EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 46
En una ocasión en la que transportaban a la pequeña Liliana durante el invierno, iban en una camioneta militar por una carretera entre territorios del Libre pensamiento, cerca de los dominios de Utopolis. Zagreo y Mahou se ocupaban de seguir reclutando gente a la causa, por lo que caía en Thorken y Risha llevar a Liliana a un nuevo escondite tras abandonar el ultimo debido a una alta actividad de criaturas que asaltaban el lugar y por las visiones oscuras azotando los sueños de la hija.
En el camino los emboscaron una banda de tecno-barbaros. Amenazaron que entregasen las pertenencias y las mujeres o de lo contrario lo tomarían todo por la fuerza. Thorken ordenó a Risha que se quedara a cuidar a Liliana, y al piloto que una vez que saliera al exterior, cerrara todas las puertas del vehículo, de ser necesario arrancara sin mirar atrás. Cabía resaltar que la hija estaba en contra de esa última afirmación, pero al ser una niña no la tomaron en cuenta.
Caminó encima de la plancha resonando la pesada armadura vulcanica. Cargaba una pasa de una mano violentada por una cobertura de pinchos rubís atado en el cinturón, una ametralladora en una mano y en la espalda bajo la capa roja cargaba el rifle de riel.
—Papá… —En corta edad imaginaba el peligro que se enfrentaba, y su mera voz detuvo al gigante, el cual inclinó el rostro por encima del rostro con ese casco con un visor rojo.
—Volveré. —Esa sentencia fría y a la vez segura bastó para que Liliana se quedara en el asiento.
Thorken retiró el seguro de la puerta plegable, la levantó y dejó entrar las frías nevadas del invierno ondeando los pliegues de la capa en un silbido vertiginoso, una vez fuera selló nuevamente la maquinaria; no deseaba que Liliana viese la matazón.
Encaró a las docenas de bandidos mejorados en implantes de hierro, ciborgs un tipo distinto de super humanos equiparables a los mutados; la máquina sobrepasando a la carne. Pocos llevaban rifles y aceros visibles, lo que hizo suponer al acolito que en los adentros guardaba un arsenal mortal.
—Tus partes serán un buen botín. —El líder con una cirugía de tres ojos biónicos, despertó la codicia en toda la tropa.
—Tomen esta advertencia como gesto de buena voluntad: váyanse y vivan… o quédense a teñir la nieve de sangre aceitosa y a alimentar a las bestias con la poca carne que aún les queda. —Los ciborgs se miraron entre ellos, y estallaron en carcajadas distorsionadas, burlándose abiertamente de la amenaza, confiados en la superioridad numérica.
Las ventanas del alma de Liliana no capturaron recuerdo alguno, únicamente los oídos llevaron a la imaginación al punto alto de la contienda ocurrida atrás de la puerta de metal. La unión lamentable de alaridos belicosos, cargados de insultos al compás del choque de aceros, el rugir de los fusiles en un ciclón de pura violencia de carne y metal desgarrados en subidones de energía ionizante que zumbaron en amplio eco.
El camión se agitó por todo el ajetreo ocurrido en el exterior. Sin poder actuar, Liliana quedó abrazada de la druidesa, asqueada por la situación y firme en la encomienda. Una vez que todo quedó en silencio, unos pasos se escucharon desde fuera, lo que alarmó a Risha, y la puerta se abrió mostrando a Thorken. La armadura negra yacía cubierta de una mezcolanza de sangre, aceite, bilis con pedazos de cables y órganos sobre los hombros.
Rastros de conflicto se extendieron en la coraza, como si estuviese adoquinada por restos de metralla, abolladuras y balas comprimidas en el Templece. El reactor en el pecho despedía una niebla carmesí de un calor abrazador, comparable al de un motor sobrecalentado. Con una mano se apoyaba en filo del umbral de la maquinaria, y en el otro brazo guindado sostenía firmemente con el guantelete el brazo mutilado de piel sintética del que sobresalía una hoja retráctil partida a la mitad, de la que se resbalaba un camino de sangre.
Durante la contienda había perdido el casco al caer dentro del rango de ignición de una bala de cañón, y lo inquietante se veía en el rostro: la mitad de la cara se derramaban tiras de piel quemada. Mostraba una aleación metálica bajo la falsa carne, con la mitad de la mandíbula abierta y del que brillaba un intenso ojo rojo, emanando un fuerte hedor a podredumbre.
Liliana se apartó de Risha, y se paró enfrente del gigante, con la cabeza levantada y lo miró a los ojos. En la niña germinaba un choque de emociones, que se veían poco visibles en Thorken.
—Atrás… —Predijo las intenciones de la niña, quien, al dar un paso hacia adelante en un gesto quebradizo, Thorken dio uno hacía atrás—. Podrías mancharte de sangre.
—¡Papá! —Negada a obedecer una orden, dejó escapar unas lágrimas, y saltó a abrazar a Thorken, para sorpresa de este y de Risha—. ¿Estás bien?
—Si… ahora lo estoy. —Al principio dudando, Thorken se arrodilló a la altura del a hija y la abrazó tomándola con ambos brazos y pegó la frente con la de ella—. Siempre te voy a cuidar.
…
Liliana ya estaba sentada al lado de Thorken, en cuyas manos sostenía al mocolor y la invitó a sostenerlo. El animal una vez desconfiado aceptó ser tomado por la joven, acariciando con mucho cariño la pequeña cabeza de pelaje esponjoso.
—Siempre te voy a cuidar. —La abrazó del hombro y dio un beso en la frente. Aun si las palabras sonaban mecánicas, carentes de toda vida, Liliana podía sentir el calor de un cariño puro y sincero, no el de una helada máquina.
—Te amo, papá. —Bajó el mocolor y apoyo la cabeza sobre el brazo de Thorken—. Eres como un gigantesco oso de peluche… me alegra estar contigo.
—Liliana…. —Thorken soltó un cuestionamiento que la tomó por sorpresa—: ¿lo dices enserio? ¿Eres feliz realmente aquí?
Tardó unos segundos y asintió con en la cabeza. Intentó esconder la duda a la espera de que Thorken y de paso ella. Liliana giro en dirección a un sendero que llevaba a un espeso bosque, al otro lado de la presa, donde grupos de elfos cargando carretillas de madera abarrotadas de cajas, caminaban en filas internándose en el interior.
—¿Crees que podamos ir allá? —La curiosidad volvió.
—¿El santuario de Syltas? no es un lugar para niños. —Thorken escrutó receloso el lugar indicado.
—Pero eres creyente de la madre tierra ¿no? No están haciendo nada todavía, podría ir a dar una visita ahora que pude Salir. —Insistió con la cara más adorable que podía, entrelazando las manos. Sabía que el papá no podía negar nada, al poner esa expresión que imitaba un cachorro caprichoso—. Muchas de mis mejores plantas las saco de ahí… hay mucha actividad mágica cerca del altar.
—Los elfos son algo perfeccionistas. Tomarán como una ofensa si ven alguien ajeno y sin autorización pavoneando durante la preparación de una ceremonia. —Thorken no cedería ante los deseos de su hija. Quizás nunca se molestaría con ella, y tampoco iba a negociar—. Van a orar por Risha… ella pidió permiso y asistirá escoltada por los Stroker.
—¡Oh! que bien. —Por esta vez aceptó la derrota fácilmente, tras encontrar otro objetivo que despertaba aun mayor curiosidad—. ¿Cómo ha procedido la situación de Risha?
—En niveles de conveniencia… tener a Risha con vida es un cincuenta y cincuenta. —Calculó Thorken, sin saber que no era a lo que Liliana se refería—. Su valor como soldado es sustancial al igual que muchos piden su cabeza, generando cierta discordia dentro de nuestras filas. De perder…. su muerte sería inevitable.
Liliana por fin caló que posiblemente nunca volvería a ver a Risha. No lo lamentaba demasiado, la conocía de toda la vida, y nunca pudieron congeniar, algo que jamás pudo entender y de verse un resultado nefasto, se quedaría con la duda por siempre.
…
En la madrugada al otro lado de la presa había una arboleda paradisíaca, sobrecogida por un clima fresco en una basta flora y fauna. Arbustos florales de diversos colores alumbradas por luciérnagas que revoloteaban ágilmente, manipuladas por la magia de los brujos encargados de dar vida a ese territorio sagrado. En esa sección como en sus cercanías se concentraba la presencia de animales silvestres en todo el recinto.
La vereda conducía a un claro y en el centro un alto sauce floreciente, en cuyo tronco se alzaba una extensión en forma del torso desnudo de una mujer elfo de complexión esbelta, brutos maduros con manos extendidas en signo de caridad. Cabello hecho de hojas otoñales, orejas puntiagudas y cornamenta de venado con facciones delicadas en una expresión de tranquilidad. Grupos de elfos la rodeaban estando hincados con manos entrelazadas, y cabezas gachas al honrar la figura divina. Alrededor se colocaron unas masetas con unas flores rosas sin florecer, con una forma esférica del tamaño de una sandía.
—Salve la gran Syltas… —Los elfos recitaban ese cantico. Llevaban ropajes verdosos, de una tela brillante que simulaba estar hecha de hojas—. Madre tierra… ilumina nuestros senderos al Alfinity… a la gloriosa presencia del gran árbol… envíanos a los titanes para que nos protejan a nosotros y a al noble cuerpo que has entregado como nuestro hogar. Te imploramos ser bendecidos con felicidad, sabiduría y amor. A cambio de te daremos toda nuestra devoción y el más puro amor.
—Gracias por traerme aquí, chicos. —Risha estaba de pie al límite del sendero, justo atrás de la multitud, acompañada por Dimitri y Griselda—. ¿Cómo consiguieron el permiso?
—Te estamos escoltando —afirmó Griselda en mano puesta sobre el pecho, orgullosa de la capacidad de convencimiento—. Siempre y cuando no busques escapar… no pasará nada.
—Y pensamos que esto te anime. —Siguió Dimitri—. Lo preparamos con antelación… son los que continúan siendo fieles a ti… si algo negativo llegase a pasar… nosotros dos tomaremos medidas. Practicamos la rama iluminada… por lo que estamos vamos de la mano con este rito.
«Fieles… si supieran lo que hice… lo que hicimos para tener a Frenyr de nuestro lado, toda la rebelión acabaría con casi toda la armada en contra nuestra… al menos el lado de los elfos de mi rama. Buscarían la cabeza de todos, la mía y la de nuestra reina sobre las de todos los demás… por el tabú en el que me vi empujada a sacrificar mi ojo a cambio de poder». Los pensamientos pesarosos contaminaban a Risha en los últimos días, realmente necesitaba salir y distraerse antes de perder por completo la cordura.
—Lo agradezco. —Sinceró Risha de buen agrado, y con el único brazo apretó el collar inhibidor—. Faltó quitarme esta porquería.
—No todo se puede. —Lamentó Griselda, y entonces tomó la mejilla de Risha encarándola—. Disfrutemos lo que se logró.
—Si…
En ojos entrecerrados besó los labios de Griselda, y al morder el labio inferior introdujo la lengua, que acabó en un quejido en el instante que Dimitri la abrazó de las caderas, frotándose contra en las posaderas de ella, donde pudo sentir el bulto rígido bajo el pantalón, acelerando la respiración de la elfina. La arrebató de su hermana reclamando para si la boca en un beso húmedo, elevado en intensidad ante los roses de las manos de Griselda dentro del pantalón de Risha, estimulando su parte intima ya humedecía. Los dos hermanos acariciaron por encima de la ropa los frutos de la elfina, abrazándola entre los dos estando Griselda adelante y Dimitri atrás.
Las extrañas plantas se abrieron liberando una fragancia rosada elevando la temperatura. Al entrar en las fosas nasales de los creyentes nubló toda represión, convirtiéndolos en puro cuerpo.
En risas acaloradas los ropajes quedaron atrás, y las luciérnagas apagaron el brillo coloreando la arboleada en el azul de una noche clara, inundada en nieblas perfumadas de potente afrodisíaco. De entre los árboles corrían los elfos desnudos, persiguiéndose los unos a los otros; las mujeres llevaban coronas de ramas parecidas a las del altar. Tomaron el forraje verde como un lecho compartido por cincuenta individuos.
Los sectarios hicieron el amor en una orgía desenfrenada, sin distinción de sexo o número. Intercambiaban parejas en suspiros pesados, cuerpos sudorosos en devoción a la madre tierra, un ritual en el que rendían amor con su propia manera de demostrarlo, a través del placer y gestión de nueva posible vida al explotar el éxtasis. Una guerra lujuriosa en contra de la lacra longeva.
Los que quedaron en un único grupo fueron los acólitos; ninguno otro se les unió. Los hermanos se dedicaron a satisfacer a Risha, curando las heridas emocionales a través del fuego interno.
Risha yacía desnuda acostada en la hierba, y encima de ella tenía a Griselda en el mismo estado. Las pieles perladas de ambas, empapadas en sudor se rosaron bajo la luz lunar en un abrazo invasivo en el que compartían el cariño muto. La vampiresa era por mucho más alta y fuerte que la elfina, dominándola al tomarla de los hombros y enredar las lenguas en una danza de la que escurrían hilos de saliva, expulsando ardiente aliento.
La boca de Griselda se movió en una lluvia de besos que bajaron de las mejillas sonrojadas de Risha, en descenso en el cuello con una mano acariciando entre los labios húmedos. La elfina respiraba agitadamente, en el rostro ladeado y el único brazo apretando uno de los senos de la pareja, sacando una risa picara al tomarla de los dos frutos pegando una mordida a uno de los pezones.
Risha emitió un fuerte quejido, perdido en la sinfonía de exhalaciones y gemidos de la orgía. Griselda lamía y succionaba los pezones al tomarlos con ambas manos, acariciándolos en un hambre voraz dejándolos enrojecidos; movía la punta de la lengua en las aureolas. Ambas mujeres frotaron los sexos mutuamente, aferradas a las piernas, arañando las pieles de los muslos entregadas al frenesí.
Risha jalaba la cabeza hacía atrás en rostro enrojecido, la garganta ya dolía y apenas podía seguir el paso con un solo brazo, sucumbía a la pasión y poder de Griselda. Cuando Risha en pleno disfrute y cercana por acabar, todo se detuvo.
Extrañada abrió el único ojo contemplando como Griselda se apartaba, y Dimitri la abría de piernas con el miembro erecto. Spriggan se perdió en el transcurso, convertida en el objeto de placer de los hermanos, se veía a la merced de las embestidas suaves del varón dentro de ella, mientras bebía de la entrepierna empapada de Griselda, quien la tomaba de los cabellos verdes indicando que se acercaba al clímax.
Los dos acólitos se controlaban, evitando enloquecer al ser seres sobrehumanos, superiores físicamente a la elfina, por lo que de perderse la dañarían y una parte de Risha deseaba que pasara, una a la que deseaba callar aferrada a su deseo de no morir inútilmente.
En cortos parpadeos Risha vio las cuatro mandíbulas de los vampiros abrirse, sus facciones tornándose cadavéricas y heladas con ojos negros. Toda la belleza se perdía, y no se detenía. La tenían hipnotizada, con todas sus emociones de tristeza, dolor, placer y felicidad en un torbellino que ambas criaturas degustaban. Los enloquecían, y embriagaban superando al efecto del afrodisiaco proveniente de las plantas. Parecía que la iban a devorar, pero no lo hicieron, y ninguno de los elfos intervinieron al perderse en el estado de transe del ritual.
El ritual finalizó en altas horas de la madrugada, Spriggan despertó sin ninguna pareja de entre todas personas recostadas en el campo. No tardó en encontrar a los hermanos nuevamente en la forma base, besándose acostados bajo la copa de un árbol, todavía en pleno acto carnal descaradamente entregados a la lujuria, nada románticos y fuera de lugar en ese lugar sagrado.
Griselda arañaba la espalda de Dimitri hasta lacerarlo, al ser penetrada contundentemente una y otra vez en un ritmo acelerado, estando los dos con las frentes pegadas, sin cortar contacto visual; disfrutando la mutua compañía mucho más que la pasada orgía, tal cual esta hubiese sido un calentamiento. Ninguno de los sectarios se opuso a la presencia al ser acólitos, más no estaban del todo cómodos.
La elfina arrugó la cara y suspiró, luego se acurrucó en si misma dando la espalda sin que nadie lo notase. Acercó la mano al vientre deslizándola en los muslos pegajosos en medio de la intimidad. Habían plantando una semilla dentro de ella. Risha sabía que nada iba germinar. Ya tenía sus años y aunque eso solo reducía las posibilidades, la perdida del ojo fue el primer pago. Estaba en el ritual meramente por creencias religiosas y libertinaje.
Los elfos acostumbraban a practicaba la endogamia y las orgías, todo acto por perpetuar la pureza en una raza demacrada que acabó por presentar fallas genéticas. El incesto lo catalogaban como tabú entre las otras tribus. Los humanos lo llegaron a practicar en la aristocracia, y ha sido tachado de repulsivo como degenerativo en el pasar de los años; lo que redujo esa fijación más no la eliminó. Toleraban entre primos y tíos con sobrinos, el de hermanos jamás. Risha conocía la verdad, sabía que esos dos abismales alguna vez fueron humanos y sufrieron las consecuencias de esa unión prohibida.
«Amo a esos dos a pesar de todo, ¿Quién soy yo para juzgarlos? Ellos se aman y me aman a mí, pasaron por muchas dificultadas en el pasado para llegar donde no los denigren por lo que son… renunciaron a tanto… así como yo, entregamos algo por conseguir la felicidad. Junto con Zagreo… me han apoyado más que nadie entre todos los acólitos. Ellos…. evitan tocarse cuando… están conmigo. Quizás solo me siento algo celosa… que tengan tanto amor entre ellos y apenas lo compartan conmigo… no me queda de otra que solo aceptarlo a la distancia», Asimiló Risha cerrando los ojos esperando ser llevada por el sueño, envelada en el altar a la madre tierra, y antes de caer deseó con todas sus fuerzas escuchar la voz del verde en el mundo astral.
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