EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 51
—¿Segura de esto, princesa? Lo que hacemos es contra las reglas. —Melody hizo algo que pocos se atrevieron, tocó del brazo a Liliana al subir el elevador, y la misma Luxyana pestañeó fuera del sueño por semejante de confianza.
—Tomaré la responsabilidad… —Liliana esbozó una máscara de impecable rectitud, enfocada en esa pequeña rebelión que ejecutaba, arrastrando a esas dos únicas aliadas—. ¿Qué es la vida sin un poco de peligro? Es mi oportunidad de explorar un poco, solo quiero tomar unos naipes de hechizos para probarlos.
—Pero… —Melody iba a todo lo contrario, temerosa y temblaba con las manos puestas en la falda, tapando lo mejor que podía las piernas temblorosas.
—Nací sin magia, Melody… tengo a los mejores brujos del mundo como padres… y no tengo poder de verdad… —Liliana abrió una herida antigua que enmascaraba las intenciones, a cada segundo se decía que ella portaba una mente forjada por la monarca; había presenciado sus prácticas de manipulación y ese gusto por el control—. Quiero sentir un poco de eso. He estado encerrada desde que tengo memoria, y lo estaré lo que me queda de vida. Comparte esta aventura conmigo… por favor.
—Creo que puedo seguirla — Melody cayó conmovida, y se giró a su compañera en búsqueda de confirmación—. ¿Luxy, tú que piensas?
—¡Me sobornó con sus galletas de chocolate con nueces! Y que de no ayudarla iba a ponerse a llorar o algo así. —Y en brazos levantados pretendió inocencia—. Va aceptar el castigo por si nos descubren. Además, no será por mucho tiempo y no iremos a otro lado. ¿Qué puede pasar?
—Si esa es su voluntad… —Derrotada aceptó la petición—, es mi deber cumplirla, señorita.
—Te lo agradezco, Mel.
Una puñalada al alma llegó ante la sinceridad de Melody al seguirla. Liliana no estaba segura si la sirvienta pensaba en ella como una amistad, de ser ese la verdad, elevaba a la dolencia en su convicción, una a la que no podía faltar ante esa sed de verdad y la esperanza a conocer algo fuera del mundo al que había sido confinada. Llegados al piso caminaron por el recibidor de una gran puerta que en medio de un cruce de escaleras que subían y bajaban.
En la gran sala lo adornaba los esqueletos de raptors; feroces aves reptilianas de dos metros y en vida portaban una velocidad de desplazamiento de cincuenta kilómetros por hora, oriundos del imperio Finalfaru, y en las junglas tropicales. Las esculturas óseas iban acomodadas en poses de fiereza, silenciosos centinelas estáticos y dos de ellos pertenecían en fauces abiertas a los lados del pasillo por donde Liliana se aventuró seguida de sus sirvientas.
El sendero de anchos pasillos de paredes plateadas, iluminados por los vitrales cristalinos. Toparon en el camino una puerta doble de color amarillo pegada a la pared, que el día del recorrido; Liliana quiso abrir llamada por los grabados de hadas y mariposas en la envergadura, topando con un seguro.
Un almacén se etiquetó al lugar por boca de Zagreo. En los meses que deambuló con la escolta autorizada en dirección al jardín, esa puerta permanecía en soledad eterna que ya se grabó como una normalidad.
Lo que parecía como una imagen permanente del interior de la ciudadela, colapsó al descubrir a una elfina emerger de dicho umbral, cerrado en automático a sus espaldas, en negación a la oportunidad de descubrir el interior.
Por la impresión Melody por poco se tropezó al interrumpir el ritmo de repente, y se evitó caer de cara al suelo al topar con el brazo a la altura del hombro de Luxyana. El ritmo del paso de Liliana frenó ante tal cambio que captó la curiosidad, a sabiendas de que el personal estaba enfrascado en el juicio, y dejó algunos guardias vigilando las zonas de interés. De algo estaba segura, esa mujer no pertenecía al cuerpo de seguridad o de cualquier tipo de sector de la ciudadela.
—¿Quién es usted? —preguntó Luxyana al sostener a su compañera, ayudándola a retomar la posición y quejándose entre dientes por la pobre condición física de Melody.
—Lady Samantha para ustedes. —Emanaba una radiante actitud altiva observándolas por debajo y en una mueca ladina afilada—. Tú debes ser la hija de Beatrice… la pequeña Liliana. He escuchado mucho de ti… imagino que tu madre te ha contado sobre mi persona, estuve con tu madre en la corte del dragón negro, hace poco más de cien años.
«No suena a nombre de elfo…», pensó Liliana.
Deslizaba de los labios una larga pipa de la salía una humareda verde que tomaban la forma de mariposas. Ese efecto estético empleado por hechicería básica y su presencia en el domino rebelde delataba una identidad de bruja.
Una alta mujer de cabello tan dorado como el oro batido, de forma lacia, suelto y estilizado con la frente despejada, pero con un flequillo el cual caía de un lado del rostro sobre uno de los ojos ámbar que brillaban en joyas preciosas además de un par de orejas largas que acababan en punta. Una figura esvelta de piel clara, de una belleza impecable de cejas delgadas y las sombras de los ojos parecían albergar patrones similares a las alas de una mariposa. Un elegante abrigo blanco que colgaba de los hombros. Llevaba una escotada blusa blanca con el cuello abierto de bordes con chorreras, y se exponía un relicario plateado que se posaba encima de la curvatura del prominente busto. En el torso apretaba un corsé negro ajustado por botones blancos, acoplado a una mini falda que llegaba a la mitad de los muslos y un par botas altas como calzado.
—Lamento discrepar, señorita. —Liliana hizo una reverencia, a la espera de seguir su camino.
—Vaya que tu madre va a tener unas dos palabras conmigo por ese atrevimiento. —Samantha se masajeó la barbilla, en una oscura sonrisa lo que inquietó a Liliana—. Bien, nos vemos después, que tengo un evento al cual atender. Ha sido un gusto conocerte.
—El gusto es todo mío. —Las dos se despiden y al cruzarse de hombros Liliana no pudo evitar observar de reojo a esa mujer que se alejaba contoneando las caderas—. ¿Conocida tuya, Luxy?
—¿Por ser elfina cree que la conozco? Quisiera… —Admitió—, lo que daría por ese maldito abrigo.
—No nos detengamos… ya estamos cerca.
Liliana las incitó a seguir adelante, en el que llegaron a las puertas del departamento de arsenal mágico. Dos elfos armados en lanzas relámpago lo custodiaban, y los pomos de estas armas pegaron el suelo en señal de frenado ante la llegada de las tres mujeres.
—El paso está restringido, señoritas. —Indicó el centinela—, nadie no autorizado puede pasar.
—Soy la hija de la gran monarca de estas tierras, es mi deseo tomar un mazo de naipes para hechizos instantáneos. —Liliana se esforzó por ser autoritaria, plantando cara a los guardias en severa frialdad—. De no dejarme entrar… van a tener que lidiar con mi madre… y les aseguro que después del calvario del juicio tendrá ganas de rodar cabezas.
—Con el debido respeto, princesa. —Los soldados se miraron las caras, y la posición se mantuvo—. Sin autorización de un acolito o de su padre por escrito no podré dejarla entrar o tomar algo del inventario. Nuestro deber es protegerla a usted de todo invasor, eso incluye de sí misma. De tener una autorización… traiga el permiso por escrito o algún acolito. El amo Zagreo es un hombre sabio… sabe cómo mantener a su majestad calmada.
«Sabía que debí haber traído un documento, con la firma falsificada de alguno de mis padres. Tendré que regresar al laboratorio y teclear en la máquina de escribir… con suerte no se darán cuenta con la firma», se reprochó por dentro.
—Caballeros… la heredera ha hablado. —Luxyana tomó unas dos bolsas de papel humedecida por aceita, sacada de la mochila de Liliana. Se acomodó el cuello del vestido, en el que accidentalmente se desabotonó un par de botones para que se viese algo de piel—. Me gustaría ofrecerles un bocadillo dulce, ustedes saben que su majestad es famosa por la repostería y nuestra princesa ha aprendido muy… pero muy bien.
» Le tomará unos minutos buscar esos naipes, mientras podríamos conversar aquí afuera nosotros cuatro y conocernos un poco mejor. Quisiera saber de las proezas de hombres en armadura.
—No es no. —Inmutable la negación continuaba, lo que hizo rechinar los dientes de Luxyana con los ojos puestos en blanco, al ser rechazada de forma contundente.
—Abogo por el paso de la señorita. —Samantha retornó desde atrás de las visitantes, posando las manos en los hombros de Liliana, quien levantó la cabeza en su encuentro con la radiante mirada dorada de desbordante confianza.
—¿Se puede saber quién es usted? —El centinela arqueó la ceja bajo el yelmo, intrigado por la belleza de la que nunca había hablar.
—De nuevo… ¿No saben quién soy? Que osadía. —Sam contuvo una sombría risotada, y un brillo dorado embadurnó los ojos dorados—. Como disculpa… van a empezar por lamer y besar mis pies.
La irrisible petición se acató por orden. Los dos guardias retiraron los cascos, soltaron las armas y se arrodillaron cual perros a lengüetear la punta de las botas, ante las atónitas mujeres que se paralizaron ante el retorno complaciente de Samantha.
—Ustedes dos se ven muy alteradas. —Llamó a las sirvientas, y ese lucero acrecentó en los ojos—, les hace falta un poco de cariño… dense un poco de lo que tanto les falta.
Melody y Luxyana se pararon firmemente con los ojos en blanco, cual estatuas inexpresivas. No tomó ni dos segundos para que ambas se abrazaron en un apasionado beso, aferradas la una a la otra en caricias que amenazaban por deslizarse por debajo de las faldas.
—¿Qué es esto? —Un grito quedó ahogado entre las manos de Liliana, tapándose el rostro ruborizado.
—Puedo hacer que entre los cuatro hagan algo bonito… ¿quieres ver? —ofreció la bruja.
—¡No! ¡detente! —ordenó a todo pulmón—, sea lo que estes haciendo, por favor haz que regresen a ser normales.
—Corrección… —Se tornó solemne—, te estoy dando tiempo para que recojas lo que viniste a buscar. No harán nada fuera de lo que estás viendo… siempre, y cuando no tardes mucho… que me puedo aburrir y quiera ver un espectáculo.
—¿¡En qué clase de aquelarre estaba mi madre?!
Liliana se encarrero entrando por la fuerza al basto almacén de un laberinto de estantes abotargados de cajas y paredes con armas pegadas de distintos tipos: a distancia y blancas, de rango tecnológico como magia pura.
A toda prisa los contenidos enumerados por bloques, topando grimorios, archivos del manejo de ciertos armamentos y se detuvo por la etiqueta de hechizos instantáneos. Una fila de casilleros sellados por candados. No albergaba llave y mucho menos tiempo.
Orillada al límite de las capacidades, desabrochó los seguros de la muñequera diestra y finalmente retirando el guante; una piel corroída en una corrupción morada marcada en gruesas venas y largas uñas negras como garras. Tomó el cerrojo entre sus dedos, acelerando la entropía, el color metálico se tiñó de un oxido agujerado, emanante de un vapor nauseabundo que poco afectaba los sentidos de Liliana; ya estaba acostumbrada a su propia maldición, al menos tolerarla.
El arco que cerraba la puertilla se rompió cual rama, jalada por la mínima fuerza. Asegurada la extremidad corrupta, tomó un mazo de cartas de entre todos los paquetes que amontonaban el contenedor, sacando las que necesitaba.
Azotó el casillero de un portazo olvidando el candado en el interior, y a toda prisa escapó de la armería topándose a Samantha sentada en la espalda de unos de los soldados a cuatro patas. De piernas cruzadas la bruja se carcajeaba de como las sirvientas pretendían ser perros, ladrando y con las lenguas de fuera.
—¡Terminé! ¡Déjalos en paz, por favor!
El ruego de Liliana encontró respuesta en un chasquido de dedos. Samantha se levantó de su asiento, y los dos centinelas retomaron la guardia en un estado de trance compartido por las sirvientas a la espera de su maestra.
—Estarán en un estado trance un ratito… despertarán y olvidarán los últimos —Samantha jaló a Liliana a alejarse del almacén, junto con Melody y Luxyana en rostros petrificados carenes de vida, muñecas inexpresivas—. Pensarán que tuvieron un lapsus, así que invéntate lo que quieras. Puede que tengan una que otra memoria inconexa, nada de qué preocuparse.
—¿Quién es realmente usted y por qué me ayudó? —preguntó Liliana al caminar al lado de la bruja.
—Soy una psíquica especializada en el control mental. Recordé que dejé algo olvidado en mi casa y me regresé. Mi curiosidad me venció por saber a dónde fuiste y descubrí tu predicamento. Me pareció divertido intervenir. —Se vanaglorió en mano al pecho, y se detuvo en la puerta por donde había llegado—. Aquí nos despedimos… lo que quieras hacer, dales buen uso a esas cartas ¿sí? No te preocupes por las cámaras… me ocuparé más tarde de borrar esos segundos si quieres terminar tu travesura. Me debes un favor, ya luego vemos cómo vas a pagármelo.
Sangre fría recorrió las carnes de Liliana, olvidó otro factor que pudo destruir por completo el plan.
—Si… definitivamente tengo una deuda con usted. —Se talló la cabeza aceptando ese hecho para complacencia de la bruja.
—Es lo que la familia hace… puedes considerarme… —Abrió la puerta en el que se divisaba unas escaleras de mármol en ascenso, a un destino alumbrado por faros de luz amarilla, y al adentrase en él se detuvo apenas unos centímetros en un último mensaje—: una tía.
—¡Espera!
El portazo la frenó en seco. Sin pensarlo tomó ambas perillas, contemplando que no existía seguro y al abrirlas de par en par, el alma ascendió a la garganta en amenaza de escaparse. Una vieja y sucia habitación de paredes de ladrillos, de un tamaño considerablemente pequeño, casi un armario con un foco fundido colgando en el techo.
—¿Princesa? —Melody despertó de la soñolencia, y Luxyana se tallaba los ojos bostezando—. ¿Qué sucede?
—Nada… vámonos —dijo dando media vuelta.
—¿Qué hay de los naipes que quería? —Luxyana se sobaba la frente de forma quejosa—. siento que tengo una puta resaca. —Ese comentario hizo que Melody actuase en respuesta, y tapara los oídos de Liliana, quien arqueó la ceja y apartó las manos de su cabeza.
—Recordé que tengo un mazo en el laboratorio. —Mintió tras guardar las cartas discretamente dentro de la mochila, que cargaba en los hombros—. Será mejor que nos vayamos… no quiero que nos metamos en problemas.
…
Solicitó un tiempo a solas en el laboratorio, el juicio aún seguía en transcurso. Liliana robó seis cartas rompe hechizos, el mismo número para generar sellos. Por si las sirvientas querían ver magia, tomó una barrera y una bola de fuego.
De pie encarando la pesada puerta de hierro cerrada por seis candados mágicos. Un par de palabras con las cartas en la mano y bastaría para derribar esa barrera de la sección prohibida, resguardada en un cuarto de pánico. Algo la detenía, no podía siquiera mover el musculo en un semblante abatido por un tic nervioso, cansada por noches envela.
De los ojos esmeralda enrojecidos amenazaban tramposas lágrimas, un golpe de conciencia la atosigaba y sembraba las dudas. A cada paso que dio al laboratorio veía imágenes de ella en días de infancia al lado de sus padres, en un trato ameno, y protector en los estudios y paseos en los jardines. Deseaba conocer la verdad, una que de jugar mal las cartas la condenaría a perder a la familia que la criaron.
—Será otro día… —Rendida se alejó de la puerta—, podría activarse una alarma si rompo los sellos de golpe… debo ser precavida… si… eso.
Iba a pensar el siguiente movimiento con cuidado. Llegó a ese punto a través de un sendero agujerado, en los que pudo encontrar el final de no ser por golpes de suerte. No sabía cuanta buena fortuna restaba parala próxima encrucijada, por lo que iba tomarse un descanso en el que aclararía la mente.
Cayó dormida al poner la cabeza sobre la almohada, ya fatigada del calvario vivido en los últimos días. No se molestó por conocer el resultado del juicio, indagaría al respecto una vez renovada. En el mundo onírico vivió aventuras al lado del lobo de negro pelaje.
Corrían en los bosques con ella sujetada al lomo. Un vasto campo alumbrado por luciérnagas, y un cielo estrellado en noche sin luna gobernante en el firmamento. Recorrieron las veredas de arbustos bajo la sombra de árboles frutales, recogidos de una canasta cargada por Liliana; recolectó limones amarillos, zarzamoras, mandarinas, naranjas, mangos criollos y huevos negros.
Durante la travesía, toparon con versiones caricaturizadas de los monstruos del laberinto biomecánico. Lucían hechos de felpa y peluche en lugar de carne y caparazón, con ojos de botones en amenazas poco intimidantes.
En alianza del lobo una revancha cobró la rubia, armada con un cuchillo de carnicero. Acabaron derramando el relleno afelpado de las monstruosidades. No dejaron a ninguna de esas entidades presentes.
En un descanso Liliana se recostó sobre el lobo agazapado bajo la sombra de un árbol tótem de Syltas. De la nuca podía sentir la respiración de semejante criatura, de eterno silencio, nunca la escuchó gruñir o algún tipo de ladrido. Un fantasma lobuno.
—¿Cómo debería llamarte? —Arrojó la pregunta indagando una lista de nombres, desde antiguos héroes de tiempos antiguos y adorables sobrenombres dadas a mascotas—. Munraimund… peludo… quizás primavera… que tal…
—Argos…
Una palabra escapó de entre los colmillos del animal, lo que hizo a Liliana sobresaltarse. Antes de que pudiese terminar de asimilarlo, el lobo se levantó en amenazante gruñido de fauces abiertas, clavando la amarillenta mirada a aquello oculto más allá de los matorrales, donde la luz de las luciérnagas no llegaba; evitaban ese punto de puras tinieblas que devoraba toda candela.
—Demasiado tiempo prisionera… libérame por favor… ayúdame y te prometo sacarte de tu propia prisión. Seamos libres… tienes el poder de hacerlo. Tú eres la abridora de caminos. —Una voz ciceante resonaba en eco, reconocida como la que de ese ser extraño atrapado en la celda de un sueño pasado—. Hagamos el pacto.
—¿Quién anda ahí? —preguntó Liliana atemorizada, ocultada atrás del amigo lobo.
—¡Arriba! No … quedarte… —El lobo forzaba el ladral para que sonasen como palabras coherentes—. Se hace fuerte… viene por ti… mi contenerlo… de nuevo.
—¿Qué está sucediendo? ¡Dime, Argos! —Dolida, ni en sus sueños encontraba un consuelo lejano a los secretos que le guardaban.
—Ser lo que… un hermano mayor hace.
—Ellos me llaman… —Un fulgor deslumbrante se encendió por allá en los matorrales.
Liliana perdió el aliento ante la presencia de una entidad luminiscente allá atrás de los árboles. Lo vio por una fracción de segundo, antes de despertar, la luz que emanaba la segaba, de un color que nunca había visto en el pasado, desconocido y alienígena.
Abrazada así misma temblando en la cama humedecida por los orines, carburó la imagen de ese ser que lo definía como una repulsiva entidad serpentina, alta como los robles y de un torso vagamente humanizado. Liliana perdida en el shock, arrancó un pedazo de la etiqueta que se otorgó la entidad, justo antes de que todo fuese tragado por el color abismal y que Argos saltase en confrontación asesina sobre ese invasor.
—La amante.
Arte: Hatmaster.
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