdicio de plata… —Trish rodó los ojos.
De pie pegado al barandal observó el correr del agua parcialmente oscurecida por el manto de la noche, sucumbida a la luz de los faros, alumbrando los amarillentos pétalos esparcidos y cercanos a ser llevado por las profundades.
—Esto es por ustedes. —Taciturno dejó caer una a una las flores.
La primera que tocó el agua, al liberar sus ondas pudo observar a un joven de cabellos plateados y ojos rojos parado a su lado, colocando una mano en su hombro.
—Nos haremos fuertes juntos. —Pudo escuchar las palabras de Connor perdidas en el vacío del primer gran fracaso—. Te convertiré en mi mano derecha… y podremos salir de aventuras junto a esos Lance y Alice de los que hablas tanto.
La segunda materializó una mujer de piel oscura y obesa, de una edad avanzada en un semblante enternecido. No albergaba la edad para su madre y tampoco su abuela, estando en el límite al criarlo como su nana.
—Se un niño bueno, Drake. —Karen, la mujer que fue su nana, le palmeo la espalda y desapareció, generando que los ojos carmesíes del guardián se anegaran—. ¿no te gusta cómo te trata tu papá? Se un mejor hombre, no repitas sus errores y no quieras cambiarlo. Él ya está grande… tú todavía eres muy joven y puedes tener una mejor vida. Se mejor, Drake… no lo hagas por complacerlo a él o a mí… hazlo por ti.
En la siguiente mostró al padre de mirada severa y áspera, en completa desaprobación de lo que se había convertido su hijo. No dijo absolutamente nada, meramente le dedicó una mirada gélida y se dio la vuelta desapareciendo en las sombras, como parte del ánimo de Drake ante un nudo en el corazón.
El tacto de la cuarta flor mostró la imagen de una joven de cabellos negros, piel pálida moteada de pecas y ojos verdes. Ella sujetaba la flor amarilla en sus manos en un rostro sonrojado, se veía de una estatura muy inferior al lado del guardián.
—La familia es el final de la soledad… y quiero que tú y yo formemos una… te amo, Drake, nunca lo olvides. —Drake vio a Naomi por un instante y al parpadear desapareció, generando una sensación de vacío en las entrañas de una oportunidad desperdiciada.
En la última flor no descubrió nada, ninguna imagen o recuerdo. La realidad se mostró imperturbable incapaz de materializar lo que nunca fue, un recuerdo que Drake atesoraría poder siquiera conservar. Nunca hubo fotografía, anécdota o pensamiento que se ligase a esa persona cuya mención generaba el más receloso de los silencios; negado al niño sin madre.
—Claire. —Ese nombre jamás olvidaría, tatuado en el alma.
—¿Estás bien? —Lance notó el lúgubre actuar de su amigo, y no se la pensó.
—Lo estaré. —Afirmó respirando profundamente y cerrando los ojos vidriosos. Dejó que la amargura fuese levada por las aguas, limpiando las lágrimas con los dedos.
Retomado el avance de las masas abandonaron el altar y el ritual de las flores. Lance inclinó la cabeza por encima del hombro y buscó sin éxito el ejemplar pálido que arrojó anteriormente, perdida entre sientas.
El lúgubre evento se difuminó entre platicas amenas, intercambiando anécdotas a sabiendas de que posiblemente les cueste hablar dentro del Dulce durazno. Una vez en la puerta, Lance se aventuró primero y al ponerse frente al corpulento guardia. El semblante duro como piedra se quebró en una sonrisa amiguera, tomando de los hombros al guardián, tal cual saludase a un viejo amigo.
—¡Lance, hijo de puta! ¡bienvenido de nuevo! —Ese actuar sacó de sintonía a muchos que esperaban atrás.
—¡El gusto es mío, Rocko! ¿Cómo está la pequeña Susan? —Lance apretó su mano en un actuar jovial, completamente discordante en la imagen lúgubre y agresiva de los dos hombres.
—Está muy bien… ya comenzó a llamarme papá, es toda una experiencia. Veo que esta vez trajiste al rojo y a otros dos amigos —dijo.
—Queremos entrar a pasar el rato… ¿no es molestia que no guardemos nuestras herramientas en los casilleros? Digo… a los del ejército se les da ciertas libertades.
—Por supuesto… solo eviten causar problemas. —En la parte trasera de la multitud resonaron protestas escandalizadas, debido al trato preferencial, llamándolos perros del ejército; todas ignoradas—. Nada más enséñenme sus identificaciones.
De uno en uno entraron al establecimiento, frenando Trish al no poseer ninguna placa y llevaba una pistola en la funda del cinturón.
—¡Vamos! Fui parte de la fuerza área, no cargué mis propias entrañas en el Desierto de los lamentos por menos que esto. —Reclamó fúrica—. ¡Uno nada más puede confiar en el arma del bolsillo en este mundo de porquería!
—Lo siento, ya es una civil… debe dejar su arma en el casillero como todos los demás.
—Trish… por favor vamos. —Rogó Philip en el umbral de la puerta.
—Para ti es fácil de decirlo… te dejaron entrar con tu pistola. —Trish acarició la empuñadura del arma, y finalmente se rindió aceptando a regañadientes—. Está bien.
—Mi compañera va a revisarte. —Una chica igualmente alta se arcó a Trish, palpó los bolsillos de los pantalones, las piernas, el torso y al llegar a los brazos encontró una anormalidad en el derecho.
—¿Podría quitarse la chaqueta, por favor?
—Bien… —Trish se retiró el recuerdo de su anterior vida, y Drake quien estaba en el pasillo quedó perplejo por el implante mecánico que llegaba hasta el hombro, conectado a una machucada piel enrojecida de venas marcadas; abarcaba todo lo visible en el unitardo blanco con verde. Todavía llevaba el guante de cuero que ocultaba la naturaleza artificial de la extremidad—. Asperezas del oficio… ¿puedo entrar?
—Mano izquierda en el recibidor. —Incomodos por la situación, ninguno de los guardias quiso indagar en más preguntas—. Habrá alguien en el mostrador que te dé llave.
—Perfecto. —En puro desdén se colocó de nuevo la chaqueta, acariciando el sello de la espada sagrada color verde en el brazo.
Se le permitió la entrada a la muchacha, recibida por un segundo guardia que la escoltó a los casilleros, este llevaba una escopeta recargada. Los otros la saludaron una vez que pagaron las entradas, esperando que ella terminase el trámite, apenas se escuchaba algo por música a todo volumen.
—Guardado. —Lance palmó los bolsillos del cinturón. Llevaba sus dos espadas en joyas compactadoras. El Dulce durazno no tenía las políticas del banco, al ser parte del ejército.
Colocó la pistola en el mostrador en mano temblorosa, y no pudo quitarle los llorosos ojos encima, al borde del llanto por separarse de su herramienta. Una pistola con un puntero laser incorporado de un pulcro color blanco y en el cañón se le decoraba un sello en forma de mariposa negra.
—Por favor cuídenla. —Rogó cabizbaja para que al instante los parpados le pesaron, en una espeluznante faz—. De pasarle algo… no les cuento lo que puedo llegar a hacer. —El encargado asintió pálido cual fantasma, y tomó la pistola con cuidado entregándole un numero para que viniese por ella, después se dio la vuelta.
Una sombría expresión maliciosa se encendió en Trish, para propia ignorancia del guardia y de sus allegados. Esa pistola no se trataba de la única arma que llevaba, mucho menos la que consideraba la esencial.
—Eres amigo del guardia… ¿Cómo carajos le hiciste? —cuestionó Drake—, ese Rocko me veía con cara de pocos amigos las pocas veces que lo saludé.
—Puedo hacerme amigo de quien sea, hermano. —Lance se encogió de hombros en un hablar modesto—. Soy cliente frecuente, y le di una paliza a unos borrachos que querían meter mano donde no debían. Recuerda… nada de pagarle a ninguna chica… vamos a seducir esta vez a la vieja usanza, dejemos eso para Philipe.
—Acepto el reto. —Los dos estrecharon la mano. Drake conocía de la labia de Lance, más no albergaba inseguridad al ir los dos juntos, además de que tenía a la joven con la que estrechó palabra en el festival.
—Estoy comenzando a creer que estoy de más aquí —dijo Philip—, ¿hay posibilidad de contraer enfermedades o…?
—¡Ni digas eso! Este es un local bastante ostentoso… les dan chequeos médicos a las chicas, no es como los caminos. —Lance le cortó el rollo, ahogando una risa—. Estoy seguro de que tienen mejor seguro médico que nosotros.
—Bien, mequetrefes… andando que necesito un trago. —Trish pasó en medio de ellos, sin dar ninguna explicación de lo sucedido—. Ese tipo tuvo suerte de que no le apuntase con un arma… he dejado de lado algunas viejas costumbres… en momentos como este me hacen extrañar la campaña.
—No sería sorpresa… eso es demasiado común en todo el mundo.
Le siguió Drake de manos dentro de los bolsillos, y bajando la cabeza aguantando tantas presencias en ese lugar al subir el último peldaño de las escaleras. Segado por las constantes de faros de luces incandescentes y el sonido estridente de la música en vapores blancos esparcidos en el suelo del opulente edificio.
El interior del Durazno blanco rayaba en una mezcla del elegante clásico y lo moderno. Paredes blancas adornadas por ventanales con cortinas purpura. El lobby abastecía un vasto número de sillones acochinados de formas circulares, rodeando la pista de baile delante un escenario. En el lado contrario de la entrada estaba la barra adjunto a unas escaleras que conducían al segundo y tercer piso, en donde se ubicaban las habitaciones.
—¡No seas payaso! —Lance le pegó una palmada en la nuca—, ¿Cuántas veces tengo que hacer esto?
—La próxima sí que me voy a molestar.
Drake se sobó viéndolo ferozmente, ocultando que de cierta manera le acomodó las ideas, y la atención se le robó al pasarle a un lado a las trabajadoras llevando bebidas en diminutas prendas. Reconoció a algunas con las que tuvo un encuentro a cambio de unas monedas.
Griselda pecaba de ausente en el local, que además de ser un prostíbulo fungía de un centro nocturno, acoplado a las festividades del final del otoño e inicio del invierno. La mala fortuna le llegó al rojizo al descubrir el afamado concurso de dardos.
Los organizadores colocaron un letrero en el que no se permitían mutados y tampoco personas con implantes mecánicos; tenían personal que revisaba nuevamente a los interesados.
Dada la experiencia en el banco, Drake no pretendía pasar por algo similar. Tuvo suerte de que, al mostrar sus credenciales con el ejército, no se molestaron en usar un contador de estigma; de no tener ese aparato, igualmente no podría participar al ya estar identificado como un super soldado.
No le molestaba realmente el no participar, quería conocer a Griselda. Si se la llegase a topar otra vez no dudaría en hablarle, y usaría lo de ser un guardián como estrategia de cortejo, lo ha hecho antes y le ha resultado beneficioso en algunas ocasiones. No ha tenido un encuentro de una noche en mucho tiempo que no fuese una prostituta, por lo que pensaba romper esa mala racha esa noche.
—Mierda. —Drake tosió y se sacudió la nariz en ojos irritados. La combinación del humo acompañado por el olor a tabaco le jugó en contra—. ¿Cómo permiten eso?
—Me pregunto lo mismo… —Tosió Philp.
—Ambientación, querido —dijo Trish.
Una de las camareras los guio a un lugar alejado de la ajetreada multitud, llevándolos en un balcón que daba a la calle. El lugar se conformaba por dos puestos con sillón y mesa, una segunda barra con un televisor en la parte de arriba y como decoración en el umbral una estatua de una pareja de amantes completamente desnudos; sobre una fuente de la que flotaban pétalos de rosa perfumadas.
Al tomar asiento no pasó más de quince minutos para que llegasen cuatro vasos de color verde neón brillantes, burbujeaban espumosa y se descordaban con una pajilla que simulaba ser una cola de lagarto color azul, acompañada por unos pedazos de manzana dorada espolvoreada en chile.
—¡Te trajimos lo de siempre, Lance! —La camarera sirvió la bandeja en el centro de la mesa, a sus espaldas se asomaban dos compañeras, y colocaron un platillo en forma de corazón con cubos de mantequilla y azúcar—. Cualquier cosa puedes llamarnos, Lanci cariño.
—¡No lo duden, hermosas! —Las chicas se marcharon en risas arrojando besos a la distancia en despedida.
—¿Cómo le hiciste? —Philip no cabía en su asombro—, ¡usas un pasamontaña todo el tiempo y andas armado hasta los dientes!
—No lo sé… es parte de mi encanto, mi hermano.
—Prostitutas que le cobran la mitad o a veces nada… mujeres casadas, viudas, jovencitas refinadas. Hasta la fecha me lo sigo preguntando. —Drake sorbió levemente la bebida, bastando para que apretase los labios por la acidez y por poco soltó el vaso en un ataque de tos—. ¿Cómo mierda te gusta estas cosas?
—Adoro las salamandras, hermano… y tienes que ponerle azúcar o mantequilla para que se baje. —Lance tomó de un pequeño vasito un cubo de mantequilla y lo soltó en su baso, este se derritió ascendiendo la efervescencia.
—Yo paso… es demasiado fuerte para mi gusto. —Drake apartó la bebida acercándola a Lance, y este antes de que la volviese suya, se la arrebató Trish—. Pediré una piña colada o una carbonatada virgen.
—Eso ultimo es alcohol y jarabe, pero sin alcohol… —Trish arqueó la ceja.
—¡Una piña colada entonces! —vociferó—, no me juzgues… no soy mucho de beber y prefiero no hacerlo. Lo hago por pura presión social.
—No juzgo… solo condeno. —Trish se mofó en una malicia cínica.
—¿Qué más condenado puedo estar? —Siguió el juego en puro sarcasmo—, falta que me pidan bailar desnudo o algo similar.
—No suena algo despreciable… —sonrió ampliamente, lo que ruborizó las mejillas de Drake.
—Espera a que pongan una de mis canciones… y me volveré el rey del baile.
Lance brincoteaba del asiento con ansiedad, atento al escenario en el que subían distintos músicos por turnos, muchos de ellos del público que pedían una tocada, y ganar una humilde paga y unas bebidas de los mecenas presentes.
Las personas en su mayoría iban en trajes extravagantes, disfraces en fingidas criaturas de entre las que destacaban seres bestias, y con las que se han topado los guardianes y caricaturas de personalidades famosas.
Los trajes de las camareras emulaban burdamente ser armaduras femeninas de las amazonas guerreras llamadas Axcelias, compuestas de erótica lencería de metal. Un equivalente masculino conformaba a las líneas de las féminas, los cuales igualmente trabajaban en el negocio de las compañías carnales en el elegante establecimiento.
El puño se apoyaba en la mejilla de Drake, todavía mormado por las nubes de tabaco que tuvo que traspasar. Admiraba las mujeres bailar, sus vestidos que dejaban la piel expuesta. No sabía bailar, por lo que, si iba a conocer mujeres junto con Lance, tendrían que ir a acercarse a alguna mesa.
—¿Ustedes dos porque se convirtieron en guardianes?
Trish aguantó el retener ese tema por demasiado tiempo, no pudo evitar soltarlo al tener la situación perfecta en un rostro iluminado por la ilusión y un enorme interés. Drake y Lance se miraron las caras un breve segundo, antes de siquiera contestar.
—Me gustan las mujeres y el dinero… no teníamos muchas alternativas —contestó Lance sin dudarlo.
—Necesidad y lo uso para redimir algunos errores de mi… —Drake se detuvo unos segundos tras escuchar lo dicho por Lance—. También por lo que dijo Lance… ¿Qué hay de ustedes dos?
—Es bastante sencillo … —contó Trish—, de niña me quedaba mirando las nubes y vi pasar dos halcones… hablo de las aeronaves de los Templarios, y fue lo más espectacular que hubiese visto en mi vida. Desde ese día dije ¡quiero subirme a eso! Al terminar la escuela me uní al ejército. ¿Un origen aburrido?
—Tranquilo y muchos que conozco te tendrían envidia —culminó Lance en una opinión rápida a ese origen.
—¿Qué hay de ti, Philip? —continuó Drake.
—Estamos en el mismo barco… fue por necesidad… —Philip suspiró—, mi mamá que es sastre se enferma constantemente, mi padre falleció en un accidente en la fábrica… tengo dos hermanas mayores que trabajan en el negocio de la familia. Había temporadas que caíamos al borde de la pobreza, por lo que tenía que laburar como ayudante de medico en la enfermería local… apenas me daba para comer.
» Hubo un reclutamiento ante el levantamiento rebelde, ofrecían dar prioridad de refugio a las familias que se enlistasen. He escuchado que en el Libre pensamiento hay reclutamiento forzado… me da risa… aquí no necesitan esa táctica. No les hace falta ofrecer demasiado dinero… les bastaba con protección y hasta el más idiota toma las armas con pura voluntad. A mi madre no le gustó… casi me gritó que me iba a desheredar si me iba… solo me fui.
» He tenido contacto, lo que ha reparado mi relación. A veces dudo de mi decisión… sinceramente esto de ser soldado no es lo mío… no pude pagar los estudios de medicina o escriba… por lo que esto fue lo único a lo que pude aspirar… algo que lo hago bastante mal… me cagué al ver al puto titan, me sorprende que siga vivo.
—Si has llegado hasta aquí es por algo, Philip. —Drake le puso la mano en el hombro—, escuché de tu hazaña ayudando a los heridos en el Tridente… eso es digno de admirar. No me atrevería a siquiera llamarte cobarde.
—Hago lo mejor que puedo… significa mucho al venir de un guardián.
Trish recargó la espalda en el asiento, tras darse una larga fumada que la llevó a un estado de éxtasis que sentía incompleto, concluyendo en un puchero que resonó en voz quebrada:
—¡Extraño mi pistola!
—¿Te presto la mía? —En un intento por consolarla Philip destapó el broche de la funda, resaltándola en plena vista de Trish.
—¡No! no tiene mi marca… no me gusta. —Trish se quitó la chaqueta al estar acalorada, mostrando el tatuaje de una mariposa en su brazo biológico—. Nada más tocaría una que no sea mía en situación de muerte… y aparte… deben ser blancas.
—¿Qué? —Drake cortó al sorber los mocos y toser, sacando un hablar congestionado—. ¿Eres racista?
—¡Jodete! ¡no estoy de humor para esa clase de chistes sobre mi desgracia! es cosa de gustos. —Llevaba un tercer trago, respirándose la borrachera en el aliento—. Y deja de hacer eso con la nariz… me haces recordarme mis tiempos en el ejército… como nos pasábamos una línea… para ganar valor… y me estás antojando.
—Deja esa mierda, Trish… no te deja nada bien. —Lance intervino buscando ser la voz de la razón.
—Tiene años que no lo hago.
—Eso te dije cuando pasaste un porro de hoja diabólica. —Drake lo juzgó en ojos entrecerrados.
—No son la misma porquería… ¡Oh, mierda! Ya vieron. —Lance apuntó a la pantalla encima de la barra, en la que se transmitía en vivo el festival de la zona rica.
Se mostraba una fragata voladora de la que descendían Nephilims, autómatas mecánicos llamados Zealots. Humanos de alas grises en rasgos de ave en el rostro y manos como garras, la línea de las bestias que no son esclavizados si no vanagloriados por el don del vuelo; los llamados Jeagers. Y el grupo lo dirigía el campeón de los Rhodantianos, Sir Clint Reynard de la primera jerarquía.
El caballero de la tormenta saludaba al escandalizado público, lleno de ovaciones y admiración por ser considerado como el campeón de los Templarios. El héroe de históricas batallas en los conflictos de los credos y guerrillas internas, presentando un papel fundamental.
Lluvia de pétalos de rosas caían de los cielos en la transmisión en el descender de Clint, bajó cual rayo antes que sus compañeros. Una entrada heroica en una pose alzando los brazos junto a las alas de múltiples ojos azules, de las que desprendían fulgurantes luces eléctricas.
El enfoque de la cámara se centró en Clint, dejando de lado a los otros Nephilim, estoicos en posición de firme atrás del que llamaban su líder, uno que se le retiraron sus tierras, y el título de caballero.
Se le llamó como el maestro subyugador, la primera jerarquía y representaba a la orden de los Nephilim. Lo consideraban el portador de la antorcha, y no le tenía que responder a nadie que no fuese la inquisición. Un error le llevó a la degradación frente a los altos mandos, menos con el público en general que lo veía como un gran héroe.
Batalla en la que participaba Clint, iba a la cabeza del ejército en un liderazgo nato llevándolos a la victoria absoluta. Esa fama se corrió en la orden, generando un incremento en la moral de los soldados al participar en una campaña al lado del Nephilim, considerándolo un alto honor, la gloría misma. Aun cuando se seguía proclamando como “sir” ante el público y sus hombres. Nadie que no sea de la inquisición se atrevía a recordarle ese hecho.
—Como odio a ese imbécil. —Drake escupió esas palabras en un amargo sabor de boca, se volteó lejos de la pantalla, no alcanzando como Clint saludaba al gobernador de Griffia.
—¿Cómo? —Trish no se lo creía, azotó el vaso sobre la mesa sobresaltando a sus compañeros—. ¿Por qué lo dices, cabrón? Sir Clint es una eminencia. En mis tiempos dentro del ejercito luché a su lado… él y sus hombres nos salvaron de un conflicto que creíamos perdido. Y creo que es de los hombres más guapos que he visto ¿no lo has visto sin el puto casco?
—Si… en fotografías… y no me importa —replicó—, lo que sí sé… son los actos repugnantes que ha hecho. Ha masacrado a poblaciones enteras de inhumanos y humanos… llamándolos herejes. No le importaba si fuese mujeres, ancianos o niños. Ese cabrón tomó como afición cazar mutados en especial portadores que no controlasen sus habilidades, en la mayoría de los casos los asesinaba… lo veía como una especie de deporte.
—Si tuviese mi pistola ya te estuviese apuntando ¿Hay alguna diferencia con lo que hemos hecho? —Trish se masajeo el tabique—, no lo harás directamente, pero… has prestado tu espada a estas masacres por un bien mayor… el menor de los males.
Drake se quedó de piedra por todo lo escuchaba, y la mandíbula le colgaba. No veía a la dulce chica que conoció en el banco, esa que le otorgó su apoyo en sus momentos de debilidad. La sangrienta mirada se giró al blasón de la espada sagrada de la chaqueta, recordándole de dónde venía esa mujer.
—El mal menor… uno que jamás me va enorgullecer y me perseguirá el resto de mi vida, todo por seguir una misión que me fue impuesta a la fuerza —dictó fríamente—, derroté a Alpiel y ayudé a derribar al colosal al creer que era lo correcto, con tal de salvar a cientos de vidas.
» Quiero creer que es cierto… y me lo digo todas las noches. Más no me regodeo con la crueldad como ese tipo, proclamando que sirvo a una misión suprema y lo uso como excusa para justificar actos que son repulsivos.
—Dudas demasiado de ti mimo, Drake… y juzgas como si fueses un santo, no seas hipócrita. Sacrificaste cientos por salvar miles de vidas en el Tridente. —La paciencia de Trish se acercaba al límite—, has matado a tus enemigos… opositores de nuestra fe que quieren destruir un régimen que ha mantenido a los humanos en lo alto. De llegar a caer… los otros vendrán a ocupar de nuevo el lugar y regresaremos a un tiempo en la que nos volvían moneda de cambio o comida…. y… ¡¿Qué acaso no dirás nada?! —Le reclamó Trish a Philip.
—A mí no me meten en estos pleitos —dijo—, vengo a aquí a relajarme… no a tener una discusión por temas del trabajo. Respeto a Sir Clint y también a los guardianes… por lo que no me pondré del lado de uno si tengo que enfrentar al otro.
—¡Eso es navegar con bandera de pendejo! —Regañó fuertemente Trish.
—¡No se peleen! estamos entre amigos. —Lance fungió de mediador—, disfrutemos que tenemos un tiempo libre. No por discrepar en algo no significa que no podamos pasarlo bien.
—Está bien, Lance… creo que me dejé llevar. —Drake se hundió en el sillón, fatigado por siquiera recordar la lacra de ese trabajo y se acabó desquitando con Trish—. Perdona, Trish.
—Lo mismo por mi parte. —Trish dio otro trago a la salamandra, masajeando las sienes y calmando los nervios—. El fanatismo y la bebida no deben mezclarse. —Agitó el vaso juguetonamente, al bajarlo bufó cansada—. Serví al ejército mucho tiempo… hasta que… —Observó la mano metálica oculta en el guante, cerrando el puño arrojando lejos la amargura.
—¿Trish? —llamó Philip—, ¿estás bien?
Esa cuestión se quedó en incógnita, tragada en el armónico sonar de un teclado venido del escenario iluminado por una tenue luz rosada. Griselda caminaba en el escenario en un elegante vestido azul brillante de escote invertido, adornado en colores verdes con lunares lapislázuli similar a un pavorreal y con la falda abierta en dos pliegues que ponían las piernas al descubierto, resonando los tacones al caminar. En las manos enguantadas sujetaba el micrófono, cantando la acida balada en las notas musicales del piano tocado por la mano diestra de Dimitri.
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