EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 56
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- 56 - Crimen y castigo. El final del juicio de Risha Parte 2
Disminuyó su dieta por tres días, de nuevo en su cómoda celda Risha estaba parada con el cuerpo al desnudo, pintada por sellos de purificación por los pinceles verdosos de Falaris. Runas de valor, energía, amor, y fortaleza recorrían las extremidades y torso. Líneas colorearon mejillas, acoplándose a las sombras de sus ojos y los labios. Parte del ritual de retribución de pecados.
De pies a cabeza se observó, símbolos y cicatrices se unían en figuras llamativas, únicas nacidas del lienzo pálido que era su piel. Pensó en tatuarse la cadera y parte del torso, basándose en esos híbridos de carne y tinta; un recordatorio de un renacimiento.
—No mereces esto, Risha… —El pincel tembló entre los dedos de Falaris, de los ojos purpura brotaron negras lágrimas, caídas cuesta abajo sobre el pálido rostro repleto de pecas.
—¡Vas a manchar tu vestido de sacerdotisa con tus lagrimas! —Risha tomó un pedazo de papel, apurándose a limpiar el rostro de su hermana—. Desde siempre has sido una llorona.
Amaba tanto esa toga hecha de blancas telas, y hojas verdes, sabía lo mucho que estudió su hermana para convertirse en una ninfa, que predicase la palabra de Syltas.
—Y siempre te has asegurado… de protegerme, a mí y a mi niño. —Sensible, no paraba el llanto, tornó todo el papel en humedad negra y tuvo que sacar un pañuelo—. Fuiste a buscarme a los campos de concentración… arriésgate todo para salvarme. Nunca he podido agradecerte. Quise venir a…
Un polo opuesto. Risha portaba blindada fibra y trajes de un cazador, que poco ayudaba a su figura femenina. Confundida por hombre debido a su peinado al ser vista a lo lejos, el portar en su mayoría una capucha que tapaba la corta cabellera. Falaris iba de largos cabellos castaño claro, coronados por una diadema de flores, y fiel a las prendas de su cargo como ninfa. El rostro de Risha de rasgos suabes reflejaba dureza, y el de Falaris la ternura. Parecidas y a la vez tan distintas.
—Has hecho bastante, hermana. —Besó su frente tomándola de las mejillas, y eso la calmó levemente—. No quería que estuvieses en el juicio y la verdad… creo que al final me ayudó un poco. Te pediría que no estuvieses en la sentencia…
—No te dejaré sola. —interrumpió, en sus lagrimas existía obstinación, algo en lo que ambas se parecían—. Mis hermanas ninfas lo auspiciaremos, esto es un perdón de los antiguos dioses, trataré las heridas una vez que termine. No podré apoyarte en la batalla, al menos aquí puedo serte de utilidad.
—Gracias, Faly… —Risha necesitaba sentir la mano de su hermana, entrelazada con la suya.
….
El collar de nuevo, nunca se acostumbraría a la sensación del aire cortado y el flujo del estigma purgado del torrente sanguíneo. Una mutilación al espíritu, a duras penas tolerarlo y rezar a no perder la cordura. Aguantó meses en ese estado, aguantaría un par de horas a ser escoltada por los guardias al santuario de Syltas, en el jardín trasero de la ciudadela bajo la luz de la luna llena, corona de los negros nubarrones por una semana entera de lluvias de baja y alta intensidad. El paso se sentía todavía húmedo, pegajoso fango y charcos café espumoso; el cantar de las ranas entremezclado por las pisadas de la marcha.
Bajo la luz de un enjambre de luciérnagas revoloteando entre los árboles, las ninfas la recibieron en dos filas a los lados de una vereda. Llevaban los vestidos holgados de mangas anchas, y en sus cabezas un yelmo hecho con el cráneo de un venado con los cuernos limados en runas. Lagrimas de tinta verde caían de los ojos de las elfinas, tomando de la mano a la druidesa, quien llevaba una bata atada por una cinta y la separaron de los guardias.
En las entrañas del santuario, los representantes de cada división mostraron su respeto y testimonio. Dimitri y Griselda para los vampiros. Natch Lican a los cambia pieles. Zagreo a los brujos. Nyx a las semillas negras. Mahou a los demonios indivisibles y Thorken a los humanos.
Grupos de elfos leales y opositores se amontaban en masas, rodeando el sagrado altar de la madre tierra. Abrieron espacio a un pentagrama del Anfinity, el árbol del que caían hojas luminosas: un infinito partido a la mitad por una Y, de la que salían líneas cuales rayos solares.
Velas se colocaron en un circulo al contorno del pentagrama, pintado en donde Risha dio el último paso, y las ninfas se separaron entre canticos tenues rogando por misericordia. Falaris soltó al ultimo el único brazo de Risha.
El auspiciante del ritual era la sacerdotisa superiora vestida en una túnica verde hoja, con un pliegue en el torso similar a un poncho y un yelmo coronado con los cuernos de venado; una sociedad matriarcal; su rostro denotaba arrugas de una mujer en los cincuenta, cuando por ser elfina albergaba una edad por lejos superior. Arrojaba incienso desde su cetro que sonaba como un sonajero al ritmo de los tambores, a manos de músicos apoyados en los árboles.
De atrás de Syltas emergió Zagreo, blindado en la armadura negra y dorada, caminó a la sombra de las reverencias en un porte serio; sujetaba en su mano el látigo, apretándolo de tal forma que el cuerpo chilló.
Detuvo el paso al encarar a Risha, ninguno hizo comentario alguno en el contacto visual en el que transmitieron un aluvión de emociones en colisión. Lo que duró unos segundos eternos, acabó al retirarse la cinta y la bata cayó cuesta abajo, desnudándola. Empujó la prenda con sus pies embarrados de lodo.
No hubo vergüenza alguna al bajar su cabeza, Risha conocía lo que seguía por lo que se hincó y posó la cabeza y brazo sobre la tierra; la espalda estaba desprotegida. Zagreo se colocó atrás de ella, lo que aceleró la respiración de ambos, parando el sonar de los instrumentos y sumergió el santuario en efímero silencio.
Reanudada la sonada de tambores por un golpe contundente, por segundo, un ritmo expectante, y estresante para el brujo, de vista apartada del cuerpo de la acolita, y el aire escapaba de los pulmones.
Zagreo compartía un estrecho vinculo repartido entre los integrantes de la corte. No existía tabú, ni limite, los apreciaba a todos como sus camaradas y amaba profundamente a sus dos parejas. Risha se posicionaba en medio de línea, el dolor de una perdida. Se decía que era necesario, de salvarla debía terminar el ritual y todas esas palabras de aliento no bastaron; su mano no paraba de temblar.
Fijó la vista en sus acólitos, en la búsqueda de la fuerza de voluntad que no tenía, y para su desgracia ninguno soportaba el presenciar el ritual. Cabizbajos y afligidos por el sufrimiento de una amiga, amante, mentora a la vez alumna y una hermana de armas.
De entre ellos Mahou nunca apartó la atención, sombríamente serio de brillante ojo amarillo y rojo. Lucía insensible, Zagreo sabía cómo ella se esforzaba por ser el ejemplo.
—Hazlo… hazlo o yo lo haré. —Leía en los labios de Nyx, de un sadismo pobremente escondido por esa sonrisa ensombrecida por el yelmo.
Fingir delicadeza lo agravaría. Una excusa fácil, iniciaría todo de nuevo; no buscaban castigar a Risha, se llevaban a todos los acólitos de cajón y a él encima de todo.
Tras un profundo respiro de acumulado valor, puso su mente en blanco y sin cerrar los ojos levantó el brazo con todas sus fuerzas; ahí el tiempo se ralentizó, el tronido de la tormenta resonó ante la caída de la primera gota de agua al tiempo del primer chicotazo.
Los largados látigos negros resonaron al contacto con la espalda, temblante por el contacto y un chido contenido por los dientes. En la punta sobresalían minúsculas esferas metálicas, coronadas por curveadas uñas que desgarraron la carne desde la nuca a la cadera por encima del par de hoyuelos.
Ocurrió una pausa de dos segundos para tomar aire, antes de volver golpearla bajo la creciente lluvia. De una pringada pasó a un aguacero, y el instante de frenado desapareció en latigazos descarnados.
En el quinto golpe Risha no pudo contener el llanto, gritó al ser flagelada y sus extremidades tuvieron que ser contenida por los soldados. Carne y fantasmal, ambas manos arañaron el fango, y las uñas ennegrecieron. La frialdad del diluvió encima de su espalda desnuda, elevó el dolor a un punto demencial, sangre se entremezclaba en agua de lluvia, y les escurría a los lados del toroso y por sobre las nalgas. Gotas rojas salpicaron la hierba, donde su cabeza entierrada asomaba un ojo eternamente puesto en Syltas, eternamente inmóvil e impávida bañada por la lluvia, de gotas de derramándose por encima de los ojos y escurrían cuesta abajo por las mejillas del duro árbol; el segundo dios por el que ha sangrado
Algo en su mente se quebró, no escuchó el estallido de furia por parte de Dimitri, contenido por Thorken. Las manos de Natch temblaron, incapaz de seguir mirando. Griselda cubrió su rostro, ninguno aguantaba lo sucedido.
Un acto desesperado por salvar su sique, una visión feliz la abordó. Un anochecer perfecto en el altar de Syltas en Florina, ahí estaban todos los acólitos años antes del asalto a Valemorth, días en los que no existía gritas en sus vínculos y su grupo era aun más grande, unidos a los elfos en un ritual de amor ante los ojos de su diosa.
Ahí Risha coronada en flores fue atrapada por un joven, una de sus parejas y a la que amó con todo su corazón, su nombre era Percival, siempre sonriente se tomaban de las manos uniéndose sobre los capos, bajo el cielo estrellado. La reconfortaba, y una risa cansada, escapó de la elfina terminado el ritual, consumida por un dolor insoportable que la envió al filo de la inconciencia y adormeció todo su cuerpo embarrado en una mezcolanza de fluidos corporales, lodo y lluvia.
Humillada las lagrimas desesperantes caían de sus ojos, tirada boca abajo ante la vista de todos, y el látigo sumergido en lodo al escaparse de las manos del brujo, cuya capa la envolvió; protegiéndola de la lluvia. Toda su espalda acabó como un manojo de carnes crudas, profundos cortes sangrantes penetraron piel y musculo, lejos de los huesos; sin dañar un órgano vital.
—¡¡Llévenla a un médico!! ¡deprisa! —Antes de caer escuchó a su hermana desesperada. Quería decir que todo acabó, por fin seguirían adelante y estarían bien; ninguna palabra salió y su vista acabó borrosa.
Lo ultimo que vio antes de caer noqueada, fueron los rostros de loselfos presentes horrorizados, confirmando una obviedad. Hasta una santa podíasangrar, estaba hecha de carne y entrañas tal como ellos; un hecho que no losalejaba de los humanos tan imperfectos como ellos.
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