EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 41
El despertar se precedió de un suspiro, asaltado en un aluvión de sensaciones alejadas de la capsula de agua y las especias del difusor. Sheila abrió los ojos recostada en un campo verde, bajo un cielo azul de blancas nubes; un día soleado de primavera.
—¿Dónde estoy? —se preguntó confundida al sentarse en la hierba, y apoyada en las rodillas se levantó. El portar la armadura construida por Brock la hizo dudar de su propia cordura—. ¿V? ¿Alsajiri? ¿Moira?
Ninguna de ellas contestó el llamado, lo que de a poco irritó a Sheila y estuvo a punto de liberar un grito de no ser por una voz conocida resonante atrás de ella, una que no pensó volver a escuchar jamás y causó que los ojos se le tornasen anegados.
—Hacía tiempo que no vengo aquí… te agradezco que me acompañaras, princesa —habló un hombre de voz profunda y a la vez áspera, sonaba como si una montaña fuese capaz de pronunciar palabra. Imponía respeto, y a la vez confianza.
Sheila se giró lentamente en un rostro de espanto, tal cual hubiese visto un fantasma y el lugar donde estaba poco a poco se tornaba familiar. Frente a ella se veía un camino pedregoso bajo la sombra de árboles de flores doradas, en ascenso a una colina que llevaba a un templo, rodeado por una jardinera sacudida por un vertiginoso viento en una colina alta, en medio de una cordillera montañosa de cara a las aguas saladas; un lugar llamado «Los puños» en Trisary, donde Arnold ultimó al tirano del mar al llevarlo lejos de la orilla del océano.
—T-tú… —Trémula las palabras temblorosas, ahogadas en el fondo de la garganta venidas de un corazón vuelto un puño.
—¿Qué pasa? —El hombre de la enorme sonrisa colmilluda la volvió a llamar—. ¡No te quedes atrás!
En un nuevo intento por medir palabra, una pequeña silueta la rebasó en acelerado esprint y tomó forma de una versión pequeña de sí misma.
—¡Si, papi! —Sheila captó lo chillona que sonaba en esa época en la que tenía menos de una década. Se trepó a la espalda de Ardrak, cargándola justo por encima de los hombros.
Las manos de la Sheila adulta se juntaron tapando la boca, ahogando un quejido y por fin las lágrimas brotaron. No podía creerlo, su padre lucía tal como lo recordaba y cuando por fin se dio cuenta se había acercado casi estando a su lado. Se veía como un hombre maduro en rasgos ásperos, y gruesos de tez cobriza en rostro alargado, casi rectangular, con una gran masa muscular, que mostraba una expresión calmada; de cejas pobladas y una espesa barba. Poseía brazos y piernas tonificadas, dignas de un guerrero. Tenía el pelo color negro oscuro peinado hacia atrás, con los lados rapados que dejaban el color gris y una corta cola de caballo, con un mechón blanco y unos afilados ojos reptilianos color ámbar, y una marca de nacimiento alrededor de la cuenca derecha y parte de la mejilla. En la frente pasaba encima dos cicatrices en forma de línea. La vestimenta se conformaba por un chaleco negro con un faldón del que se denotaban unas hombreras de tela, en blasones dorados y unas botas oscuras.
—¿Cómo es esto posible? —Sheila quiso tocar el brazo de Ardrak, atravesándolo cual fantasma. No generó reacción y eso la decepcionó, demostrando que se trataba de una ilusión.
—En el plano astral todo es posible. —Reconoció la presencia de V a sus espaldas, y al girar la vio envuelta en la armadura negra, acompañada por una desconocida.
De tez blanquecina complexión esbelta, cabello anaranjado que llegaba a la nuca en ojos iluminados por un resplandor verde en facciones delicadas de una hermosa joven que no sobrepasaba la mitad de sus veinte. Tatuajes rúnicos se derramaban de los ojos cual lágrimas, resplandecientes del color de las ventanas del alma, y bajo la barbilla acompañado de un maquillaje que involucraba sombras y labial esmeralda. La vestimenta se conformaba por un vestido negro, de un torso segmentado el parecía estar echo de pliegues de cuero ajustado y un abrigo hecho de piel de oso de pelaje café. La cabeza sin mandíbula del animal formaba una hombrera. En las manos juntas a la altura se difuminaban glifos arcanos, de un fulgor que ascendía y decrecía en un ritmo palpitante, con dedos adornados por anillos de distintos colores. Como calzados usaba un tipo calcetas negras con dedos al descubierto.
—Estamos en tu mente… la parte que te hace feliz de momento. —El tono de la extraña desprendía calidez.
—¿Tú eres…? —Sheila se limpió las lágrimas tratando de que no la viesen. No llevaba maquillaje, por lo que se le hizo sencillo no dejar huella.
—Se nota que eres verde. —La mujer ahogó el atisbo de una carcajada—, por favor, Sheila. En el plano astral las cosas no son como debería… y aquí puedo lucir como quiero que me vean y me recuerden. En este tratamiento nos metimos las tres en un estado de trance, y como tú lo permitiste… estaremos de la mano en tus recuerdos.
—Si se atreven a husmear donde no les corresponde… —advirtió—, las expulsaré. Me entrenaron para lidiar con enemigos mentales.
—Típico ego de guardián. —V se encogió de hombros—, tú relájate, hermanita… que te conviene. Vamos a caminar un poco en tus memorias explorando lo básico de tu espectro emocional, de ahí nos guiaremos.
—¡Papá, volemos por favor! —La pequeña tapaba los ojos de su padre, brincoteando encima de los hombros en una petición.
Un eco fantasmal se expandió en la Sheila adulta, cerrando el puño tronando los nudillos, su orgullo impidió dejarse conmover, no frente a V y Moira. Una parte de ella crecía una sensación alegre, un calor en su pecho.
—No has sido una niña muy buena que digamos, no comiste tus betabeles ni la lechuga que te serví. —Ardrak se carcajeaba ante la petición de su niña.
—¡No! ¡odio esa clase de verduras! ¡Volemos o te muerdo!
—¿Mordidas? —V aguantaba la risa.
—Malos hábitos de mi niñez… me salían los colmillos y necesitaba… ejercitarlos, tendía a desquitarme con las patas de las sillas y mesas… a veces cubiertos —murmuró y al percatarse como Moira estalló en carcajadas, le marcó la vena en la frente—: ¡No me jodan!
—Mejor que me muerdas a mí que los muebles. —Le acercó el dedo índice a su hija, y ella no dudó en tomarlo entre sus manitas y pegarle una mordida que no perturbó—. Donde vuelvas a hacerlo… te haré comer pura ensalada.
—¿Ensalada? ¡Que asco! ¿Qué soy un conejo? ¡Soy dragón! —Seguía brincoteando en un capricho que no parecía tener final, para vergüenza de Sheila y diversión de sus guías que no podían dejarse de reírse.
—¡¡Cállense, puta madre!! —exclamó con la cara más roja que su cabello.
—¡Ya! ¡Volemos! ¡quiero volar! ¡¡Quiero volar!!
—Está bien, princesa. —Resguardando una profunda paciencia, decidió consentir el capricho de su hija, la cual bajó de los hombros al agazaparse en el suelo—. ¿Trajiste los lentes?
—¡Si! —La niña sacó de una pequeña mochila unas gafas de aviador.
Sheila parpadeó sorprendida, tenía mucho tiempo que no veía ese artículo. Como todo dragón al crecer desarrollaba una membrana delgada y transparente en los ojos. Permitían soportar las altas velocidades al volar, por lo que los desechó al entrar a la pubertad.
—Bien… dame espacio… —solicitó, y obedientemente la niña se alejó con los brazos extendidos soltando agudos rugidos, en una parodia infantil de un dragón.
—¡Mírate, Sheila! Eras adorable… —V su puso las manos en las mejillas, ruborizadas con los ojos brillando. Ante una irritante Sheila que se aguantaba lo bochornoso del asunto, V sonrió—. Bueno… todavía lo eres.
—Eso no ayuda —admitió decaída.
Ardrak abrió las piernas en una posición firme, respiró hondo y las runas de transformación embadurnaron la ropa, desatando una chispeante centella eléctrica alrededor del cuerpo, que se convirtió en un resplandor anaranjado; devorando la forma humana e incrementando de tamaño a una forma colosal, de veinte metros de altura.
Cegadas en el resplandor, V y Moira se taparon los ojos frente a eminente figura, que generaba en Sheila una paz absoluta, al punto en el que no pudo evitar derramar una lagrima. Se manifestó una caricia de vientos desprendida del batir de alas proveniente de un enorme lagarto de posado en cuatro patas; una posición que recordaba a un gorila y erguía la espalda, orgulloso en una presencia que tapaba el sol.
Se trataba de un enorme dragón de gruesas escamas purpuras rojizas, y en las hendiduras se deslumbraban destellos que lucían cual venas al rojo vivo. Los brazos mostraban tres afiladas protuberancias, como en las rodillas dando al ser saurio una apariencia de armadura biológica. Un largo cuello segmentado con una fila de cuchillas que crecían desde la punta de la cola hasta la cabeza coronada por cuatro cuernos, dos enroscados hacía la mandíbula y el segundo par apuntando hacia atrás. En el centro de la frente una cicatriz, justo por encima de un morro carente de labios en afilados colmillos blancos permanentemente visibles y ojos amarillos. Las alas se desplegaron de par en par en una contextura parecida al de un murciélago con la semejanza a un par de garras.
La garra se posó en la hierba de dedos abiertos usados como escalera por la niña, al treparse torpemente y de ferviente emoción tras colocarse el protector en los ojos. Una vez en la palma el dragón asintió, liberando un torrente gemelo de humaredas negras de las fosas nasales.
«Sujétate bien pequeña…», el mensaje telepático de Ardrak conectó en la Sheila adulta. Conocía que los dragones en esa forma no podían hablar, se comunicaban ya sea a través de la mente los que tenían el don o usaban las feromonas con sus allegados.
El dragón se elevó de un salto surcando los cielos, no importase el pesado peso que presentaba, las alas lo conducían en las alturas lejos de las tres onironautas.
—Pongámonos en marcha. —Moira tomó el liderazgo alzando la mano en creciente resplandor en los tatuajes. El fulgor subía en fuerza justo delante del templo—. Este es solo el nivel superficial. Tenemos que profundizar para obtener lo que te retiene.
—No sé de qué sirve… Rafael intentó algo parecido y no funcionó… —dijo Sheila en desánimos.
—¿Entró a tus memorias en búsqueda de algo que te detenía? —siguió V.
—No… quiso ayudarme a meditar… pero… —«Me comportaba como una perra», en ese entonces se enfocó en puro entrenamiento físico, no afiló la mente en demasía. Tras lo experimentado en el Tridente se decidió a entrenar ese aspecto y ha mostrado mayores resultados—. No puse mucho de mi parte… y no era nada parecido a esto.
—Espero no sonar muy engreída… —intervino Moira—, la mente es un escenario hermoso y complejo… para estos casos se necesita un especialista. Ya perdimos mucho tiempo… vamos.
Las puertas dobles de la estructura se abrieron de en par, y una luz las recibió tragándolas en sus fauces arrojándolas a vivencias pasadas en la vida de Sheila. Vivía en un apartamento cómodamente amueblada dentro de un completo perteneciente del gueto de la ciudad Nemea en donde el comercio de la magia se movía en libertad. Únicamente acompañaba por Ardrak, quien fungía como tutor legal dedicado a ser el entrenador personal de la casa Nemea Regulus y los subordinados de los mismos.
Nunca ejerció el rol de guardián, se presentaba como alguien externo que debido a su poder de dragón resultaba de gran ayuda, y esa naturaleza la mantenía en un secreto a voces y al ser protegido por una familia noble construida por el acero, no hubo brujo o mercenario que se atreviese a cazar al supuesto dragón. Sheila podía gritar su herencia sanguínea las veces que quisiera, por ser una niña nadie la tomaba enserio, y al tener tantos protectores a su alrededor podía andar a sus anchas.
En propia voz de Ardrak jugaba con esa verdad, afirmándolo sarcásticamente creando la verdadera incertidumbre si era verdad o no. Oficialmente se lo declaraba como un mutado extremadamente fuerte, uno al que pocas veces se lo vio recibir daño al participar en los eventos de coliseo, y pocos de los pupilos que atendía logró a duras penas una gota de sudor, mucho menos una de sangre. Entre los que lograron darle batalla fueron Carpoforo dada su experiencia y táctica, y Sarah al superarlo en velocidad y agilidad.
Al no tener a nadie quien la cuidara en casa, Sheila estuvo presente en las sesiones de Ardrak en la arena. Veía duras lecciones carentes de piedad en las que el dragón sometía a sus alumnos, pocos conseguían la fortaleza necesaria para continuar, temerosos ante la imponente figura del maestro, una que se distorsionaba al tratar con su hija.
Rara vez la reprendía duramente, iba por un trato suave y manso que apenas la hacía calmarse en sus constantes berrinches. Si Sheila no recibía lo que quería, terminaba en una escena que se veía reducida en un tiempo prolongado en el trato afable de Ardrak.
La crianza se volvió blanco de críticas mantenidas en susurros ensombrecidos, por no ver una mano firme sobre lo problemática que era la personalidad mimada y soberbia de Sheila. Llegó el punto en que cada guardián que conocía, se ocultaba atrás de la pierna de su padre y se asomaba en una faz agresiva en la que despotricaba en un gruñido animal:
—Mi padre es más fuerte que tú… —O variantes de la misma, que desataban risas incomodas de los presentes.
Contados los que se atrevieron a reprender al dragón, entre ellos Carpoforo y Sarah, unos comentarios que sorpresivamente Ardrak recibió en una calma absoluta, adjudicando que iba a tomar cartas en el asunto.
Nunca lo hizo realmente, meramente se enfocaba de consentir a su hija dándole casi todo lo que ella deseaba, hubo pocas cosas en las que esa familia presentaron conflictos, entre lo que estaba el entrenamiento y la progenitora de Sheila.
Lo poco que recordaba Sheila de su madre era que se llamaba Barbara, una quesera proveniente de Los puños en las que existía el culto de la religión del dios dragón, y ella una fanática acérrima. Murió al darla a luz. Basada en las fotos la podía describir como una mujer de estatura pequeña, delgada, cabello rojo y piel blanca moteada de pecas en un bonito rostro delgado con ojos azules. Se llegó a imaginar que un miembro de esa religión trataría a Ardrak como a una divinidad, y este gustaba de ser alzado en ego; por lo que en la parte de enamoramiento debió darse rápido.
Un dragón con una humana, por culpa de ese factor Sheila nació con una pigmentación de piel peculiar debido a una mutación y unas capacidades limitadas al transformarse en dragón. Odiaba a su madre por confinarla a un desarrollo lento, así que se rehusaba el querer escuchar de ella y en una ocasión llegó a culparla frente a Ardrak, lo que la llevó a recibir por primera vez una torcedura de oreja.
Nunca vio a su papá enfadado con ella, bastó una silenciosa amenaza para que nunca se atreviese a despotricar sobre Barbara delante de él.
El ser hibrida preocupaba profundamente a Sheila. Temía el no poder obtener las alas y no controlar la forma dragón adecuadamente. No hubo día en el que no exigiera y rogara al padre para que le enseñara a manejar sus habilidades. Ardrak la guio en el manejo de sus capacidades a una corta edad con tal de que pudiese controlarla.
La enseñó como controlar sus instintos salvajes y llegó a devorar la carne de condenados a muerte con tal de saciar la sed de sangre de los dragones. Después de lo básico buscaba excusas para no continuar el entrenamiento, y adjudicaba que cosas como las alas y la forma dragón definitiva se darían por el paso del tiempo, los dos contaban con una gran cantidad del mismo.
—¿Por qué dejas que otros seres te gobiernen, papá? —preguntó la pequeña al caminar con el mandado de la mano de su papá al ascender en las escaleras—. Somos superiores… deberíamos estar por encima de ellos.
—Seré superior en algunos aspectos hija… —Ardrak explicó con seriedad—, pero eso no quita que muchos de ellos sean mejores que yo en otros. Creo que Carpoforo es un gran líder… y Sarah me ha apoyado para que pudiese criarte. Esa clase de personas merecen nuestro respeto y aprecio.
—Pero los dragones gobernamos el mundo en la antigüedad.
—Y no duró mucho tiempo… aun cuando quedaban menos de un centenar de nosotros por culpa de la plaga siglos atrás y la lacra de la infertilidad por longevidad… nos dedicábamos a tener peleas internas. —La interrumpió al ponerse a la altura de ella cara a cara. En compresión y ternura siguió al tomarla de los hombros—: No puedes quedarte en el pasado hija. Nuestros ancestros cometieron muchos errores… lo que nos dejó muy pocos… tú eres una niña del milagro, naciste cuando las probabilidades fueron bajas, recae en ti generar un mejor futuro para todos y no cometer los mismos esas fallas que nos llevaron por el mal camino.
El pasado se veía difuso para Sheila. Poco conocía de las vivencias de Ardrak, caracterizado por ser hermético en ese aspecto. Lo poco que sabía fue que participó del lado de los Albionix en la segunda titanomaquia, y logró sobrevivir al huir en solitario al norte en tierras nevadas, convertido en un nómada que acabó sentando cabeza en Trisary.
Estuvo en contacto con otros dragones por un tiempo, acabando por separarse completamente, durante las instancias que Sheila se deprimía al temer ser la última de su especie. La consolaban diciendo que, si ellos quedaron vivos, igualmente otros estarían ocultos en la clandestinidad, a la espera de una señal en la que pudiesen surgir nuevamente.
El avistamiento de la horda de dragones en el final de la guerra civil de Trisary, traía esperanzas a Sheila, aun si Ardrak se mostraba escéptico al asunto a pesar de haber estado ahí.
Poco se decía de la participación del dragón en ese conflicto, tuvo un papel neutral casi hasta ser forzado a unirse a la nobleza, tras el secuestro de su mujer con tal de chantajearlo.
Ese evento puso la balanza del lado del primario de esa época, el cual pensaba seguir en el poder y traer practicas que para la otra facción se consideraban reprobables ante el código. Ardrak se desplazaba como un dios entre hombres, pocas cosas podían generarle daño y entre ellos estuvo Rhaizak Tliank como su principal opositor. Una pelea que no llegó a un final declarado, ya que un joven guardián llamado Rafael Angelus liberó a la mujer sana y salva.
Al ser asegurada Barbara el cambio de bandos se volvió inevitable, y la victoria de la oposición se hizo inevitable derribando a la nobleza y al primario. Ardrak hablaba poco de su vida como guerrero, enseñó a Sheila lo básico para que ella pudiese vivir con normalidad más no la quería convertir en guerrera, un deseo contrastante en la naturaleza belicosa que desprendía, y se pegó a Sarah.
La oposición de Ardrak en que Sheila se volviese una guardiana estalló, una que ardió efímeramente ante una insistencia constante, y Sarah apoyó la moción con su poder de convencimiento. A regañadientes decidió dar el brazo a torcer, con la condición de que estaría al pendiente.
En las sesiones Sheila se quejaba constantemente de su padre, tildándolo de blandengue, y por fin recibió duras punitivas por parte de Sarah, quien no se guardaba nada al reprender, sintió lo que sería un equivalente a una hermana mayor o una madre de verdad.
En los regaños Sarah explicaba de como Ardrak no quería que Sheila optara por el camino del guerrero, ante todo el horror que vio en las guerras peleadas. Los traumas quedaron marcados como cicatrices mentales, afectando a cualquier soldado, no importaba las mejores genéticas o mecánicas, seguían con una comprensión sensible y vulnerable a las experiencias garrafales vividas en el campo de batalla.
Durante las madrugadas Sheila despertaba por la noche en búsqueda de agua, y en el camino pasaba por la sala en el que tenían un largo ventanal de un noveno piso. Ardrak acostumbraba a observar la ciudad en la oscura noche, parado completamente inmóvil en una faz pétrea en un estado de trance mortuorio y en sus manos sostenía algo parecido a un reloj de mano dorado grabado en ecuaciones rúnicas y circuitos, como si pensase que iba a hacer.
En un par de ocasiones lo llamó despertándolo de ese trance en el que culpaba el insomnio y en la planeación de las rutinas que aplicará en el palacio de la casa gobernante, jurando que pronto volvería a la cama.
Nunca supo cuánto tiempo el padre se quedaba despierto, el cansancio ganaba o su presencia era notada. Hubo una noche en la que Sheila despertó gritando en un llanto angustiante que trajo al padre a paso veloz, tan solo para consolarla.
—¿Qué pasó, princesa?
—Tuve una pesadilla… soñé… —Las palabras venían trémulas de la garganta seca de Sheila—. Soñé que me dejabas.
—No digas locuras… jamás lo haré… —Besó su frente pegándola a su pecho.
—¿Lo prometes?
Quiso confirmarlo inconsciente de la presencia de la Sheila adulta y sus acompañantes en el umbral de la habitación infantil, uno de ellos, V palideció sin aliento al fijarse en el artículo que colgaba del cuello de Ardrak. No fue la única, Moira pegó un leve empujón a la dragona azul y se paró de puntas acercando el rostro al oído en un susurro que, al decir la primera palabra, fue cortada de golpe.
—No digas nada… —Susurró fijándose de que Sheila no se percatara, y tuvo suerte al estar la guardiana enlazada en el suceso.
—Lo juro… —Ardrak apoyaba la babilla encima de la cabeza de su hija y le acariciaba el pelo. Estiró el brazo al cubo en el buró al lado de la cama, y lo activó proyectando el holograma que se detuvo en la aplicación de música—. Estaré contigo cientos… no… miles de años… nunca nos separaremos.
Al accionar el botón de marcha, la simulación se pausó y todos los personajes manifestados se distorsionaron en estática.
—Es aquí. —Los tatuajes de Moira se elevaron en fulgor.
En el espejo completo adjunto a la cama surgió una grieta creciente, y se desmoronó en una puerta que llevaba a un sendero vidrioso con paredes cristalinas de las que se veían visiones al azar de la vida de Sheila, por el cual el grupo caminó en línea recta guiados por Moira.
Preguntó Sheila al ladear la cabeza, en una lluvia de emociones al revivir distintos momentos de su vida en los que denotaban un abanico de sensaciones innumerables, desde la gran felicidad a la mayor tristeza y furia demencial.
—Guardaste ese recuerdo en lo más recóndito de tu alma en la zona consciente… —Moira iba al grano sin mirar atrás y seguía con la mano levantada atenta al estado de sus tatuajes—. Como un reflejo… al otro lado se oculta lo que tu subconsciente quiere bloquear, y ocultar a toda costa.
En el transcurso se escuchaba la nana usada para calmar a Sheila, cantada por esa voz femenina perteneciente de una persona que culpará, sin embargo, no podía evitar esa sensación de calidez que la hacía sentir.
«Si piensas en llorar aquí voy a estar. Conmigo siempre vas a poder contar y de mi mano te voy a llevar, mi ratoncita. Cuando tu te duermas en mi regazo, tu cabello acariciaré dándote de mí calor, mi ratoncita y crecerás con gran valor ante mis ojos te veré con orgullo. Nunca sola vas a estar, incluso cuando ya no esté presente, seguiré ahí, aunque no me puedas ver, estaré siguiéndote en tu camino y tranquila estarás porque la felicidad es tu destino, mi ratoncita.»
—Mira nada más… lo tenías bien guardado, Sheila. —V apuntó a uno de los espejos, en el que se mostraba a la guardiana desnuda encima de un hombre en movimientos desenfrenados y en el rostro de la pelirroja un gesto placentero e insaciable.
—No soy una reprimida… experimenté con un novio que llegué a tener. —Sheila apartó la mirada ruborizada y advirtió tajantemente—. ¡Deja de ver o te arranco los cuernos!
—¡Ya, ya! Se nota que te hace falta un poco más de eso después, hermanita. —V se carcajeaba ante las reacciones exageradas de la mestiza.
—Silencio… hemos llegado… —Moira las condujo al final del recorrido iluminado por una enceguecedora luz que las hizo cubrirse la cara. Aquel fulgor se apagó al cruzar el portal, entrando a un nuevo escenario.
Salieron de una caverna rocosa en la cima de un cerro, y al llegar a la orilla se vieron en la inmediación de un campo tropical de matorrales y palmeras en una vegetación silenciosa, antinatural de la ambientación de la que se escucharía el sonido de aguas, el canto de las aves o cualquier otro animal.
—Es la isla prueba… aquí hice mi examen de los hijos de la sangre… —Sheila reconoció al ladear al escrutar los alrededores. En la caverna donde salieron se estuvo refugiando por varios días, y llegó a rodearse de montones huesos de monstruosidades distintas, usados como tótems de advertencia.
—Tú mente lo usa como el lugar de mayor dificultad en tu vida… —Teorizó Moira.
—Pensará que para eso debió ser la morada de Frenyr. —Sheila discrepó.
—Pero no estuviste ahí tanto tiempo como aquí… este lugar se grabó en ti… puede que no a detalle exactamente, ya que es una recreación de lo que tu mente pudo recordar agregando otros… pieza por pieza… —Siguió Moira—, lo que queda es averiguar por donde procedemos.
—Fácil… —V quien se mantuvo fuera de la conversación por fin se acercó—. Apuesto lo que quieras que esa cosa no estaba la última vez que estuviste aquí.
Apuntó con el dedo por allá a lo lejos en donde se veían cuatro altos picos rocosos, de las que salían pesadas cadenas de enorme tamaño que podrían atar gigantes que se cruzaban al aprisionar lo que aparentaba ser un enorme huevo del tamaño de un búfalo, ubicado en una plataforma rocosa, en la cima de una meseta.
La gigantesca masa no era lo único que alejaba esa cosa de ser el fruto de cualquier animal ovíparo normal, incluso lo alejaba de los monstruos comunes. La casara era bulbosa palpitante, hecha de grisácea carne húmeda repulsiva de una apariencia alienígena y en la punta se veía una especie de labios negruzcos que dividían la cascara cerrada en cuatro partes, denotando que en la eclosión se abrirían cual flor.
Los aléjenos pensarían que se trataba de algo salido de una unión demoniaca, una conjetura errada, totalmente alejada del pensamiento de las onironautas versadas en ese concepto, identificándolo como un huevo de un dragón, capaz de reproducirse de forma vivípara y ovípara.
—Está claro… —Moira asintió sin despegar el enfoque del magno embrión, en consecuencia, sus tatuajes ya lucían como lámparas incandescentes de candela continua—. Sheila necesitas llegar a eso.
—Se ve demasiado fácil.
En desconfianza Sheila bajó de la colina con Moira y V a sus espaldas. Rodeadas de un campo de juncos mecidos por el viento en medio de una ciénaga negra, y fango solidificado en suelo agrietado y segmentado en rombos que iban en un sendero en línea recta en un claro que llevaba al embrión encadenado.
Al poner el primer paso hacia adelante sirvió de alarma silenciosa. Detrás de los árboles y estructuras rocosas el horror se hizo presente. Una cacofonía de gruñidos asfixiante, colmillos chirriantes y garras desgarrando la madera y piedra, heraldos de una plaga apocalíptica.
Teratomas jurásicos aparecieron, abotargadas monstruosidades de múltiples extremidades sin sentido, desplazados en movimientos únicos para cada uno adaptados a sus propios cuerpos degenerados, ninguno se parecía a otro soltando rugidos animalísticos de los que se colgaban palabras inentendibles tratando de pronunciar palabra. Híbridos malformados de dragón y humano, todos con una o muchísimas alas en espaldas, hombros y patas incapaces de volar. La horda se puso como un muro delante de las onironautas, negados a permitir el avance en sus dominios.
—¡¿Qué clase de abominaciones son estas?! —Sheila rugió en una mezcla de ofensa y asco.
—Son impulsos… fragmentos de furia y dolor… —Moira reconocía los patrones, había tomado tantos pacientes en el pasado que los supo identificar al instante que escuchó el primer chillido—. Manifestaciones de tus miedos que no permiten el paso de lo que resguarda tu corazón.
La horda se abalanzó amontonados aplastándose los unos a los otros en furia homicida contra de las onironautas. V tomó la delantera y en un gritó belicoso un rayo congelante se cernió en línea recta acabando por esa excusa de formación. Redujo la carne escamosa en helados cuerpos pétreos que se rompieron al tocar suelo en miles de fragmentos, un poder desbastador que no alcanzó un punto ciego por donde llegó un nuevo avance de bestialidades.
—¡Mierda! —Sheila expulsó un alarido calcinante, evitando que las tomaran por sorpresa y ganando tiempo a Moira quien manifestó un báculo con cráneos por cadenas en la punta de una flecha esmeralda.
—¡No dejarán de venir! —Moira proyectó un círculo de hechizo del que arrojó del interior de su capa una esfera verdosa, y esta se detuvo en el epicentro del pentagrama manifestando destellos chispeantes que arrancaron elementos de la tierra. Fango, hojas, madera y roca que se combinaron en la forma de un golem en forma de un bravo oso—. ¡Mantengan la distancia atrás de mi homúnculo!
El gigante arrojó zarpas en plena horda acompañado por V al derribar a puño limpio y estacas heladas a todo enemigo que impedían el avance, sin embargo, cada enemigo vencido venía otro.
Un coletazo de una abominación dio de lleno en Sheila tumbándola de espaldas sobre la tierra, rodó provocándose una herida en la frente; de la que chisporroteo sangre en un quejido doliente. Aquello llamó a una aglomeración de la horda hambrientos por una carne débil, y se repelió por un muro de hielo proyectado por un chasquido de dedos de V, la cual ha mantenido a raya a gran parte de las hordas.
—¿C-cómo? —Sheila se petrificó ante la sangre en sus dedos tras tocarse la frente. Sentía la dolencia quemante de la raspada y el cómo se cerraba por el factor curativo.
Cuerpos vueltos pedazos volaban por los aires en cortinas de viento, tacleados por la fuerza titánica del oso.
—¡Sheila estamos en un peligro real! —pronunció V al tomarla de la mano y levantarla—, el cerebro manifiesta todos tus sentidos… por lo que aquí sentirás todo… no importa que tu cuerpo real no presente daño… pero… donde te lleguen a matar, pueden pasar cosas horribles.
La explicación de V se frenó por una nueva llegada de múltiples enemigos, con apoyo de Sheila pudieron defenderse por medio de golpes combinados con sus respectivos elementos. Los cambios bruscos de temperatura mermaban las fuerzas de sus enemigos, acabándolos sin muchos problemas de no ser por la infinidad de números que siguen llegando.
—¿Qué clase de cosas? —Sheila expulsó fuego de las manos alejando a todos los que podía.
—Es experimentar la muerte… —De una patada empujó a un humanoide que se derrumbó encima de otros, eran tantos que se amontonaban entre si—. En el mejor de los casos… un trauma de por vida… seguido de un coma… y en el peor quedar en muerte cerebral.
—¡Díselos a ellos! —Sheila no le veía final, comenzaba a perder el aliento y de no ser por la masa gigante del golem de Moira y las construcciones de hielo creadas por V como obstáculos, ya habrían perdido—. De ser así… me voy a transformar.
—Me robaste las palabras de la lengua… —V atravesó a una bestia por el abdomen de un puñetazo, seguido de golpear el piso manifestando zigzag de largas estacas de hielo que empaló a tantas bestias que se cruzaron en su camino.
«¡Escucha, Sheila! Esta es tu mente… aun en la subconsciente tienes margen de control… tal vez no el suficiente como para desaparecerlos… ¡pero existe otras formas de combatirlo! ¡La positividad puede mermar lo negativo!¡Puedes llamar refuerzos con un impulso! ¡Concéntrate o de lo contrario cortaré la conexión que se está volviendo muy peligroso!», Moira envió un mensaje telepático a las dragonas.
—¡No! hemos llegado demasiado lejos —vociferó V sin parar de pelear con Sheila a sus espaldas, ambas se cubrían mutuamente ya bañadas en tripas y sangre.
—¿Cómo se supone que haga eso?
Sheila volvió las manos en garras y dividió en dos a su ultimo oponente al tomarlo por ambas mandíbulas, usándolos como un par de garrotes de carne que abatieron a tantas alimañas hasta reducir los pedazos a desinfladas masas de biomasa y huesos rotos ensangrentados. Serían débiles en resistencia, una falencia compensada en números.
«¡Concéntrate! Piensa en algo que te hace sentir segura, que te inspiren… ¡hasta corajuda! los que te puedan proteger de esta situación… es difícil, no te lo niego. En este estado de onironauta tienes cierto grado control… busca algo en tu memoria con lo que puedas anclarte ¡Tráelo! ¡invócalo!», los gritos psíquicos alteraron a Sheila y frenó la pelea por un breve instante lo que llevó a V a protegerla con todas sus fuerzas.
—Vamos… vamos… ¡¡Vamos!! —Sheila rugió y un estallido desde el corazón de la retaguardia del enemigo, desestabilizando a las hordas, y ahí los vio.
Olvidó por un instante que todo se trataba de un sueño, producto de drogas, magia y un tubo de agua. Todo eso se desmoronó y una lagrima de emoción se derramó en el acelerado corazón al contemplar a Valkiria abriéndose a paso usando dos largas espadas cortando cabezas.
Del lomo de la abismal bajó Tonatiuh junto con Drake y Lance. Los tres guardianes derribaron a todo eco de pecado cortando, y desagarrando en acero magnamis y estigma. Balas se dispararon desde la penumbra de los matorrales, Sheila no tardó en detectar a Alice oculta con un francotirador. Se conmovió de como María bajó de los cielos, y manifestó una lluvia de rayos que acabó con tantas criaturas que iban por Valkiria.
—Imposible… —dijo Sheila en un hilo de voz.
—¿A que esperas? No sabemos cuánto duran estos ecos… ¡Tienes que llegar al embrión! Nosotros te ganaremos tiempo. —V se puso al lado de Sheila y ambas asintieron compartiendo un rugido elemental combinando que abrió en línea recta el sendero por unos segundos.
Los propulsores flamígeros explotaron en piernas, y manso de la dragona, alzándose a toda velocidad elevándose confirmando que ninguno de los ecos malignos podía volar y mucho menos seguirla.
No tardó en llegar a la cima de la meseta, quedando a pocos metros del cigoto, y se detuvo a tomar aire. Estaba tan cerca de cumplir su objetivo que las ansias la hicieron descuidada, y al correr premeditadamente se topó con un encapuchado como último obstáculo.
—¡Fuera de mi camino!
Arrojó un gancho alto en plena colera, no iba a frenarse por otro de los engendros y este hizo algo que ningún eco de maligno hizo, paró el golpe con la mano desnuda, una de enorme tamaño que cubría toda la muñeca. Un rodillazo la levantó del suelo sacándole el aire, seguido de tres puñetazos que le dieron en la cara, al tercero escuchó sonido blanco, por poco los ojos se le escapaban de las cuencas y la mandíbula se aflojó junto a varios dientes. De una patada en el costado la expulsó a una alargada distancia, muy cerca de caer al vacío, lejos del huevo.
—Puedes llamarme como el carcelero… y tal vez no lo puedas entender, pero… esto es por tu bien, Sheila…. Todo ha sido por protegerte. No tienes que volver a sufrir.
La capa se desmaterializó en una nube de humo, revelando a Ardrak en su época de apogeo, superior a lo que sus memorias lo mostraban. El padre amoroso y permisivo de paciencia infinita no existía en ese dragón en cuerpo de hombre, se trataba de un auténtico asesino.
Portaba la platinada armadura brillante de blindaje ligero usado por los Dragnnis, algo visto únicamente en los libros, una combinación de dos recuerdos de la propia mente de Sheila que se burlaba de ella. Un atuendo metálico de músculos grabados de faltantes hombreras, y cubierta en brazos adornados en incompletos tatuajes tribuales en manchones de desollamiento cicatrizado de una vida de castigo y violencia. Muñequeras que dejaban dedos al descubierto y placas en forma de círculos blancos en los nudillos. Un faldón negro en bordes grises que se derramaba de la falda del metal brillante, grabando el rostro del dragón sombrío de color blanco en contraste y unas botas de las que sobresalían filosas garras. No llevaba casco o defensa alguna en el rostro, la carcasa se acoplaba como una segunda piel hecha por una avanzada tecnología de los mejores tecnomantes, adoradores y maestros del uso de la máquina.
Protestas y reclamos cayeron en gotas de sangre salidas de tosidos ahogados, envuelta en vapores del factor de regeneración, nunca nadie la había golpeado tan fuerte. Esta era su mente y ella recordaba a su padre como alguien invencible, por lo que no podría siquiera vencerlo por cuenta propia.
No existía forma, se trataba de un dragón adulto endurecido por años de experiencia en guerras peleando y matando otros dragones de distintos tipos. No podía siquiera imaginar enfrentarlo, no quería hacerlo y al ponerse de pie por puro instinto retrocedió aun si se tratase de una manifestación de la memoria.
Artista: Ezzart
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