EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 45
Entonces la criatura abrió los enfermizos ojos lechosos por primera vez en esa nueva encarnación, envuelta en desconcierto representado en el más primordial llanto animalesco arrojado al cielo. Eco retumbó en aquel extraño lugar. Las memorias se veían brumosas como el visible aliento fétido; se guiaba por puras sensaciones de una brújula interna dividida en lo familiar y desconocido.
Repentinamente salió del desasosiego al percatarse de la forma en la que respiraba: pesados y entrecortados gruñidos grotescos de una gigantesca aberración. Alzó las manos a la altura de su cara. Zarpas retractiles de un grueso caparazón de exosqueleto fibroso, grisáceo y amarillento, el cual se extendía por todo el cuerpo, cubierto de una mezcolanza fangosa de sangre oscurecida y el grasiento líquido amniótico. Un hibrido vagamente antropomórfico de apariencia femenina: medio humano e insecto. Por puro miedo no se atrevió a tocar la cara. Temía en lo que se convirtió, a pesar de que no podía carburar del todo como se veía antes.
El rostro simulaba una máscara que pretendía imitar burdamente las facciones heladas de una mujer, llena de protuberancias de hueso amarillento repartidos en hileras en donde debían estar cejas, abarcando desde la frente, y mandíbula. En los codos serpenteaban tentáculos oscuros, tres en cada lado de una longitud cambiante; se acortaban, y estiraban a voluntad de la entidad. Existía una división que separaba la cadera en dos piernas, además de una alargada cola con punta de aguijón curveado en forma de tenaza.
Giró la cabeza en una dupla del crujir de huesos junto a un repulsivo siseo acuífero; descubrió una pesada mole compuesta de carnes crudas, del que se desprendía un fuerte olor a hierro y podredumbre tras ser dejada atrás la merma al finalizar aquella forja biológica; la muerte que dio paso a la vida. Un teratoma de amorfos apéndices, órganos y huesos monstruosos amontonados los unos con los otros, en una única amalgama de distintas criaturas irreconocibles.
Sobresalía una asimétrica abertura, cual carne arrancada por mordida, de la que escurrían gruesas gotas sombrías sumadas al turbio rastro lodoso, cortado a los pies de la cosa. Arrastraba el pedazo de un cordón umbilical conectado al torso. Una vez despertada del capullo acabó por destripar todo el interior en la eclosión. Nacida de la necrosis, vástago de la vida y la muerte, Necrótica.
Por puro reflejo tomó la tripa y tiró arrancándolo de cuajo en un agudo dolor, unido al placer que cesó en un latir de corazón. Salpicó líneas de sangre embarradas en la pared y el piso. La herida se cerró en un derroche de energía interna y mermó el ánimo que generó un vacío.
Todo ápice de duda se consumió junto a la razón, por los instintos básicos de saciar el hambre y el deseo de cazar. La cosa se desplazó al principio en largas zancadas y no tardó en descubrir la facultad de elasticidad del cuerpo, y acabó en cuatro patas dentro de la instalación que no pintaba como una estructura hecha por el hombre.
Piso, paredes, y todo lo que rodeaba parecía estar hecha de un metal fibroso y húmedo. Tuberías en las paredes agrietadas en aquella mazmorra tecnológica. Una pesadilla industrial biomecánica al fusionar la carne y el metal. Paredes forradas de enrojecidas capas carnosas ceñidas por venas purpura, cual musgo esparcido en cada rincón de regiones interconectadas en un aparente infinito trayecto.
Acariciaba las paredes y por puro descuido acababa rajándolas. Dejó atrás líneas platinadas y un espumoso néctar negro que salía del forraje carnoso. Buscaba familiaridad en el lugar al deambular sin rumbo fijo, aun en la oscuridad de la instalación podía ver perfectamente, se sentía increíblemente fuerte en todos los sentidos.
El ritmo frenó en una amplia cámara en la que se conectaban distintos túneles, y por fin descubrió desde una plataforma alta a otras formas de vida aparte de ella en la instalación: Un grupo ocho bestias del tamaño considerablemente mayor al de un humano. Iban agazapados en ocho patas de araña, blindados em caparazones quitinosos de color bronce con manchas negras que se extendía en tronco erguido en el exosqueleto en una caja torácica visible de las que sobresalían cuatro pares de apéndices: tenazas y guadañas dentadas. De la cabeza alargada apuntando hacia atrás divida en tres partes, en un par de grandes ojos rojos segmentados en cristales romboides brillantes, rodeados de otros múltiples globos oculares de tamaños interiores. Las fauces jurásicas repletas de colmillos negros que soltaban rugidos grotescos entrecortados, con unas mandíbulas de hormiga a los lados de la cabeza, cerrándose y abriéndose a la par de la quijada.
Se daban un festival visceral al comerse a un nido de diablillos; temidos parásitos que desde larvas o en formas etéreas se apoderaban del cuerpo de un huésped, usándolo como vehículo al devorarlo por dentro generando matanzas y locura indiscriminada al descontrolar los dones mutágenos. Sin embargo, por si solos en pocos números, no presentaban gran amenaza ante los atacantes.
Aquellas inmensas aberraciones desgarraban las partes carnosas no protegidas por la coraza. Los abrían arrancando la carne y succionaban de los intestinos. Ignoraban la presencia del depredador que los asechaba.
La hambruna y el deseo de matar eclipsaron en una visión bermellón, impulsó a Necrótica a saltar al ataque en un largo alarido belicoso. Posó las piernas dobladas encima del primer insecto, aplastándolo en doble pisotón que provocó un agudo chillido de espantó que acabó en un dolor de elevada potencia, en el instante que las dos garras la tomaron del par de ojos al introducir los dedos por las cuencas, y arrancó ambas esferas con todo y nervio.
La pesada masa sucumbió en el suelo, y el resto de la manada se dispersó ante la llegada del depredador con el pie encima de la cabeza sangrante del vencido, y en las manos cubiertas de líquido verde cargaba los dos globos oculares, reventándolos al cerrar los puños, de los que escurrió entre las hendiduras de los dedos.
Una mueca de satisfacción crecía en Necrótica, y abrió la boca en un alarido entrecortado en guindajos de saliva al introducir las plastas de carne gelatinosa. Las bestialidades se abalanzaron en chillidos de furia, dispuestas a matar en masa al rodearla por todos los flancos.
En respuesta Necrótica jaló la cintura hacía atrás, y los tentáculos de los hombros se estiraron de golpe a velocidad de bala en colisión de fuertes chicotazos a todo enemigo y cuarteó los caparazones. A diferencia de la bruma que sucumbía la mente, el cuerpo podía recordar poco a poco el cómo se defendió en otras ocasiones en la pesadilla; actuaba por instinto.
Una de las criaturas arrojó un doble zarpazo descendente, y Necrótica saltó con las piernas alzadas a corta distancia del oponente. Antes de tocar el suelo empleó una estocada con la cola, y el aguijón penetró el ojo reventándolo en una oleada de sangre verdosa al enganchar la tenaza en la cuenca.
Una vez de pie la depredadora con únicamente la cola levantó la pesada mole que se retorcía presa del dolor, y la catapultó lejos estampándola sobre una pared. Metal, caparazón y huesos se quebraron en el impacto. El cuerpo cayó irremediablemente embarrando la superficie de los restos de órganos reventados.
Se sentía imparable tras apenas ultimar a dos enemigos. Se había embriagado de arrogancia y ocurrió una embestida doble en dos flancos opuestos. Necrótica arremetió nuevamente con la cola sobre el primer oponente, y el filo del mismo desvió el golpe en un choque silbante de la expulsaron chispas y el insecto retrocedió.
El segundo vino de frente en doble corte cruzado que atasajó el aire. Necrótica se agachó y de las yemas de los cinco dedos zurdos se abrieron unas protuberancias, de las expulsó a chorro una sustancia viscosa; similar a telaraña en los múltiples ojos cegándolo.
En un descuido uno de los bichos conectó un corte y perforó el torso del depredador. De la abertura se escaparon enredaderas de intestinos derramando riachuelos negros. El daño acabó por derribarla en el suelo, y al filo de la inconciencia pudo ver como venían todos sobre ella. Impulsada por sobrevivir se hincó, y en un grito estiró y tensó los tentáculos con los que vapuleó a cada insecto, y uno logró defenderse cortando uno de los apéndices en un estallido que embarró el rostro agonizante de falsa humanidad.
Uno de los insectos que aguantó el golpe, atasajó esta vez hiriendo el brazo inutilizándolo. Arrancó parte del musculo y tendón del miembro. La extremidad quedó guindada frágilmente por pocas tiras de nervios enredadas a la excusa de material óseo, a partir del codo. Ya no podía sentir nada en descenso, los dedos de esa garra temblaban por espasmos, desconectados de la actividad cerebral.
Necrótica enfurecida cargó sobre la bestia golpeándola con la cola en el rostro, aturdiéndola seguido de saltarle encima y de una mordida al cuello arrancó un pedazo de carne engulléndola en el acto. Remató en una punzada de la cola que perforó el cráneo del enemigo justo antes de que pudiese actuar.
Del brazo mutilado creció una larga hoja curveada hecha de hueso cuarteado, tal cual la de sus enemigos. Necesitaría consumir más si quería copiar y sanar por completo al sujetar sus entrañas con la mano. Cada vez más débil, el perder sangre la acercaba a las garras de la muerte a cada segundo. Dentro del fragor de la carnicería olvidaron donde estuvieron, y al tercer elemento involucrado. Desde uno de los umbrales ensombrecidos llegó una horda de cientos de diablillos, sedientos de venganza por las crías.
Contados por cientos y comparados a arenas movedizas vivientes, los paracitos se trepaban por encima de las patas arácnidas. Roían los caparazones buscando hendiduras y en respuesta los insectos se zarandeaban arrojando cortes al azar uno tras otro. Ultimaban uno, venían cinco a remplazarlos. Saltaban encima de las corazas, y escalando a las cabezas pegaron mordidas.
El dolor como el peso acumulado menguaban todo intento de retribución. En cada piquete de los diablillos se abrían paso, penetraron caparon, rompieron hueso y desagarraron carne mandando a volar primero las patas inferiores, arrojándolas lejos a las líneas traseras en una formación de falange, cargando con toda la furia de hormigas enfurecidas.
Incapaz de ganar esa batalla Necrótica emprendió la huida. Ondeaba los tentáculos y la cola en espirales defensivos despedazando a todo engendro que intentase frenarla, más uno se coló entre los apéndices cortantes, y mordió el rostro, incrustando los colmillos, ahogando cualquier farfullo. Perforó a través de la carne y bravuconería que acabó por frenar la estratagema.
De los colmillos inyectó la parálisis. El parasito podría entrar en la forma etérea, y apoderarse del cuerpo, un último hecho que discrepaba con el resto de hermanos. No pretendían conservar como huésped a ninguno de los invasores. Uno a uno los diablillos saltaban sobre Necrótica, engulléndola en el océano de carne y metal; roían en el pecho perforando el caparazón, todo forcejeo se hizo inútil, apenas se dio cuenta sus cuatro extremidades quedaron sometidas en mordidas de las alimañas, y un enorme agujero se abrió en el torso en el que las larvas más pequeñas se adentraron. Lo último que pudo ver fue como el resto de las bestias acabaron por sucumbir.
…
Los ojos de Liliana se abrieron de golpe en un rostro pálido cual fantasma, y respiraba agitadamente. Estaba sentada frente al escritorio del laboratorio, se había quedado dormida. En gesto de absoluto horror, la quijada temblaba como sus piernas, los esfínteres se aflojaron y acabó orinándose aguantando las ganas de gritar.
Recogió ropa limpia y después de un baño rápido pidió salir afuera. Usando el comunicador del cubo logró convencer a Thorken para que saliera a verla, colocando a Natch en el puesto de vigilancia, quien aceptó sin dudarlo por tener el chance de estar con Argos.
Necesitaba salir al aire libre para quitarse el susto y lo logró tras caminar unos metros acompañada por las sirvientas. Solicitó espacio para recoger hongos y hiervas, y así lo hicieron. Una vez recuperada mentalmente se sentó bajo la sombra de un árbol, y trazó nuevas notas en el diario de sueño en el que ha estado trabajando desde que llegó a Paradys garden.
No permitiría que ninguna memoria que vio en el sueño se escapara. Dibujaba a las criaturas vistas en el lugar, junto a características del mismo. Liliana no se consideraba una artista destacable, el tener demasiado tiempo encerrada la hizo probar distintos pasatiempos, por lo que se defendía bien al bocetear lo que soñaba nítidamente con lo que retenía.
Durante la estadía en la pesadilla notaba ciertos lugares parecidos, más nunca aparecía en la misma ubicación; siempre debía empezar casi desde cero y no retenía lo suficiente como para trazar un mapa.
En la encarnación que tomaba Liliana en lo onírico, la definía como un ciclón de impulsos primarios, nublando la razón y recuerdos poco nítidos. No lograba ser completamente una onironauta, se perdía y olvidaba quien era a la larga, hasta que despertaba.
Ese impedimento la desmoronaba en el sentido de usar el intelecto, y a la vez podía protegerla una vez devuelta al mundo consiente. Olvidaba el dolor, el terror, y la forma de morir. Aseguraba que al estar por caer todo se oscurecía y la agonía duraba apenas unos breves segundos. Todo un mar de sueños del que perdía toda noción al poco de abrir los ojos.
—Duré menos que la vez anterior… ¿Qué habrá afuera de ese lugar? Siquiera… ¿Cómo me redujeron la vez pasada al menos? No logro… recordar… sin mis apuntes.
La gula de conocimiento se nivelaba con el miedo generado por la pesadilla de una fauna y flora desconocida; muchos de los ejemplares que memorizaba y pudo distinguir no existían en los libros que leídos. Demasiados detalles para ser un simple sueño. Liliana creía que podía estar relacionada con el mutágeno degenerativo, parte de las experiencias, y esencia de la cosa con la que se fundió y la convirtió en una portadora desde el nacimiento.
Según palabras de Mahou, los llamados malditos podían llegar a nacer así debido a las conexiones mágicas de los progenitores o al ser un parto un enlace puro entre la vida y la muerte, podía generar grietas a otros planos.
Escuchó de que algunos mutados de grado tres, podían tener visiones en el sueño donde veían criaturas y escenarios indescriptibles. Lo que no podía entender es como ella padecía este síntoma repetidas veces. Tres a cuatro veces por semana al menos desde que llegó a la ciudadela.
Hacía tiempo que no tenía esas visiones, la última vez albergaba una edad infantil y en única respuesta acababa llorando buscando consuelo de sus padres. Al contar toda la verdad en la cuarta ocasión, marcó alarma. Después de eso Liliana no carburaba muchos recuerdos positivos y visibles de ese año. La tuvieron en estudios constantes en una habitación sellada; pasó mucho más tiempo con Thorken estando envuelto en la pesada armadura como vigilante, y se perdía en la inconciencia con mayor frecuencia.
En una ocasión despertó desnuda encima de una mesa de metal, rodeada de máquinas y de figuras ensombrecidas por las luces de potentes lámparas blancas. No podía moverse al estar encadenada de brazos y piernas, con tubos conectados a las venas y nariz; no podía gritar por el shock, y en un parpadeo estuvo devuelta en la cama. Los padres lo negaron adjudicando otro de los horrores nocturnos. Mahou, una erudita en las capacidades telepáticas, borraba y sanaba la mente de Liliana de esas experiencias oscuras.
En el final de las pesadillas Liliana comenzó a consumir una mayor cantidad de esas píldoras, cuya función se centraba en controlar la degeneración del mutágeno. Se suponía que estaba dañada de alguna manera, no podía tener magia, no poseía cualidades físicas sobrehumanas.
Una portadora defectuosa con las manos desfiguradas envueltas en guantes hechos de su propio pelo bajo sellos mágicos, y no se sabría si ella generaría la longevidad en envejecimiento lento. En los antecedentes de las mutaciones fallidas en todos los grados, ninguna auguraba una vida larga y de serlo no auguraba una que valiese la pena sufrirla.
Después de todos estos años el día que llegó a la ciudadela las visiones retornaron. Liliana concluyó en algo, no volvería decir nada. Se sentía horrible al pensar que se alzaba en rebeldía, cosa ajena a la personalidad obediente que formó, un rasgo que quedó vencida por el sentido de la responsabilidad y empatía.
No iba a perder otro año de su vida en confinamiento aún más claustrofóbico, y caer en el tortuoso desvanecimiento frecuente del cerebro vuelto un rompecabezas armado a gusto de Mahou. Esta vez pretendía averiguarlo todo. Tampoco deseaba importunar, El fuego oscuro enfrentaba una guerra que no auguraba una victoria próxima.
Por darse ánimos, Liliana se decía que perdió antes por ser un infante, ya no se veía como antes, y podría manejarlo por cuenta propia. Por último, estuvieron las palabras de Nyx, que sembraron la discordia, y por primera vez en toda la existencia resguardaba cierta desconfianza en los que la criaron.
Al ya no soportar lo entumida de las piernas, cerró el diario, cargó la gorda mochila tras guardar todo el equipo y abandonó la sombra del árbol empujada por el capricho de estirarse. No tenía un rumbo fijo, simplemente deambulaba por el terreno alrededor de la ciudadela, alejada de los campamentos de los rebeldes.
Ladeando la cabeza no hallaba al principio señales del par de sirvientas, hasta que las avizoró apoyadas atrás de uno de los árboles. Ambas fumando un par de cigarrillos durante una plática amena.
—Te lo digo… estoy segura —dijo Luxyana—, esa niña es hija de Thorken… no de Zagreo. Los dos compartieron un chocho… el que tuvo la semilla más fuerte parió a esa niña. De ser pelirroja ahí si no sabría decirte.
El escuchar como la llamaban y la mención de sus padres, se decidió a permanecer oculta al otro lado de los arbustos, asqueada por el tipo de vocabulario con el que describía a la madre.
—¿En qué te basas? Déjame adivinar… el cabello. —Melody encendió un segundo cigarro tras acabar el primero—. Existen los genes recesivos… bien su supremacía el rey brujo pudo tener parientes con el pelo rubio… tengo entendido que es de Fainalfaru… es demasiado común por allá la gente pálida con pelo rubio en el norte… a menos que sea el sur que son bastante bronceados. Será mejor que cuides la forma en cómo te expresas. Podrías meterte en problemas.
—No me delatarías… ¿o sí?
—Por supuesto que no… pero las paredes tienen oídos. —Exhaló el humo del cigarrillo—, si me lo preguntas… esa niña puede que se parezca al amo Thorken… pero la señorita tiene mucho más del rey brujo que cualquier otro.
Pudo salir del escondite e interrumpirlas, más no lo hizo. Liliana simplemente regresó por donde vino, y en el menor ruido posible rompió una rama que escandalizó a las sirvientas, que se percataron de que las observaron.
—S-señorita… nosotras… —Luxyana estaba pálida, y trataba de disculparse con la lengua trabada mientras que Melody miraba a los lados por si alguien más las escuchó.
—No es nada. —Seca como hoja en el otoño, Liliana siguió su camino—. No diré absolutamente nada con tal de que continúen dándome algo de espacio… iré a ver a mi papá.
Hizo oídos sordos ante los agradecimientos y las adulaciones por la generosidad al unísono. En la cabeza de Liliana retumbaba una única sentencia: «tiene mucho más del rey brujo que cualquier otro».
Con Zagreo se entendía mucho mejor en temas académicos, lo consideraba un mejor tutor que su madre al tener mayor capacidad de habla y paciencia. Compartían el gusto de la lectura, amasando conocimiento de distintas ramas, preparados para cada situación posible. Los dos devoradores de libros empedernidos. Por lo que entendía esa conclusión sobre que a ella la veían más como la hija del brujo, más no lo aceptaba totalmente. Consideraba a los dos hombres como los progenitores, al criarla cada uno a su manera. Con Thorken poseía un vínculo similar y a la vez distinto que el que tiene con su padre.
Liliana descubrió en su camino un mocolor. Un gordo roedor de pulcro pelaje blanco, una cola afelpada, y un par de orejas largas con un pecho similar al algodón. Un par de ojos completamente azules en una pequeña cara adorable. Desbordaba inocencia que mezclaba la de un conejo y una ardilla.
—Aw… cosita.
Se agachó a la altura del animal intentando tocarlo, pero este se sintió incomodo saltando lejos en dirección a la presa. Liliana fue tras él completa emoción, empujada por el juego frenando en un encuentro no esperado.
Thorken permanecía sentado a la orilla del agua, con el brazo vendado por la mordida infligida, más por evitar la visión de la piel sintética desgarrado, y el acero del implante aboyado, que por curar un daño a la carne viva.
Liliana hubiese querido curarlo. Conocía como sanar la carne, sellar heridas por suturas y untar cataplasmas; habilidades medicas carentes no mágicas, de las que se enorgullecía tras pulirlas en años de confinamiento. Nada de eso funcionaba en el ámbito mecánico, desconocía del mantenimiento de un ciborg que combinaba la ingeniería y medicina.
Animales pequeños se juntaban honrando al acolito. Pájaros y mariposas de distintos colores se posaban en los hombros, y uno se posó en el dedo angular en una educación digna de entrenamiento, por el buen trato recibió unas caricias del pulgar del hombre de rostro tranquilo. Venados, ardillas y conejos se reunían alrededor del acolito en mansedumbre. El mocolor se acercó al último.
Thorken metió la mano en un costal con alimento, y lo derramó para gusto de los vástagos del bosque. Se juntaron para comer mansamente, y algunos agarraron la suficiente confianza como para comer un puñado desde la palma abierta del gigante; ante la presencia de Liliana maravillada por el magnetismo animal que atestiguaba.
—Siempre tan amable… papá. —El hombre carente de emociones y pocas palabras del que no sentía una pizca de frialdad; desprendía una tranquilidad reconfortante, cual fresco viento de primavera.
Thorken resguardaba algo que Mahou y Zagreo no; permitía que Liliana se divirtiese fuera de los estudios. La acompañaba a pasear en los jardines, siempre atrás de ella y en el tiempo del confinamiento permaneció a su lado embestido en armadura, consolándola en cálidos abrazos.
Arte: Rincón de zair y Cristian vilas.
Comments for chapter " 45"
QUE TE PARECIÓ?