EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 6
Una dulce y tenue sinfonía resonaba desde un cubo frecuencia, al canalizar una señal de radio de leves cortes por la interferencia, al estar ubicada en un campamento en medio de un claro, dentro de un bosque no muy lejos de la carretera entre Griffia y la estación ferroviaria, la cual conectaba a diferentes zonas pobladas y a las fábricas.
Sentada en un tronco, con las piernas cruzadas, María bebía te de canela, dando leves sorbos y colocando la tasa sobre un plato pequeño hecho de una proyección de magia endurecida, flotando justo al lado de ella entre muchas otras construcciones a modo de muebles en los que sostenía otros refractarios, libros en los que pudiese aprender nuevos hechizos, y repasar los ya conocidos, la tetera todavía humeante y un plato con algunas fresas.
Eran las frutas favoritas de la mediana, en especial si las sumergía en crema batida, justamente ella daría lo que fuese por haber traído algo de ese postre en la hielera.
Rodeando al campamento se han colocado algunos tótems protectores; figuras rellenas de paja y madera, en las que ha pintado símbolos de protección. Los espíritus malignos serían repelidos al tratar de entrar y si algo físico ajeno a ellos penetrara el perímetro, una alarma caería en la mente de María, alertándola. Se había preparado de una forma obsesivamente bien, nada parecía escapar de su aguda mente.
Frente a la hechicera estaban algunos documentos sostenidos por las materializaciones, suspendidas en el aire a una altura óptima para ella. Gracias a su poder podía realizar varias actividades al mismo tiempo, y al ser hechizos pequeños gastaban muy poca de su energía a diferencia de la invocación, de la cual tuvo que realizar durante el último trabajo que hizo.
Aprovechando el tiempo que le quedaba de su presencia en este plano, Valkiria en su forma humanoide cepillaba el cabello de su ama, acomodándolo en sus tan características trenzas dándole un aspecto adorable como delicado.
Para Valkiria ayudar a María a la hora de arreglarse, era como vestir a una figura de porcelana fina, una descripción que se apegaba a la dama de ojos purpura, ganándose el apodo de “muñequita”.
Las tonadas de la radio se engarfiaron en la mente de la mujer armada, haciéndola tararear armónicamente, cerca las crepitantes flamas de una fogatada.
El fuego calentaba unos conejos recién desollados y abiertos en canal, envueltos por un torrente humeante escalando un crepúsculo agonizante, en menos de una hora todo caería bajo una parcial oscuridad, y la llama sería la única luz en el campamento.
—Lo que daría por tener un par de especias… —Tonatiuh contaba el inventario, sacando unas cuantas latas de verduras. Se ocupaba de cocinar los alimentos y como costumbre, tenía el torso parcialmente al descubierto; llevaba unas vendas envueltas en el pecho, debido a una lesión reciente.
María de vez en cuando lanzaba algunas miradas disimuladas en dirección a su pareja, le costaba trabajo concentrarse en la lectura, al tener el objeto de su adoración medio desnudo muy cerca de ella, en la intemperie.
Quedaba embelesada, al punto en el que repegaba sus piernas, frotándolas entre sí, debido a un cosquilleo en su vientre y su ritmo cardiaco se elevaba. Tuvo su periodo poco tiempo antes, por lo que estaba en esos días en los que su lívido más la dominaba y se sometía a duras penas por puro autocontrol. Valkiria se daba cuenta de eso, soltando unas leves risas, que acababan por prender las mejillas de la chica, quien volvía a pegar la atención a la lectura.
—¿Disfrutando de la vista? —susurró de forma lasciva al oído de su maestra.
María se ruborizó intensamente, abriendo los ojos de par en par y sus cabellos se erizaron. Presa del impulso, tomó una fresa y se la colocó en la boca a su familiar, callándola. En lugar de enojarse, Valkiria se puso a comer la frutilla de buen agrado, al principio se sorprendió y a los pocos segundos se puso a saborearla. Poco tiempo después las trenzas gemelas terminaron de ser atadas.
—¡Te quedaron espectaculares, Val! No esperaba menos de ti —Estalló en una alegría comparable al de una niña en su cumpleaños.
—Su satisfacción es la mía, mi muñequita… —Valkiria era complaciente e hizo una leve reverencia. María estaba tan feliz, que sentía la necesidad de devolver el favor.
—¡Bien me toca a mí peinarte, Val! —María dio una señal de mano para que su compañera se dé la vuelta, cosa que extrañó a la familiar al inclinar la cabeza un poco por encima del hombro.
—No tiene que molestase, muñequita… usted es mi ama, es mi deber apoyarla en todo lo que necesite. Ese tipo de atenciones no se incluyen en los términos de nuestro contrato —replicó—. No soy más que una sirvienta, se lo he dicho varias veces.
—Y yo te he dicho que para mí eres más que eso. —María no iba a cambiar de parecer. Había una mezcla de buena fe y un deseo de mantener la cabeza relajada, estaba bastante tensa—. Me toca arreglar tu cabello, es realmente bonito y me gustaría hacerle una trenza.
La lengua se enredó junto a sus palabras, y pensó para sí misma que no debía sorprenderse. No importaba cuanto diga que hay diferencias entre un familiar y su amo, María no lo aceptaría, y de cierta manera, eso despertaba una sensación de calidez en su pecho.
—Si es una orden de usted. — Aceptando que su ama no cambiaría de parecer, se acomodó para dejarse peinar—. Entonces puede proceder.
—Te lo agradezco… —satisfecha, pasó las cebras del cepillo a través de la espesa melena oscura, acomodándolo en una única cola de caballo trenzado, tardó varios minutos y al final consiguió cumplir su cometido.
—¡Es preciosa! —Los ojos de Valkiria se iluminaban al admirar su peinado, enredando la cola en su cuello tal cual una bufanda—. Muchísimas gracias, muñequita.
—No hay de que, preciosa —asintió.
—¡Chicas! La cena está lista, vengase a comer —Llamó Tonatiuh, preparando los platos para cada uno.
Dicho y hecho, se juntaron alrededor del fuego disfrutando de la carne de conejo, acompañado con algunas verduras. La mediana estaba sumamente contenta al llenar la tripa de la comida de su pareja, todo lo que preparaba le parecía delicioso.
«Pareciese que llegó a mí a través de mi estomago…», ironizó María, sentía que amaba más a Tonatiuh en cada bocado.
—¿Qué tanto estabas leyendo, Mary? —Tonatiuh inició la plática tras engullir un bocado.
—Alice me pidió que investigue un poco sobre la organización de nuestra misión… —María materializó una superficie sobre uno de los documentos, atrayéndolo hacia ellos—. ¿Por qué este contrato? ¿Quién nos formó? ¿Por qué nosotros? Digo, fuera de Sheila… teníamos poca o nula conexión con los lobos en el pasado. «Encomendado o no, lo hubiese investigado de todas formas…», pensó para sí misma la hechicera.
María era una devoradora de información empedernida, debido a una gula insaciable de conocimientos. No podía controlar su curiosidad, si algo le interesaba, investigaba y analizaba sobre el tema, templando su mente. La verdadera naturaleza del contrato de Lazarus parecía un tesoro encriptado, no había manera en el que no pudiese sentirse tentada a buscar una verdad que se ha ocultado, era un desafío.
—¿Qué has descubierto? —El interés en el moreno se elevó, más por querer escucharla que por la investigación. Conocía a su novia, ella era muy suspicaz, y lo que sea que se proponga, lo descubriría tarde o temprano—. Te he visto clavada en eso por horas en nuestros ratos libres.
—No mucho… —Lamentó en un suspiro—. Lo único que nos une aparentemente fue que la mayoría estudiamos en la academia, menos Sheila ya que ella se metió por el proceso de los hijos de la sangre y ni siquiera somos de la misma generación.
—Lo descubrirá eventualmente… —Tonatiuh no dudó en darle ánimos, aun cuando tenía otro pensamiento: «¿Tiene caso conocer la razón por la que nos escogieron? Aun si lo descubriéramos, nada cambiaria. Lo único que debería importar es adaptarse y sobrevivir a este contrato»—. Siempre lo haces… y estaré ahí para lo que necesites.
—¡Gracias! —El rostro se le iluminó por esas ovaciones, aun cuando era algo muy pequeño, para ella significó mucho.
No quedaron sobras al final de la cena, y el velo de la noche cubría el cielo. Valkiria tomó una espada enfundada, colgándola en su cintura, acompañada por una pistola silenciada.
—Iré a hacer guardia fuera del rango de los totems… —Valkiria se acercó a María, quien guardaba su juego de té en su estuche. De forma discreta vio por encima del hombro como Tonatiuh se marchó al baño. Al estar las dos asolas se posó al lado de su ama hasta quedar a su altura, cosa que extrañó a la mediana. Sacó de su bolso una botella con un líquido rosado etiquetado con la marca de un corazón atravesado por una flecha—. Por favor asegúrense de estar bien protegida, muñequita. Usted no está lista económicamente para traer elfos oscuros a este mundo todavía.
Lo de la guardia era toda una excusa, Valkiria no deseaba volver al otro plano sin reducir en totalidad el contador de tiempo, por lo que decidió irse a cumplir su labor fuera del campamento.
—Lo tenía ya en cuenta, Val —informó algo incomoda—. No te preocupes y por favor no hablemos de mi situación financiera.
—Si presenta dificultades o necesita algo, no dude en llamarme… diviértase y con responsabilidad, por favor. —Tras guiñar el ojo y hacer una reverencia se retiró a paso tranquilo.
—Ten cuidado, Val.
Pocos segundos de quedar en soledad, María se quedó pensando si eso fue una despedida de cortesía o un mensaje con doble intención. Miró la botella uno segundos, al darse cuenta de que nadie la miraba, se la bebió de un trago. Se relamió los labios degustando el dulce sabor a ballas amargas de ese elixir anticonceptivo. Parte de ella albergó perversidad mezclada por ansias, ya estaba decidida a cometer su pecado favorito. Mientras tanto, se concentró de nuevo en la lectura.
—¡Y ya está! Hasta escribí mi nombre —regresó el moreno con voz cantarina aun abrochándose los pantalones. Se fijó a los lados y concluyó—: ¿Se fue Valkiria?
—Muy gracioso, grandote… —pronunció en una fingida risa, aun mirando los documentos—. Fue a vigilar, creo que no la veremos hasta que la vuelva a invocar otra vez.
—Deberías tomar un descanso, cariño… —Se sentó a su lado pasando su brazo sobre el hombro de la chica, cuyo corazón comenzó a golpear en su pecho.
—Creo… que puedo tener una corazonada… yo… — De forma blanda y dura a la vez, dio un fuerte suspiro cortando sus palabras—. Tengo mucho trabajo. Quisiera buscar sobre los mentores… debo organizarme para la finalización de los proyectos… ne-necesito conseguir los materiales…. Y ah…
María lo miró por el rabillo del ojo, su corazón dio un vuelco al mirarlo a la cara. Le parecía tan apuesto con esa barba bien arreglada y esas facciones masculinas la volvían loca.
—Calma… estás muy estresada, cariño… —Tonatiuh sonrió malicioso, mostrando todos los dientes, y se puso a realizar un masaje a la chica—. Te digo que te relajes, no deberías hacer todo esto tú sola… estoy aquí para ti.
Esas últimas palabras fueron musitadas en un aliento cálido, pegado al oído de la muchacha, electrizando sus sentidos.
El tacto de las pesadas manos callosas sobre sus hombros desnudos, la hizo estremecer por una serie de escalofríos que recorrieron todo su cuerpo, la piel se erizó y las piernas temblaron perdiendo su fuerza, al igual que sus hechizos. La construcción mágica que sostenía los documentos se apagó, regándolos en la hierba.
La atención de María cambió al torso de musculatura prominente, su abdomen era duro como escudo y bien marcado, lo pudo rosar con los dedos y fue suficiente como para que una chispa hormigueante se encendiera en su entrepierna.
Se arrimó a la espalda de ella abrazándola y arremetió un camino de besos en el cuello pálido de la chica, quien soltó un chillido cuando un leve mordisco machucó su piel. De forma perversa pensó que iba amanecer llena de marcas, y eso no le importaba en lo más mínimo presa del fuego de su mente, quemando su uso de razón.
La temperatura corporal de ambos se mezcló causando que poco a poco sus ropajes comenzaran a estorbar. Ella sucumbió, en una respiración agitada la joven elevó su brazo abrazando por el cuello a su amante, dejándose llevar por las caricias de las manos morenas al deslizarse en el torno aun cubierto por la indumentaria oscura hasta culminar en los firmes montes preciosos, que la hacían mujer.
María no pudo aguantar más, tomó del cabello a su amante de forma brusca y le plantó un beso húmedo, alentándolo a seguir su acto. Las grandes manos abarcaban por completo los pechos, acariciándolos al filo entre la prenda y la piel separada por el escote. Las lenguas se entrelazaban en la unión, pedían más.
Presa por los espasmos, las piernas de la chica temblaban apretándose mutuamente, deseaba desesperadamente poseerlo ahí mismo. Como si leyeran su mente, la zurda de Tonatiuh descendió a la entrepierna adentrándose bajo la falda, acariciándola sobre la prenda del pantalón ya humedecido.
Envalentonada se apartó de su amante, desconcertándolo y cuando estaba por preguntar si hizo algo malo, toda duda se esfumó cuando ella se trepó encima de él, sentándose en su regazo y entrelazando las piernas atrás de la cadera, capturándolo.
María no era virgen, tampoco fue su primera vez con Tonatiuh. Antes de que tuviesen su relación, ella tuvo sus aventuras en la escuela de magia, volviéndose una experta en la materia.
Curiosamente, el día que lo hizo por primera vez con su actual pareja, él le confesó que era su primera vez. Ella tuvo una lluvia de sentimientos encontrados, convertidos en una sonrisa enternecedora, por lo que se vio en la tarea de enseñarle todo lo que sabía y ha aprendido eficientemente.
—Wow…. me gusta ese lado tuyo…—Alabó el hombre en voz ronca—, el sabor de tu boca me dio una buena…
Las palabras fueron desgarradas por un gruñido al sentir como la chica movía su cintura, frotando su entrepierna sobre la de él, que ya se marcaba por un duro bulto.
A ella le gustaba como su amante se volvía sumiso y jadeaba para ella, subía su ego. Con el corazón palpitante como una locomotora, acarició el pecho del moreno enredando el bello blancuzco entre sus dedos.
Sin ningún tipo de pudor, la joven repartió una lluvia de besos que de a poco se transformaron de lamidas en las zonas sin vendas del abdomen, dejando pequeñas mordidas devolviendo el favor. Tonatiuh acariciaba los cabellos de su chica, mirándola con los ojos entrecerrados respirando pausadamente.
—Sabes que me prende estar al aire libre… y tú sola presencia me seduce. Espero que no sea un impedimento… —susurró en faz lasciva, fijándose en los vendajes del torso. Se acercó elevándose hasta llegar al oído y susurró—: no te preocupes… seré amable.
—Me gusta el reto… —guiñó el ojo en esa actitud confiada y sonriente—, estoy en tus manos, mi amor.
Las mejillas de María ardían, no podía evitar sonreír ampliamente. Era de esos momentos que anhelaban que durasen para siempre. En un mundo de guerra y muerte, ser parias por sus profesiones como el linaje que corría en las venas, el estar juntos era un consuelo, entregándose entre el uno al otro al anidar bajo la protección de las sombras de la penumbra.
Por esta vez, en este breve instante solo existían ellos dos, y ambos susurrarían a las expectantes parcas, fantasmas asechando los campos de la muerte, les dirían que hoy no. Bajo la luz del astro madre en bóveda celeste, los dos amantes se abrazaron y se unieron en un tierno beso cargado de un genuino sentimiento.
Se fueron desvistiendo, arrojando las ropas como si no valieran nada y fueron devoradas por las sombras, quedando ambos como llegaron al mundo. Las palabras dichas se esfumaron entre clamores y aspiraciones apresuradas, todo sentimiento expresado por la voz dejó de tener importancia o significado.
La razón fue remplazada por la carne. No había nada en ese bosque más que ellos dos en ese instante. No importaba ninguna otra cosa, se entregaron en la búsqueda de algo valioso, un alivio a una existencia de muerte y sangre.
No alcanzaron a llegar a la tienda, María quería que las estrellas estuviesen de testigos, deseaba sentir el fresco aire de la noche, y el cantar de la naturaleza en compas de gemidos en apretados labios y jadeos desenfrenados.
La mente apenas fue lo suficiente lucida como para que tomasen unas sabanas del equipaje. El fuego de la fogata los alumbro, calentándolos al entregarse mutuamente en férreos arañazos y fuertes embestidas.
Se aferraron el uno al otro, en cada unión buscaron transmitir ese genuino cariño, temiendo cometer la blasfemia de lastimarse mutuamente, ya sea física o emocional. Anhelaron algo distinto, temiendo el descuidar lo que habían formado. Temieron cometer el pecado de ultimar efímeramente aquella unión, en la que desataban desenfrenadas pasiones.
Lo anhelado fue encontrado por ambos, liberando una explosión bajo las pieles, cegándolos, robando la fuerza de sus músculos en un último gemido, destrozando toda represión de labios y la mente se tiñó de un blanco vibrante, con un agudo zumbido. El tiempo se desquebrajó bajo sus pies, dejándose caer el uno al lado del otro, golpeados por aquella fuerza indescriptible.
El tiempo se detuvo, todo el escenario se esfumó, y lo único que albergaba sentido era la presencia de los dos amantes, aun tomados de las manos y en el primer desliz de razón se acercaron en búsqueda de la protección del uno con el otro.
Quedaron inmóviles entre las sabanas y las hojas del bosque. El suelo temblaba todavía, el calor de la hoguera los abrazaba como una segunda manta, consumidos por la felicidad de tenerse esa noche. No necesitaban reafirmar nada a través de la voz, todo lo que han hecho expresaba ese sentimiento compartido.
La luna aun gobernaba los cielos, el mundo recobró la vida, con el cantar de las cigarras y el soplar del viento. El sueño se les era negado. Sus cuerpos estaban sudorosos enmugrecidos por tierra, y pedazos de hojas, entumecidos por dolores punzantes en músculos adormecidos; a pesar de todo eso, no era suficiente como para arrojarlos al plano onírico.
—Eres un salvaje… —María se carcajeó estúpidamente acostada boca arriba, plantando cara al firmamento—. No siento nada de la cintura para abajo… creo que tendrás que cargarme todo el día de mañana.
Todavía sin retomar el aliento, apenas se limpió las lágrimas de las mejillas y los ojos enrojecidos le ardían casi tanto como el resto de su cuerpo
—Eso que no me viste buscar la tripa de venado… —Las carcajadas fueron contagiadas, se sentía como un volcado tren de carga; pesado e incapaz de levantarse—. Fue bueno que te cuidaras con una…
—¡No arruines el momento, tonto! —Tomó un puñado de hojas arrojándoselas a la cara, algunas tuvieron la suerte de entrar por la boca entreabierta, y fueron expulsadas por un ataque de tosidos.
María se liberó del abrazo movida por un berrinche, y se acurrucó ella sola robando las sábanas dándole la espalda. Al querer disculparse, Tonatiuh se apoyó en sus codos y al querer decir algo se quedó embelesado por la oscura imagen marcada en la espalda de piel blanca de la chica, tapada parcialmente bajo los cabellos desarreglados.
Era un hibrido de dragón y fénix. Dos cabezas apuntando mirando en distintas direcciones, una arriba y otra abajo. Eran dos hermanos siameses reñidos entre sí, maldecidos en compartir un par de alas fragmentadas, abiertas de par en par y en su ser dictaban leyendas escritas en un lenguaje rúnico.
Ese tatuaje era reconocible, Tonatiuh nunca podía olvidar la “marca de la hechicera” la licencia de mago, un sueño que María estuvo anhelando desde que la conoció en la academia y para su propio pesar, no estuvo el día en el que ella lo obtuvo. Se odiará por siempre por ese sacrilegio, aun cuando fue perdonado.
Empujado por un impulso, quitó de golpe las sábanas en su totalidad de una sobresaltada mujer. Quería verla en su totalidad, alumbrada bajo las ascuas de la flama. María era una doncella de una belleza nivelada entre una apariencia inocente y la sensualidad. Su cuerpo era una figura curvilínea, de piernas y caderas anchas. La piel era suave y brillante bajo la luz de la luna.
En la tez blanquecina profanada por la tierra, yacían tres tatuajes: la marca de la hechicera en la espalda, las dos espadas como símbolo del pacto con Valkiria en el brazo derecho y una tercera imagen ubicada donde debería estar el pubis de su sexo. La imagen era una especie de esfera roja parcialmente cubierta por capullo de alas doradas.
La atención sobre los sellos de familiar fue hurtada ante la llamada de unas cicatrices en el brazo opuesto al del tatuaje de Valkiria. Eran unas pequeñas laceraciones ya curadas desde hace tiempo atrás, gracias a la magia y las técnicas curativas de María, dejando apenas un leve recordatorio de lo sucedido en la batalla por el Tridente, mostrándole lo vulnerable que podía ser si llegaba a cometer un error, un sentimiento compartido por el peliblanco.
Tonatiuh no cuestionaba las ordenes de Alice, consideraba que ella tomó las decisiones correctas al dirigirlos, buscando la supervivencia para todos. No importaba que fuesen guardianes, seguían siendo humanos y como todos cometían errores; la misión no fue impecable.
El descubrir a María herida, despertó un instinto protector en el moreno, llevándolo a solicitar a la lideresa si la próxima vez podría dejarlo acompañarla. Estaba anteponiendo sus sentimientos ante el cumplimiento de las operaciones, una falencia de potencial fatal. Sorprendentemente Alice respondió afirmativamente siempre que se les permita.
Esa respuesta hizo que Tonatiuh simpatizara todavía más con los miembros del clan de los lobos, considerándolos sus hermanos de armas más que simples colegas de trabajo. Un chillido encolerizado lo regresó a la realidad, viéndose desafiado por su pareja.
Cuando María quiso reclamar fue tomada de la muñeca y su frente se topó con la de Tonatiuh. Al principio se vio obligada a forcejear sin mucha insistencia, incapaz de compararse en fuerza física, más no la lastimaba; el agarre no se mostraba opresivo o brusco, la observa de forma suplicante a la espera de que ella se calmase.
—Perdona… —dijo al cabo.
María lo veía como si fuese un cachorro regañado, borrando cualquier muestra de hostilidad se volvió a recostar llevándolo consigo.
—Creo que debo ser yo la que debe pedirte disculpas —María apoyaba la oreja en el suelo, no apartando su atención del rostro de Tonatiuh—. Vi… mi graduación… al menos algo parecido a la misma.
Tonatiuh era consciente de las capacidades telepáticas de la guardiana. En ciertas circunstancias bajo emociones fuertes, ese don se tornaba instintivo y reaccionaba bajo reflejos.
—No viste nada que no fuese mentira… —Se forzó intensamente a crear escenarios agradables y a la vez enrevesados. Hay sitios de su mente que no quisiera irrumpir.
—Te imaginabas acompañándome en la graduación… —Los restos de la visión se rompieron cual vidrio en el acto sexual, esparcidos en el espacio. Era como cazar a las sombras de su mente, los recogía todos desesperadamente uniendo las piezas, buscando sentido—. Me veía nerviosa en mi túnica blanca, antes de subir al escenario… apretaste mi mano diciendo que todo saldría bien. Eso me daba fuerzas y subí las escaleras del podio. Vi a Priscila junto a Valkira y muchos otros miembros del clan en el escenario, inclusive algunos que no conocimos hasta tiempo después del evento… estaban hasta los guardianes del clan de lobos. Me aplaudieron cuando recibí mis documentos y salté para abrazarte.
—“Soy una hechicera legitima” “soy una hechicera legitima” —Tonatiuh agregó el dialogo, fingiendo la voz de su pareja, sacándole una risa.
—Si… —Pestañeó entre risas—, después de la ceremonia vino la fiesta, era de las pocas veces que pude verte de traje… me parecía raro, quizás espectacular y a la vez hermoso. Estaba vestida como una princesa, bailamos juntos toda la noche.
—Creo que soñé demasiado. —«Y no estuve ahí…», se maldijo amargamente.
—Fue un sueño hermoso… —María hizo círculos con su dedo en el pecho de Tonatiuh—, podrás cumplirlo cuando haga la maestría en la universidad de Idonia, una vez que acabe este contrato.
—Ni por todas las coronas del mundo me lo perdería. —afirmó sincero—, todo por verte feliz.
—¿Sabes qué otra cosa me haría dichosa? —desafió—, que te inscribieras en la escuela mágica y ascendieras a hechicero. Puedo darte una carta recomendación, y convencer a Priscila para nos apoye.
—María… —«Aquí vamos de nuevo…», bufó cansado, la mención de Priscila tensó a Tonatiuh como un arco, y la saeta era una repentina sensación de pena.
No era la primera vez que realizaba esa propuesta. En los últimos meses del año vigente, María ha insistido a su pareja sobre la posibilidad de llevarlo a la escuela.
—Vamos, Tonatiuh —No se rendía por nada, quería lo que creía mejor para su pareja, por lo que seguiría tratando—. Es por tu propio bien… a la larga me lo vas a agradecer. Eres muy inteligente… es cosa de que te apliques, te ayudaría con las clases.
—Me sentiría raro, los estudios… fuera de la practica no se me daban muy bien y soy muy tosco… creo que no podré encajar en ese lugar tan refinado. Sabes de donde vengo y como me verían por esos lares. Una cosa es imaginarme “civilizado” en un baile, y otra cosa que haga realidad esa parte al pie de la letra. —Optó por la franqueza, careciendo de toda delicadeza al resaltar la palabra “civilizado” de una forma como si fuese algo inalcanzable para él—. Además… nunca pude llevarme bien con Priscila. Mucho menos desde que te corrió de tu casa por mi culpa.
Ese dialogo estaba casi preprogramado en la cabeza de Tonatiuh, una negativa dictada en distintas palabras regadas en ocasiones pasadas. No llegaban a nada en sus debates, terminaban postergándolo al acabar en la frase de “lo pensaré” por parte del moreno, como medida de escape rápido al menos de momento.
No era inseguridad lo que anidaba en los pensamientos del guerrero, se consideraba alguien de temple indomable, siempre positivo y rara vez dudaba. Conocía los lugares en los que era bienvenido, y sentía comodidad. Un ambiente de escuela de alta clase no parecía un lugar apropiado para un cazador de tierras salvajes como Tonatiuh, según su propia visión.
—Se que llegaste a la academia en circunstancias extrañas. —María realizaba todas sus tácticas de convencimiento—. Eso no evita que pudieses adaptarte a vivir en sociedad, este sería otro gran paso para ti. No eres el mismo de ese entonces, mejoraste muchísimo. De Priscila me encargo yo… ya la conoces, es una buena persona, es solo que tiene unas ideas muy… cerradas.
—Me llamaba mono… —Tonatiuh le desagradaba siquiera recordarlo—. Ese era el insulto menos feo que tenía… todavía puedo escuchar el escándalo que hizo ese día.
No se imaginaba el tener que aguantar muchos otros magos como Priscila, burlándose de él. Era alguien calmado, desde su salida en la academia era difícil verlo enfadar. Un control emocional no era a paciencia infinita, y la furia de un hombre tranquilo era algo que se debía temer.
—Tonatiuh… —Le bastó mencionar ese nombre firmemente para dejar callado el susodicho—. Siempre consigo lo que quiero, eso incluye convencer a Priscila. Mejor imagina como sería la vida si estudiáramos juntos en la universidad.
El rostro blanquecino de la chica se iluminó, cual amanecer. Para Tonatiuh era sumamente difícil negarse a lo que ella quisiera, ni cuando eran amigos en la academia y mucho menos en el transcurso de su relación.
—Cuéntame…
—Aprenderás a desarrollar tu magia de combustión, volviéndola quizás aún más versátil. Podremos escaparnos de los dormitorios para vernos… sería lindo reclamar como nuestro lugar de encuentro los jardines… o mejor… en la oficina o laboratorio que pueda conseguir. —Los papeles cambiaron, María era la soñadora transmutando la cubierta de sus salvajes fantasías en palabras de convencimiento—. Priscila me ha contado de algunos lugares a los que se escapaba en sus días de estudiante y las fiestas son una locura inolvidable.
—No suena tan mal. —Le seguía el juego, adoraba verla sonreír al narrar alguna historia, ella era el rayo de sol en su vida.
—Eso que no llegamos a los resultados… —María se notaba más entusiasmada de lo que Tonatiuh parecía estarlo—. Podrás tomar un trabajo en cualquiera área que quieres: concejero y escoltas políticos, abrir tu propio negocio de encargos de pociones, exorcismos o quizás maestro en alguna escuela de magia, como a mí me gustaría dar clases en la universidad. Hay muchas profesiones en las que podrías calificar.
—¿Qué hay de nuestra labor como guardianes? —En el fondo conocía la respuesta, aun así, quería saberla de los labios de su compañera. «Viviría por la caza y moriría en la misma… era lo único que conocía antes y pensar en una vida lejos de eso… me resulta extraño».
—Sería después de pasar la línea de retiro… —María continuó explicando a lujo de detalle. Era consciente de que Tonatiuh no destaca por ser alguien muy brillante. Tal característica has sido puesta en duda, ya que él ha creado una variante de la magia de fuego—. Diez años de servicio podemos liberarnos de la ejecución por deserción… a los treinta ganamos una pensión. Al tener la licencia de hechicero no estarás limitado en la magia que puedas aprender y usar, no serías más clasificado como un esper.
—Así como lo dices… me gustaría aprender el conjuro de levitación. Sería lindo volar a tu lado… —Tonatiuh se limitó todo este tiempo a su magia de combustión, y no la registró por el miedo de que la considerarán solo apropiada para los hechiceros licenciados.
—Y por sobre todo… alargar tu vida… —La ilusión y fantasía se tornó en un ruego disimulado, cercano a quebrase debido a una voz trémula.
—¿Qué dijiste? —Ese factor nunca antes fue mencionado, sorprendiéndolo y lo hizo salir de la inmersión de la conversación, sentándose en las sábanas a la expectativa.
María desvió la mirada e igualmente se sentó abrazando sus piernas, dudosa de lo que estaba por decir y al final decidió continuar tras un silencio que se hizo eterno.
—Tonatiuh… sabes que te amo ¿tú me amas? —La pregunta tomó desprevenido a Tonatiuh.
—Más que cualquier cosa en este mundo. —Contestó sin dudar.
—Lo estuve pensando por un largo tiempo… —Lo tomó de las manos—, n-no quería que me catalogaras como una intensa por pensar así… es solo que… al tener la licencia, podrías tener acceso a las mutaciones de longevidad de los hechiceros de forma legal. No tendrías que conformarte con vivir el doble de un humano por tu herencia de bestia, podrías seguir existiendo por muchos siglos y permanecer a mi lado.
—No en todos funciona… —Estaba dudando, era algo que nunca le pasaba—. Debes tener un entrenamiento especial para eso, acondicionar tu cuerpo en muchos procesos de mutación.
Los longevos estaban condenados a una vida solitaria, ver el pasar de las generaciones al envejecer muy lentamente. Serían testigos de la muerte de familiares y amigos por igual. Debido a esto, aquellos con poder mantenían la distancia delante de las personas normales, juntándose entre ellos únicamente.
Era una decisión difícil, no era solo estar seguro que su relación era lo suficiente sólida, abarcaba renunciar a todo lo demás.
Como todo caminante la sangre de bestia corría por las venas de Tonatiuh, dotándolo de habilidades físicas y mágicas sobre humanas, entre ellas una esperanza de vida el doble de larga de una persona a lo mucho, algo que no se comparaba con la de otros seres como los elfos y hechiceros.
Tonatiuh no nació con la capacidad de transformarse como muchos otros caminantes, lo que no lo volvía incapaz de poder batirse en batalla contra la rama cambiante. Gracias a su entrenamiento y magia, lo volvían un guerrero imbatible.
—El margen de efectividad se eleva en los usuarios poderosos de magia.… —María se veía ilusionada como decidida. Su voz no se quebraba—. Por mi fuera aplicaría con mi propia mano esos procedimientos en ti, lamentablemente no cuento con esos conocimientos y eso nos convertiría en brujos. A mí por cometer un sacrilegio y a ti por tener una magia permitida únicamente a los egresados.
María inclinó la cabeza por encima del hombro, encontrándose a la marca en su espalda, reflejándose un miedo a perderla después de todo lo que luchó por conseguirla.
—María yo no… —Sus ojos se tornaron anegados, obligándose a limpiarse las lagrimas con el pulgar—. ¿No hay otra manera?
—Si supiera de otra no te insistiría tanto —afirmó.
—Entonces… ¡Entonces lo haré!
—¡¿Lo dices enserio?! —Estalló incrédula, albergando una gran esperanza.
—Iré a donde vayas… —La abrazó tomándola de la cintura. La vio directo a los ojos, aspirando el aroma de su cabello enmarañado, olía a fresas. Besó su frente y culminó—: siempre que te tenga, no necesitaré nada más.
María se aferró a él, hundiendo el rostro en el pecho. Se recostaron y poco a poco quedaron dormidos. Descansaron lo que quedó de la noche, a la mañana siguiente fueron a bañarse a un lago cercano, en donde de nuevo hicieron el amor hasta alcanzar el medio día. Disfrutaban de su mutua compañía, podían tomarse un poco más de tiempo.
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