EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 8
En la parte trasera de la residencia existía un espacio abierto con suelo arenoso en una amplia área rectangular de cuatro paredes limítrofes. Este lugar era usado por Rafael para practicar su magia. Aquel día, poco antes de la partida a las tierras del fénix, bajo el amigable sol del verano y cercano al otoño, Sheila se puso en posición y esperaba que su maestra hiciese lo mismo.
—No vamos a practicar aquí… iremos al campo, donde no haya nadie —dijo la felina mientras se ajustaba los guanteletes y las botas. Los artilugios estaban almacenados en joyas, usando su magia los materializó.
Las piezas de armadura eran de color amarillo opaco con leves tonalidades bronce, en las que yacían rayaduras despintadas de desgaste, rastros de batallas pasadas. Los dedos estaban expuestos, dejando libre sus largas uñas negras y los nudillos eran protegidos por unas placas circulares. Las botas simulaban ser las zarpas retractiles de una bestia felina adornadas por pernos en las pantorrillas, y unas rodilleras en forma de romboides. El traje es una fibra negra de una pieza pegado, marcando los tonificados músculos, ajustado por un cinturón táctico del que se derramaba un faldón y dos placas en los muslos. Llevaba una gargantilla protegiendo el cuello, y al no tener mangas, los brazos estaban parcialmente expuestos, al tener unos guantes del mismo material del traje bajo los guanteletes.
—¿Qué? ¿Por qué? Este lugar es perfecto. —Sheila estaba extrañada. Siempre han entrenado aquí o en los terrenos de la familia Nemea Regulus.
—Hazme caso, se lo que te digo. —Sarah no parecía accesible—, espero que no te moleste, le di una lectura a ese libro antes de venir aquí y hay algo que debo probar. No correré riesgos.
—¿A qué te refieres? —La mención del Draconarius fue suficiente para que el corazón de la dragona se sobresaltara y despertara una fuerte curiosidad, a la expectativa de la clase de entrenamiento que van a tener.
—¡Shhh! —Puso el dedo sobre sus labios, en una expresión de complicidad—. Lo verás en la práctica. No quiero que perdamos el tiempo.
—Comprendo… —Aceptó al estar más ansiosa por ver un simulacro practico que escuchar teoría.
Una expresión macarra se dibujó de repente en el rostro de Sarah, lo que le erizó la piel.
—¡Primera prueba! —Sarah se puso en cuatro patas—. ¡Calentamiento!
La felina se impulsó hacia adelante, dejando atrás una estela de humo junto a ráfagas de viento al echarse a correr y dejar atrás a la dragona.
—¡¡Hey!! ¡Eso es trampa! ¡maldita presumida! —Tomándolo como un desafío, fue tras de su maestra.
Sheila no iba a aceptar la derrota, era demasiado obstinada y competitiva como para no intentar seguirle el paso a Sarah, a sabiendas de que la felina se especializa en la velocidad. La persecución llevó a la pelirroja a encontrar a Regulus esperándola recostada de forma despreocupada bajo la sombra de un árbol, uno de los pocos de una amplia llanura que se encontraba a varios kilómetros lejos del Lienzo; no había gente cerca en esos lares.
—¿Te gustó la calentadita? —Se mofó a punto de sacar una carcajada—. Tranquila, en algún momento podrías llegar a igualarme por unos segundos… algún día.
—¡Todo es más fácil si tienes una magia que duplica tu velocidad! —farfulló en un puchero, tras recuperar el aliento.
—¡Ja! Buen intento, cornuda… fue pura fuerza física. —La acusación se resbalaba en la piel de felina risueña, le provocaba hasta gracia y se puso de pie con las manos puestas atrás de la cabeza—. Dejemos las tonterías y concentrémonos a lo que veníamos… claro si te sientes preparada para la posibilidad de morder el polvo otra vez.
—¡Me tomaste desprevenida la primera vez! —La pelirroja convirtió su frustración en un combustible de adrenalina, por lo tanto, empezó a girar su brazo derecho mientras su mano izquierda se apoyaba en ese hombro en señal de poder y dio un paso al frente—. ¡No tendrás la misma suerte esta vez! Tarde o temprano voy a supérate, incluso ese día puede ser hoy.
Sheila apretaba los puños con confianza, preparada para cualquier asalto que pueda venir por parte de su maestra.
—Demuéstrame si estás lista para la guerra, cachorra. —Sarah se tornó seria, algo no muy común en ella—. Quiero que liberes tu poder de transformación, manteniéndote lo más que puedas entre la forma humana y el dragón, luego, intenta golpearme.
—¿Estás segura de eso? sabes que no tengo escrúpulos; podría perderme en el poder y quemar todo este lugar —expuso soberbia, sintiéndose tan poderosa de lo que puede hacer con su mera presencia.
—Claro, lo que digas. —Indiferente, reafirmó su petición—. Como es una práctica, vas a controlarte sin quemar nada… considéralo un desafío.
—¡Bien, que así sea! —farfulló la dragona emocionada, expulsando un aura escarlata—. ¡¡Espero que estés preparada!!
Gritó en voz distorsionada, mezclándose entre el sonar de una muchacha y el rugir de una bestia titánica. Era rodeada por un aura escarlata traslucida, similar a una flama creciente.
Sheila irradiaba ondas de calor abrumador, expandiéndose por toda la llanura. La hierba bajo los pies de la dragona y la que la rodeaba en un radio de cinco metros, se empezaba a ennegrecer prendiéndose en fuego por el aura emanante. Las ascuas se elevaban junto a la temperatura producido por ese resplandor rojizo.
El caliente aire se agitó, alzando los cabellos de la melena de Sarah, cuyo cuerpo era empujado lentamente hacia atrás. Se cubría la cara con ambos brazos en una mueca agobiante.
La veterana se vio obligada a aguantar una gigantesca presión surgida del resplandor escarlata, era como una estrella venida desde el firmamento.
Sheila cerró los puños firmemente, jalando el torso levemente hacia atrás, bamboleando su corazón en pulsaciones rugientes. Las runas de transformación de la ropa titilaban, cercana al límite de entrar en modo cambiante.
La pelirroja sintió como en su sangre corrían las mismas llamas del infierno. Sus ojos estaban inundados por un profundo dorado, sus dientes cambiaban por prominentes colmillos a la par de un revestimiento de escamas sobre su piel levemente rojiza.
Los cabellos escarlatas de la dragona fueron levantadas sobre su cabeza. Las venas de su rostro y los músculos se hicieron visibles ante semejante esfuerzo. En un breve instante, a espaldas de Sheila, fue difuminada la silueta distorsionada de un dragón con las fauces abiertas, rugiendo feroz.
—La ira… de todos los sentimientos es la más efectiva para desatar el poder de un dragón —murmuró para sí misma la veterana—. Y a la vez la más inestable.
Entonces, de un respingo, la dragona se abalanzó en línea recta, arrojando un puñetazo cargado de brutalidad pura. Sarah esquivó el golpe apartándose a un lado, una marcha de golpes desatados fue arrojados por Sheila, esquivados y bloqueados por el oponente, al usar una super velocidad al retroceder.
Sheila sentía que trataba de golpear un fantasma o contra el mismo aire. Hasta que de repente, Sarah cambió de estrategia, avanzó y frenó la marcha al aprisionar el puño escarlata con su garra. El choque ocasionó oleadas de viento caliente que movieron las plantas y los árboles cercanos.
Las dos guerreras intercambiaron miradas fieras, en las que ninguna parecía ceder ante la fuerza de la otra. Cuando Sheila se preparaba para lanzar un segundo golpe, repentinamente los guanteletes de la felina emanaron un fuerte resplandor anaranjado y la mano opresora incrementó su tamaño, deformándose en una ancha garra bestial.
Las runas de transformación titilaron en las ropas de la veterana, preparadas para el cambio que nunca fue concretado. En la melena rubia y la piel morena expuesta de la felina se plasmaron manchas oscuras, como si fuese el pelaje de un leopardo.
Sobre la mujer bestia se difuminó la silueta de una bestia felina de colosal tamaño; no podía diferenciarse si era una tigresa, una leona o un puma. Desprendía una imponencia abrumadora materializado por una sed de sangre que dejó pasmada a la joven escarlata, era como si sus propias carnes se congelasen por un frio que superaba el calor de su fuego.
—Sheila. Percibo tu fuerte determinación —habló Sarah, severa en admiración por el coraje de su aprendiz—. En ese caso, deberé corresponderte.
Al culminar esas palabras, Sarah pegó un rodillazo al abdomen de Sheila, sacándole el aire y sus ojos se desorbitaron, aniquilando por completo la dureza de su puño a la par de la firmeza en su punto de gravedad, sin embargo, la veterana no la soltó aún con eso.
Sarah ejecutó un puñetazo que fue bloqueado por el antebrazo de Sheila, quien apenas atinó a reaccionar. Desafortunadamente no alcanzó a anticipar una patada recta contra el abdomen, arrancándola de la tierra y empujándola lejos.
Sheila logró espabilar clavando los dedos en la arena, rasgándola y por fin frenando el retroceso. Entre tosidos, se abrazó el abdomen con la diestra al estar arrodillada y jadeando sin aire. En su rostro se imprimió una mueca de dolor.
Las ahora garras de la escarlata rasgaron la tierra, furibunda por haberse dejado caer ante un combo de golpes tan sencillos y dejarse intimidar por la presencia de su maestra.
—¡La sesión de práctica acabó! —declaró Sarah con fuerte ímpetu, como si su voz fuese una orden; sus cabellos y su mano volvieron a la normalidad—. Es tiempo de analizar lo que vivimos hoy.
—Aún puedo pelear… —Insistió Sheila con voz trémula, recuperando aire estando de rodillas con la mirada gacha.
Las runas de su traje titilaban con mayor intensidad en los ropajes de la pelirroja. Estelas de blanco vapor emanaban de las escamas que ya revestían la piel rosa.
Un escalofrío recorrió la espina de la rubia, erizando cada bello de cuerpo. Su instinto de supervivencia la alarmaba, empujándola a retroceder y ponerse en posición de guardia, esta vez en completa seriedad de un peligro que se materializaba justo delante de ella.
En la cabeza de Sheila retumbaba el pensamiento de estar preparada para la guerra de Lazarus, de no superar esta prueba se vería como alguien incapaz de cumplir un buen papel. Ella no podía aceptar esa realidad, simplemente una derrota a su orgullo estaba lejos su mente.
—¡Hablo en serio, por favor! ¡Hay cosas que necesitas escuchar! —dijo Sarah con voz severa—. ¡Si quieres tener tus alas algún día, será mejor que dejes de ser tan terca! ¡Si acabas transformándote no te volveré a enseñar nada!
Algo de lo que dijo Sarah la hizo entrar en razón, respiró profundamente recobrando poco a poco el control de su cuerpo y sintió como la temperatura descendía, al igual que la bestia en su interior volvía a su oscura morada. La razón se mantuvo intacta por ahora.
—Está bien… —suspiró Sheila rendida llamando a su interés—. ¿Qué pudiste encontrar?
—Hagamos la retroalimentación. Como ya lo sabes, las bestias nos transformamos en nuestro animal interior basándose en una explosión de energía liberada por nuestro cuerpo. Por lo que llegué a leer, los dragones no son muy distintos a nosotros, solo que tienen un agregado. —Sarah levantó dos dedos a la altura de su cara—. Son el reflejo del estado mental y emocional… la experiencia en estado puro. Esa es la clave para que puedas llegar a un estado estable. Debes encontrar otro medio para transformarte aparte de la furia.
Sheila escuchó las palabras de Sarah, visualizando en su propia mente las características de su forma dragón. Para transformarse usaba la rabia como intensificador, llegando a su mente visiones del pasado, una época en la que fue vulnerable, tales recuerdos eran suficiente como para retorcerle las tripas.
—Solo puedo acceder a mi poder con enojo —se excusó la joven—. Quizá si aumento la rabia, elevaría la potencia de mi transformación, rompiendo mis restricciones en acceder a las alas y tener un tamaño enorme.
—Mostrarte iracunda no te hace más fuerte, así no es cómo funciona. —Insistió Sarah, perdiendo la paciencia durante el regaño a causa de la preocupación por su aprendiz—. Sueltas una cantidad exagerada de energía en un solo impacto, no la controlas y tienes la tendencia de perder la razón al poco tiempo, además de acabar exhausta y dejarte vulnerable.
—¡Claro que lo controlo! P-pude evitar transformarme como dijiste… ha pasado mucho tiempo desde la ultima vez que perdí el control, me has visto antes. —exclamó tanto ofendida como nerviosa. La idea de verse expuesta era aterradora como causaba una fuerte importancia en su sique. Por lo que meramente evita usar su forma dragón, a menos que sea extremadamente necesario—. No me subestimes. Puedo hacerlo, solo necesito acostumbrarme más… necesito tiempo.
Para Sarah, las excusas de la dragona fueron solo sinsentidos infantiles.
—¡Eres una estúpida si no puedes comprender eso, así no llegarás a nada! Ni siquiera estás intentando otra forma —Las palabras de Sarah, tocaron una fibra sensible y en el rostro de Sheila fue plasmada la frustración en estado puro.
—¡¿Crees que no lo he intentado?! ¡¡En serio, no puedo!! ¡¡Si no me enfado y uso todo mi poder de golpe, mi cuerpo no cambia!! —exclamó Sheila en un arranque de rabia, desconectando las palabras del uso de la razón—. ¡Y ni siquiera tuve a alguien de mi raza para enseñarme…!
Se cortó de golpe, tapándose la boca con la mano, apretando los labios y cerrando los ojos con fuerza. Ya estaba en edad para tomar la apariencia de un dragón adulto, y todavía no pasaba.
Cada noche era difícil dormir para Sheila al sugestionarse de que la principal razón de su debilidad era por culpa de ser híbrida, potenciando el rencor albergado hacia su progenitora ya fallecida, muerta al darla a luz. De no ser por esa condición, su forma dragón no sería por tiempo limitado y se completaría.
—Sarah y-yo… —espetó Sheila entre tartamudeos, respirando pesadamente, recuperando el uso de la razón y dándose cuenta de lo que dijo—. Perdón por levantar la voz, Sarah…. No quería ofenderte.
Sheila agachó la cabeza, quedándose en silencio, al borde de liberar una lagrima por el incordio que se volvía un dolor en su pecho. Era una niña inmadura y amargada reflejándose en una bestia irracional e inmadura, una mirada a la otra cara de su alma.
Daba igual lo que hiciera, no podía romper sus límites y completar su transformación para hacer surgir sus alas. La mano gentil de Sarah se posó sobre el hombro de Sheila, haciéndola levantar la cabeza, cruzándose ambas miradas.
—No digo esto para hacerte sentir mal y tampoco que será fácil, igual estoy aprendiendo a como entrenarte —dijo Sarah tras un suspiro, recuperando la calma—. Quiero que seas consciente de tus errores y podamos solucionarlo juntas. He tratado de encontrar la forma de controlar tu forma dragón. Debes prepararte para lo que se avecina.
—¿Lo que se avecina? ¿Te refieres a mi primer contrato? —preguntó confundida.
—Para la guerra, cachorra —El rostro solemne de la veterana cambió a una lúgubre seriedad, pasando por su mente memorias que la atormentaron cada noche—. Vas a participar en contra de la revuelta de unos inhumanos bajo las órdenes de un régimen esclavista. Quieras o no, tu condición es importante… también se lo dije a María.
—Soy lo que soy, no tengo que ocultarlo. No pienso interponer sentimentalismos baratos durante el trabajo. —Sheila pudo ver a dónde quería llegar Sarah. Desde antes supuso lo chocante que iba a ser ese contrato—. Me concentraré en ser un buen elemento y traer la gloria a mi nombre y a mi gremio, nada más, nada menos.
—No se trata solamente de gloria… mejor dicho, la gloria será muy poca recompensa por lo que vas a vivir. —Sarah era dura como el hierro, transmitiendo sus palabras cargadas por la experiencia, una de la cual Sheila carecía, no comprendiendo del todo que quería decir su maestra—. Estuve en el frente de una rebelión hace casi 21 años, cachorra —mencionó Sarah, reflejándose el pesar en sus pupilas—. Lo que vayas a ver, va a sacudirte, así que pase lo que pase, promete que permanecerás con tu grupo sin importar nada y no perderás la cabeza.
—Claro, no te preocupes estaré bien —dijo Sheila, más para dejar el tema que dar la razón a su maestra—. Tampoco voy a estar cuidando todo el tiempo a los otros chicos, espero que sean capaces de seguirme el paso.
—¿Enserio piensas eso? —Los ojos de Sarah perdieron su brillo, en una mirada severa—. ¿Qué voy a hacer contigo, Sheila? —dijo en tono de paciencia, suspirando agobiante al masajear las cienes—. Te falta mucha experiencia.
—Ya lo sé, para eso voy a trabajar —Refunfuño.
—En parte… pero no me refería exactamente a eso —contestó Sarah, en voz ferviente—. No me formé yo sola en el campo de batalla, sobreviví por tener buenos aliados que caminaron a mi par. Tuve compañeros, y amigos que me ayudaron en todo momento, aprendí de ellos; estábamos para cuidarnos entre nosotros, pero… —Las palabras vinieron teñidas de nostalgia, abriendo viejas cicatrices marcadas en el alma y la mente. Por un breve instante, la voz de la mujer se volvió quebrada—. Muchos se quedaron atrás. Hoy estoy viva con mi familia gracias a ellos, cargo en mi espalda sus esperanzas, y cada noche cuando mando a dormir a mis hijas, o me recuesto al lado de mi esposo, les doy gracias por sus sacrificios.
La dragona se quedó callada y cabizbaja al meditar las palabras de su maestra. Cada vez que pensaba en relacionarse con los demás, era mirada con asco y desprecio, todo por su condición de híbrida. Ha hecho como si no importara al pensar que la mayoría eran inferiores y no merecían estar cerca de ella, ese ha sido su consuelo.
—Como si fuera así de fácil. Apenas me dirigen la palabra en el gremio, creo que puedo contar con tres dedos a las personas que pueden ser llamadas mis compañeros.
Al escuchar, la mano de Sarah repentinamente se posó sobre la cabeza de la dragona, sorprendiéndola.
—Deja que te cuente una pequeña historia —agregó Sarah en una sonrisa reconfortante—. Verás… después del primer Armagedón, antes de los credos, antes de la llegada del viajero, y la blasfemia alada…
» durante las Titanomaquias, cuando nuestra tierra era una joven provincia de Rhodantis, esta fue invadida por hordas de demonios y gigantes, arrasando el territorio hasta los cimientos. Los últimos dos caballeros de esa tierra juntaron a los pocos guerreros que quedaron y resistieron contra las hordas invasoras, logrando por fin expulsarlas, evitando la conquista.
Sarah fue sobrecogida por una flamante emoción acumulándose en su pecho, al narrar aquel relato que había pasado de generación en generación entre guardianes.
—Munraimund y Arnold… —Sheila no necesitaba los detalles, para reconocer a los dos protagonistas de esa historia; aun así, escuchaba atenta el relato de Sarah, con ojos llenos de ilusión al contemplar a su maestra. Por lo que agregó—: al ser los héroes y los últimos caballeros, Munraimund se casó con la hija del caído Barón de esas tierras, las cuales fueron rebautizadas con el apellido de los dos hermanos… Trisary.
—No lo hicieron solos —agregó Sarah, emocionada, prosiguiendo—: tuvieron aliados al expulsar a los invasores y reconstruyeron esa tierra, naciendo sus leyendas en conjunta de muchas otras; en ese día, Munraimund fue proclamado como el dios de los héroes y Arnold como el guerrero oscuro… a pesar de como terminaron al final de todos, ellos fueron estrellas que iluminaron un cielo en tinieblas junto a muchas otras.
Uno fue vida mientras que el otro fue muerte. Munraimund era el estratega, con carisma e ideales de justicia. Arnold era el guerrero implacable, capaz de realizar cualquier acto necesario por conseguir la victoria.
Ambos caballeros reconstruyeron los dominios desde las cenizas. Durante ese periodo, el joven Munraimund pudo dar fe que sus guerreros se templaron al luchar contra hordas y hordas de demonios durante tanto tiempo. Llegaron al punto que pelear contra humanos era poca cosa, surgiendo en el caballero una idea como un temor creciente.
El mundo estaba repleto de seres oscuros esperando el momento para desencadenar el caos en los territorios civilizados.
Los guerreros de Trisary tenían que transmitir sus descubrimientos, ciencias y habilidades, necesitaban sucesores para cuando ellos falten. Por ende, para reconstruir la economía de la provincia y asegurar la supervivencia de los humanos, Munraimud decidió fundar una orden, especializada en aniquilar monstruos, conocida como los guardianes.
—Gracias a ellos estamos nosotros para defender el mundo. —En Sheila nació la inspiración, elevando su moral por los cielos.
—Así como ellos, serás una gran estrella, Sheila —inquirió Sarah con sabiduría contagiada por el cariño maternal—. Una sola estrella no puede iluminar el cielo, sin importar el brillo de su resplandor. Van a haber otras estrellas con un fulgor similar, resplandeciendo a tu lado y espero estar viva para verlo… pare recibir ese brillo.
Conmovida por esas palabras, Sheila abrazó a Sarah con un cariño que iba más allá que la relación de una aprendiz hacia su maestra, quizás como la de una hija y su madre. La dragona no estaba segura de lo que sentía, era un sentimiento que la invadía y llenaba su corazón.
—Lo vas a estar… te lo prometo… voy a volver —dijo Sheila en voz quebrada, dejando caer una lágrima, pegando el rostro al pecho de Sarah, quien acariciaba su cabello con ternura.
—Y si aún no tienes tus alas, no te preocupes —Sarah tomó las dos manos de Sheila, entrelazando sus dedos—. Tienes dos buenos colmillos aquí; cuando vuelva a verte, gánate un buen apodo… aunque dudo que encuentres uno más genial que el de la felina sonriente. —Sarah guiñó el ojo en tono socarrón, volviendo a su actitud relajada.
—Si… —Sheila asintió con la cabeza, sorbiendo los mocos, con los ojos enrojecidos en moral elevada. Limpió las tramposas lágrimas con su antebrazo, formándose una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Por supuesto que sí! ¡Mejor dicho, cuando regrese de Lazarus ya tendré mi apodo!
—¡Bien dicho! Ahora vamos a almorzar que a las dos nos toca un largo viaje. A ti a Lazarusy a mí a Nemea.
—¿Recuerdas esa frase que está en la entrada a la capital? —La pregunta de Sheila, sorprendió a Sarah, al salir de la completa nada—. “Cuidado viajero, que aquí anidan dragones” —Sheila la pronunció con alta devoción.
—¿Qué hay con ella?
Aquella leyenda se remontaba a la batalla final de la rebelión de los príncipes, dando alusión al avistamiento de esa misteriosa legión de dragones a la capital. Ese asalto destruyó las puertas de la muralla, permitiendo la entrada a los guardianes rebeldes.
Así como aparecieron de la nada, de repente los dragones se esfumaron sin dejar rastro, perdiéndose en los negros nubarrones de la noche. Algunos de los testigos, creyeron que pudieron ser monstruosidades quiméricas creadas por hechiceros aliados, quizá familiares envueltos en algún tipo de ilusión. Aquel suceso fue puesto en duda hasta en los tiempos contemporáneos.
—Con este contrato van agregarle otro significado a esa frase. ¡Que sin lugar a dudas hay un dragón real habitando en Trisary! —Aunque dubitativa, Sheila quería creer que esos avistamientos fueron reales.
Sarah únicamente rio nerviosa, notándose cierta incomodidad con respecto a ese tema. La veterana hizo un esfuerzo por conservar la calma, ocultando en lo más profundo de su corazón la preocupación que albergaba. No quería esta vida para Sheila, y albergando todo el dolor del corazón la tradición del niño destinado era irrevocable.
Tenía fe en que su aprendiz sobreviviese, era consciente de que esta sería la última vez que vería a la misma dragona, ya que en la guerra nadie regresaba estando limpio aun si sobrevivía.
…
Los azotes del martillo en el acero magnamis salpicado de chispas resuenan en la cámara de la forja, alumbrada por la anaranjada luz refulgente esparcida en cada rincón del sótano del taller. El maestro forjador llamado Brock, portando un yelmo similar a la cabeza de una mosca con una masca de oxígeno, protegiéndolo de los rayos ionizantes de las calderas y de las chispas que puedan saltar a su rostro.
Sheila Aldiban lo acompañaba a pocos metros de distancia, sentada frente a una coraza ligera en la que trazaba runas de transformación usando una tinta especial, que al ser terminada cada ilustración se volvía invisible, uniéndose para siempre a la indumentaria bélica.
—Esta comisión fue una bendición para este viejo… —Brock rompió el hielo al hablar, aun cuando seguía concentrado en el trabajo. Estaba acostumbrado a la forja que sus movimientos ya eran instintivos—. Esa chica María… se dio cuenta que muchas de mis herramientas especiales para la forja necesitaban recarga y mantenimiento, por lo que para bajar el costo un poco abasteció con su magia mis artilugios para que volvieran a funcionar… en especial mi vieja amiga.
En la mano enguantada sostenía un pesado martillo ornamentado en ecuaciones y runas, en el centro del mango poseía una gema azul de bordes dorados.
—Y dejó mi proyecto a ascuas de terminar… —Sheila contestó cortante, sin muchas ganas para hacer una conversación—. Dándome la oportunidad de culminarlo.
No hubo desdén en los labios de la pelirroja, todo lo contrario, el poder darle los toques finales a la indumentaria producían en ella satisfacción, usaría esa protección en alto orgullo. Aun cuando no lo expresaba en palabras, la dragona consideraba a María su única verdadera amiga dentro del disfuncional equipo.
—Esa armadura tuya fue todo un reto… —Siguió—. Requirió más magia que los otros encargos, fue complicado seguir la guía de ese libro de escritura abstracta, de no ser por la ayuda de esa señorita no hubiese podido culminar tu pedido. Ojalá regrese con bien de su aventura, ese grandulón sí que es afortunado de tenerla. Es la clase de pareja que me hubiese gustado que mi hijo tuviese.
Un atisbo de risa surgió de Sheila. Necesitaba a alguien experta en literatura arcaica, en tópicos de magia y lenguas muertas con el cual pudiese compartir el Draconarius y sacarle el máximo provecho. Conocía el amor a la literatura de María, el presentarle el libro explotó en euforia, ojeándolo y analizándolo en un primer chequeo.
La escritura en la lengua antigua de los dragones, elevó las expectativas de María, usando de guía las notas en elfo y en Templario desperdigadas en el manuscrito como guía. La balacera de cuestionamiento sobre el origen de la enciclopedia se hizo presente.
La revelación de que Priscila fue la que facilitó la obtención del raro artículo, arrojó a la hechicera a solicitar que le permitiría estudiarlo a fondo.
Sheila aceptó de buen agrado, había leído bastante del libro, lo que podía entender al tener un tipo de escritura complicado, algunas letras eran borrosas y faltaban páginas, por lo que al recibir la ayuda de la hechicera le daba la esperanza de poder comprender el fragmento del que hablaba de las transformaciones dragón.
—Está basado en las técnicas de las corazas de los dragones llevaban en la edad de los héroes… —Sheila se decidió a hablar—. Mi interés radicaba en una parte en específico, lo demás decidimos modernizarlo un poco.
—¿Y en verdad es cierto? —Brock no fue lo suficiente directo.
—¿Sobre? —graznó a regañadientes, quería acabar pronto y probárselo.
Sheila seguía inmersa en terminar de plasmar los encantamientos del traje. No se dio cuenta que el forjador se detuvo, dándose la vuelta para encararla directamente.
—¿Es cierto que eres un dragón? —culminó alzando la careta del casco—. En todos mis años nunca he visto un verdadero dragón viviente, no podía imaginar que uno viniese a descubrirme en una taberna, ahogado de borracho para que le forje una armadura usada por los Albionix hace siglos.
—Adivinaré… —Frenó la actividad y se concentró en el herrero. Una furia helada recorrió los huesos de la dragona, lo sentía hasta la medula—. ¿Cree que soy una especie de abismal o alterada por mi aspecto?
El sarcasmo destilaba veneno, podía escuchar en su mente las carcajadas burlonas de como la tomaban por loca o las miradas incrédulas dedicadas a alguien que ve a un descerebrado.
—No, nada de eso. He escuchado muchas leyendas sobre los dragones, es muy difícil saber dónde acaba la verdad e inicia el mito. —No se veía molesto por el arrebato de la guardiana, era áspero y duro como el metal cual forja—. Quería preguntarte si pudiera verte transformada, creo que sería una de las cosas que me gustaría presenciar antes de morir de vejez. Claro en otro lugar lejos de mi taller.
—No creo que eso sea posible de momento… —murmuró Sheila desviando la mirada, en faz oscurecida, afligida ante un frio fantasmal en su cuerpo ante la petición de una prueba.
—Comprendo, tendrás tus razones… —Brock no profundizó en el tema, respetando la decisión de la guardiana.
—¿Me crees? —Atajó, en sus adentros temía una negativa.
—¿Tienes razones para mentir? Bueno continuaré trabajando que estoy cerca de terminar. —Encogido de hombros se cerró el casco, tomó la pieza que estaba trabajando y se preparó para el proceso de templado—. Vete a armar, quiero ver el resultado de nuestra obra.
Al dar la última pincelada, el contemplar como desaparecía el símbolo fue eterno para Sheila, loco pocos segundos que duraba ese efecto era eterno. Terminado de marcar cada pieza, tomó el traje completo y con impaciencia se desplazó al baño del taller, cerrando la puerta atrás de sí.
Pasaron pocos minutos para cuando el seguro se desactivó, la puerta se hizo a un lado y del umbral emergió la joven dragona. Cuando se vio en el espejo y luego el rostro de satisfacción de Brock mordiendo un mondadientes, supo que el esfuerzo dio frutos.
El atuendo se conformaba por una armadura ligera de varias piezas sobre un traje azul y negro, creada en base a las armas de los enemigos caídos y otros materiales para complementarla.
Sheila portaba una protección para su pecho que lleva una gargantilla y el abdomen cubierto por una fibra oscura que marcaba su abdomen hercúleo. Llevaba unos guantes largos con unos anillos protectores en los antebrazos.
Unos guanteletes que exponían sus dedos. Llevaba un cinturón con dos placas que abarcaban sus muslos. En las piernas portaba unos protectores con rodilleras y unas botas con púas afiladas que apuntaban hacia arriba.
Una leve sonrisa se dibujaba en el rostro de la guardiana, y se dio la vuelta para verse de espaldas en la que estaba aquella pieza móvil descubierta en el libro de Draconarius. Si alguna vez llegase a controlar el poder del dragón para hacer nacer sus alas, el censor de la runa se encendería y la protección bajaría para dejar a relucir esos dos apéndices añorados por la joven.
—Todos esos materiales agregados al Magnamis hicieron una buena combinación —Brock asintió sacándose el palillo de los dientes de la boca y lanzándolo a un lado—. ¿Cómo te sientes?
—Me siento…. —observó sus manos abiertas unos segundos, asimilando el tacto del nuevo traje completo. Era como una extensión de su alma, una segunda piel, pareciese que no podría vestir ninguna otra armadura que no fuese la que portaba ese día, era la definitiva. Cerró sus puños y los choco, deseosa de medirse en combate, enfrentar a Risha nuevamente y cobrar venganza—. ¡Me siento capaz de hacer cualquier cosa!
Artistas: Pedro Acevedo, Jimmy Hatmaster y Rincon de Zair
Comments for chapter "8"
QUE TE PARECIÓ?