EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 44
La promesa de un hombre lo definía, esa cultura del honor ha sido uno de los eslabones claves que ha armado sociedades a lo largo del planeta, algunas más que otras. Zagreo era un hombre de valores claros, nunca faltaría a un juramento inclusive si debía retorcer los términos de un contrato a su conveniencia.
La astucia, la chispa carismática y la tendencia a los discursos han sido sus tres mejores armas, superando inclusive el don. Ha logrado unir a tribus ocultas en guetos ubicadas en distintas partes del continente de Grishland, jurando darles la libertad y traer de regreso a Drakonis, la nación antigua del imperio dragón. Otros seres, en especial las piezas de importancia fundamental, demandaban ambiciones personales.
Zagreo iba responder a una compensación de uno de esos contratos. Caminaba sobre la alfombra roja de detalles dorados, dentro del pasillo iluminado por lámparas en una ambientación noble, en paredes color café roble. Lo acompañaba Natch Lican, quien no parecía dispuesto a esperar otro día para ver un avance de la principal motivación por la que regresó a la alianza rebelde.
—Espero que sepas lo que haces… —dijo Natch—, aun te creo un tipo inteligente, quizás el más listo de todos los que conozco. Espero que no me decepciones.
—Soy perfectamente capaz para el trabajo que pides, Natch… —En brazos atrás de la cintura, inclinó el rostro por encima del hombro—. Lamentablemente no puedo estar en diferentes lugares a la vez. Soy el principal general de una guerra, en la que hemos perdido como ganado batallas por igual, y debo mantener bajo control a mi propia gente por si ocurre otro choque interno.
Llegaron a una puerta doble color rojo resguardada por guardias. En un movimiento de mano se apartaron para abrirles el paso. Del otro lado los esperaba un escenario completamente dispar al palacio noble.
Un hedor fuerte a carne y metal les quemó las fosas nasales, contemplando el segundo laboratorio de la ciudadela, uno al que su hija no tenía acceso. Un corredor adornado por gárgolas de fauces abiertas en cuyas lenguas se encendían focos, alumbrando en el camino. El porte lujoso se perdió, reduciéndolo a una ambientación industrial lúgubre.
En el fondo estaba un puesto de control de distintos monitores, y un mero observador vigilante. Se trataba de Thorken, quien permanecía sentado administrando las cámaras de distintas zonas de la ciudadela. Vestía un pantalón grisáceo junto a unas botas. No llevaba camisa mostrando el torso de elevada masa muscular segmentada en líneas en articulaciones y ubicaciones de órganos vitales; marcas de ensamblaje. En el pecho un reactor rojo de forma de romboide sobre una placa metálica no cubierta por la piel sintética, y alrededor del núcleo se incrustaban seis joyas compactadoras color bronce.
—Saludos, Thorken… viejo amigo. —Inició Natch en alto, anunciando la llegada—, ser el favorito te da el chance de estar ausentarte.
—Se me otorgó el puesto de jefe de seguridad, y no puedo ausentarme. —Thorken giró la vuelta la silla, para no darles la espalda—. Me contarán lo visto después.
—No te perdiste de mucho —siguió Natch sin mucho interés de profundizar en ese tema.
Zagreo y Thorken compartieron un corto beso en los labios al saludarse, lo que hizo que Natch arrugara la cara. Se conocía abiertamente que no solo los dos estaban casados con Mahou, los tres tenían una relación romántica entre sí.
—¿Sucede algo, desviado? —Zagreo se mofó a sabiendas que Natch se incomodaba por las muestras de afecto que tenía con Thorken.
—¡Nada!¡no me hagan decir cosas que me arrepienta! —Natch no se definía como un hombre de mente demasiado abierta, sin embargo, trataba de tolerarlo por respeto y a conveniencia al considerar a esos acólitos como sus amigos—. A lo que vengo… quisiera conocer el estado de mi hijo Argos.
—Te habías tardado… —Siguió Thorken—, ¿por qué no viniste antes si llegaste hace días?
—Los deberes de brahamur me tuvieron alejado… y Zagreo me explicó que lo tenían en un tratamiento de aislamiento ¿no es así? —Natch se giró hacía el brujo en cierta desconfianza ante la cuestión de Thorken.
—Quería que estuviese en el mejor estado posible —Se excusó Zagreo—, apenas puedo decir que logré estabilizarlo.
—Me refería que pensé que vendrías a los golpes —Thorken evitó la disputa.
—No soy un salvaje… entonces dejémonos de charlas y vayamos avanzando.
La palabra de Natch incitó el andar, y Thorken se anexó al grupo. Al acercarse al elevador de puertas de reja al final del pasillo, Zagreo alcanzó a escrutar una de las pantallas de vigilancia, en ella se veía a Liliana andando por los pasillos de camino a su recamara. Esa imagen encendió una chispa de impulso en el brujo, y siguió adelante recordando la razón de su lucha.
Bajaron dos pisos entrando un amplio pasillo en las que se veían criaturas deformes en tubos de éxtasis, conectadas a cables y maquinas que monitoreaban su estado de los experimentos de la reina de corazones. Algunas capturadas de distintos hábitats y otras amalgamas nacidas por la manipulación genética.
Atravesaron un puente sobre un área amplia con monitores y puestos de comando rodeando una prominente capsula de un tamaño superior a las demás. El espeso liquido amarillo burbujeante no permitía la apreciación del contenido, difuminado por una forma abotargada enroscada en un estado de sueño a la criatura conocida como la amante. Una cámara de seguridad monitoreaba, conectada al puesto de comando donde Thorken vigilaba.
Abrieron una puerta de hierro al presionar un comando: la fecha de cumpleaños de Liliana. Entraron a un corredor circular pegado a la pared en una plataforma de barandales metálicos, y en el centro unas escaleras que llevaban a un ventanal que daba a un área verde artificial.
Un jardín paradisiaco de la corría una pequeña presa en el centro de un claro, entre puro bosque. Abrieron las compuertas entrando en el lugar, cada uno en distintos estados. Zagreo materializó el báculo de rubí alado, alerta sin romper el semblante de confianza absoluta. En cambio, Thorken miraba a los lados y por primera vez la frialdad de maquina difuminó algo de preocupación, una pizca comparable a la creciente angustia del padre que mantenía a resguardo sus emociones.
—¡¿Está aquí?! ¡Pensé que lo tendrías entubado! —Natch creyó que esa decisión mostraba una buena señal.
—Tendrás que verlo por ti mismo —dijo Zagreo secamente.
—¡Argos! ¿Dónde estás? ¡Soy tu padre! —Natch llamó desesperado el nombre de aquel que movió los arbustos allá al otro lado de la presa—: ¡por ahí!
Del lugar indicado emergió algo que mató la esperanza en la impaciencia sin aire de Natch, y no pudo evitar quedar paralizado por lo que tenía enfrente, lejos del recuerdo que dejó Argos.
Una excusa repulsiva de un freno en el proceso de mutación de un hombre primitivo a una bestia entre lobuna y jurásica. Andaba en cuatro patas, completamente desnudo. Sucias matas de pelo oscuro crespo en patas y una línea que abarcaba la alargada cola, seguía en la espina hasta llegar a la cabeza; el resto del cuerpo carecía de bello, únicamente mostraba secas pieles que colgaban del cuerpo, en una contextura similar al de una larva. Tenía una frente ancha que ensombrecía los ojos completamente amarillos, donde acumulaba una gran cabellera y una barba puntiaguda. Un hocico a medio crecer repleto de chuecos colmillos amarillentos, comparables a las filas de placas de huesos sobresalientes de las carnes en todo el cuerpo cual puercoespín. Al lado de los cuellos se encontraban dos bultos comprimidos en arrugas, con agujeros de mandíbulas cerradas.
Iba encorvado en la acumulación de un mayor número de placas de hueso en la espalda. En el cuello cargaba un pesado collar, del que se conectaba unos sedantes que entrarían en el organismo basado en unos sensores de presión que responderían si elevaba el tamaño superando el límite permitido y zarandeaba una cadena rota.
El lobo mal formado se acercó a su padre en un andar torpe y tambaleante la criatura respiraba agitadamente con la lengua colgando del hocico entreabierto. No mostraba señales de agresividad y desconfianza, iba calmado apenas soportando el peso de la propia alma posando el hocico sobre las manos de Natch, al encogerse a la altura de la criatura que alguna vez llamó hijo.
—Argos… —Trémulo Natch permitió que la lengua áspera de esa cosa saboreara las manos y exhaló un aliento fétido al mover la cola a los lados emocionado, cual mascota frente a su amo.
—Pa-papá… —El hablar pegajoso de la criatura sacó una carcajada nerviosa en Natch, derramando lagrimas al abrazar el morro de su hijo—. Las pesadillas… no dejan dormir… veo… mons-monstruos… ellos… ellos quieren de mi… salir… desean salir… al despertar… me vuelvo ellos… y… hambre.
—Hemos logrado que module palabra, el mutágeno que le causó la desviación excesiva del estigma ha afectado del todo sus capacidades cerebrales… su uso de razón no ha caído por completo en el lado animal. —Explicaba Zagreo desde la espalda de Natch—. De momento esto es lo más cercano que hemos logrado de regresarlo a su apariencia humana. Rara vez llegaba a modular tantas palabras seguidas, únicamente las usaba para decir que tenía hambre si es que no lo decía con expresiones… quizás el verte despertó algo de su conciencia.
—Lo siento, Argos… mi muchacho… es mi culpa… nunca… —Natch parecía no escuchar lo que decía Zagreo. La dureza inquebrantable se desmoronaba en un rostro arrugado de un hombre que sufría la angustia absoluta—. Si tan solo me hubiese dado cuenta que tenías estos problemas… tal vez nunca te habría pasado esto… necesitabas ayuda.
—Proteger a Liliana… derribar a la amante… promesa de Percival… Najash dune… —Balbuceaba en espumosa saliva—. Obedecer… al supremo… usar monstruos… y comer de los que me diga… mi señor.
—¿Qué está diciendo? —Tenso y afilado Natch confrontó a Zagreo.
—Tiende a delirar. Todavía no puede mantener una conversación fluida. —La apacible aura de Zagreo tembló un breve instante, en un acelerado palpitar de corazón que Natch detectó dados sus sentidos mejorados.
—Si te niegas… entonces.
Natch ejecutó un conjuro de contrato frente a su hijo, confirmando una terrible suposición al aparecer una marca de un lobo de tres cabezas en la frente de Argos, a la par de un brillo blanco emitido en el pectoral derecho de Zagreo, a través de la camisa. Un gruñido feroz resonó en las mandíbulas del brahamur, canalizando una violencia creciente en aquel que llamó su amigo y señor al cambiar el color de sus ojos a una tonalidad completamente blanco.
—Natch… antes de que hagas cualquier cosa… —Zagreo levantó las manos en señal de paz—. Quiero que sepas que no tuve otra alternativa.
—¡¡Convertiste a mi hijo en un arma!!
Natch arrojó un zarpazo de las garras retractiles sobre un escudo arcano ya preparado por el brujo, quien veía venir este escenario contra atacando con un rayo de energía dando de lleno en el pecho del acolito empujándolo unos metros, sin embargo, puso las manos rasgando la tierra y rodando envuelto en vapores de las runas cambiantes.
Reincorporado se mostraba una corpulenta bestia lobuna erguida en dos patas, de basto pelaje blanco erizado con manchas negras, y patas arqueadas. Largos brazos musculosos con manos que topaban el suelo en zarpa con una placa de hueso afilado en cada codo. El hocico oscuro lucía como una máscara de ojos amarillentos, enseñando los colmillos babeantes.
—¡Natch escúchame! ¡no tuve otra alternativa! ¡Argos quiso ayudarme! —Zagreo se dividió en múltiples clones y se elevaron del piso rodeando al objetivo cual enjambre de avispas en una muestra de superioridad.
—¡No quiero oírlo! ¡No pasé toda una vida en un laboratorio como para que mi hijo pase por lo mismo!
El lobo sin dudarlo detectó al real por latidos del corazón, y pegó un brinco dando una zarpada repelida por un manotazo de un constructo en forma de garra purpura. Girando en suelo Natch se puso en cuatro patas levantando estelas de humo, al esquivar proyectiles energéticos del báculo en manos del brujo en pleno vuelo desmaterializando las copias.
Ante el peligro que corría el padre Argos pegó un alarido airoso con las fauces al aire, tomado como señal para que Thorken se le trepara por la espalda atrapándolo del cuello en una llave con el brazo, y con el otro brazo una de las garras.
—¡Tranquilo, amigo! ¡Soy yo Thorken! te he estado cuidando… ¿recuerdas? ¡No dejes que los monstruos de tus pesadillas ganen! —El hablar gélido del hombre maquina recobró emoción al buscar la razón en Argos, llamándolo al oído.
Los dos bultos de Argos se estiraron en cabezas de canes desollados con puros dientes y colera. Thorken usó el peso del lobo en su contra, tirándolo al suelo y con la mano libre puso el grotesco apéndice izquierdo sobre el suelo, más no pudo evitar que el derecho mordiera el brazo donde sostenía el cuello de Argos. Aquellos colmillos rasgaron la piel sintética, atasajando puro metal que no pudieron perforar. En la lucha de poder de los dos contendientes, el ciborg arrojó a la criatura a rodar hasta al borde la presa.
—¡Te arrancaré ese sello de comando! —Gruñó Natch al desplazarse a cuatro patas, ninguna de las descargas conectaba—. ¡¡No permitiré que mi hijo sea tu esclavo!!
—¡No es ningún esclavo! ¡Accedió voluntariamente! Enserio no quiero lastimarte… ¡No me obligues a hacer algo de lo que me arrepienta! —Zagreo hizo un ademan de mano.
Las cuatro garras oscuras se desintegraron de la cercanía del brujo, y surgieron dos nuevas con el doble del tamaño a los lados de Natch, y estas en un aplauso cerraron el camino interrumpido, frenadas por las garras del lobo al estirar sus brazos a la altura de los codos.
El lobo empleó se opuso firmemente ante la presión de los constructos, y detectó como el báculo preparaba un nuevo hechizo de carga creciente, la suficiente como para generar un daño considerable.
En respuesta Natch pegó un alarido que al poco se volvió en aullido el cual liberó una onda sónica visible en un resplandor blanco canalizado en line recta cual bala, lo que obligó a Zagreo a cambiar la estrategia por un campo de fuerza, lo que apagó las dos garras sombrías y liberando al hombre bestia.
La barreara acumulaba una serie de grietas aun cuando el brujo se aferraba a mantenerla en pie, ante el aullido mortal que seguía en un grito continúo descargando la frustración e impotencia de un padre.
El aullido cayó en un chillido canino al ser el lobo al subirse Thorken encima de la espalda, cruzando los brazos en el cuello, forcejeando en la estrategia empleada al someter a Argos. Natch jaló la cabeza hacía atrás golpeando la nariz del captor, aflojando el agarre y se lo sacó de encima estampándolo de espaldas sobre la tierra.
Al estar por incapacitarlo con la furia de las garras, del pecho de Thorken se expulsó una descarga calorífica conectando en el pecho de Natch empujándolo un par de metros hasta ser detenido por el tronco de un árbol, sacudido por el choque y las hojas se derramaron en el pelaje humeante.
—Esta batalla no tiene ningún propósito. —La sentencia de Thorken no mermó la determinación de Natch, en un gruñido rabioso lo que desató que las seis joyas compactadoras en el pecho del acolito brillasen amenazantes.
De entre las garras del lobo sostenía una joya compactadora, la guardó antes de transformarse y usando su magia invocó una ametralladora pesada de alto calibre; un escorpión desmontable. Sostuvo el arma con los dos brazos, y jadeó ante el peso de semejante armatoste que ningún humano normal podría sostener. Esa arma la llamaba el aullido eterno.
El ajetreo del combate sacó a Argos de la inconciencia. Tambaleante la razón y el salvajismo se nivelaron en un repudio compartido por la lucha de hermanos de armas. Los ojos del mutante cavernario emitieron una chispa centellante que se expandió por todo el cuerpo al comenzar a mutar e incrementar de tamaño.
En un aullido triple una energía invisible sacudió a los tres contendientes, obligándolos a caer de rodillas aturdidos; ese efecto contagió al portador de la bestia tras sobrepasar el límite permitido por el collar y los sedantes lo tumbaron de hocico en la hierba.
—Ese… era… —Con manos sobre la cabeza Natch se acercó, retomando la apariencia humana en segundos—. El factor Alpha.
—Eso quería decirte… tu hijo… —Zagreo se limpió la tierra del traje y tomó una breve pausa para recuperar el aliento—. Ha estado desarrollando el poder de un monstruo Alpha… la desviación de su mutación al entrar en una forma abismal… le hizo adquirir esa habilidad. Tiene potencial para superarnos a todos. Hice el pacto con él para mantenerlo bajo control… accedió en un momento de lucides.
—¡Una maldición que lo hizo tu arma! —Aun agitado Natch no olvidaba la colera. Conocía que, si una criatura realizaba un pacto, según la ecuación ya no se visualizaba como un ser normal, entregado por completo al estigma—. ¡Eso es todo para ti! ¡Lo dio todo en Valemorth y fue convertido en esta monstruosidad!
—¡Argos salvó a mi hija! —vociferó Zagreo acabando ese semblante desabrido—, El día que la amante y sus huestes invadieron «La torre del amanecer», Argos se materializó solo sin que yo lo llamase. Nos ayudó a capturar esa cosa… y el proteger a Liliana le otorga mi favor eterno.
—Fuera de ese día jamás lo hemos utilizado para hacer la guerra… —Secundó Thorken—, te lo juramos.
—Por su propio bien… eso espero. Es la única razón por lo que no he abandonado esta rebelión. Él es todo lo que me queda. Daría y haría lo que fuese por mi hijo. —Natch acarició la cabeza de su hijo inconsciente, este se despertó por un breve instante en ojos prendidos en flamas, y un resplandor blanco cubrió a padre e hijo, apagado cuando el ultimo cayó al suelo y el primero atónito ante una sorpresa en la mano: el mismo sello que descubrió en Zagreo, esta vez en sus propias carnes—. No puede ser… yo nunca accedía a…
—Un contrato es más que un simple trato… es un vínculo. No necesariamente necesitas quemar un pergamino al escribir una lista de reglas y condiciones estrictas… nada más simple que una conexión bajo el intercambio equivalente. —Zagreo trajo claridad—, en el instante en el que dijiste «Dar y hacer todo por tu hijo» de forma completamente sincera… diste las pautas sueltas para un contrato… en tu mente ya deben estar inyectados los parámetros, me imagino que no es diferente a lo que yo vi. Tú luchaste al lado de tu hijo… te está dando su permiso.
—¿Acaso crees que está en condiciones para decidir? —La creciente amenaza de Natch seguía latente por los dos acólitos—. No usaré a mi hijo como un arma… ya le fallé una vez y lo perdí. No volverá a pasar.
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